“La fe en la creación no nos dice cuál es el sentido del mundo, sino simplemente que el mundo tiene sentido” (J. Ratzinger)
Javier Novo es Catedrático de Genética en la Universidad de Navarra. En este libro se adentra en un tema del que es experto, con ánimo de ayudar a los que hemos oído muchas opiniones, pero no tenemos una idea muy clara. Y me parece que consigue, con gran maestría, darnos unos cuantos datos, con ejemplos claros, sobre lo que se pretende, quitándonos de la cabeza una cierta idea de evolución de tipo únicamente genética, para adentrarnos en un planteamiento mucho más rico y, desde luego, experimentado.
La evolución se produce de manera irregular e imprevisible, en cuanto que surgen factores accidentales, que cambian el desarrollo de una especie. “No olvidemos −nos dice− que eso es la Vida, la irrupción de lo inesperado; la misma palabra irrupción indica que no se trata de algo puramente gradual, uniforme, sino en cierto modo súbito” (p. 60). Pero al mismo tiempo el experto se da cuenta de que visto en su conjunto, hay un sentido en lo que ocurre y cita a Ratzinger: “La fe en la creación no nos dice cuál es el sentido del mundo, sino simplemente que el mundo tiene sentido” (p. 20).
Abundando en esta línea de la evolución imprevisible, el autor nos habla de que “existe una acidia de mar que comienza su vida como algo parecido a un renacuajo y al llegar a la etapa adulta sufre una metamorfosis, se asienta sobre una roca y se queda pegada ahí el resto de su vida. Tradicionalmente, se decía que al adoptar un estilo de vida sedentario en el que lo único que tiene que hacer para alimentarse es filtrar agua, el animal “se come su cerebro” porque ya no le hace falta. (…) La curiosa vida de este animal da pie a un chiste bastante extendido en círculos académicos: a fin de cuentas lo que hace la acidia es lo mismo que le sucede a un profesor universitario cuando se convierte en catedrático… (p. 77).
El ejemplo me resulta clarificador. La evolución no va siempre por el camino del perfeccionamiento, sino que, en muchos casos retrocede. Siempre he oído esa reflexión que hacen los historiadores sobre la pérdida de la memoria −memoria preclara en los hombres antiguos− desde el momento en que se descubre la escritura, porque antes la sabiduría se transmitía de boca a boca. Y he pensado de inmediato en los consumidores de series, que −por supuesto− no tienen tiempo para leer un libro. Estos pobres van a perder toda capacidad de imaginación, de emoción, de narración, de paciencia. Porque el buen lector tiene esas cualidades. Sabe hablar, sabe escribir, tiene imaginación.
Pero mi amigo Javier, el autor de este interesante libro, yerra de manera sorprendente cuando empieza a mezclar la capacidad mental con la capacidad espiritual. Un perro puede tener una cierta inteligencia, pero no llega jamás a lo espiritual. La diferencia entre el animal más perfecto y el hombre es infinita, porque el alma espiritual no tiene nada que ver con lo físico. “No sé si algún día −dice el doctor Novo− la neurociencia llegará a explicar satisfactoriamente la espiritualidad humana. A día de hoy parece improbable, pero no lo podemos descartar porque la historia reciente ha sido testigo de problemáticas similares (p. 93).
Pues si hay algo claro es que nosotros los hombres estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Tenemos alma espiritual y eso no puede detectarlo ningún científico. Lo espiritual es trascedente y no tiene que ver con el espacio ni con el tiempo. Lo siento, pero no es algo que esté a nivel de la ciencia.