"Existe el riesgo de que el ajetreo del ambiente nos empuje, casi sin darnos cuenta, al atolondramiento: a hacernos perder el enfoque de que el Señor se halla muy cerca"
Después de la clausura del Año de la misericordia, con alcance mundial, comenzamos el Adviento y un nuevo año litúrgico. La Iglesia nos anima a acelerar nuestra marcha hacia el Señor. Una recomendación siempre actual, pero que, en preparación de la Navidad, cobra si cabe mayor urgencia.
Así comienza Mons. Javier Echevarría su Carta pastoral de diciembre de 2016, recordando unas palabras que, en las próximas semanas lo llenan todo: ¡ven, Señor, no tardes!, con las que se nos recuerda el nacimiento de Jesús en Belén y nos empujan a esperar su gloriosa llegada al final de los tiempos, por lo que, el prepararnos para esta conmemoración durante estas semanas previas, nos mueve a percibir cómo Dios se avecina en cada instante a nosotros, nos espera en los sacramentos −especialmente en los de la Penitencia y la Eucaristía−, e igualmente en la oración, en las obras de misericordia.
Después de afirmar que cada jornada de esta espera nos sitúa intensamente junto a María y a José, también con Simeón, Ana, y con todos los justos de la antigua Alianza que ansiaban la venida del Mesías, sugiere meditar cómo ellos aguardaban, con un afán mayor en cada jornada, el nacimiento del Hijo de Dios, por lo que −afirma− es lógico considerar que, durante los meses que precedieron a ese celestial acontecimiento, sus conversaciones girarían alrededor de Jesús, por lo que cobran gran actualidad unas palabras de san Josemaría, en el segundo misterio gozoso de Santo Rosario: “Acompaña con gozo a José y a Santa María... y escucharás tradiciones de la Casa de David: Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño que nacerá en Belén...”, sugiriendo para ello que afinemos con más afecto en el rezo del Ángelus.
Después de manifestar el riesgo en estas fechas navideñas, en que el ajetreo del ambiente nos empuje, casi sin darnos cuenta, al atolondramiento: a hacernos perder el enfoque de que el Señor se halla muy cerca, afirma el Prelado que el Señor espera que nos esmeremos en la realización de los deberes ordinarios propios de un cristiano. Por eso os propongo que estas semanas −que en tantos países se caracterizan por un crescendo de preparativos externos para la Navidad−, supongan en vuestro caminar un crescendo de recogimiento en el trato con Dios y en el servicio generoso y alegre a los demás, para lo que sugiere, en particular, cuidar mejor los detalles de piedad que tornan más íntimo y cálido el trato con Dios, y preparan a Jesús Niño una posada acogedora.
En este sentido transcribe unas palabras del papa Francisco en su Homilía del pasado 24.XII.2015: “Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios”.
Afirma el Prelado que cuando el trato con Dios adquiere este sabor sereno y dichoso tan propio del portal de Belén, brota a nuestro alrededor, como fruto maduro, también un ambiente familiar más intenso y rebosante de gozo, tan unido a estas fechas. Por eso la Iglesia nos empuja a disponer mejor el corazón durante el Adviento, y nos anima a olvidar reclamos de poca monta, ruido que nos despista, superficialidad de lo inmediato..., y sugiriere renovar con perseverancia nuestro afán por construir dentro de nosotros un belén viviente donde acoger a Jesús, a base de ratos de oración ante el Nacimiento…
No dejéis de acordaros en estos días –urge antes de concluir su Carta pastoral− de la gente sola o que pasa necesidades, y a quienes podemos ayudar de un modo u otro, conscientes de que los primeros beneficiados somos nosotros mismos, así como procurad contagiar esta solicitud tan cristiana a parientes, amigos, vecinos, colegas…
Manifiesta su agradecimiento de nuevo al Santo Padre el cariño que me manifestó en la audiencia del pasado 7 de noviembre, y la bendición que impartió a los fieles y apostolados de la Prelatura. Continuad rezando por su persona y sus intenciones, con la firme esperanza de que Jesucristo, en la Navidad próxima, derrame con abundancia sus dones sobre la Iglesia, el Romano Pontífice y el mundo entero.
Y para concluir su Carta: recurramos muy filialmente a la Virgen durante los días de la novena a la Inmaculada. Sintamos el orgullo santo de ser hijos de tan buena Madre, que con su hacer −como apuntaba san Josemaría− nos coloca frente a frente con Jesús. Este trato nos impulsará también a aumentar con gozo nuestra cercanía a las enfermas y a los enfermos. No dejéis de meditar el cariño y la proximidad paterna con que nuestro Fundador nos acompañó ya en las primeras Navidades de la historia de la Obra: a solas con Dios, con María y José; y con cada uno y cada una de sus hijas y de sus hijos que vendríamos al Opus Dei.