Durante la audiencia general de hoy, el Santo Padre continuó su ciclo de catequesis sobre la esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
El modo de rezar de Jesús atraía la atención de sus discípulos y un día le pidieron que les mostrase cómo hacerlo. Él les enseñó el «Padre Nuestro», la oración cristiana por excelencia. En la sencilla invocación «Padre» se resume todo el misterio de nuestra oración. Con Jesús podemos llamar a Dios: «Abba», un término que muestra confianza y cercanía, y que podríamos traducir por «papá». Dios es nuestro «papá», y llamarle así nos pone en estrecha relación con él, como un niño que se siente amado y protegido por su padre.
Jesús en la parábola del padre misericordioso nos presenta a Dios como un Padre bueno. No actúa al modo humano, sino a la manera divina, «amando» de forma diferente. Cuando el hijo pródigo vuelve a casa, después de haber derrochado todos sus bienes, el padre sale a recibirlo y no le aplica criterios de justicia humana, sino que lo perdona y lo abraza, mostrándole cuánto ha sentido su ausencia. Este es el misterio insondable de Dios que no puede dejar de amar a sus hijos. Esta certeza es la base de nuestra esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Había algo fascinante en la oración de Jesús, tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es el que más ha documentado el misterio de Cristo “orante”: el Señor rezaba. Los discípulos de Jesús se asombran porque Él, especialmente por la mañana y por la noche, se retira en soledad y se “sumerge” en oración. Y por eso, un día, le piden que les enseñe también a ellos a rezar (cfr. Lc 11,1).
Es entonces cuando Jesús trasmite la que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padrenuestro”. En realidad, Lucas, respecto a Mateo, recoge la oración de Jesús de una forma un poco abreviada, que comienza con la simple invocación: «Padre» (v. 2). Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esa palabra: tener el valor de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos al rezo comunitario de la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir».
Porque llamar a Dios por el nombre de “Padre” no es obvio en absoluto. Nos veríamos inclinados a usar títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como “Padre” nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, que siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero que no nos da miedo, ni nos aplasta, ni nos angustia. Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tan es así que incluso en los relatos de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, «huyeron […], pues estaban llenas de temor y espanto» (Mc 16,8). Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: “¡No tengáis miedo!”.
Pensemos en la parábola del padre misericordioso (cfr. Lc 15,11-32). Jesús cuenta de un padre que sabe ser solo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de confiarle su parte de herencia y dejarlo irse de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no hay ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre arbitrio del hombre, capaz solo de conjugar el verbo “amar”. Cuando el hijo rebelde, tras haber dilapidado todo, vuelve finalmente a la casa natal, aquel padre no aplica criterios de justicia humana, sino que siente ante todo la necesidad de perdonar, y con su abrazo hace ver al hijo que en todo aquel largo tiempo de ausencia le ha echado de menos, le ha faltado dolorosamente a su amor de padre. ¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor con respecto a sus hijos!
Quizá es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el apóstol Pablo no se atreve a traducir al griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba “Abbà”. Dos veces san Pablo, en su epistolario (cfr. Rm 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y las dos veces deja esa palabra sin traducir, de la misma forma en que salía de labios de Jesús, “Abbà”, un término mucho más íntimo que “padre”, y que alguno traduce por “papá, papi”.
Queridos hermanos y hermanas, nunca estamos solos. Podemos estar alejados, hostiles, podemos incluso profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él nunca será un Dios “sin el hombre”; es Él quien no puede estar sin nosotros, ¡y esto es un misterio grande! Dios no puede ser Dios sin el hombre: ¡gran misterio es este! Y esa certeza es la fuente de nuestra esperanza, que encontramos protegida en todas las invocaciones del Padrenuestro. Cuando necesitamos ayuda, Jesús no nos dice que nos resignemos y nos encerremos en nosotros mismos, sino que nos dirijamos al Padre para pedirle con confianza. Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y ordinarias, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta la de ser perdonados y sostenidos en las tentaciones, no son el espejo de nuestra soledad: por el contrario, hay un Padre que siempre nos mira con amor, y que con toda seguridad nunca nos abandona.
Ahora os propongo una cosa: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en esos problemas y necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos, con confianza y esperanza, recemos: “Padre nuestro, que estás en el cielo…”. ¡Gracias!
Tras haber resumido su catequesis en varias lenguas, el Papa saludó a los grupos presentes.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los fieles venidos de Francia, Costa de Marfil y Benín. El Espíritu Santo nos introduce en la oración de Jesús. Osemos entrar en una verdadera relación filial, de amor y de fe con Dios nuestro Padre, una relación que excluye todo temor y toda angustia: nunca nos sentiremos ya solos y nuestra vida será transformada. Que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta audiencia, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Escocia, Alemania, Países Bajos, Ghana, India, Indonesia, Singapur, Corea, Hong Kong, Taiwán, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Un saludo caluroso dirijo a los peregrinos provenientes de los países de lengua alemana. Jesús nos ha hecho el gran don de poder llamar a Dios “Padre”. Él es un Padre que siempre nos mira con amor y cuida de nosotros. Queramos vivir esta certeza cada día y llevar esa esperanza a nuestros hermanos y hermanas. Que el Espíritu Santo os haga a todos verdaderos hijos e hijas de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los invito a dirigirse a Dios, nuestro Padre, en todo momento y circunstancia. No nos encerremos en nosotros mismos, sino que acudamos con confianza a él, que como Padre bueno nos mira con amor y nunca nos abandona. Muchas gracias.
Queridos peregrinos venidos de Brasil y todos los aquí presentes de lengua portuguesa, bienvenidos. La resurrección de Cristo nos ha abierto la senda más allá de la muerte; así tenemos despejado el camino hasta el Cielo. Que nada os impida vivir y crecer en la amistad del Padre celestial, y dar testimonio a todos de su infinita bondad y misericordia. Que sobre vosotros y vuestras familias descienda copiosa su Bendición.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que viene de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, en cualquier situación de la vida, no debemos olvidar que nunca dejaremos de ser hijos de Dios, hijos de un Padre que nos ama y espera nuestro regreso. Incluso en la situación más mala de la vida, Dios nos espera y quiere abrazarnos. Que el Señor os bendiga.
Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos polacos. De modo particular saludo a la Asociación Comunidad Reina de la Paz de Radom, que, inspirándose en las 12 estrellas de la corona de María, Reina de la Paz, está realizando 12 centros de Adoración Eucarística y oración perpetua por la paz en los puntos más ardientes del mondo. A propuesta suya, he bendecido hoy el altar Adoratio Domini in unitate et pace, destinado al Santuario de la Virgen del Rosario de Namyang en Corea del Sur. Que en este mes de junio, dedicado a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, no falte la oración de cada uno por la paz. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a las Hermanas de la Caridad de las Santas Bartolomea Capitanio y Vincenza Gerosa, que participan en el Capítulo General, y a los jóvenes atletas de la Peregrinación Macerata-Loreto con la “antorcha de la paz”, acompañados por su Obispo Mons. Nazzareno Marconi. Saludo a los Frailes Menores Conventuales; a los grupos parroquiales, en particular a los fieles de San Cipriano Picentino y a los de Airola, que celebran el centenario de la fiesta de la Santísima Dolorosa, así como a los participantes del Congreso internacional de Ginecología. Recibo con alegría a los niños de Oncología Pediátrica del Policlínico San Mateo de Pavía; a los abanderados de Mappano di Caselle y a los estudiantes, en particular a los chicos del Instituto Cangemi di Boscoreale. Animo a todos a vivir intensamente el encuentro con el Sucesor de Pedro para crecer en la fe en Dios Padre misericordioso.
Mañana, a las 13, se renueva en varios países la iniciativa “Un minuto por la paz”, es decir, un pequeño momento de oración en el aniversario del encuentro que tuve en el Vaticano con el difunto Presidente israelí Peres y el Presidente palestino Abbas. En nuestro tiempo hace mucha falta rezar −cristianos, judíos y musulmanes− por la paz.
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Un pensamiento final para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. El mes de junio apenas iniciado nos recuerda la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: queridos jóvenes, en la escuela de ese Corazón divino creced en la entrega al prójimo; queridos enfermos, en el sufrimiento unid vuestro corazón al del Hijo de Dios; y vosotros, queridos recién casados, mirad al Corazón de Jesús para aprender el amor incondicional.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.