Se requiere una profundización seria y nuevos modelos e instrumentos educativos cara a las nuevas generaciones, para que aprendan a entrenar la voluntad y formar el carácter sobre las virtudes y los valores
El 98% de los jóvenes de entre 16 y 34 años están las 24 horas del día constantemente conectados a Internet, sobre todo a través de sus teléfonos inteligentes. El 2% restante que no lo está, se les ha descargado la batería o se han quedado sin crédito. Bromas aparte, este dato, que surgió durante el Seminario profesional Character Education and Digital Lifestyles, celebrado en Roma el pasado mes de octubre en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz y promovido por Interaxiongroup, merece especial atención.
Si por un lado es un índice de la siempre mayor demanda de información y entretenimiento de uno de los grupos de edad más activos y dinámicos de nuestra sociedad, el de los menores de 35 años, por otro nos muestra claramente cómo la tecnología y los nuevos medios han permeado, más allá de cualquier pronóstico, nuestra vida diaria. Sentir necesidad de una continua y constante socialización y conexión con la propia familia, los amigos y los colegas en cualquier momento del día no es malo en sí, de hecho forma parte de la naturaleza social del hombre.
Superar la raya, y acabar bajo la dependencia tecnológica, sustituir lo real por lo virtual, es otra cuestión, que tal vez requiere una profundización seria y nuevos modelos e instrumentos educativos cara a las nuevas generaciones, para que aprendan a entrenar la voluntad y formar el carácter sobre las virtudes y los valores.
En un anterior artículo dimos 5 pequeños consejos para vivir más tranquilos y relajados y no caer en el ansia de controlar continuamente las notificaciones, los correos electrónicos y los mensajes en el teléfono inteligente. Se necesita muy poco. No hace falta quitarse de Facebook, pero tal vez se puede comenzar desinstalando la aplicación en el teléfono. Pueden estar seguros de que disminuirá el impulso obsesivo de conectarse cada 5 minutos, sobre todo en los tiempos muertos del día, como la parada de autobús o mientras se está en un atasco de tráfico.
El Seminario contó con la presencia de más de 300 personas de los cinco continentes, en especial de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala, Argentina, Chile, Colombia, Perú, Italia, Inglaterra y España. Muchos eran profesionales del campo de la ética y la comunicación social, y también periodistas, formadores y educadores, además de asociaciones de familias, centros de estudio y organizaciones de investigación sin ánimo de lucro, entre ellas Common Sense, Protegetucorazon, Fapace y la Institució Familiar d'Educació. La sesión de apertura correspondió al Prof. James Arthur, profesor de Education and Civic Engagement en la Universidad de Birmingham y director del Jubilee Centre for Character and Virtue.
Además de la hiperconexión, entre otros numerosos temas abordados durante el seminario hay que resaltar la educación tecnológica en familia, la relación de los adolescentes con las redes sociales, la coherencia de vida entre online y offline, la prevención del bullying y el acoso cibernético en las escuelas, videojuegos y series de televisión. Este último tema fue introducido y presentado por Armando Fumagalli, profesor de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán, que analizó los distintos modelos de adolescentes que emergen en las series de televisión, subrayando cómo y por qué las series de televisión tienen tanta influencia en los jóvenes. Pero atención. Contrariamente a lo que se podría pensar, las series de televisión son muy a menudo buenos productos, que también pueden tener un impacto positivo en los estilos de vida de los jóvenes, despertando emociones y fomentando sentimientos y valores como el respeto, la tolerancia, el altruismo, la generosidad, el amor y la amistad. Son ejemplos las series Pulseras rojas, Don Matteo y Downton Abbey.
Por último, merece especial atención la intervención sobre la pornografía de Thomas Lickona, psicólogo del desarrollo y profesor emérito de educación de la State University of New York en Cortland. Lickona puso en evidencia que la pornografía es omnipresente en la actual sociedad americana, y tiene especial difusión e impacto entre los adolescentes e incluso entre los niños. Citando un informe de la Asociación Americana de Pediatría, The Impact of Pornography on Children, puso de relieve que el aumento del consumo de pornografía entre los jóvenes americanos se correlaciona directamente con el aumento de depresión, ansiedad, sentimiento de alienación, comportamientos violentos, trastornos físicos y una visión distorsionada del matrimonio y de la vida conyugal. La promiscuidad, además, es vista como algo normal. Entre los adultos la pornografía está relacionada directamente a un aumento de la tasa de divorcios, sobre todo cuando es el hombre el que la consume. A la enorme difusión de la pornografía y a hacerla accesible a todos, incluso los niños, que −recordémoslo− por ley no deberían verla, ha contribuido Internet, que la ha convertido en un producto de consumo masivo, gratuito y sin límite de acceso.
Lickona concluyó su intervención citando estudios recientes sobre el cerebro, que han demostrado científicamente que el consumo de pornografía causa una menor funcionalidad cerebral, y provoca comportamientos agresivos, trastornos mentales y formas de dependencia totalmente similares a las sufridas por los consumidores de cocaína , alcohol y anfetaminas. También aquí, como en el caso de la hiperconexión digital, no basta activar filtros y controles parentales. No sirven soluciones paliativas. Es necesario un cambio de actitud, con la introducción de nuevos modelos e instrumentos educativos y la formación específica de padres, profesores y educadores, para que orienten y hagan reflexionar sobre este grave problema, que todavía está subestimado y que incide negativamente en nuestro desarrollo psico-físico y social.