Durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha continuado su catequesis sobre el Padrenuestro. En esta ocasión se ha centrado en la parte “Hágase tu voluntad”. Ha dicho que debe leerse en continuidad a las dos frases precedentes; “santificado sea tu nombre” y “venga a nosotros tu Reino”
Queridos hermanos:
Continuamos con la catequesis sobre el Padrenuestro, y lo hacemos reflexionando sobre la tercera invocación: «Hágase tu voluntad» que se une a las dos primeras de este tríptico: «sea santificado tu nombre» «venga tu Reino». Dios siempre toma la iniciativa para salvarnos, y nosotros lo buscamos en la oración, y descubrimos que Él ya nos estaba esperando. Esa es la voluntad de Dios y es lo que pedimos para que se cumpla su plan de salvación.
Como nos dice la primera carta a Timoteo, Dios quiere que todos los hombres se salven. Por tanto, cuando pedimos a Dios «hágase tu voluntad» quiere decir que no nos resignamos a un destino que no conocemos ni compartimos, sino que confiamos en Él, como nuestro Padre, que desea para nosotros el bien y la vida. Las insidias del mundo, que llenan de obstáculos ese proyecto, son vencidas por la fuerza de una oración que pide, como el profeta, cambiar las espadas en arados y las lanzas en podaderas. Si rezamos es porque creemos que estas realidades de destrucción y muerte, pueden ser transformadas en instrumentos para generar fecundidad y vida. Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros, y confiando en Él, nos abandonamos en sus manos también en el momento de la prueba, seguros de que escucha nuestro grito y nos hará justicia sin tardar.
Siguiendo nuestras catequesis sobre el “Padrenuestro”, hoy nos detenemos en la tercera invocación: «Hágase tu voluntad». Debe leerse en unidad a las otras dos −«santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino»−, de modo que el conjunto forme un tríptico: «santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad». Hoy hablaremos de la tercera.
Antes del cuidado del mundo por parte el hombre, está el cuidado incansable que Dios tiene respecto al hombre y al mundo. Todo el Evangelio refleja este “inversión” de perspectiva. El pecador Zaqueo sube a un árbol porque quiere ver a Jesús. Pero no sabe que, mucho antes, Dios se había puesto a buscarlo. Jesús, cuando llega, le dice: «Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa» (Lc 19,5). Y al final declara: «porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). ¡Esa es la voluntad de Dios, la que nosotros pedimos que se haga! ¿Cuál es la voluntad de Dios encarnada en Jesús? ¡Buscar y salvar lo que estaba perdido! Y nosotros, en la oración, pedimos que la búsqueda de Dios tenga buen fin, que su designio universal de salvación se cumpla, primero, en cada uno de nosotros, y luego en todo el mundo. ¿Habéis pensado qué significa que Dios esté buscándome a mí? Cada uno puede decir: “¿Dios me busca?” −“Sí, te busca a ti, te busca a ti, a mí y a cada uno”. “¿Personalmente?” −“¡Personalmente!” ¡Qué grande es Dios! ¡Cuánto amor hay detrás de esto!
Dios no es ambiguo, no se esconde detrás de enigmas, ni ha planificado el futuro del mundo de manera indescifrable. No, Él es claro. Si no comprendemos esto, corremos el riesgo de no entender el sentido de la tercera expresión del “Padrenuestro”. De hecho, la Biblia está llena de expresiones que nos cuentan la voluntad positiva de Dios respecto al mundo. En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos una selección de citas que manifiestan esta fiel y paciente voluntad divina (cfr. nn. 2821-2827). Y San Pablo, en la Primera Carta a Timoteo escribe: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,4). Esta, sin sombra de duda, es la voluntad de Dios: la salvación del hombre, de los hombres, de cada uno de nosotros… Dios, con su amor, llama a la puerta de nuestro corazón. ¿Para qué? Para atraernos, para atraernos a Él, y llevarnos adelante por el camino de la salvación. Dios está cerca de cada uno de nosotros con su amor, para llevarnos de la mano a la salvación. ¡Cuánto amor hay tras esto!
Así pues, rezando “hágase tu voluntad”, no se nos invita a doblar servilmente la cabeza, como si fuésemos esclavos. ¡No, Dios nos quiere libres! Y es el amor de Dios el que nos libera. El “Padrenuestro”, de hecho, es la oración de los hijos, no de los esclavos, de los hijos que conocen el corazón de su padre y están seguros de su designio de amor. ¡Ay de nosotros si, pronunciando estas palabras, alzásemos los hombros como señal de rendición ante un destino que nos disgusta y no podemos cambiar. Al contrario, es una oración llena de ardiente confianza en Dios, que quiere para nosotros el bien, la vida, la salvación. Una oración valiente, incluso combativa, porque en el mundo hay tantas, demasiadas realidades que no son según el plan de Dios. Las conocemos todos. Parafraseando al profeta Isaías, podríamos decir: “Aquí, Padre, hay guerra, prevaricación, explotación; pero sabemos que tú quieres nuestro bien, y por eso te suplicamos: ¡hágase tu voluntad! Señor, derriba los planes del mundo, transforma las espadas en arados, y las lanzas en hoces, que nadie se vuelva a ejercitar en el arte de la guerra (cfr. Is 2,4). ¡Dios quiere la paz!
El “Padrenuestro” es una oración que enciende en nosotros el mismo amor de Jesús por la voluntad del Padre, una llama que empuja a transformar el mundo con amor. El cristiano no cree en un “hecho” ineludible. No hay nada aleatorio en la fe de los cristianos. Por el contrario, hay una salvación que espera manifestarse en la vida de cada hombre y mujer, y de cumplirse en la eternidad. Si rezamos es porque creemos que Dios puede y quiere transformar la realidad venciendo el mal con el bien. A ese Dios tiene sentido obedecerle y abandonarse incluso en la hora de la prueba más dura.
Así fue para Jesús en el huerto de Getsemaní, cuando experimentó la angustia y rezó: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Jesús es aplastado por el mal del mundo, pero se abandona confiadamente al océano de amor de la voluntad del Padre. Tampoco los mártires, en sus pruebas, buscaban la muerte, buscaban el después de la muerte, la resurrección. Dios, por amor, puede llevarnos a caminar por senderos difíciles, experimentar heridas y espinas dolorosas, pero nunca nos abandonará. Siempre estará con nosotros, junto a nosotros, dentro de nosotros. Para un creyente esta, más que una esperanza, es una certeza. Dios está conmigo. La misma que encontramos en aquella parábola del Evangelio de Lucas dedicada a la necesidad de rezar siempre. Dice Jesús: «¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza» (18,7-8). Así es el Señor, así nos ama, así nos quiere. Pero, yo tengo ganas de invitaros, ahora, a rezar todos juntos el Padrenuestro. Y los que no sepan italiano, que lo recen en su propia lengua. Recemos juntos: Padrenuestro…
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en concreto al Seminario de la Sociedad San Juan María Vianney, a los jóvenes y a todas las personas de Francia, Mónaco, Suiza y Bélgica. En este tiempo de Cuaresma, contemplemos a Jesús en Getsemaní, aplastado por el mal, pero confiadamente abandonados a la voluntad del Padre. Dios puedes guiarnos por senderos difíciles y dolorosos, pero —es una certeza— nunca nos abandonará. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Bélgica, Croacia, Noruega, Nigeria, Indonesia, Japón, Singapur, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos de América. Con fervientes deseos de que esta Cuaresma sea un tiempo de gracia y renovación espiritual para vosotros y vuestras familias, invoco todo el gozo y la paz del Señor Jesús.
Cordialmente saludo a los peregrinos de lengua alemana. De Viena ha venido el movimiento interreligioso Earth Caravan en peregrinación por la justicia y la paz. Empeñémonos en descubrir cada vez más a fondo la voluntad de Dios, para nosotros y para nuestra vida, para nuestras comunidades y para el mundo entero. Procuremos ser ardientes colaboradores de su voluntad salvífica. ¡Buena Cuaresma a todos!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de América Latina, de modo particular a la Fundación Manos Unidas de España que, desde el compromiso cristiano en su campaña contra el hambre, busca cumplir la voluntad de Dios para que a nadie falte el pan cotidiano ni lo necesario en sus vidas. Pidamos al Señor que nuestro testimonio y nuestra oración, sean el revulsivo para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven. Que Dios los bendiga a todos. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en concreto a los fieles brasileños de Ribeirão Preto. Queridos amigos, en el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos recomienda aumentar el tiempo que dedicamos a la oración. Que esos momentos de diálogo filial con Dios nos ayuden a redescubrir cada vez más su amor infinito por cada uno de nosotros y así convertirnos en instrumentos de misericordia y paz. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los que vienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, san Pablo nos enseña que en nuestra oración debemos abrirnos a la presencia del Espíritu Santo, el cual reza en nosotros con gemidos inenarrables, para llevarnos a unirnos a Dios con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser. Así el Espíritu de Cristo se convierte en la fuerza de nuestra débil oración, el fuego de nuestra árida oración, dándonos la verdadera libertad interior, enseñándonos a vivir afrontando las pruebas de la existencia, con la certeza de no estar solos. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Ayer celebramos la solemnidad de San José. La protección que ofreció a la Sagrada Familia sea para nosotros un ejemplo significativo. Como hizo San José, protejamos a Jesús en nosotros, cuando hoy lo recibamos en la Eucaristía y en la escucha de su palabra. Con el mismo amor, dirijámonos a María pidiendo su apoyo y buen consejo en la vida diaria. Aprendamos de San José la confianza en Dios, la humildad, la valentía y la obediencia. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Capitulares de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María; a los participantes en el encuentro promovido por el Movimiento de los Focolares y a los Diáconos de la diócesis de Milán. Saludo a los grupos parroquiales, en concreto al de Gesualdo; a las Unidades pastorales de San Martino in Campo; a la Universidad Campus Bio-Médico de Roma; a las Asociaciones: AIDO de Alessandria; Rosas Blancas en el asfalto de Senigallia; Ciudadanía activa de Bronte; al Coro de manos blancas de Melissano, y a los Institutos de enseñanza: ¡hay tantos!
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El camino de Cuaresma, que estamos recorriendo, sea ocasión para cada uno de auténtica conversión, para que podamos llegar a la plena madurez de fe en Cristo, deseosos de difundir su Evangelio en todo ambiente de vida en que nos encontremos.
En estos días, grandes inundaciones han sembrado luto y devastación en diversas regiones de Mozambique, Zimbabue y Malawi. A esas queridas poblaciones expreso mi dolor y cercanía. Encomiendo las muchas víctimas y sus familias a la misericordia de Dios e imploro consuelo y ayuda para cuantos son afectados por esta calamidad.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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