Un buen comienzo, he pensado, un amor bien fundado, no sobre los endebles cimientos de la seguridad material, sino sobre las poderosas raíces de una entrega total y sin contemplaciones
Hay un pensamiento que, a fuerza de repetición, se ha convertido en un lugar común al que se vuelve una y otra vez sin verdadero contraste: “hoy en día los jóvenes lo tienen muy difícil para casarse”, se dice. Se supone que la razón es económica.
Sin embargo, mi experiencia es que muchos jóvenes de hoy se emancipan mucho antes que los de hace unos años. La tendencia es irse de casa pronto, compartir un piso con un amigo o con varios, decidir con libertad el curso de la propia vida sin depender en exceso de la opinión de los padres o de las limitaciones que impone el dinero. ¿Por qué, entonces, lo tienen fácil para irse a vivir con un amigo y difícil para casarse? ¿Tan difícil es casarse, en lo material? ¿Qué hace falta para casarse? ¿Qué grado de seguridad económica se necesita? ¿Quién tiene la vara de medir?
Mi decisión de casarme a los 22 años, recién terminada la carrera y con la intención de encerrarme a estudiar unas oposiciones durante varios años mientras mi mujer trabajaba, escandalizó bastante a mi entorno en el año 1984. Es cierto que pudimos hacerlo en parte gracias a la abuela de mi mujer, que nos dejó un piso donde vivir, porque el sueldo de mi mujer nos llegaba a duras penas para subsistir. Como yo me dedicaba a estudiar, gastábamos lo mínimo… aunque tampoco necesitábamos más. Cuando uno está enamorado de verdad y decide transformar ese enamoramiento en el amor para siempre que sigue al compromiso de la boda, todo lo material le sigue atrayendo exactamente igual que antes, pero no lo necesita para colmar el anhelo profundo e intenso de su corazón: disfrutar cada minuto de esa maravilla que supone estrenar una nueva vida con la persona que amas más que a ti mismo. De hecho, yo me hubiera casado incluso antes (pero esto es harina de otro costal).
Por otro lado, nada asegura que la situación financiera del matrimonio se mantenga estable durante toda la vida del amor. Mis padres pasaron momentos muy difíciles, sin trabajo y viviendo casi de préstamos, dejaron de hacer no pocos planes con sus amigos de siempre porque no se los podían permitir, redujeron el nivel de vida y siguieron amándose en la escasez financiera. Mis suegros perdieron todo lo que tenían en lo económico, tuvieron que mudarse de país y empezar de nuevo desde cero en circunstancias muy duras, y también siguieron amándose. Diría que en ambos casos la contradicción les unió más todavía.
Me temo que la dificultad financiera de los jóvenes contemporáneos, aun siendo objetivamente cierta, es en muchas ocasiones y en términos de amor una excusa que nos hemos formado para encubrir un cierto aburguesamiento y comodidad. Existe hoy día una preocupante falta de atrevimiento, una cobardía vital. Lo que siempre se había considerado una aventura, un reto que se afrontaba con el romanticismo y osadía propios del amor, hoy se ha transformado en muchos órdenes de nuestra sociedad en un camino intransitable, que asusta, retrae y poca gente se ve capaz de recorrer.
Si pongo mi carrera profesional, mi piso, mis ansias de conocer el mundo, mis planes, la tranquilidad personal de una vida sin hijos, unos ahorros mínimos que me aseguren un futuro placentero y tantas otras cosas más por delante de ti…, la consecuencia es muy evidente: yo estoy primero y tú, después. Y esto, se mire por donde se mire, no es amor. Así, desde luego, es mejor no casarse. Ese es el gran riesgo de esta actitud: que acabemos verificando las posibilidades económicas en lugar de verificar el amor, que es lo propio del noviazgo.
Por eso me he llevado una gran alegría cuando mi hija Alejandra y su novio, Fran, ambos recién terminados los estudios, empezando su primer trabajo y sin ahorro alguno, sin piso todavía y sin más seguridad que el amor bien consolidado en cinco años de noviazgo han decidido casarse. Un buen comienzo, he pensado, un amor bien fundado, no sobre los endebles cimientos de la seguridad material, sino sobre las poderosas raíces de una entrega total y sin contemplaciones. Y con la audacia propia de una juventud valiente y decidida que no ha envejecido prematuramente. Claro, que tienen un arma oculta que no todo el mundo utiliza adecuadamente. A los sumandos de su entrega van a añadir un multiplicador infalible: han invitado a Dios a su boda y a su vida.