La historia confirma que prácticamente sólo en la órbita cristiana se produce la real separación entre religión y política
En Occidente el debate es casi académico, aunque no faltan fundamentalistas que profanan lugares de culto o cementerios. El problema es gravísimo en la órbita islamista. Tenía previsto mencionar sólo a Indonesia, donde la llamada ley de la blasfemia causa estragos. Pero no puedo dejar de lamentar las noticias del domingo, con decenas de muertos en el atentado de una iglesia copta en Egipto. Y, sobre la base de que no es provocado, sino accidental, el derrumbamiento de la techumbre de una iglesia en Nigeria.
El gobernador cristiano de Yakarta, conocido como “Ahok”, será enjuiciado el 13 de diciembre, Se le acusa de una supuesta blasfemia, que ha generado en las últimas semanas manifestaciones masivas de sus antagonistas y seguidores. En un discurso pronunciado el pasado mes de septiembre, al anunciar su candidatura a la reelección, citó el verso de una sura del Corán, diciendo que todos los ciudadanos gozan del legítimo derecho a votar por él. En cambio, algunos líderes islámicos afirman que, de acuerdo con el libro sagrado, solamente un musulmán puede guiar a otros musulmanes.
Los extremistas exigen en la calle la destitución y el arresto del gobernador, mientras millones de ciudadanos de diversas confesiones luchan por principios de tolerancia y amor, dentro de la diversidad, con una gran oración por la unidad y un mensaje de paz. Los cristianos de Indonesia, junto con muchos musulmanes, manifiestan la urgencia de promover el bien del país, el respeto por la democracia y la “Pancasila”, el documento de cinco principios para la Constitución de Indonesia y la convivencia civil en el archipiélago.
Según observadores políticos, que menciona un despacho de la Agencia Fides, se está produciendo una gran confrontación entre los reformadores −guiados por el presidente Joko Widodo y el gobernador Ahok−, y la oposición liderada por el ex presidente Susilo Bambang Yudhoyono, que utiliza el islamismo militante para contrarrestar a los adversarios. Acusar de blasfemia al gobernador de Yakarta supone, a su juicio, una instrumentalización de la fe musulmana en un país, como Indonesia, que cuenta con el mayor número total de mahometanos en el mundo. Tratan de ahogar toda muestra de libertad religiosa.
El caso de Yakarta confirma la ley del embudo que aplica el fundamentalismo islamista. Apenas deja resquicio a la libertad donde es mayoritario, mientras no deja de protestar −a veces de modo violento− contra las supuestas y mínimas manifestaciones de islamofobia en Occidente. La historia confirma que prácticamente sólo en la órbita cristiana se produce la real separación entre religión y política, a partir de la famosa distinción de Jesús entre lo debido al César y a Dios. Su penetración en las costumbres no fue fácil, ni tampoco unívoca. Pero se puede decir que forma parte de la vida y la doctrina desde el refrendo formal del Concilio Vaticano II.
Lo expresó claramente Juan Pablo II, entre otros lugares, en la famosa encíclica Centesimus annus, de 1991. Exige el reconocimiento de los derechos humanos, también en los Estados democráticos, donde se producen desviaciones que −afirmaba el pontífice con espíritu profético− “producen desconfianza y apatía, con lo cual disminuye la participación y el espíritu cívico entre la población, que se siente perjudicada y desilusionada”. En síntesis apretada, la Jerarquía católica “respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado”. Nunca tuvo nostalgia del Estado confesional el santo pontífice polaco, como expresamente declaró en su exhortación apostólica sobre la Iglesia en Europa de 2003.
Lo acaba de reiterar el papa Francisco, en una entrevista concedida al semanario católico belga Tertio, con motivo de la clausura del Año de la Misericordia. Al cabo, reducir la religión al ámbito de la vida privada es una postura anticuada, herencia de la Ilustración, que considera subcultura todo hecho religioso. Pero para el Papa “el estado laico es bueno”, también porque “los estados confesionales terminan mal”. Y precisa: “una cosa es laicidad y otra cosa es laicismo. Y el laicismo cierra las puertas a la trascendencia: a la doble trascendencia, tanto la trascendencia hacia los demás como, sobre todo, la trascendencia hacia Dios. O hacia lo que está Más Allá. Y la apertura a la trascendencia forma parte de la esencia humana”.