Tim Harford sigue los argumentos de los políticos, los expertos o los medios de comunicación, y se pregunta: ¿y si me aplicasen a mí esos principios… qué opinaría yo?
Me gustó encontrar en el Financial Times de hace unos días los comentarios de un economista, Tim Harford, sobre los argumentos que usamos para tratar de la cuestión de los inmigrantes, a partir de un principio ético tan claro como “trata a los demás como tú querrías que te tratasen a ti”. Harford sigue los argumentos de los políticos, los expertos o los medios de comunicación, y se pregunta: ¿y si me aplicasen a mí esos principios… qué opinaría yo?
Por ejemplo: hay que aplicar un sistema de “puntos”, que recoja los méritos de los inmigrantes potenciales para ser admitidos en el país, a partir de sus conocimientos, sus antecedentes, los idiomas que hablan, su experiencia profesional. Bien, dice Harford: ¿y si te dicen que no puedes cambiar de residencia de tu ciudad a otra porque “te faltan méritos”?
Otro ejemplo: las autoridades deberían elaborar un método para determinar si hacen falta personas con determinadas capacidades en un lugar. Aparte de que sería un sistema muy caro, lleno de burocracia y sometido a todo tipo de problemas de manipulación, corrupción y favoritismo, ¿qué diríamos si dijesen que no hacen falta los ingenieros que ella dice que necesita?
¡Ah!, está también el argumento de la “fuga de cerebros”, que aconseja que los más listos se queden en sus países de origen. O sea, si nos dicen que no podemos trasladarnos a otra ciudad, porque donde estamos ahora necesitan nuestros conocimientos…
Bueno, pues apliquemos un análisis coste-beneficio, para ver si conviene que vengan o no inmigrantes a nuestro países. Claro que esos análisis no suelen incluir los beneficios y costes de los propios inmigrantes, que, al fin y al cabo, son los más interesados en el caso.
Harford concluye que “debemos estar muy agradecidos a los que tienen la valentía y la energía de dejar sus casas y buscarse la vida en otro lugar”. Claro que esto supone una manera de ver los problemas que no suele ser la que aplicamos a los demás (aunque sí a nosotros mismos): poner a las personas por delante de las cosas, poner a los demás al menos a la misma altura que nosotros y responder más frecuentemente a la regla de oro: “trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti”. O sea: ¿me gustaría que me tratasen a mí del modo como yo trato a otros? Sí, ya lo sé, nosotros somos más guapos, más listos, tenemos un derecho adquirido y ya estamos aquí, de modo que… a ver si nos respetan. Vale. ¿Y si algún día tenemos que salir de nuestra comodidad? La ética es importante, sobre todo, porque habla de cómo cambio yo cuando tomo decisiones, no de qué efectos tienen mis decisiones sobre los demás.