Encuentro de oración por la paz en Oriente Medio: El Papa y los patriarcas cristianos se han reunido hoy en Bari para rezar por la paz en Oriente Medio
Presentación del Encuentro del Santo Padre con los Jefes de las Iglesias y
Comunidades cristianas del Medio Oriente (Martes, 3 de julio de 2018)
Intervención del Cardenal Leonardo Sandri,
Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales
Es conocida por todos la atención que, en línea con sus Predecesores, el Santo Padre Francisco ha prestado al Oriente desde el inicio de su Pontificado; dicha atención se desarrolla en tres dimensiones, pero se unen en un único abrazo.
a) la del Oriente que ya está en plena comunión con la Iglesia católica: en la Misa de inicio del Pontificado, ante la Confesión del Apóstol Pedro, el Santo Padre rezó rodeado de los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias Orientales Católicas; también tuvo con ellos un encuentro privado durante las Sesiones Plenarias de la Congregación para las Iglesias Orientales, en noviembre de 2013 y octubre de 2017; y ha recibido a algunas de las Iglesias patriarcales en Visita ad Limina y a cada Patriarcaen diversas ocasiones. En el caso de los nuevos Patriarcas elegidos (copto, armenio, melquita), decidió presidir personalmente la significación públicade la “ecclesiastica communio” durante la celebración eucarística matutina en Santa Marta.
b) la del Oriente ortodoxo y ortodoxo oriental, de la que podrá aportar más el Cardenal Koch: palabras y gestos de acogida, de insistencia en abrir puertas y señalar caminos, compartir el dolor acuñando la conocida expresión del ecumenismo de la sangre. Pensemos en la cercanía expresa a la Iglesia copta con ocasión del martirio de algunos de sus fieles por parte del DAESH, por los atentados con bomba en algunas iglesias. En la relación entre católicos orientales y ortodoxos orientales no puedo dejar de citar aquí el gesto fortísimo en el que el PapaTawadros y el Patriarca Ibrahim, copto católico, quisieron cada uno estar presentes y felicitar la entronización del uno y del otro, así como la celebración de la proclamación de Doctor de la Iglesia reconocido a San Gregorio de Nareken presencia de todos los Patriarcas armenios, católico y apostólicos, en abril del 2015, y también para la inauguración de la estatua del santo en los jardines vaticanos el pasado abril;
c) la dimensión del diálogo interreligioso: en el Medio Oriente hasta los mismos creyentes islámicos son heridos y sufren por los que han usado violencia profanando el nombre de Dios, que es paz, y también ellos han sido obligados a dejar sus casas y sus tierras, junto a las minorías, no solo cristiana sino también yazidí de Irak. Memorable el viaje apostólico a Egipto en abril de 2016 y el encuentro en la Universidad Al-Ahzar.
El único abrazo se expresa en la constante atención, dirigida mediante llamamientos a la oración e iniciativas de paz, al socorro de los que sufren o son obligados a partir y buscar refugio de la violencia o las persecuciones: quien usaba violencia no pedía primero “el carné de identidad” de la confesión cristiana de pertenencia (católico, ortodoxo, apostólico etc., musulmán sunita, chiita, etc.); quien es ayudado no se clasifica sino que se acoge en cuanto hombre, mujer o niño (pensemos en el viaje a la Isla de Lesbos); se reza unidos y juntos como en el Santo Sepulcro durante el viaje a Tierra Santa en mayo de 2015, en los Jardines Vaticanos unas semanas después, en la jornada de ayuno y oración por Siria, culminada en la vigilia en la Plaza de San Pedro en septiembre de 2013.
No se puede olvidar además el trabajo diario realizado por la Secretaría de Estado, en la persona del Cardenal Secretario, del Secretario para las Relaciones con los Estados y todos los Representantes Pontificios.
La idea de un encuentro como el que se tendrá en Bari viene de lejos y de muchas voces: diversas Iglesias o Patriarcas lo pidieron directamente al Santo Padre durante su visita a Roma −recuerdo por ejemplo la caldea y la asiria de Oriente− o por escrito, como el trasmitido en febrero de 2016 por el Patriarca maronita Cardenal Béchara Boutros Raï en nombre de los demás Patriarcas católicos del Medio Oriente, reunidos en asamblea, con la aprobación y la disponibilidad de intervención también de algunos Jefes de Iglesias no católicas de la misma región.
El acto del 7 de julio tiene las notas de un gesto fuerte en su esencia. Constará de dos grandes momentos: la oración en el paseo marítimo junto a los fieles que quieran participar personalmente o a través de la televisión, y el momento de reflexión y escucha mutua entre el Santo Padre y los Jefes de las Iglesias y Comunidades Eclesiales del Medio Oriente, aportando cada uno su propio punto de vista, observaciones y propuestas. A la introducción, que se ha confiado a Mons. Pierbattista Pizzaballa, Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, seguirá un tiempo de intervenciones libres. Toda esta parte se realizará a puerta cerrada. Está previsto que el Santo Padre dirija unas palabras al inicio de la oración pública y al término del encuentro. Cuando se vuelvan a abrir las puertas de la Basílica de San Nicolás, el Papa Francisco y los demás presentes acudirán al atrio y liberarán palomas que les habrán entregado unos niños: gesto profético, porque sobre todo a los niños y a las jóvenes generaciones del Medio Oriente debemos devolver esa esperanza que las malas acciones o la simple indiferencia en estos años les han robado.
Bari, ciudad que conserva las reliquias de San Nicolás, y venera a la Madre de Dios bajo el título de Odegitria (la que nos guía en el camino) es lugar simbólico: presencia del Oriente en Occidente, lugar de peregrinación y meta de esperanza.
Agradecimientos: el camino de preparación, querido con determinación por el Santo Padre, luego fue llevado adelante por nuestro Dicasterio con un primer intercambio de noticias con el profesor Riccardi, de la Comunidad de San Egidio, y seguido con la Secretaría de Estado, la Prefectura de la Casa Pontificia, la Dirección de Seguridad del Estado de la Ciudad del Vaticano, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y en estrecho contacto con la Archidiócesis de Bari-Bitonto. Los cantos serán interpretados por el coro de la Archidiócesis, con fragmentos solistas en árabe y arameo realizados gracias a la presencia de algunos alumnos del Pontificio Instituto de Música Sacra pertenecientes a la Iglesia Caldea, Melquita y Maronita. El Evangelio será cantado en lengua árabe por un diácono nativo de Siria. En el folleto de la oración, que estará disponible, podréis ver que se utilizarán diversas lenguas además del italiano: francés, inglés, árabe, griego, sirio occidental y oriental, armenio. Particular agradecimiento a la redacción de Vatican Media y a la oficina teológico-pastoral, por la realización del videoclip que hemos visto al principio y que servirá para relanzar la atención y la oración en preparación del encuentro de Bari.
El Santo Padre, desde el anuncio del encuentro el pasado 25 de abril, ha pedido que se prepare y acompañe con la oración el acto del 7 de julio, llamamiento renovado en el Ángelus del domingo 1 de julio y en un tweet del mismo día. Las Diócesis italianas a través del Presidente, Cardenal Bassetti, y las europeas, a través del Cardenal Bagnasco, Presidente CCEE, han sido invitadas a una particular sensibilización en las parroquias, y para Italia se ha enviado un esquema de textos y oraciones.
Acerca de la presencia de Patriarcas de las Iglesias Orientales Católicas del Medio Oriente, estarán todos presentes (copto, sirio, maronita, caldeo, armenio) excepto el melquita que será representado por el Metropolitano de Alepo, y el Administrador Apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén.
Intervención del Cardenal Kurt Koch,
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
El Medio Oriente es la tierra de origen del cristianismo. Ocupa por ese motivo un puesto único en el movimiento por la unidad de los cristianos. El Movimiento ecuménico está desde siempre convencido de que, profundizando en sus raíces comunes, los cristianos pueden encontrar caminos de unidad. No es, pues, casualidad que el acto que marcó el inicio del "diálogo de caridad" entre católicos y ortodoxos haya tenido lugar en Jerusalén. Me refiero a la peregrinación que el Beato Pablo VI y el Patriarca Atenágoras hicieron juntos el 6 de enero de 1964. En la tierra donde Cristo fundó su Iglesia y derramó su sangre por ella, los dos Primados intercambiaron el beso de la paz, escucharon la lectura del capítulo 27 del Evangelio de San Juan y rezaron juntos la Oración Dominical, comprometiéndose juntos y de modo irreversible por la vía de la unidad.
El Medio Oriente, tierra de los orígenes, es también una de las regiones del mundo donde la situación de los cristianos es más precaria. A causa de las guerras y las persecuciones, muchas familias abandonan su patria histórica en busca de seguridad y de un futuro mejor. El porcentaje de cristianos en Medio Oriente ha disminuido drásticamente en el arco de un siglo: mientras representaban el 20% de la población del Medio Oriente antes de la primera guerra mundial, ahora son solo el 4%.
Región martirizada, el Medio Oriente es también un lugar donde las relaciones ecuménicas son más fuertes y prometedoras, en particular entre ortodoxos y católicos. Quisiera mencionar tres dimensiones principales: el ecumenismo de la vida, el ecumenismo de la santidad y el ecumenismo de la sangre.
La situación de minoría en la que se encuentran los cristianos en Medio Oriente es motivo urgente para reunirse en lo que podría definirse un ecumenismo de la vida. En su Carta a los cristianos en Medio Oriente, el Papa Francisco se alegró del ecumenismo concreto vivido por los cristianos en Medio Oriente: "En medio de las enemistades y los conflictos, la comunión vivida entre vosotros, con fraternidad y sencillez, es un signo del Reino de Dios" (21-XII-2014). Este ecumenismo de la vida se ha traducido a veces en acuerdos pastorales que prevén, en caso de necesidad, el acceso a los sacramentos de otras Iglesias por parte de los fieles: por ejemplo, entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa siria (1984) y entre la Iglesia caldea y la Iglesia asiria del Oriente (2001). Los cristianos en Medio Oriente muestran la vía de la unidad a sus hermanos occidentales.
El difícil contexto en que se encuentran los cristianos transforma rápidamente el ecumenismo de la vida en un ecumenismo de santidad. El decreto conciliar Unitatis redintegratio subraya que la santidad de la vida es la mejor garantía de la unidad cristiana: cuanto más se acercan los cristianos a Dios, más se acercan el uno al otro (UR7). Es obvio que la difícil situación de los cristianos del Medio Oriente es para ellos una llamada a la santidad y, por eso, una prenda de unidad. En su misma Carta a los cristianos en Medio Oriente, el Santo Padre subraya esta llamada ecuménica a la santidad para los cristianos en todas las Iglesias del Medio Oriente: “La situación en que vivís es una fuerte llamada a la santidad de vida, como así lo han atestiguado los santos y mártires de diversa pertenencia eclesial”.
Cuando las dificultades se convierten en sufrimiento, ese ecumenismo de santidad se vuelve ecumenismo de la sangre. Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco hizo de este argumento uno de sus principales temas ecuménicos. Entre las diversas afirmaciones, recuerdo sus palabras pronunciadas en el Santo Sepulcro de Jerusalén: "Cuando los cristianos de varias denominaciones se encuentran sufriendo juntos, uno al lado del otro, y ayudándose el uno al otro con caridad fraterna, se realiza un ecumenismo del sufrimiento, el ecumenismo de la sangre (…). Aquellos que por odio a la fe matan y persiguen a los cristianos, no les preguntan si son ortodoxos o católicos, son cristianos. La sangre cristiana es la misma” (25-V-2014).
La situación en que viven los cristianos en Medio Oriente es un incentivo ecuménico no solo para ellos, sino también para los cristianos de todo el mundo. Así, las varias declaraciones conjuntas firmadas por el Papa y otros Jefes de Iglesias han tenido a menudo como punto de apoyo la común preocupación por los cristianos en Medio Oriente, como las declaraciones conjuntas con el Patriarca Bartolomé en Jerusalén (25-V-2014) y Estambul (30-XI-2014), con el Patriarca armenio Karekin en Echmiadzin (26-VI-2016), con el Papa Tawadros en El Cairo (28-IV-2017), con el Patriarca Kirill en la Habana (12-II-2016). La difícil situación de los cristianos en Medio Oriente promueve así el reacercamiento ecuménico a nivel universal. En ese sentido, los sufrimientos de esos hermanos y hermanas en la fe no habrán sido en vano.
Para terminar, después de estas observaciones de naturaleza ecuménica, quisiera recordar algunos principios de la Iglesia católica respecto a los cristianos en Oriente Medio.
La primera de esas convicciones, muy sencilla, es la siguiente: los cristianos solo permanecerán en la región si se restablece la paz. Por eso, desde el inicio de la crisis, la Iglesia católica ha pedido incansablemente el restablecimiento de la paz, sobre todo a través de la búsqueda de una solución política. Esta llamada incluso tomó forma de oración y ayuno. En concreto, quisiera recordar la organización en toda la Iglesia católica, por iniciativa del Papa Francisco, de una jornada de oración y ayuno por la paz en Siria y en Medio Oriente, el 7 de septiembre de 2013.
Un segundo principio es que no es posible imaginar un Medio Oriente sin cristianos: y no solo por razones religiosas, sino incluso por razones políticas y sociales, porque los cristianos son un elemento esencial de equilibrio de la región. Como observó el Papa Benedicto XVI en su Exhortación apostólica sobre el Medio Oriente: “Un Oriente Medio con pocos o sin cristianos ya no es Oriente Medio, pues los cristianos participan con otros creyentes en la identidad tan singular de la región” (31).
Un tercer principio es la necesidad de proteger los derechos de toda persona y de toda minoría. El primado del derecho, incluido el respeto por la libertad religiosa y la igualdad ante la ley, basado en el principio de ciudadanía prescindiendo del origen étnico o de la religión, ha sido repetidamente subrayado por la Iglesia católica como principio fundamental para la realización y el mantenimiento de una coexistencia pacífica y fructífera entre las varias comunidades en Medio Oriente. El Secretario de Estado de la Santa Sede, Cardenal Pietro Parolin, recordó con claridad: “Los cristianos no quieren ser una ‘minoría protegida’ y benévolamente tolerada. Quieren ser ciudadanos cuyos derechos son defendidos y garantizados junto a todos los demás ciudadanos” (Return to the roots. Conference on the Nineveh Reconstruction Hel, 27-IX-2017, Roma).
Una cuarta convicción fundamental es la urgente necesidad de seguir el diálogo interreligioso, en el que el Papa Francisco insiste particularmente en su Carta a los cristianos en Medio Oriente: “El diálogo interreligioso es tanto más necesario cuanto más difícil es la situación. No hay otro camino. El diálogo basado en una actitud de apertura, en la verdad y en el amor, es también el mejor antídoto a la tentación del fundamentalismo religioso, que es una amenaza para los creyentes de todas las religiones”.
Sobre estas pocas convicciones, y sobre muchas otras, esperamos poder reflexionar y rezar durante el encuentro de Bari.
Sábado, 7 de julio de 2018
Queridos hermanos, hemos venido como peregrinos a Bari, ventana abierta al vecino Oriente, trayendo en el corazón a nuestras Iglesias, a los pueblos y a tantas personas que viven en situación de gran sufrimiento. A ellos les decimos: «Estamos cerca de vosotros». Queridos hermanos, os agradezco de corazón que hayáis venido hasta aquí con generosidad y premura. Y estoy muy agradecido a todos los que nos hospedáis en esta ciudad, ciudad del encuentro, ciudad de la acogida.
En nuestro camino común nos sostiene la Santa Madre de Dios, venerada aquí como Odegitria: la que muestra el camino. Aquí descansan las reliquias de san Nicolás, obispo de Oriente, cuya veneración surca los mares y atraviesa las fronteras de las Iglesias. Que el Santo taumaturgo interceda para curar las heridas que tantos llevan dentro. Aquí contemplamos el horizonte y el mar y nos sentimos impulsados a vivir esta jornada con la mente y el corazón dirigidos a Oriente Medio, encrucijada de civilizaciones y cuna de las grandes religiones monoteístas.
Allí nos visitó el Señor, «sol que nace de lo alto» (Lc 1,78). Desde allí, la luz de la fe se propagó por el mundo entero. Allí han surgido los frescos manantiales de la espiritualidad y del monacato. Allí se conservan ritos antiguos únicos e inestimables riquezas del arte sacro y de la teología; allí pervive la herencia de los grandes Padres en la fe. Esa tradición es un tesoro que hemos de proteger con todas nuestras fuerzas, porque en Oriente Medio están las raíces de nuestras mismas almas.
Pero sobre esta espléndida región se ha ido concentrando, especialmente en los últimos años, una densa nube de tinieblas: guerra, violencia y destrucción, ocupaciones y diversas formas de fundamentalismo, migraciones forzosas y abandono, y todo esto en medio del silencio de tantos y la complicidad de muchos. Oriente Medio se ha vuelto una tierra de gente que deja su propia tierra. Y existe el riesgo de que se extinga la presencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe, desfigurando el mismo rostro de la región, porque un Oriente Medio sin cristianos no sería Oriente Medio.
Esta jornada inicia con la oración, para que la luz divina disipe las tinieblas del mundo. Ya hemos encendido, delante de san Nicolás, la «lámpara de una sola llama», símbolo de la unidad de la Iglesia. Juntos deseamos encender hoy una llama de esperanza. Que las lámparas que colocaremos sean signo de una luz que todavía brilla en la noche. Pues los cristianos son luz del mundo (cfr. Mt 5,14), pero no solo cuando todo a su alrededor es radiante, sino también cuando, en los momentos oscuros de la historia, no se resignan a las tinieblas que todo lo envuelven y alimentan la mecha de la esperanza con el aceite de la oración y del amor. Porque, cuando se elevan las manos al cielo en oración y se da la mano al hermano sin buscar el propio interés, arde y resplandece el fuego del Espíritu, Espíritu de unidad, Espíritu de paz.
Recemos unidos, para pedir al Señor del cielo esa paz que los poderosos de la tierra todavía no han logrado encontrar. Que desde el curso del Nilo hasta el Valle del Jordán y más allá, pasando por el Orontes, el Tigris y el Éufrates, resuene el grito del Salmo: «La paz sea contigo» (122,8). Por los hermanos que sufren y por los amigos de cada pueblo y religión, repitamos: La paz sea contigo. Con el salmista, lo imploramos de modo particular para Jerusalén, la ciudad santa amada por Dios y herida por los hombres, sobre la cual el Señor aún llora: La paz sea contigo.
La paz: es el grito de tantos Abeles de la actualidad que sube al trono de Dios. Pensando en ellos, ya no podemos permitirnos decir −ni en Oriente Medio ni en cualquier otra parte del mundo−: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). La indiferencia mata, y nosotros queremos ser una voz que combate el homicidio de la indiferencia. Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas, porque hoy Oriente Medio llora, hoy sufre y calla, mientras otros lo pisotean en busca de poder y riquezas. Para los pequeños, los sencillos, los heridos, para aquellos que tienen a Dios de su parte, pedimos: La paz sea contigo. Que el «Dios de todo consuelo» (2Co 1,3), que sana los corazones destrozados y venda las heridas (cfr. Sal 147,3), escuche hoy nuestra oración.
Queridos hermanos y hermanas, estoy muy agradecido por el encuentro que hemos tenido la gracia de vivir. Nos hemos ayudado a redescubrir nuestra presencia de cristianos en Medio Oriente, como hermanos. Será tanto más profética cuanto más manifieste a Jesús, Príncipe de la paz (cfr. Is 9,5). Él no empuña la espada, sino que pide a los suyos devolverla a la vaina (cfr. Jn 18,11). También nuestro ser Iglesia está tentado por las lógicas del mundo, lógicas de poder y de beneficio, lógicas apresuradas y de conveniencia. Y está nuestro pecado, la incoherencia entre la fe y la vida, que oscurece el ejemplo. Sentimos que debemos convertirnos una vez más al Evangelio, garantía de auténtica libertad, y hacerlo con urgencia ahora, en la noche del Medio Oriente en agonía. Como en la noche angustiosa de Getsemaní, no serán la huida (cfr. Mt 26,56) o la espada (cfr. Mt 26,52) las que anticipen el alba radiante de Pascua, sino el don de sí a imitación del Señor.
La buena noticia de Jesús, crucificado y resucitado por amor, venida desde las tierras del Medio Oriente, ha conquistado el corazón del hombre a lo largo de los siglos porque está unida no a los poderes del mundo, sino a la fuerza inerme de la cruz. El Evangelio nos compromete a una diaria conversión a los planes de Dios, a encontrar solo en Él seguridad y consuelo, a anunciarlo a todos y a pesar de todo. La fe de los sencillos, tan arraigada en Medio Oriente, es fuente de la que sacar para abrevarnos y purificarnos, como sucede cuando volvemos a los orígenes, yendo como peregrinos a Jerusalén, en Tierra Santa o en los santuarios de Egipto, de Jordania, del Líbano, de Siria, de Turquía y de los demás lugares sagrados de aquellas regiones.
Animados los unos por los otros, hemos dialogado fraternalmente. Ha sido una señal de que el encuentro y la unidad hay que buscarlos siempre, sin miedo a las diversidades. Lo mismo la paz: debe cultivarse incluso en los terrenos áridos de las contraposiciones, porque hoy, a pesar de todo, no hay alternativa posible a la paz. Las treguas garantizadas por muros y pruebas de fuerza no traerán la paz, sino la voluntad real de escucha y diálogo. Nos comprometemos a caminar, rezar y trabajar, e imploramos que el arte del encuentro prevalezca sobre las estrategias del desencuentro, que a la ostentación de amenazantes signos de poder le sustituya el poder de los signos esperanzadores: hombres de buena voluntad y de credo diversos que no tienen miedo de hablarse, de acoger las razones ajenas y de ocuparse los unos de los otros. Solo así, procurando que a nadie le falte el pan y el trabajo, la dignidad y la esperanza, los gritos de guerra se cambiarán por cantos de paz.
Para hacer esto es esencial que quien detenta el poder se ponga definitiva y decididamente al verdadero servicio de la paz y no de sus propios intereses. ¡Basta del beneficio de pocos a costa de muchos! ¡Basta a las ocupaciones de tierras que hieren los pueblos! ¡Basta al prevalecer de las verdades partidistas sobre las esperanzas de la gente! ¡Basta de usar el Oriente Medio para beneficios extraños al Medio Oriente!
La guerra es la plaga que trágicamente asalta esta amada región. Y es víctima sobre todo la gente pobre. Pensemos en la martirizada Siria, en particular en la provincia de Deraa. Allí han vuelto feroces combates que han provocado un ingente número de desplazados, expuestos a sufrimientos terribles. La guerra es hija del poder y de la pobreza. Se derrota renunciando a las lógicas de supremacía y acabando con la miseria. Tantos conflictos han sido fomentados incluso por formas de fundamentalismo y de fanatismo que, disfrazados de pretextos religiosos, en realidad han blasfemado el nombre de Dios, que es paz, y perseguido al hermano que desde siempre vive a su lado. Pero la violencia está siempre alimentada por las armas. No se puede alzar la voz para hablar de paz mientras a escondidas se persiguen desenfrenadas carreras para el rearme. Es una gravísima responsabilidad, que pesa sobre la conciencia de las naciones, en concreto de las más poderosas. No nos olvidemos del siglo pasado, no olvidemos las lecciones de Hiroshima y Nagasaki, no se trasformen las tierras de Oriente, donde surgió el Verbo de la paz, en oscuras extensiones de silencio. ¡Basta de contraposiciones obstinadas, basta de la sed de ganancias, que no mira a la cara a nadie con tal de acaparar yacimientos de gas y combustible, sin cuidado por la casa común y sin escrúpulos de que el mercado de la energía dicte la ley de la convivencia entre los pueblos!
Para abrir senderos de paz, en cambio, debe dirigirse la mirada a quien suplica convivir fraternalmente con los demás. Se protejan todas las presencias, no solo las mayoritarias. Se abra también en Medio Oriente la senda hacia el derecho a la común ciudadanía, camino para un renovado porvenir. También los cristianos son y sean ciudadanos con pleno título, con iguales derechos.
Fuertemente angustiados, pero jamás privados de esperanza, volvemos la mirada a Jerusalén, ciudad para todos los pueblos, ciudad única y sagrada para cristianos, judíos y musulmanes de todo el mundo, cuya identidad y vocación debe preservarse más allá de las diversas disputas y tensiones, y cuyo status quo exige ser respetado según lo deliberado por la Comunidad internacional y repetidamente reclamado por las comunidades cristianas de Tierra Santa. Solo una solución negociada entre Israelitas y Palestinos, firmemente querida y favorecida por la Comunidad de las naciones, podrá conducir a una paz estable y duradera, y garantizar la coexistencia de dos Estados para dos pueblos.
La esperanza tiene el rostro de los niños. En Medio Oriente, desde hace años, un número increíble de pequeños llora muertes violentas en su familia y ve insidiada su tierra natal, a menudo con la única perspectiva de tener que huir. Eso es la muerte de la esperanza. Los ojos de muchos niños han pasado la mayor parte de su vida viendo escombros en vez de escuelas, oyendo el sordo estruendo de bombas en vez del ruido festivo de sus juegos. Que la humanidad escuche −os ruego− el grito de los niños, cuya boca proclama la gloria de Dios (cfr. Sal 8,3). Enjugando sus lágrimas es como el mundo recuperará la dignidad.
Pensando en los niños −¡no olvidemos a los niños!−, dentro de poco soltaremos al aire, junto a algunas palomas, nuestro deseo de paz. Que el anhelo de paz se eleve más alto que toda nube oscura. Que nuestros corazones se mantengan unidos y dirigidos al Cielo, en espera de que, como en los tiempos del diluvio, vuelva la rama tierna de la esperanza (cfr. Gen 8,11). Y el Medio Oriente deje de ser un tenso arco de guerra entre los continentes, sino un arca de paz acogedora para los pueblos y los credos. Amado Medio Oriente, que se disipen de ti las tinieblas de la guerra, del poder, de la violencia, de los fanatismos, de los beneficios inicuos, de la explotación, de la pobreza, de la desigualdad y de la falta de reconocimiento de los derechos. «La paz sea contigo» (Sal 122,8) −todos juntos: “La paz sea contigo”−, contigo la justicia, que sobre ti se pose la bendición de Dios. Amén.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción: Luis Montoya.
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