“La Confirmación como un signo visible de un don invisible”, tema de la catequesis del Santo Padre en la Audiencia general de este miércoles 30 de mayo de 2018
Queridos hermanos:
El rito de la confirmación tiene varios gestos litúrgicos que expresan la profundidad de este sacramento de la iniciación cristiana. Antes de recibir la unción que confirma y refuerza la gracia del bautismo, los candidatos son llamados a renovar las promesas bautismales y hacer profesión de fe. Después de un silencio orante, el Obispo extiende las manos sobre los confirmados e invoca la efusión del Espíritu sobre ellos. El Espíritu enriquece con sus dones a los miembros de la Iglesia, construyendo así la unidad en la diversidad.
Según la tradición apostólica, el Espíritu se comunica a través de la imposición de las manos.
A este gesto, se une la unción del aceite perfumado o crisma, que indica cómo el Espíritu entra hasta lo más profundo de nosotros, embelleciéndonos con tantos carismas. De este modo, el sacramento se confiere con la unción del santo crisma en la frente y pronunciando estas palabras: «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo». Es una señal visible del don invisible. Un carácter indeleble que nos configura más plenamente con Jesús y nos da la gracia para difundir por el mundo el buen olor de Cristo.
“La paz es más valiosa que el triunfo”
Queridos hermanos y hermanas, siguiendo con el tema de la Confirmación, hoy deseo resaltar la «íntima conexión de este sacramento con toda la iniciación cristiana» (Sacrosanctum Concilium, 71).
Antes de recibir la unción espiritual que confirma y refuerza la gracia del Bautismo, los confirmandos son llamados a renovar las promesas hechas un día por sus padres y padrinos. Ahora son ellos los que profesan la fe de la Iglesia, dispuestos a responder «creo» a las preguntas del Obispo; dispuestos, en concreto, a creer «en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy [les] será comunicado de un modo singular por el sacramento de la Confirmación, como fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés» (Rito de la Confirmación, n. 26).
Como la venida del Espíritu Santo requiere corazones recogidos en oración (cfr. Hch 1,14), después de la oración silenciosa de la comunidad, el Obispo, manteniendo las manos extendidas sobre los confirmandos, suplica a Dios que infunda en ellos su Santo Espíritu Paráclito. Uno solo es el Espíritu (cfr. 1Cor 12,4), pero viniendo a nosotros trae consigo riqueza de dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios (cfr. Rito de la Confirmación, nn. 28-29). Hemos oído el pasaje de la Biblia con esos dones que trae el Espíritu Santo. Según el profeta Isaías (11,2), esas son las siete virtudes del Espíritu infundidas en el Mesías para el cumplimento de su misión. También san Pablo describe el abundante fruto del Espíritu que es «amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia» (Gal 5,22-23). El único Espíritu distribuye los múltiples dones que enriquecen la única Iglesia: es el Autor de la diversidad, y al mismo tiempo el Creador de la unidad. Así el Espíritu da todas esas riquezas que son diversas, y del mismo modo hace la armonía, es decir, la unidad de todas las riquezas espirituales que tenemos los cristianos.
Por tradición recibida de los Apóstoles, el Espíritu que completa la gracia del Bautismo es comunicado mediante la imposición de las manos (cfr. Hch 8,15-17; 19,5-6; Hb 6,2). A ese gesto bíblico, para expresar mejor la efusión del Espíritu que invade a cuantos la reciben, se añadió en seguida una unción con óleo perfumado, llamado crisma[1], que sigue en uso hasta hoy, tanto en Oriente como en Occidente (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1289).
El aceite −el crisma− es sustancia terapéutica y cosmética, que entrando en los tejidos del cuerpo cura las heridas y perfuma los miembros; por estas cualidades fue tomado en la simbología bíblica y litúrgica para expresar la acción del Espíritu Santo que consagra e inunda al bautizado, embelleciéndolo con carismas. El Sacramento se confiere mediante la unción del crisma en la frente, realizada por el Obispo con la imposición de la mano y mediante las palabras: «Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo»2[2]. El Espíritu Santo es el don invisible otorgado y el crisma es el sello visible. Recibiendo en la frente la señal de la cruz con el óleo perfumado, el confirmado recibe una impronta espiritual indeleble, el “carácter”, que lo configura más perfectamente a Cristo y le da la gracia de extender entre los hombres el “buen olor de Cristo” (cfr. 2Cor 2,15).
Volvamos a escuchar la invitación de San Ambrosio a los recién confirmados. Dice: «Recuerda que has recibido el sello espiritual […] y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado, te ha confirmado Cristo Señor y ha puesto en tu corazón como prenda el Espíritu» (De mysteriis 7,42: CSEL 73,106; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1303). El Espíritu es un don inmerecido, que debemos acoger con gratitud, dejando sitio a su inagotable creatividad. Es un don para proteger con primor y secundar con docilidad, dejándonos plasmar, como la cera, por su ardiente caridad, «para reflejar a Jesucristo en el mundo de hoy» (Gaudete et exsultate, 23).
Saludo cordialmente a los peregrinos venidos de Francia y de otros países francófonos. Saludo en particular a los estudiantes de Estrasburgo y a los jóvenes de Niza, Aviñón y Seix. Queridos hermanos y hermanas, os invito a acoger en vosotros con agradecimiento los dones del Espíritu Santo, «para reflejar a Jesucristo en el mundo de hoy». Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Escocia, Corea, Indonesia, Singapur, Australia y Estados Unidos de América. Agradezco a los atletas coreanos su exhibición: ha sido una demostración de voluntad de paz: ¡una representación de las dos Coreas juntas! ¡Ha sido un mensaje de paz para toda la humanidad! Gracias. Dirijo un saludo particular, asegurando mi recuerdo en la oración, a las Hermanas Felicianas que celebran su Capítulo General. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Me alegra recibir a los peregrinos de lengua alemana. El Espíritu Santo es el gran don que el Señor nos da. Es importante que todos los fieles reciban el sacramento de la confirmación, para vivir plenamente la gracia del bautismo y para ser auténticos testigos de Cristo en el mundo. Que el Espíritu Santo nos colme con la abundancia de sus dones.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a acoger y custodiar con gratitud y docilidad este hermoso regalo que nos da Dios, que es su Espíritu, de modo que el fuego de su amor plasme en nosotros la imagen de Jesús para poder ser discípulos misioneros en el mundo de hoy. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Con gran afecto saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los grupos brasileños venidos de Criciúma, Imbuí y Trindade y también al «Colégio Horizonte» de Vila Nova de Gaia. A todos deseo una conciencia cada vez mayor y una escucha fiel del Espíritu Santo, el dulce Huésped de vuestras almas, para que os haga fuertes en la fe y valientes en el testimonio cristiano. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición del Señor.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, en la Confirmación Dios Padre nos ha marcado, Cristo nos ha confirmados y ha puesto en nuestros corazones, como prenda, el Espíritu. Protejamos ese don con primor y dejémonos plasmar, como la cera, por su ardiente caridad, para reflejar a Jesucristo en el mundo de hoy. El Señor os bendiga.
Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos polacos. Que vuestra estancia en Roma os confirme en la fe, en la esperanza y en la caridad. Dirijo un saludo particular a todos los que este sábado participarán en el Encuentro de los Jóvenes en Lednica, para reflexionar sobre las palabras del Señor Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Me alegro por la iniciativa. Queridos jóvenes, estad seguros, Él os ve como un tesoro precioso para el mundo. Al mismo tiempo, también vosotros fijad la mirada en el rostro del Hijo de Dios, donde quiera que os encontréis y en cualquier cosa que os toque hacer. Solo entonces podréis ver cómo sois de verdad. Dadle vuestra mente, vuestras manos, vuestro cuerpo, para que, gracias a vosotros, pueda llegar a cualquiera que pase necesidad. Celebrando en Lednica el Centenario de la recuperación de la independencia de vuestra Patria, como solía hacer San Juan Pablo II, besad también en mi nombre la tierra polaca. Os encomiendo a la protección de María Reina de Polonia, y de corazón os bendigo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los Participantes en el Capítulo General de las Hermanas de San Felice da Cantalice; a los Sacerdotes y Seminaristas de los Colegios y Convictorios Romanos, a los Diáconos del Pontificio Colegio Urbano en Roma; a las Religiosas del Colegio Misionero Mater Ecclesiae en Castel Gandolfo y al Grupo del Ordo Viduarum. Saludo a las Parroquias de Oppido Lucano y de Furci; a la Asociación Roller House de Osimo, acompañada por el Obispo, Monseñor Claudio Giuliodori; a la Escuela Mariscales y Brigadieres de los Carabineros de Velletri; a la Asociación “El espíritu del planeta” y a la Fundación Instituto Castelli de Brescia.
Un pensamiento especial para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Mañana concluíamos el mes mariano. La Madre de Dios sea vuestro refugio en los momentos alegres, y también en los más difíciles, y sea la guía de vuestras familias, para que sean un hogar doméstico de oración, de mutua comprensión y de don.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] He aquí un pasaje de la oración de bendición del crisma: «te pedimos, Señor, que te dignes que santificar con tu bendición este óleo, y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma, le infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a los sacerdotes, reyes, profetas y mártires […] haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia exhalen el perfume de una vida santa» (Bendición de los óleos, n. 22).
[2] La fórmula “recibir el Espíritu Santo” - “el don del Espíritu Santo” se encuentra en Jn 20,22, Hch 2,38 y 10,45-47.
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