Ha dicho que Jesús trajo la "verdadera libertad” al mundo; una libertad que "nace del encuentro personal con Él”
Muchos relatos de los evangelios nos muestran que la vida de Jesús se caracterizó por ser un continuo encuentro con las personas, fue especialmente cercano a los enfermos, a los que consoló y curó de sus enfermedades y dolencias. También los encarcelados fueron objeto de su cercanía; a los privados de libertad, Jesús les brindó la nueva y verdadera libertad que nace del encuentro personal con Él y que da un sentido nuevo a la vida.
Por lo tanto, siguiendo el ejemplo Jesús, no podía faltar entre las obras de misericordia el visitar a los enfermos y a los encarcelados. Como cristianos estamos llamados a convertirnos en instrumentos de la misericordia de Dios, siendo cercanos y sin juzgar a nadie, para que nadie se sienta abandonado a su suerte ni tampoco acusado, sino que todos, sin exclusión, se sientan amados por Dios mediante gestos que expresen solidaridad y respeto. Estos gestos, cuando son hechos en nombre de Dios, se convierten en auténticos signos elocuentes y eficaces de su misericordia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los animo a que sean valientes y abran el corazón a Dios y a los hermanos, de modo que sean instrumentos de la misericordia y ternura de Dios, que restituye la alegría y la dignidad a quienes la han perdido. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con las personas. Entre estas, un puesto especial tuvieron los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran esos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se hizo cercano a cada uno de ellos y les curó con su presencia y el poder de su fuerza sanadora. Por tanto, no puede faltar, entre las obras de misericordia, la de visitar y asistir a los enfermos.
Junto a esta podemos incluir también la de estar cerca de las personas que se encuentran en prisión. De hecho, tanto los enfermos como los encarcelados viven una condición que limita su libertad. ¡Y precisamente cuando nos falta, nos damos cuenta de lo valiosa que es! Jesús nos ha dado la posibilidad de ser libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones. Nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del nuevo sentido que ese encuentro da a nuestra condición personal.
Con estas obras de misericordia el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: compartir. Recordemos esta palabra: compartir. Quien está enfermo, a menudo se siente solo. No podemos esconder que, sobre todo en nuestros días, precisamente en la enfermedad se experimenta más profundamente la soledad que atraviesa gran parte de la vida. ¡Una visita puede hacer que la persona enferma se sienta menos sola y un poco de compañía es una óptima medicina! Una sonrisa, una caricia, un estrechón de manos son gestos sencillos, pero muy importantes para quien se siente abandonado. ¡Cuántas personas se dedican a visitar enfermos en hospitales o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando se hace en el nombre del Señor, entonces es también expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No les impidamos sentir alivio, y a nosotros ser enriquecidos por la cercanía de quien sufre. Los hospitales son verdaderas “catedrales del dolor”, donde se hace evidente también la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.
Igualmente, pienso en los que están recluidos en la cárcel. Jesús no se olvida tampoco de ellos. Poniendo la visita a los encarcelados entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, ante todo, a no ser jueces de nadie. Ciertamente, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso en prisión, descontando su pena. Pero a pesar de lo que un preso haya podido hacer, sigue siendo amado siempre por Dios. ¿Quién puede entrar en lo íntimo de su conciencia para saber lo que siente? ¿Quién puede comprender su dolor y remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado a hacerse cargo, para que quien ha errado comprenda el mal realizado y recapacite. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si a esta se añade la degradación por las frecuentes condiciones privadas de humanidad en las que esas personas viven, entonces es el momento para que un cristiano se sienta provocado a hacer de todo para devolverles la dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diversas formas de justicialismo a las que estamos sometidos. Que nadie señale a nadie. En cambio, que todos nos convirtamos en instrumentes de misericordia, con actitud de compartir y de respeto. Pienso a menudo en los presos… pienso mucho, los llevo en el corazón. Me pregunto qué les ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las diversas formas de mal. Sin embargo, junto a esos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios hace prodigios. Cuántas lágrimas he visto caer por las mejillas de presos que tal vez nunca habían llorado en su vida; y eso solo porque se han sentido acogidos y amados.
Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles experimentaron la prisión. En los relatos de la Pasión conocemos los sufrimientos a los que el Señor fue sometido: capturado, arrastrado come un malhechor, burlado, flagelado, coronado de espinas… ¡Él, el único Inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel (cfr. Hech 12,5; Fil 1,12-17). El domingo pasado −que fue el domingo del Jubileo de los encarcelados− por la tarde vino a verme un grupo de presos de Padua. Les pregunté qué harían al día siguiente, antes de volver a Padua. Me dijeron: “Iremos a la cárcel Mamertina para compartir la experiencia de san Pablo”. Es bonito, oír eso me hizo bien. Esos presos querían encontrar a Pablo prisionero. Es una cosa bonita, a mí me hizo bien. Y también allí, en la prisión, rezaron y evangelizaron. Es emocionante la página de los Hechos de los Apóstoles donde se cuenta la prisión de Pablo: se sentía solo y deseaba que alguno de los amigos le visitase (cfr. 2Tm 4,9-15). Se sentía solo porque la mayoría lo habían dejado solo… al gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas, pero siempre actuales. Jesús dejó lo que estaba haciendo para visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús lo hizo. No caigamos en la indiferencia; convirtámonos en instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y eso nos hará más bien a nosotros que a los demás porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita, y esa misericordia es un acto para devolver alegría y dignidad a quien la ha perdido.
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Dirijo un particular saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica Lateranense, la Catedral de Roma. Rezad por el Sucesor del Apóstol Pedro, queridos jóvenes, para que confirme siempre a los hermanos en la fe; sentid la cercanía del Papa en la oración, queridos enfermos, para afrontar la prueba de la enfermedad; enseñad con sencillez la fe a vuestros hijos, queridos recién casados, alimentándola con el amor a la Iglesia y a sus Pastores.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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