Está claro que, salvo rarísimas excepciones, no hay lugar en la vida para hazañas deslumbrantes; entre otras razones, porque no suelen presentarse
Como me gusta ir contra mano, como dicen en la América Hispana, no hablaré de política, ni de famosos, sino de una mujer corriente y moliente, pero singular por la alegría y el buen humor con el que vivió el día a día, desde la capacidad para convivir y ser útil a los demás.
Pues si, para llevar la contraria, una vez más, dedico esta gacetilla −con permiso del amable lector−, a uno de esos “santos de la puerta de al lado”, como llama el Papa Francisco a quienes viven desde el ejemplo de la propia vida, la plenitud del amor de Dios allí donde les toque.
Se llama Guadalupe Ortiz de Landázuri, y será elevada a los altares en apenas unas semanas. En Valladolid pasó un par de años, durante nuestra última guerra incivil, después de que fusilaran a su padre. Estudió y se doctoró en Ciencias Químicas. En la Universidad de Madrid fue una de las cinco mujeres de una clase de setenta alumnos. Eran otros tiempos.
Guadalupe es la primera mujer laica del Opus Dei en ser beatificada. Pero esto es lo de menos. Aunque ellas y ellos, como es apenas natural, están más contentos que unas castañuelas con el acontecimiento. Pero importa lo que importa: la demostración de que para ser santo no es necesario ser obispo, clérigo, monja o fraile.
Está bien que en Roma rompan, aunque sea sólo de año en vez −es decir, casi nunca−, con la creencia generalizada de que la santidad está reservada a unos pocos elegidos, capaces de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicarse a interminables plegarias y penitencias.
Pues no. “Tú y yo −dice San Josemaría con su chifladura habitual−, aprovecharemos hasta las más banales oportunidades que se presenten a nuestro alrededor para santificarlas, para santificarnos y santificar a los que con nosotros comparten los mismos afanes cotidianos”. Eso es lo que hizo Guadalupe. Lo que hacen, día tras día, sin ruido, sin ego ni exhibiciones que nada añaden a su verdad, millones de mujeres y hombres en todo el mundo.
Está claro que, salvo rarísimas excepciones, no hay lugar en la vida para hazañas deslumbrantes; entre otras razones, porque no suelen presentarse. Guadalupe era una mujer serena; de una probada bondad, pero decidida y enérgica. Lo que se dice una mujer resuelta.
De toda una vida haciendo el bien a manos llenas, rescataré un par de iniciativas, de las muchas que aupó: junto a una amiga, médico de profesión, crearon un dispensario ambulante en México. Iban, casa por casa, pasando consulta por los barrios periféricos y facilitando medicamentos. En aquél país, tan querido para mí, porque iberoamericano mi corazón se llama, impulsó también la formación profesional de cientos de campesinas. Vamos que estoy encantado con que alguien del montón suba a los altares. ¡Ya iba siendo hora!
La santidad, el rostro más hermoso de la Iglesia La Pontificia Universidad de la Santa Cruz acogió una jornada de reflexión sobre la santidad laical, en el contexto de la próxima beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri