Los expertos coinciden en detectar en la sociedad actual una crisis reconocida de la figura paterna, con múltiples causas, y al mismo tiempo un mayor deseo de muchos padres en implicarse en la crianza de sus hijos
En su reciente libro De tal palo. Una mirada desde el corazón del hijo (Rialp), el psiquiatra Javier Schlatter, de la clínica de la Universidad de Navarra, aborda ambos hechos desde su perspectiva profesional con una misión declarada: descubrir qué huella dejó nuestro padre en nosotros.
¿Por qué esta perspectiva?
La inquietud por escribir sobre la paternidad nació de mi experiencia diaria en la consulta. No existen enfermedades sino enfermos, es la persona la que enferma. Una parte importante de esa diversidad, que es una riqueza, nos viene de la influencia que nuestros padres han tenido en el desarrollo de nuestra personalidad. Sabemos lo importante que es conocer el entorno afectivo en que una persona ha crecido para entender su modo de enfermar, y para que la propia persona se entienda.
También las que no enferman...
Hablar y reflexionar sobre el papel que ha tenido mi padre en mi personalidad da muchas pistas sobre mi identidad y mi modo de relacionarme conmigo mismo, con los demás y con la vida. Lógicamente, estas consideraciones sobre el papel del padre son aplicables a todas las personas, no solo a los que padecen alguna herida emocional o trastorno mental.
¿Cómo sentimos esa influencia?
En muchas personas existe, de una manera más o menos reconocida, una nostalgia de la mirada de su padre. De una sonrisa, a veces franca, y otras veces, solo dibujada. De unos brazos fuertes que sostienen a la vez que abrazan. De unas palabras que alientan y empoderan, a la vez que nos muestran los límites de la vida y los nuestros propios. De un padre que me autoafirma porque no tiene miedo a hacer de padre.
¿Dónde se percibe que algo de eso ha fallado?
Detrás de rasgos como la autoestima, la inseguridad, la impulsividad, la dificultad para expresar los afectos, etc.
¿Cómo debemos abordar esa introspección?
La actitud ha de ser la de una mirada serena hacia el pasado, sin juzgar y habitualmente agradecida. Nuestros padres en condiciones normales han hecho lo mejor que han sabido para cuidarnos y educarnos. Ser padre es una de las tareas más gratificantes de la vida, pero también de las más difíciles. Tarea, aún más complicada y meritoria cuando se ha de realizar en solitario. De ahí que nunca les estaremos suficientemente agradecidos.
Ofrecer al mundo personas sanas, alegres, honestas, autónomas, razonables, cultas, responsables, sociales y capaces de amar, exige un gran espíritu de sacrificio. Por eso, quisiera aclarar desde este momento que preguntarse o reconocer cómo han influido en nuestras vidas no es un juicio: no buscamos un culpable. Nos interesa nuestra percepción de los hechos. No hay buenos ni malos. Se trata de repasar el álbum familiar con agradecimiento, e intentar poner color a esas imágenes descubriendo o intuyendo las emociones básicas que brotaron por entonces.
¿Por qué es necesaria la presencia del padre como algo distinto a la madre?
Tanto la paternidad como la maternidad no se agotan con el hecho de traer al mundo a un hijo, sino que se ejercen toda la vida. Ambos son necesarios, siempre que se puede, y tienen un papel en gran parte similar pero también en parte diferente. En pocos aspectos de la vida se puede decir con tanta claridad que la diversidad enriquece.
Según una opinión extendida en las últimas décadas el padre sería perfectamente prescindible. Solo aportaría cantidad, dos en vez de uno. Si fuera así, ¿por qué no mejor tres en vez de dos? La única función que le quedaría realmente al hombre sería la procreación, siguiendo el mito de las amazonas, y esto hasta que la ciencia lo resuelva. El aporte diferencial de la figura paterna se encuentra presente en las diferentes culturas en algunos aspectos de manera más consistente que en otros.
¿En qué consiste ese aporte diferencial?
Nacemos a la vida en los brazos de nuestra madre, y el padre es quien se encargará más específicamente de situarnos en el mundo. Esos primeros años de crecimiento son un viaje del regazo de la madre primero al abrazo del padre, y después a situarnos con los pies en la tierra. La fusión única y esencial que existe entre una madre y su bebé, una unidad de dos, ha de transformarse en una unidad de tres, algo menos cohesionada, como paso previo a la alteridad, a reconocerse como un Yo distinto a su madre. La madre, de manera muy especial en los inicios de la crianza, tiende más a proteger a los hijos y a nutrirlos; el padre se irá progresivamente encargando de conectar a los hijos con el mundo.
¿Cómo lo hace?
El padre, en parte por su código masculino, enseña y ayuda más a los hijos a desafiar los límites frente al papel más protector de la madre, les enseña a abrirse a los retos, a lo desestabilizador, a la incertidumbre, a valerse por sí mismos de manera autónoma… Como señala la profesora María Calvo, el padre se centra más en la efectividad y la madre más en la afectividad.
¿Niños y niñas reaccionan de forma distinta ante ese doble papel?
Después de esa primera fase de reconocimiento de su identidad como persona, se va instaurando una segunda fase identitaria en la que el papel del padre empieza a tener un papel más trascendente en esta diversidad. La hija, como explica Luigi Zoja en su obra El gesto de Héctor, atravesará esta época con menos tensiones interiores, pues se podrá ir despegando progresivamente del regazo materno sin un tempo exigente. Ya llegará la pubertad y ahí tendrá que madurar asumiendo todos los cambios físicos y mentales que empiezan a situarla ante su futuro papel y responsabilidad como madre.
En el caso del niño, su modelo referencial masculino esencial es el padre. Aunque esta tarea de maduración le corresponde al propio niño, la guía del padre orienta y facilita mucho este proceso, que en todas las culturas se vive como una puerta de acceso a la madurez, en muchos casos como un auténtico ritual.
En el caso de las chicas, entre otros aspectos, la hija espera del padre una ayuda para sus inseguridades y apertura al mundo, un modo diverso al de la madre de manejo de las emociones, y un modelo de varón confiable, cercano, que manifiesta y reciba afecto sin daño. De hecho muchas hijas que reciban poco afecto y atención de su padre, lo interpretan además como un cuestionamiento de su feminidad.
¿Qué factores han producido la crisis de la figura paterna?
Aunque hay fuentes que hablan de la Revolución Francesa como el inicio de esta crisis de la figura del padre en Occidente, muchos autores prefieren situarla tras la Revolución Industrial y sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial por lo que se supusieron de ausencia física del hogar por motivos laborales y por fallecimiento. Posteriormente, el impulso del inicio del movimiento feminista y la ideología de género, la mujer va recuperando su papel en la sociedad, frente al antiguo modelo patriarcal, pasando este a un segundo plano. Surge en ese caldo de cultivo la revolución estudiantil del Mayo del 68, y con ella el conflicto generacional entre hijos y el padre, en representación de toda figura de autoridad. Los hijos buscan su identidad en la independencia.
¿Y eso es bueno para la familia y para ellos mismos?
Como toda revolución trae consigo un tirano, en este caso, el amo es el hijo. Este impondrá sus necesidades a las de la familia, y el padre se batirá en retirada a la hora de poner los límites propios de su papel educativo. Este, desplazado de su sitio, ha de decantarse entre tres opciones: retirarse a su papel de proveedor de alimento dando la razón a quienes decían que el hombre solo servía para eso; intentar imitar a la madre como si fuera un sucedáneo de ella en clara inferioridad de condiciones por naturaleza; o esforzarse por ser como un colega de los hijos. Se pasa así del choque generacional a una confusión generacional. Confundidos los padres, confundidos los hijos. El problema es que aunque haya hombres que abdiquen de su papel de padre por influencias culturales, los hijos que son nuevos en este escenario a esas edades, nunca abdicarán del suyo.
¿En qué trastornos concretos se detecta como causa la figura problemática del padre?
Son muchos los estudios que señalan que los hijos que no reciben el influjo positivo de su padre son más proclives a presentar problemas de personalidad, baja autoestima, inseguridad, necesidad de aprobación y valoración externa, menor control de los impulsos, baja tolerancia a la frustración, menor capacidad de darse cuenta de que no están bien y menos esperanza en un futuro autónomo de su Yo.
¿Y cuando esos niños crecen?
En la consulta de adultos se percibe que es un factor a considerar en diferentes situaciones. Uno de los más habituales es la inseguridad y la falta de autoconfianza, son personas temerosas, influenciables, excesivamente preocupadas, y con menor control interno de sus conductas. Por este motivo serán más vulnerables a padecer cuadros de ansiedad y estrés. También se percibe en personas que les cuesta más manejar y regular sus emociones, y o bien intentan controlar sus emociones hasta que explotan o bien explotan directamente por su bajo nivel de tolerancia a la frustración. Hay también quienes son más proclives a las adicciones de cualquier tipo, entendiendo que detrás de cada adicción hay una nostalgia, una necesidad, que en algunos casos pudo ser del afecto y atención del padre. Por último querría hablar de quienes no saben poner límites a los demás y asumir los propios, personas poco asertivas o que se vuelven dependientes del otro, construyendo relaciones tóxicas. Esta pérdida del Yo puede conducir también a estados depresivos.
¿Qué consecuencias sociales tiene a largo plazo esa crisis de la figura del padre?
Hay autores que efectivamente ven la crisis de la figura del padre detrás de algunos aspectos de la sociedad actual. Uno de ellos es la pérdida de respeto a las instituciones, lo que genera lógicamente una tendencia al desorden y confusión sobre qué límites se han de poner y su obligatoriedad. Muchos, como decía López Ibor hace medio siglo, ven la democracia como un gran matriarcado, un matriarcado que odia la autoridad, y que además debe nutrir y suplir todas las necesidades de los ciudadanos.
Otro ámbito en el que se puede manifestar es en el oscurecimiento del discurso educativo. Tanto en su verticalidad como en el papel de los límites como referentes y de la frustración necesaria para cualquier educación. Si a esto unimos el descrédito de la cultura del esfuerzo, el resultado no es muy alentador.
En esta misma línea, se ha producido también un rebajamiento de la moral pública, para prestigiar la libertad individual del hijo frente a cualquier figura o referencia de autoridad, en este caso moral.
Por último, un factor que ha podido ser en parte causa y en parte consecuencia, es la ausencia del hombre en las tareas educativas y de cuidados (profesoras de educación infantil, pediatras, enfermeras…), que además del beneficio de la imprescindible aportación femenina ha podido definir un modelo de crianza más hacia el polo femenino y a una visión de lo femenino como más positiva que la masculina.
¿Qué debe hacer hoy un padre para poder decirse a sí mismo: “Lo he hecho razonablemente bien”?
Antes que nada hay que tener en cuenta que no se trata de ser un súper-padre. Capaz de cubrir todas las exigencias profesionales y sociales actuales, cultivar de continuo su relación de pareja como la persona más importante de su vida, y llegar a todo lo que sus hijos y la sociedad esperan de él. Como decía un conocido autor, se trata de ser suficientemente buenos.
No perfectos...
Hay que huir de una cierta neurosis perfeccionista que tiene su origen en la inseguridad propia de cualquier padre, pero potenciada por las redes sociales, y por esa supuesta competencia con la madre. No se trata de ser un padre modélico, entre otras cosas porque no hay un solo modelo de padre. A lo largo de la historia los padres han hecho siempre lo que han podido, y habitualmente ha funcionado bien. En los siglos pasados nadie se planteaba si el niño tenía que dormir en una posición o en otra, o en qué mes ha de cambiar de juguete, etc. Sin despreciar lo que hay de verdad en tantas cuestiones de estas hay un cierto exceso de preocupación. Javier Gomá recordaba recientemente en una carta abierta a sus hijos, que lo más importante en la tarea del padre es no estorbarles.
¿Cómo podríamos resumir la tarea de un padre hacia sus hijos?
De manera resumida se podría decir que es importante la disponibilidad, la que se pueda, estar online. Los hijos aceptan bien habitualmente que su padre trabaje mucho, pero les cuesta más entender que ese momento del final de la jornada y los fines de semana no haya tiempo para ellos. En todo caso, más que la cantidad de tiempo o número de tareas, lo más importante es la calidad de esos tiempos, para conseguir un grado de empatía suficiente.
Querría, para terminar, insistir sobre todo en llegar a tiempo. Un estudio reciente realizado en Inglaterra ha demostrado cómo el grado de implicación del padre en la primera infancia afectaba en los preadolescentes en su sensación de bienestar, salud mental, resultados académicos, y desarrollo de habilidades sociales y cognitivas. Y aunque nunca es tarde para sanar o recuperar, un buen principio −como decía un antiguo anuncio televisivo− prepara un buen final.
Javier Schlatter es doctor en Psiquiatría y subdirector del departamento de Psiquiatría y Psicología Médica de la Clínica Universidad de Navarra. Actualmente trabaja en su sede en Madrid.
Entrevista de Carmelo López-Arias
Fuente: religionenlibertad.com.
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