El Santo Padre ha continuado su nuevo ciclo de catequesis sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, durante la Audiencia general de hoy, miércoles 12 de junio de 2019
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos comenzado un nuevo ciclo de catequesis que seguirá el «viaje» del Evangelio que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Todo tiene origen en la Resurrección de Cristo, que es la fuente de vida nueva. Por eso los discípulos permanecen unidos y perseverantes en la oración, junto a María, la Madre de Jesús y de la nueva comunidad, en espera de recibir el Espíritu Santo.
Esa primera comunidad estaba formada por ciento veinte hermanos y hermanas, un número que contiene el doce, emblemático para Israel, por las doce tribus, y también para la Iglesia, por los doce Apóstoles elegidos por Jesús, que después de los acontecimientos dolorosos de la pasión, con la traición de Judas, se redujeron a once.
Judas, que había recibido la gracia de formar parte del grupo inseparable de Jesús, perdió de vista el horizonte de la gratuidad del don recibido y dejó entrar en su corazón el virus del orgullo; y de amigo se volvió enemigo de Jesús, traicionándolo. Prefirió la muerte a la vida, un camino de oscuridad y ruina.
Los otros once, en cambio, escogieron la vida y la bendición, convirtiéndose en responsables de trasmitirlas de generación en generación, del Pueblo de Israel a la Iglesia.
El evangelista Lucas nos dice cómo el abandono de Judas causó una herida al cuerpo comunitario. Era necesario que su misión pasara a otro. Pedro indicó el requisito indispensable: haber sido discípulo de Jesús desde el principio hasta el fin, desde el bautismo en el Jordán hasta la Ascensión.
De los dos candidatos propuestos, el escogido fue Matías, que es asociado a los once, reconstituyendo el colegio apostólico, signo de que la comunión es el primer testimonio de una comunidad viva y que sigue el estilo del Señor.
Hemos iniciado un camino de catequesis que seguirá el “viaje”: el viaje del Evangelio narrado por el libro de los Hechos de los Apóstoles, porque ese libro muestra ciertamente el viaje del Evangelio, cómo el Evangelio fue más lejos, y lejos, y lejos… Todo parte de la Resurrección de Cristo. Pues no es un acontecimiento más, sino la fuente de la vida nueva. Los discípulos lo saben y −obedientes al mandato de Jesús− permanecen unidos, unánimes y perseverantes en la oración. Se estrechan a María, la Madre, y se preparan para recibir el poder de Dios no de modo pasivo, sino consolidando la comunión entre sí.
Aquella primera comunidad estaba formada por unos 120 hermanos y hermanas: un numero que lleva dentro el 12, emblemático para Israel, porque representa las doce tribus, y emblemático para la Iglesia, por los doce Apóstoles elegidos por Jesús. Pero ahora, tras los eventos dolorosos de la Pasión, los Apóstoles del Señor ya no son doce, sino once. Uno de ellos, Judas, ya no está: se quitó la vida aplastado por el remordimiento.
Ya antes había empezado a separarse de la comunión con el Señor y con los demás, a actuar solo, a aislarse, a apegarse al dinero hasta instrumentalizar a los pobres, a perder de vista el horizonte de la gratuidad y del don de sí, hasta permitir al virus del orgullo infectarle la mente y el corazón transformándolo de «amigo» (Mt 26,50) en enemigo y en «guía de los que arrestaron a Jesús» (Hch 1,17). Judas había recibido la gran gracia de forma parte del grupo de los íntimos de Jesús y de participar en su mismo ministerio, pero en determinado momento pretendió “salvar” su vida él solo con el resultado de perderla (cfr. Lc 9,24). Dejó de pertenecer con el corazón a Jesús y se situó fuera de la comunión con Él y con los suyos. Dejó de ser discípulo y se puso por encima del Maestro. Lo vendió y con el «precio de su delito» se compró un terreno, que no produjo frutos sino que quedó impregnado de su misma sangre (cfr. Hch 1,18-19).
Si Judas prefirió la muerte a la vida (cfr. Dt 30,19; Sir 15,17) y siguió el ejemplo de los impíos cuya vía es como la oscuridad y va a la ruina (cfr. Pr 4,19; Sal 1,6), los Once eligen en cambio la vida, la bendición, se hacen responsables de hacerla fluir a su vez en la historia, de generación en generación, del pueblo de Israel a la Iglesia.
El evangelista Lucas señala que ante el abandono de uno de los Doce, que ha creado una herida al cuerpo comunitario, es necesario que su encargo pase a otro. ¿Y quién podría asumirlo? Pedro indica el requisito: el nuevo miembro debe haber sido discípulo de Jesús desde el inicio, o sea desde el bautismo en el Jordán, y hasta el final, o sea la Ascensión al Cielo (cfr. Hch 1,21-22). Hay que reconstituir el grupo de los Doce. Se inaugura en ese momento la praxis del discernimiento comunitario, que consiste en ver la realidad con los ojos de Dios, con la óptica de la unidad y la comunión.
Dos son los candidatos: José Barsabás y Matías. Entonces toda la comunidad reza así: «Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra a cuál de estos dos has elegido para ocupar el puesto (…) del que desertó Judas» (Hch 1,24-25). Y, a suertes, el Señor indica a Matías, que fue agregado a los Once. Se rehace así el cuerpo de los Doce, signo de la comunión, y la comunión vence sobre las divisiones, sobre el aislamiento, sobre la mentalidad que absolutiza el espacio de lo privado, señal de que la comunión es el primer testimonio que los Apóstoles ofrecen. Jesús lo había dicho: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,35).
Los Doce manifiestan en los Hechos de los Apóstoles el estilo del Señor. Son los testigos acreditados de la obra de salvación de Cristo y no manifiestan al mundo su presunta perfección sino que, a través de la gracia de la unidad, hacer surgir a Otro que ya vive de un modo nuevo en medio de su pueblo. ¿Y quién es ese? Es el Señor Jesús. Los Apóstoles deciden vivir bajo el señorío del Resucitado en la unidad entre los hermanos, que es la única atmósfera posible del auténtico don de sí.
También nosotros necesitamos volver a descubrir la belleza de manifestar al Resucitado, saliendo de actitudes auto-referenciales, renunciando a retener los dones de Dios y no cediendo a la mediocridad. El compactarse del colegio apostólico muestra que en el ADN de la comunidad cristiana están la unidad y la libertad de sí mismos, que permiten no temer la diversidad, no apegarse a las cosas y a los dones y a ser martyres, es decir testigos luminosos del Dios vivo y activo en la historia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los venidos de Gabón y de Francia. Al retomar el tiempo litúrgico ordinario, después de Pentecostés, esforcémonos por dar testimonio de Cristo resucitado en nuestra vida, en el don de nosotros mismos y en comunión con nuestros hermanos. Dios os bendiga.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Finlandia, Australia, Hong Kong, Corea, Indonesia, Filipinas, Sri Lanka, Taiwán, Vietnam y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los Misioneros Verbitas venidos de Indonesia y a la Delegación interreligiosa de Hong Kong, acompañada por el Cardenal John Tong Hon. Sobre todos invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Al encontrar aquí en Roma a los fieles de todo el mundo, que podáis vivir de verdad la unidad en la diversidad, como Jesús nos indicó. Os deseo una estancia alegre y espiritualmente estimulante en la Ciudad Eterna. El Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor el don de vivir bajo la señoría de Cristo, en unidad y libertad, como testigos de su Resurrección, para manifestar al mundo el amor y la misericordia de Dios que está presente y actúa en la historia de la humanidad. Que Dios los bendiga.
Queridos amigos de lengua portuguesa, que hoy participáis en este encuentro: gracias por vuestra presencia y sobre todo por vuestras oraciones. Os saludo a todos, en particular a los peregrinos de Leça da Palmeira, Chaves y a los grupos venidos de Brasil, deseándoos que esta peregrinación refuerce, en vuestros corazones, el sentir y el vivir en la Iglesia, bajo la tierna mirada de la Virgen Madre. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición del Señor.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Egipto, Líbano y Medio Oriente. Del seno de la Resurrección nació la Iglesia. La luz del Resucitado, en la primera comunidad, derrotó el individualismo y el miedo al otro y llevó a la Iglesia a lanzarse hasta los confines de la tierra para manifestar el amor de Dios, a través de la convivencia, el testimonio y la fraternidad. El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Sé que muchos de vosotros y miles de vuestros paisanos el pasado domingo participaron en las Marchas por la vida, llevando el mensaje de que la vida es sagrada porque es don de Dios. Estamos llamados a defenderla y servirla ya desde la concepción en el seno materno hasta la edad avanzada, cuando está marcada por la enfermedad y el sufrimiento. No es lícito destruir la vida, haciéndola objeto de experimentaciones o falsas concepciones. Os pido que recéis para que siempre sea respetada la vida humana, manifestando así los valores evangélicos especialmente en el ámbito de la familia. De corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Institutos que celebran sus respectivos Capítulos Generales: las Hermanas de la Santa Cruz, las Franciscanas Misioneras de María y la Tercera Orden Regular de San Francisco. Doy la bienvenida a los grupos parroquiales, especialmente a los de Corridonia, Latina y Andria. Saludo con afecto a los neo-sacerdotes de Brescia y a la Delegación de Sacerdotes ortodoxos rusos.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Mañana se celebra la memoria litúrgica de San Antonio de Padua, insigne predicador y patrono de los pobres y de los que sufren. Que su intercesión os ayude a experimentar el auxilio de la misericordia divina.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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