El amor a la Verdad le llevó a no tener miedo a exponer la fe y la moral cristianas, y además a tomar iniciativa para salir al encuentro de sus contemporáneos, tal y como demostraron los viajes de Juan Pablo II a 133 países
Cuando unos amigos escriben un libro homenaje a otro amigo, afloran el cariño y los recuerdos inolvidables. En el caso de Joaquín Navarro-Valls estos recuerdos siempre serán inseparables de una vida junto a un Pontífice que le convirtió, para sorpresa suya, en su portavoz. Un portavoz caracterizado por la transparencia, la firmeza y la benevolencia, y que ejerció un oficio que antes nadie había desempeñado.
Para conocer un poco más su figura, se ha publicado Navarro Valls. El portavoz, una obra salpicada de anécdotas, en las que son coprotagonistas dos personas que llegaron a ser amigos: un médico periodista y san Juan Pablo II, contradiciendo a Platón cuando afirmaba que la amistad solo es posible entre iguales.
Mi recomendación es no leer el libro como si fuera una crónica vaticanista o un recuerdo nostálgico, ni tampoco como una relación de afectuosos testimonios sobre un hombre de amplias virtudes humanas e inquietudes intelectuales. No sería suficiente. Joaquín Navarro-Valls era, ante todo, un cristiano corriente en medio del mundo, que vivía su fe, y su devoción por el sucesor de Pedro, con plena naturalidad. Era un gran comunicador, como el jefe para el que trabajaba, aunque no confundía, como el viejo clericalismo, la comunicación con la evangelización, porque solo se puede anunciar la Verdad, que es Cristo, desde una institución legítima y creíble. Precisamente el amor a la Verdad le llevó a no tener miedo a exponer la fe y la moral cristianas, y además a tomar iniciativa para salir al encuentro de sus contemporáneos, tal y como demostraron los viajes de Juan Pablo II a 133 países.
Sin dejar de ser periodista, se comportó como un médico humanista, sobre todo en el período al frente del Campus Biomédico de Roma. Era de los que tratan a las personas como personas, no como meras historias clínicas.
Los testimonios de este libro resultan una sugerente invitación a relacionarse con los demás en un clima de amistad, sinceridad y confidencialidad. En ellos vemos a Joaquín Navarro-Valls como un amigo para todas las horas, tal y como decía Erasmo de Tomás Moro: un ser humano caracterizado por la espontaneidad y la sencillez. Descubrimos además al hombre de la benevolencia, de la que tanto habló en sus últimos años de su vida. Pero no se trata de buenas intenciones ni de filantropía. Es más bien el amor, el te voglio bene italiano del que da sin esperar nada a cambio.