Sorprende la voz de Benedicto XVI que, cuando viaja a un país, pone siempre el dedo en la llaga
Vagón-Bar
Los discursos del Papa en Cuba, más duros y directos que los de cualquier otro dirigente internacional, han parecido insuficientes a algunos despistados
Los brasileños se sirven de una locución muy expresiva para indicar que una persona no puede hablar sobre determinados asuntos o actuar en algunos ámbitos cuando su pasado o los intereses personales le impiden hacerlo. Fulano “fica de rabo preso”, dicen, y la imagen evoca inmediatamente al perro atrapado que permanece constreñido al radio de acción que marca la distancia entre su cola y el hocico. Más allá no puede morder.
A menudo lo aplican a políticos. Supuestos líderes que no se atreven a hablar de derechos humanos cuando negocian con China, para evitar represalias sobre las empresas de sus países. O aquellos que reciben o visitan a Chávez, Kirchner o Correa y no se atreven a mencionar los atentados salvajes contra la libertad de expresión, no vaya a ser que les nacionalicen otro banco u otra petrolera. Les pasa a los presidentes americanos con Israel, que ha hecho rehenes en una parte clave y bien adinerada del electorado estadounidense.
En ese panorama sorprende la voz de Benedicto XVI que, cuando viaja a un país, pone siempre el dedo en la llaga, siguiendo a Juan Pablo II, que no calló ante Jaruzelski, Marcos, Pinochet, Ortega y tantos otros, incluido el propio Fidel Castro. Sin embargo, el papa también tiene rehenes: la minoría católica cubana, gentes relegadas por el régimen, pisoteadas, y a las que desea ahorrar sufrimientos mayores.
Sus discursos en Cuba, más duros y directos que los de cualquier otro dirigente internacional, han parecido insuficientes a algunos despistados. Y eso que sus rehenes no son grandes corporaciones vaticanas ni intereses nacionales, sino gente común cubana. Hay quien no advierte la diferencia.