El Santo Padre ha comenzado una nueva serie de catequesis, durante la Audiencia general de hoy, sobre el sacramento de la Confirmación, que “confirma el bautismo y robustece la gracia bautismal”
Queridos hermanos:
Después de las catequesis sobre el bautismo, reflexionamos ahora sobre la confirmación.
Este sacramento se llama así porque confirma el bautismo y robustece la gracia bautismal. Se llama también crismación, porque con la unción del crisma se recibe al Espíritu Santo, para que el cristiano se conforme cada vez más a Cristo y se comporte siempre como hijo de Dios.
Cristo fue ungido por el Espíritu Santo, y toda su vida estuvo animada por el Espíritu; de la misma manera, la vida de la Iglesia, y de cada uno de sus miembros, ha de estar guiada por el mismo Espíritu.
El Espíritu descendió con su fuerza sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, y recibieron el impulso misionero de entregar sus vidas por la santificación de los hombres, para gloria de Dios.
En la confirmación, Cristo nos colma con su Espíritu y nos consagra como testigos suyos, nos hace partícipes de su misma vida y misión. El testimonio cristiano consiste en hacer todo lo que el Espíritu de Cristo nos pide, dándonos su gracia para cumplirlo.
Después de las catequesis sobre el Bautismo, estos días que siguen a la solemnidad de Pentecostés nos invitan a reflexionar sobre el testimonio que el Espíritu suscita en los bautizados, poniendo en movimiento su vida, abriéndola al bien de los demás. Jesús confió a sus discípulos una gran misión: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo» (cfr. Mt 5,13-16). Son imágenes que hacen pensar en nuestro comportamiento, porque tanto la ausencia como el exceso de sal hacen desagradable la comida, igual que la falta o el exceso de luz impiden ver. ¡El que de verdad puede volvernos sal que da sabor y preserva de la corrupción, y luz que ilumina el mundo, es solo el Espíritu de Cristo! Y ese es el don que recibimos en el Sacramento de la Confirmación o Crismación, sobre el que deseo detenerme a reflexionar con vosotros. Se llama “Confirmación” porque confirma el Bautismo y refuerza su gracia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1289); o también “Crismación”, porque recibimos el Espíritu mediante la unción con el “crisma” −aceite mezclado con bálsamo, consagrado por el Obispo−, término que remite a “Cristo”, el Ungido del Espíritu Santo.
Renacer a la vida divina en el Bautismo es el primer paso; luego hay que comportarse como hijos de Dios, o sea, conformarse a Cristo que actúa en la santa Iglesia, dejándose involucrar en su misión en el mundo. A eso provee la unción del Espíritu Santo: «Sin tu ayuda nada hay en el hombre» (cfr. Secuencia de Pentecostés). Sin la fuerza del Espíritu Santo no podemos hacer nada: es el Espíritu quien nos da la fuerza para ir adelante. Como toda la vida de Jesús fue animada por el Espíritu, así también la vida de la Iglesia y de cada uno de sus miembros está bajo la guía del mismo Espíritu.
Concebido por la Virgen por obra del Espíritu Santo, Jesús emprende su misión después de que, salido del agua del Jordán, es consagrado por el Espíritu que desciende y se posa sobre Él (cfr. Mc 1,10; Jn 1,32). Él lo declara explícitamente en la sinagoga de Nazaret: ¡es bonito cómo Jesús se presenta, cuál es el carnet de identidad de Jesús en la sinagoga de Nazaret! Escuchemos cómo lo hace: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Jesús se presenta en la sinagoga de su pueblo como el Ungido, Aquel que ha sido ungido por el Espíritu.
Jesús está lleno del Espíritu Santo y es la fuente del Espíritu prometido por el Padre (cfr. Jn 15,26; Lc 24,49; Hch 1,8; 2,33). En realidad, la tarde de Pascua el Resucitado sopla sobre los discípulos diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22); y el día de Pentecostés la fuerza del Espíritu desciende sobre los Apóstoles de forma extraordinaria (cfr. Hch 2,1-4), como ya sabemos. El “Aliento” de Cristo Resucitado llena de vida los pulmones de la Iglesia; y, de hecho, las bocas de los discípulos, «llenos del Espíritu Santo», se abren para proclamar a todos las grandes obras de Dios (cfr. Hch 2,1-11).
Pentecostés −que celebramos el domingo pasado− es para la Iglesia lo que para Cristo fue la unción del Espíritu recibida en el Jordán, o sea, Pentecostés es el impulso misionero para gastar la vida por la santificación de los hombres, para gloria de Dios. Si en cada sacramento actúa el Espíritu, es de modo especial en la Confirmación donde «los fieles reciben como Don al Espíritu Santo» (Pablo VI, Divinae consortium naturae). Y en el momento de hacer la unción, el Obispo dice estas palabras: “Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”: es el gran don de Dios, el Espíritu Santo. Y todos tenemos el Espíritu dentro. El Espíritu está en nuestro corazón, en nuestra alma. Y el Espíritu nos guía en la vida para que lleguemos a ser sal justa y luz justa para los hombres.
Si en el Bautismo es el Espíritu Santo quien nos sumerge en Cristo, en la Confirmación es Cristo quien nos colma de su Espíritu, consagrándonos sus testigos, partícipes del mismo principio de vida y de misión, según el plan del Padre celeste. El testimonio dado por los confirmados manifiesta la recepción del Espíritu Santo y la docilidad a su inspiración creativa. Yo me pregunto: ¿cómo se ve que hemos recibido el Don del Espíritu? Su realizamos las obras del Espíritu, si pronunciamos palabras enseñadas por el Espíritu (cfr. 1Cor 2,13). El testimonio cristiano consiste en hacer solo y todo lo que el Espíritu de Cristo nos pide, concediéndonos la fuerza para realizarlo.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia, Gabón, Canadá y de varios países francófonos, en particular a los miembros de la Milicia Christi y a los jóvenes de Neuilly, Châteaubriant y París. Que el testimonio dado por los confirmados pueda hacer manifiesta la recepción del Espíritu Santo y la docilidad a su inspiración creativa. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Gales, Irlanda, India, Filipinas, Rusia, Vietnam, Canadá y Estados Unidos de América. En la alegría de Pentecostés, recién celebrada, invoco sobre vosotros y vuestras familias la efusión del Espíritu Santo. ¡El Señor os bendiga!
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los numerosos grupos de jóvenes. En el sacramento de la Confirmación, el Señor os ha dado la fuerza del Espíritu Santo. Así podéis ser verdaderamente sal para esta tierra y luz de nuestro mundo. ¡Dios os bendiga a todos!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina. Con el recuerdo todavía reciente de la pasada fiesta de Pentecostés, pidamos a la Virgen María que nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos dar a nuestro alrededor un testimonio vivo de santidad y amor, entregándonos en todo momento al bien de los demás. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, dirijo una cordial bienvenida a todos, en particular a los grupos venidos de Portugal y de Brasil. Acordaos de agradecer al Señor el don del sacramento de la Confirmación, pidiéndole que os ayude a vivir siempre como verdaderos cristianos, para confesar por todas partes el nombre de Cristo. ¡Que descienda sobre vosotros la Bendición del Señor!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, el Espíritu Santo nos enseña y nos da la Sabiduría y la Verdad de Cristo. Invoquémoslo más a menudo, para que nos guíe por la senda de los verdaderos discípulos de Jesús. ¡El Señor os bendiga!
Doy la bienvenida a los peregrinos polacos. De modo particular saludo a la delegación de los silvicultores con la Dirección General de los Bosques Nacionales de Polonia. Han traído cien brotes de roble que, con ocasión del centenario de la independencia de Polonia, serán plantados como señal del compromiso a favor de la salvaguarda de la creación. Queridos hermanos y hermanas, como escribí en la Laudato sì, «es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente […].Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano» (n. 211). ¡Bendigo a todos de corazón!
Saludo a los peregrinos ucranianos que han participado en la 60° Peregrinación Militar Internacional a Lourdes. Incesantemente rezo al Señor para que cure las heridas infligidas por la guerra y dé su paz a la querida tierra ucraniana. ¡Dios os bendiga a todos!
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los participantes en el Capítulo General de los Hermanos del Sagrado Corazón; a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a los Cooperadores Paulinos. Invito a cada uno a secundar la voz del Espíritu Santo, a través de acciones concretas de bien. Saludo al Grupo de la Clericus Cup, a las Parroquias de San Nicolás de Bari en Polvica di Chiaiano y a la Unidad Pastoral de Castel del Piano Pila de Perugia; a los Grupos de estudiantes, en particular a los de la Escuela María Auxiliadora de Roma; a la Facultad de Ingeniería civil e industrial de la Universidad La Sapienza de Roma y al Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Bondeno.
Encomiendo en particular a la Virgen a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a los recién casados que hoy están aquí presentes. Animo a todos a valorar en este mes de mayo el rezo del santo Rosario. Invoquemos la intercesión de María, para que el Señor conceda paz y misericordia a la Iglesia y al mundo entero.
Mañana, 24 de mayo, se celebra la anual fiesta de la Virgen María “Auxilio de los cristianos”, particularmente venerada en el Santuario de Sheshan, junto a Shanghái, en China. Dicha fiesta nos invita a estar unidos espiritualmente a todos los fieles católicos que viven en China. Por ellos rezamos a la Virgen, para que puedan vivir la fe con generosidad y serenidad, y para que sepan tener gestos concretos de fraternidad, concordia y reconciliación, en plena comunión con el Sucesor de Pedro. Queridísimos discípulos del Señor en China, la Iglesia universal reza con vosotros y por vosotros, para que también entre las dificultades podáis seguir fiándoos de la voluntad de Dios. La Virgen nunca dejará que falte su ayuda y os protegerá con su amor de madre.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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