En la fiesta del Bautismo del Señor, el pasado domingo día 8 de enero, durante el bautizo de 28 niños en la Capilla Sixtina
En la mañana del domingo 8 de enero, fiesta del Bautismo del Señor con la cual concluye el tiempo litúrgico de la Navidad, el Santo Padre presidió por cuarta vez en su Pontificado, la Santa misa en la Capilla Sixtina en la cual administró el Sacramento del Bautismo a 13 niñas y 15 niños.
Queridos padres, habéis pedido la fe para vuestros hijos, fe que se les dará en el Bautismo. La fe: eso significa vida de fe, porque la fe hay que vivirla; caminar por la senda de la fe y dar testimonio de la fe. La fe no es rezar el “Credo” los domingos, cuando vamos a Misa: no es solo eso. La fe es creer lo que es la Verdad: Dios Padre que envió a su Hijo y al Espíritu que nos vivifica. Pero la fe es también fiarse de Dios, y eso se lo debéis enseñar a ellos, con vuestro ejemplo, con vuestra vida.
Y la fe es luz: en la ceremonia del Bautismo se os dará una vela encendida, como en los primeros tiempos de la Iglesia. Y por eso el Bautismo, en aquellos tiempos, se llamaba “iluminación”, porque la fe ilumina el corazón, hace ver las cosas con otra luz. Vosotros habéis pedido la fe: la Iglesia da la fe a vuestros hijos con el Bautismo, y vosotros tenéis el deber de hacerla crecer, protegerla, y que sea testimonio para todos los demás. Ese es el sentido de esta ceremonia. Y solo quería deciros esto: proteger la fe, hacerla crecer, que sea testimonio para los demás.
Y luego… ¡comienza el concierto! [los niños empiezan a llorar]: es porque los niños están en un sitio que no conocen, y además hoy se han levantado antes de lo habitual. Empieza uno, da la nota, y luego los demás le imitan… Algunos lloran simplemente porque llora otro… Jesús hizo lo mismo, ¿sabéis? A mí me gusta pensar que la primera predicación de Jesús en el establo fue un llanto, la primera... Y luego, como la ceremonia es un poco larga, alguno llora de hambre. Si es así, las mamás amamantadlos, sin miedo, con toda normalidad, como la Virgen amamantaba a Jesús…
No lo olvidéis: habéis pedido la fe; es vuestra tarea proteger la fe, hacerla crecer, que sea testimonio para todos, para todos nosotros: también para los curas, los sacerdotes, los obispos, para todos. Gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, el Evangelio (Mt 3,13-17) nos presenta la escena ocurrida en el río Jordán: en medio de la gente penitente que avanza hacia Juan el Bautista para recibir el bautismo está también Jesús. Hacía cola. Juan quería impedírselo diciendo: «Soy yo quien debe ser bautizado por ti» (Mt 3,14). El Bautista es consciente de la gran distancia que hay entre él y Jesús. Pero Jesús ha venido precisamente para colmar la distancia entre el hombre y Dios: si Él es todo de la parte de Dios, lo es también todo de la parte del hombre, y reúne lo que estaba dividido. Por eso pide a Juan que lo bautice, para que se cumpla toda justicia (cfr. v. 15), o sea, que se realice el designio del Padre que pasa a través de la vía de la obediencia y de la solidaridad con el hombre frágil y pecador, la vía de la humildad y de la plena cercanía de Dios a sus hijos. ¡Porque Dios está tan cerca de nosotros, tanto!
En el momento en que Jesús, bautizado por Juan, sale de las aguas del río Jordán, la voz de Dios Padre se hace sentir desde lo alto: «Este es mi Hijo, el amado: en él he puesto mis complacencias» (v. 17). Y al mismo tiempo el Espíritu Santo, en forma de paloma, se posa sobre Jesús, dando públicamente comienzo a su misión de salvación; misión caracterizada por un estilo, el estilo del siervo humilde y manso, provisto solo con la fuerza de la verdad, como había profetizado Isaías: «No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho» (42,2-3). Siervo humilde y manso.
Ese es el estilo de Jesús, y también el estilo misionero de los discípulos de Cristo: anunciar el Evangelio con mansedumbre y firmeza, sin gritar, sin gritarle a nadie, sino con mansedumbre y firmeza, sin arrogancia o imposición. La verdadera misión nunca es proselitismo sino atracción a Cristo. ¿Pero cómo? ¿Cómo se hace esa atracción a Cristo? Con el propio ejemplo, a partir de la fuerte unión con Él en la oración, en la adoración y en la caridad concreta, que es servicio a Jesús presente en el más pequeño de los hermanos. A imitación de Jesús, pastor bueno y misericordioso, y animados por su gracia, estamos llamados a hacer de nuestra vida un ejemplo gozoso que ilumine el camino, que lleve esperanza y amor.
Esta fiesta nos hace descubrir el don y la belleza de ser un pueblo de bautizados, es decir, de pecadores −todos lo somos−, de pecadores salvados por la gracia de Cristo, insertados realmente, por obra del Espíritu Santo, en la relación filial de Jesús con el Padre, acogidos en el seno de la madre Iglesia, capaces de una fraternidad que no conoce límites ni barreras.
Que la Virgen María nos ayude a todos los cristianos a conservar una conciencia siempre viva y agradecida de nuestro Bautismo y a recorrer con fidelidad el camino inaugurado por este Sacramento de nuestro renacimiento. Y siempre humildad, mansedumbre y firmeza.
Queridos hermanos y hermanas, en el contexto de la fiesta del Bautismo del Señor, esta mañana he bautizado a un buen grupo de recién nacidos: veintiocho. Recemos por ellos y por sus familias. También ayer por la tarde bauticé a un joven catecúmeno. Y quisiera extender mi oración a todos los padres que en este periodo se están preparando para el Bautismo de un hijo, o lo acaban de celebrar. Invoco al Espíritu Santo sobre ellos y sus hijos, para que este Sacramento, tan sencillo y al mismo tiempo tan importante, sea vivido con fe y con alegría.
Quisiera además invitar a uniros a la Red Mundial de Oración del Papa, que difunde, también a través de las redes sociales, las intenciones de oración que propongo cada mes a toda la Iglesia. Así se saca adelante el apostolado de la oración y se hace crecer la comunión.
En estos días de tanto frío pienso, y os invito a pensar, en todas las personas que viven en la calle, presas del frío y muchas veces de la indiferencia. Desgraciadamente, algunos no han sobrevivido. Recemos por ellos y pidamos al Señor que nos caliente el corazón para poderles ayudar.
Os saludo a todos, fieles de Roma y peregrinos italianos y de varios países, en particular al grupo de jóvenes de Cagliari, a los que animo a seguir el camino iniciado con el Sacramento de la Confirmación. Y se lo agradezco porque me ofrecen la ocasión de subrayar que la Confirmación no es solo un punto de llegada −como algunos dicen: el “sacramento del adiós”; no, no−; es sobre todo un punto de salida en la vida cristiana. ¡Adelante, con la alegría del Evangelio!
Os deseo a todos que paséis un buen domingo. Por favor, no olvidéis de rezar por mí. Buen provecho y hasta la vista.
Fuente: vatican.va / iglesiaendirecto.com.
Traducción de Luis Montoya.
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