El Papa en Santa Marta: con la conciencia de que “ninguno de nosotros se puede salvar a sí mismo: todos necesitamos el poder de Dios, el poder del Señor, para ser salvados”
El secreto para ser «muy felices» es reconocerse siempre débiles y pecadores, es decir «recipientes de barro», ese material pobre pero que sin embargo puede contener incluso «el tesoro más grande: el poder de Dios que nos salva». Y es sobre la tentación de muchos cristianos de maquillarse para aparentar «recipientes de oro» en cambio, hipócritamente «suficientes por sí mismos», que Francisco advirtió en la misa celebrada el viernes 16 de junio en Santa Marta.
«En este cuarto capítulo de la segunda carta a los Corintios −enseguida hizo presente el Papa refiriéndose al pasaje propuesto por la liturgia (4, 7-15)− Pablo habla del misterio de Cristo, habla de la fuerza del misterio de Cristo, del poder del misterio de Cristo». Y luego, explicó, el apóstol «continúa con el pasaje que hemos leído: “hermanos, llevamos este tesoro −Cristo− en recipientes de barro”». Entonces, volvió a insistir Francisco, «este tesoro de Cristo nosotros lo tenemos, pero en nuestra fragilidad: nosotros somos barro». Es «un gran tesoro en recipientes de barro: ¿pero esto por qué?». La respuesta de Pablo es clara: «para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no nuestra».
He aquí entonces, afirmó el Pontífice, «el poder de Dios, la fuerza de Dios que salva, que sana, que pone en pie, y la debilidad del barro, que somos nosotros». Con la conciencia, por ello, de que «ninguno de nosotros se puede salvar a sí mismo: todos necesitamos el poder de Dios, el poder del Señor, para ser salvados».
Esta verdad, recordó el Pontífice, «es como un leitmotiv en las cartas de Pablo». Y efectivamente «el Señor dice a Pablo: “mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad. Si no hay debilidad, mi poder no puede manifestarse”». Por ello la eficaz imagen del «recipiente, pero el recipiente débil, de barro». Así prosiguió el Papa, «cuando Pablo se lamenta y pide al Señor que le libere de los ataques de Satanás, dice él, que le humilla y avergüenza, ¿qué responde el Señor? “Te basta mi gracia, tú continua siendo barro, que el poder de salvación lo tengo yo”».
Precisamente «esta es la realidad de nuestra vulnerabilidad» explicó Francisco. Porque «todos nosotros somos vulnerables, frágiles, débiles y necesitamos ser sanados». Pablo lo dice con fuerza en su carta a los Corintios: «somos atribulados, aplastados, perseguidos, derribados como manifestación de nuestra debilidad». He aquí la «debilidad de Pablo, manifestación del barro». Y «esta es nuestra vulnerabilidad: una de las cosas más difíciles en la vida es reconocer la propia vulnerabilidad».
«Otras veces −admitió el Papa− intentamos cubrir la vulnerabilidad, que no se vea; o la maquillamos, para que no se vea»; o terminamos por «disimular». Tanto que «el mismo Pablo, al inicio de este capítulo» de la segunda carta a los Corintios, dice: «Cuando he caído en las disimulaciones vergonzosas». Porque «las disimulaciones son vergonzosas, siempre; son hipócritas, porque hay una hipocresía hacia los demás». Y efectivamente «a los doctores de la ley el Señor dice: “hipócritas”». Pero, advirtió el Pontífice, «hay otra hipocresía: afrontarnos a nosotros mismos, es decir cuando yo creo ser otra cosa distinta de lo que soy, creo que no necesito sanación, no necesito apoyo; creo que no estoy hecho de barro, que tengo un tesoro “mío”». Y esto, hizo presente Francisco, «es el camino, es el camino hacia la vanidad, la soberbia, la autorreferencialidad de los que no sintiéndose de barro, buscan la salvación, la plenitud de sí mismos».
No se debe olvidar nunca, por ello, que es «el poder de Dios que nos salva», recordó el Pontífice. Porque «nuestra vulnerabilidad Pablo la reconoce», diciendo sin medios términos: «somos atribulados, pero no aplastados porque el poder de Dios nos salva». Y por esta misma razón Pablo reconoce también que «estamos perplejos mas no desesperados: hay algo de Dios que nos da esperanza». Y entonces «somos perseguidos pero no abandonados; derribados pero no aniquilados: siempre hay esta relación entre el barro y la potencia, el barro y el tesoro». Así verdaderamente «nosotros tenemos un tesoro en recipientes de barro, pero la tentación es siempre la misma: cubrir, disimular, no creer que somos barro», cediendo así a «aquella hipocresía respecto a nosotros mismos».
«Pablo nos lleva, con este modo de pensar, de razonar, de predicar la Palabra de Dios, a un diálogo entre el tesoro y el barro», siguió afirmando Francisco. «Un diálogo que continuamente debemos hacer para ser honestos» añadió, indicando a modo de ejemplo «cuando vamos a confesarnos» y quizás reconocemos: «sí, he hecho esto, he pensado esto». Y así «decimos los pecados como si fueran una lista de precios en el mercado: he hecho esto, esto, esto». Pero según el Papa, la verdadera pregunta que hay que plantearse es: «¿tú tienes conciencia de este barro, de esta debilidad, de esta vulnerabilidad tuya?» Porque «es difícil aceptarla».
«También cuando nosotros decimos “todos somos pecadores” −prosiguió el Pontífice− quizás es una palabra que decimos así», sin pensar del todo en el significado. Por lo que es oportuno hacer un examen de conciencia con uno mismo, preguntándonos si «tenemos conciencia de ser barro, débiles, pecadores», conscientes de que «sin el poder de Dios» no podemos «seguir adelante». ¿O bien «creemos que la confesión sea blanquear un poco el barro y con esto es más fuerte? ¡no!». Pero «está la vergüenza −continuó afirmando Francisco− que ensancha el corazón para que entre el poder de Dios, la fuerza de Dios». Precisamente «la vergüenza de ser barro y no ser un recipiente de plata y oro: ser barro». Y «si nosotros llegamos a este punto, seremos muy felices».
Siempre respecto al «diálogo entre el poder de Dios y el barro», el Pontífice sugirió pensar en «el lavatorio de los pies, cuando Jesús se acerca a Pedro y le dice: “no, a mí no, Señor, pero por favor, ¿qué haces?» El hecho es que Pedro «no había entendido que era barro, que necesitaba el poder del Señor para ser salvado». Pero he aquí que «cuando el Señor le dice la verdad», Pedro no duda ni un segundo y responde: «ah, si es así, no solo los pies: todo el cuerpo, ¡incluso la cabeza!» Pedro es un hombre «generoso», explicó el Papa. De esa «generosidad» que lleva a «reconocer ser vulnerables, frágiles, débiles, pecadores: solamente si nosotros aceptamos ser barro, este extraordinario poder de Dios vendrá a nosotros y nos dará la plenitud, la salvación, la felicidad, la alegría de ser salvados».
En conclusión, el Papa rogó al Señor precisamente para que «nos dé esta gracia», para ser siempre capaces de recibir «tu tesoro, Señor, con la sabiduría de ser de barro».