Siempre insisto en la importancia de que intentemos atender adecuadamente las pequeñas acciones cotidianas, los pequeños detalles. A veces, apenas nos dicen nada. Pero… pueden decírselo a los demás
Afirmaba Oscar Wilde que “no hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión”.
Cuentan que hace años un sacerdote estadounidense se mudó de una localidad a otra.
Al llegar a la estación de destino, tomó un autobús para dirigirse al centro de la ciudad.
Pagó su billete al chófer y, al sentarse, descubrió que el conductor le había dado una moneda de 25 centavos de más en el cambio. Mientras consideraba qué hacer, pensó para sí mismo:
“¡Bah!, olvídalo, son solo 25 centavos. ¿Quién se va a preocupar por tan poca cantidad? Acéptalo como un regalo de Dios”.
Pero cuando llegó a la parada, se detuvo y, pensando de nuevo, decidió devolverle la moneda al conductor diciéndole: −Tome, me dio usted 25 centavos de más.
El chófer, con una sonrisa, le respondió: −Sé que es el nuevo sacerdote del pueblo. Estaba pensando en regresar a la Iglesia y quise ver qué haría usted si yo le daba más cambio del debido.
Se bajó el sacerdote, sacudido por dentro, y pensó: “¡Oh, Dios mío!, por poco te vendo por 25 centavos.”
La historia es breve, pero tiene enjundia.
25 centavos es peccata minuta, pero quizás no lo hubieran sido las consecuencias de que esa simple moneda hubiera quedado en un bolsillo o… allí donde correspondía.
Siempre insisto en la importancia de que intentemos atender adecuadamente las pequeñas acciones cotidianas, los pequeños detalles. A veces, apenas nos dicen nada. Pero… pueden decírselo a los demás.
Un acto aparentemente menor, pudo cambiarlo todo.
Los pequeños detalles positivos de cada día (un gesto, una sonrisa, una mirada, una actitud…) pueden convertir a todo un vulgar texto de prosa cotidiana en la más bella poesía.
A veces, son esa pizca de sal que necesita un alimento para estar sabroso de veras; y no soso o poco apetecible.
Te hablo de alimentos y pienso en tantas personas con hambre. Con hambre de afecto, de apoyo, de no sentirse invisibles… En hombres y mujeres desconcertados, en esta época líquida, que necesitan de pequeños referentes… Y en que tú tienes la posibilidad de colmar alguna de esas necesidades de quienes te rodean. O yo…
Basta un gesto, una palabra. Al menos, para empezar: saluda, da las gracias, cede el paso en el ascensor, pide disculpas, habla con suavidad, y −sobre todo− escucha. Cuida. Sana.
Subrayaba Elena Postigo recientemente: “Nunca conocerás bien la resonancia y el efecto que puede tener en otra persona una palabra pronunciada un día y en un lugar cualesquiera. Este es el auténtico efecto mariposa”.
Y señala Wikipedia sobre el efecto mariposa: “…En el ejemplo particular propuesto por Edward Norton Lorenz, por el efecto mariposa, si se parte de dos mundos o situaciones globales casi idénticos, pero en uno de ellos hay una mariposa aleteando y en el otro no, a largo plazo, el mundo con la mariposa y el mundo sin la mariposa acabarán siendo muy diferentes. En uno de ellos puede producirse a gran distancia un tornado y en el otro no suceder en absoluto”.
Y tú y yo sabemos que necesitamos vientos nuevos, aire fresco… y, en más de un caso, incluso una −¿pequeña?− ‘revolución’.
Está en tus alas, digo, en tus manos. Y puede ayudar a cambiarlo todo. Todo en tu entorno. Al menos, esa es mi primera impresión.
¿Me ayudas a difundir? ¡Deja que vuele el post! No va a costarte… ni 25 centavos: te sale gratis.
Y harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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