El Papa ha continuado hoy su catequesis sobre el Padrenuestro: “cuando en un mundo tan marcado por el pecado y el sufrimiento rezamos con la expresión ‘venga a nosotros tu Reino’, le pedimos a Dios que no se aleje de nosotros, que lo necesitamos”
Queridos hermanos:
Nos fijamos hoy en la segunda invocación del Padre nuestro, que dice: “Venga a nosotros tu Reino”. Jesús ya desde el comienzo de su misión anunciaba la llegada del Reino, y animaba a la gente a convertirse para acoger en sus vidas la Buena Noticia de la salvación.
Cuando en un mundo tan marcado por el pecado y el sufrimiento rezamos con la expresión “venga a nosotros tu Reino”, le pedimos a Dios que no se aleje de nosotros, que lo necesitamos.
En sus parábolas, Jesús enseñó que el Reino de Dios crece y se propaga con paciencia y mansedumbre. Que a pesar de tener una apariencia humilde, como un grano de mostaza o un poco de levadura, lleva dentro una fuerza capaz de transformar los corazones y el mundo. Estas parábolas manifiestan también el misterio de Cristo, de su muerte y resurrección. Él es como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar mucho fruto.
Así, cuando decimos en el Padre nuestro “venga a nosotros tu Reino”, nuestro corazón se llena de luz con la esperanza de Cristo que viene a nuestro encuentro.
Cuando rezamos el Padrenuestro, la segunda invocación con la que nos dirigimos a Dios es «venga a nosotros tu Reino» (Mt 6,10). Después de haber rezado para que se santificado su nombre, el creyente expresa el deseo de que se apresure la venida de su Reino. Ese deseo brotó, por así decir, del corazón mismo de Cristo, que inició su predicación en Galilea proclamando: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Estas palabras no son en absoluto una amenaza; al contrario, son un alegre anuncio, un mensaje de alegría. Jesús no quiere empujar a la gente a convertirse sembrando el miedo del juicio inminente de Dios o el sentido de culpa por el mal cometido. Jesús no hace proselitismo: simplemente anuncia. Al contrario, la que Él trae es la Buena Noticia de la salvación, y a partir de esa llama a convertirse. Cada uno está invitado a creer en el “Evangelio”: el señorío de Dios se hizo cercano a sus hijos. Eso es el Evangelio: el señorío de Dios se hace cercano a sus hijos. Y Jesús anuncia esta cosa maravillosa, esta gracia: Dios, el Padre, nos ama, está cerca y nos enseña a caminar por la senda de la santidad.
Las señales de la venida de ese Reino son muchas y todas positivas. Jesús inicia su ministerio preocupándose de los enfermos, ya sea del cuerpo o del espíritu, de los que vivían una exclusión social −por ejemplo los leprosos−, de los pecadores vistos con desprecio por todos, incluso por los que eran más pecadores que ellos pero aparentaban ser justos. ¿Y Jesús a esos cómo los llama? ¡Hipócritas! Jesús mismo indica esos signos, las señales del Reino de Dios: «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio» (Mt 11,5).
“¡Venga a nosotros tu Reino!”, repite con insistencia el cristiano cuando reza el Padrenuestro. Jesús ha venido; pero el mundo todavía está marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas de explotación, pensemos en la trata de niños, por ejemplo. Todos esos hechos son la prueba de que la victoria de Cristo aún no se ha realizado completamente: tantos hombres y mujeres viven todavía con el corazón cerrado. Es sobre todo en esas situaciones cuando en los labios del cristiano aflora la segunda invocación del Padrenuestro: “¡Venga a nosotros tu reino!”. Que es como decir: “¡Padre, te necesitamos! ¡Jesús, te necesitamos, necesitamos que en todas partes y para siempre Tú seas Señor entre nosotros! Venga a nosotros tu reino, sé tú entre nosotros”.
A veces nos preguntamos: ¿cómo es posible que ese Reino se realice tan lentamente? A Jesús le gusta hablar de su victoria con el lenguaje de las parábolas. Por ejemplo, dice que el Reino de Dios es semejante a un campo donde crecen juntos el trigo y la cizaña: el peor error sería querer intervenir enseguida extirpando del mundo las que nos parecen malas hierbas. Dios no es como nosotros, Dios tiene paciencia. No es con violencia como se instaura el Reino en el mundo: su estilo de propagación es la mansedumbre (cfr. Mt 13,24-30).
El Reino de Dios es ciertamente una gran fuerza, la más grande que hay, pero no según los criterios del mundo; por eso nunca parece tener mayoría absoluta. Es como la levadura que se mezcla con la harina: aparentemente desaparece, sin embargo es precisamente la que hace fermentar la masa (cfr. Mt 13,33). O es como un grano de mostaza, tan pequeño, casi invisible, pero que lleva en sí la fuerza explosiva de la naturaleza, y una vez crecido se convierte en el más grande de todos los árboles del huerto (cfr. Mt 13,31-32).
En ese “destino” del Reino de Dios se puede intuir la trama de la vida de Jesús: también Él fue para sus contemporáneos un signo débil, un evento prácticamente desconocido para los historiadores oficiales de su tiempo. Un «grano» se definió Él mismo, que muere en la tierra pues solo así puede dar «mucho fruto» (cfr. Jn 12,24). El símbolo de la semilla es elocuente: un día el granjero lo hunde en la tierra (un gesto que parece una sepultura), y luego, «duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,27). Una semilla que germina es más obra de Dios que del hombre que la sembró (cfr. Mc 4,27). Dios nos precede siempre, Dios siempre sorprende. Gracias a Él después de la noche del Viernes Santo viene un alba de Resurrección capaz de iluminar de esperanza el mundo entero.
“¡Venga a nosotros tu Reino!”. Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y nuestros fracasos. Regalémosla a las personas derrotadas y abatidas por la vida, a quien ha saboreado más odio que amor, a quien ha vivido días inútiles sin entender nunca porqué. Démosla a los que han luchado por la justicia, a todos los mártires de la historia, a los que han llegado a la conclusión de que han luchado por nada y que el mal siempre domina en este mundo. Oiremos entonces la oración del Padrenuestro responder. Repetirá por enésima vez esas palabras de esperanza, las mismas que el Espíritu puso como sello de todas las Sagradas Escrituras: “Sí, voy enseguida”: esa es la respuesta del Señor. “Voy enseguida. Amén”. Y la Iglesia del Señor responde: “Ven, Señor Jesús” (cfr. Ap 22,20). “Venga a nosotros tu reino” es como decir “Ven, Señor Jesús”. Y Jesús dice: “Voy enseguida”. Y Jesús viene, a su modo, pero todos los días. Confiemos en esto. Y cuando recemos el Padrenuestro digamos siempre: “Venga a nosotros tu reino”, para sentir en el corazón: “Sí, sí, voy, y voy enseguida”. Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de países francófonos, en concreto a los jóvenes de Francia, Suiza y Bélgica. Durante esta Cuaresma, que inicia hoy, os invito a rezar y trabajar para que el Reino de Dios se establezca en nuestro mundo y par que sepamos discernir sus señales. Feliz Cuaresma a todos y que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Gales, India, Filipinas y Estados Unidos de América. A todos deseo que el camino cuaresmal que hoy iniciamos nos lleve a la alegría de la Pascua con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz en Cristo nuestro Redentor.
Con afecto saludo a los peregrinos provenientes de países de lengua alemana. Una particular bienvenida al Franziskus-Chor de Limburg y al Minichor de los monaguillos de Brunico. Abrámonos siempre a la obra del Espíritu Santo. Como instrumentos suyos queremos contribuir a la venida del Reino de Dios, llevando la esperanza del Evangelio a nuestros vecinos. Feliz Cuaresma a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. En particular saludo a los participantes en el “Encuentro Mundial de Transportistas y Empresarios, sobre Cambio climático, Tráfico humano, Tecnología y Transporte”, organizado por la Academia Pontificia de las Ciencias sociales. Que el estudio de Laudato si’ los ayude a dar pasos significativos de justicia y solidaridad. Y a todos les deseo un feliz comienzo de Cuaresma, tiempo de conversión y de misericordia: que la oración, la limosna y el ayuno nos ayuden a renovar nuestra vida cristiana, participando en la Pascua del Señor. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los grupos escolares de Bragança, Cabeceiras de Basto, Lourinhã, Oeiras y Viseu y también a los fieles de las parroquias de Moreira y Pouso Alegre. A vosotros y a todos los peregrinos de lengua portuguesa deseo un fructuoso camino cuaresmal que os permita encontrar y seguir más de cerca a Jesús, hasta poder decir, con San Pablo, «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, “¡Venga a nosotros tu reino!”. Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y fallos. Regalémosla a las personas abatidas y hundidas por la vida, y oiremos responder entonces la oración del Padrenuestro. El Señor os vendida.
Saludo cordialmente a todos los polacos aquí presentes. Iniciamos el tiempo de Cuaresma. La liturgia del Miércoles de Ceniza, de modo particular el rito de la imposición de la ceniza en la cabeza, nos ayuda a comprender nuestra fugacidad, la necesidad de la penitencia, del ayuno y de la renuncia. Abramos nuestro corazón, nuestra mente para entender de modo correcto el sentido de nuestra vida a la luz de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. De corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Hermanos Maristas; a las Hermanas Hijas de la Iglesia y a los jóvenes de la iniciación cristiana de la Parroquia de Arquà Petrarca. Doy la bienvenida a los fieles de Bisignano, con motivo de la bendición de la imagen de San Humilde que se venera en el Santuario local. Saludo a la Asociación “Acogida sin fronteras” de Matera; y a los Institutos de enseñanza, en particular al de Legnano y de Corbetta.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy, Miércoles de Ceniza, inicia el camino cuaresmal. Espero que cada uno viva este tiempo con un auténtico espíritu penitencial y de conversión, como una vuelta al Padre, que espera a todos con los brazos abiertos para admitirnos a la comunión más íntima con Él.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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