Fidel entró en La Habana crucifijo en mano. Tras el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959, la Iglesia quedó sin embargo al margen de la vida social. Era la isla de Fidel. Se nacionalizaron entonces las escuelas religiosas, fueron expulsados los religiosos de los hospitales y resultó eliminada su presencia en los medios de comunicación. Entonces había setecientos sacerdotes para seis millones de habitantes en Cuba. Actualmente hay trescientos para 11,2 millones.
Pero desde el comienzo de los noventa, una apertura religiosa volvió a llenar las iglesias, entre ellas las católicas. En 1998, la isla recibió la primera visita de un papa desde el triunfo de la Revolución. La llegada de Juan Pablo II permitió, por ejemplo, que la Navidad fuese declarada fiesta de nuevo. Ya entonces se eliminaron las referencias al ateísmo en la Constitución y los cristianos fueron aceptados en el seno del gobierno. Éste permitió la construcción de un seminario, a cuya inauguración asistió el mismo Raúl Castro. Fueron restauradas algunas parroquias. Juan Pablo II plantó en La Habana la semilla de la libertad.
Al llegar a Cuba, Benedicto XVI quiso mantener el difícil equilibrio de la Iglesia en la isla, donde ejerce de mediadora entre el Gobierno y los disidentes políticos. Prefirió criticar el capitalismo salvaje. El tema no era nuevo, aunque el hecho de presentarlo en una Cuba postrada ante el embargo era muy significativo. Afirmó que las dificultades económicas que se viven en buena parte del mundo están relacionadas con una «profunda crisis de tipo espiritual y moral, que ha dejado al hombre vacío de valores y desprotegido frente al ambición y el egoísmo de ciertos poderes».
Ante esta situación, es urgente un cambio en la «dirección cultural y moral que ha causado la dolorosa situación que tantos experimentan», sugería. La crisis económica tiene una base ética. Ya lo había dicho en la encíclica social Caritas in veritate (2009). Pero a la vez el papa alemán hizo referencia a los presos, sin explicitar que fueran "políticos", perseguidos por el régimen castrista. A buen entendedor, pocas... El discurso de Benedicto XVI fue un ejemplo magistral de equilibrismo dialéctico. Hizo acrobacias para abordar los asuntos más candentes sin irritar a las autoridades.
Por la tarde, había propuesto emprender otra revolución: la de «las armas de la paz y el perdón». Era un mensaje de reconciliación. No había faltado antes sin embargo la denuncia del comunismo. «Hoy es evidente —había dicho en el vuelo de ida— que la ideología marxista, como había sido concebida, ya no responde a la realidad». Es más, añadió: «ya no se puede responder ni construir una sociedad de ese modo». Por lo que consideraba necesario encontrar «nuevos modelos, con paciencia, en modo constructivo». Este proceso exige «también decisión». Es aquí donde la Iglesia juega su papel.
«Es obvio que la Iglesia está siempre del lado de la libertad —añadió—, la libertad de conciencia, la libertad de religión». Fueron también declaraciones decididas. Si Juan Pablo II plantó la semilla de la libertad, Benedicto XVI podría recoger su fruto. Benedicto XVI es consciente de su papel y de las diferencias con su predecesor. Al decir de un simpático habanero en una peña deportiva, «este papa se parece a los futbolistas alemanes… porque no juega con tanta gracia y belleza como los brasileños, pero meterá un gol». Si esto fuera así, Cuba podría ser libre y cristiana.