A veces hace falta una reflexión sobre la propia alegría, ante todo un examen detenido sobre cómo afecta en los demás. Es decir, ¿se me nota que estoy alegre?
En realidad, la alegría del cristiano no necesita de la Pascua. Incluso podemos afirmar que la Pascua no devuelve la alegría a quien la ha perdido. Quizá lo más que podemos decir es que este tiempo de Pascua nos ayuda a hacer una reflexión. ¿Hay verdaderamente alegría en mi vida? ¿Depende mi alegría de acontecimientos externos o de circunstancias personales más o menos adversas?
La realidad es que la auténtica alegría cristiana es muy profunda, tiene raíces consistentes y no depende de si hace sol o si llueve. La alegría auténtica de cualquier persona depende de saber amar o no. El que es egoísta está, habitualmente, triste. El que está muy pegado a Dios, o sea, el que ama a Dios sobre todas las cosas, es una persona alegre. Aunque es evidente que ese amor a Dios se manifiesta en la entrega a los demás. No se puede dar uno sin el otro.
Aún así, a veces hace falta una reflexión sobre la propia alegría, ante todo un examen detenido sobre cómo afecta en los demás. Es decir, ¿se me nota que estoy alegre? Hay personas con quien estamos deseando estar, porque traslucen gozo. Hay personas tristes en apariencia, y uno se da cuenta, conociéndolos en la intimidad, que tienen una alegría muy profunda. Por lo tanto, a la persona que interiormente es feliz le pedimos que se mire al espejo, vea su rostro y piense: ¿influyo con mi alegría? ¿Mi alegría influye, es contagiosa?
Transcribo un párrafo de Jesús Montiel que me parece muy esclarecedor. “En el supermercado, en el pasillo de las bebidas, una señora ha chocado conmigo y yo le he sonreído. Ella ha sonreído a su vez y se ha llevado mi sonrisa, la suya, al estante de los lácteos. Allí, delante de los yogures, un muchacho que la miraba ha sonreído y ha caminado hasta el cajero. El anciano que había delante, en la cola, sonrió al verlo sonreír. Y así sucesivamente. Me he preguntado dónde acabará la sonrisa que he comenzado. La sonrisa es contagiosa, pandémica, por muy gris que sea el día. Se propaga de rostro en rostro como un fuego blanco. Creo en el ser humano. Aunque el mundo parezca injusto. Una sonrisa basta para devolverme la confianza”.
Nos hace pensar en si nuestra alegría es influyente. En este mundo con tantas preocupaciones, prisas y angustias, donde siempre hay gente que solo ve problemas en casi todo, nuestra alegría puede ser medicinal. Así que es bueno hacer esa reflexión. Como Sancho le animaba a hacerla a D. Quijote: “Sancho es quien aconseja ahora al caballero andante, mientras éste cabalga ensimismado por las desdichas del encantamiento de su Dulcinea, transformada en aldeana: −Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas de Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tenga los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué decaimiento es este? ¿Estamos aquí o en Francia? (II parte, cap 11).
Pues eso, dónde estamos, que ven los demás en nuestra vida de cristianos, tenemos que preguntarnos con frecuencia.