Sus expresiones denotan horas de meditación y contemplación profunda de realidades indispensables para la humanidad de nuestro tiempo
El marco de una nueva importante intervención del papa Francisco fue la inauguración de curso en el Instituto Pontificio Juan Pablo II, creado hace 35 años dentro del Laterano, para fomentar los estudios sobre matrimonio y familia. Su primer director fue un prestigioso teólogo, Carlo Caffarra, hoy cardenal, y arzobispo de Bolonia hasta el año pasado.
Los titulares de dos noticias sobre ese discurso me parecen expresivos de las mentalidades con que se abordan en la actualidad las cuestiones relativas a la familia. Radio Vaticana ofrece el texto completo con la frase “riscattare famiglie ferite”. En cambio, la información del boletín de la Santa sede en castellano, dice: “Interpretar en nuestro tiempo la belleza del designio creador de Dios sobre el matrimonio y la familia”.
Ante todo, el papa se refirió a la “intuición clarividente de san Juan Pablo II”: su discernimiento de los signos de los tiempos −presente ya, como se sabe, en su importante trabajo en la elaboración de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II− aportó nuevo vigor al reconocimiento tanto en la Iglesia como en la sociedad civil de “la profundidad y la delicadeza de los lazos que se generan a partir de la alianza matrimonial entre el hombre y la mujer”.
Antes de su elección para el pontificado romano, Karol Wojtyla había dedicado tiempo a esas cuestiones, que cuajaran en libros difundidos. Quizá, en la base de su teología sobre el amor humano y el matrimonio, utilizó ampliamente conceptos procedentes del personalismo del siglo XX. Mi impresión es que el papa Francisco continúa en esa línea, pero con un tono menos filosófico, como más directamente humano, lo que facilita en la práctica la comunicación con la gente. Sus expresiones, que podrían parecer a alguno demasiado coloquiales, denotan horas de meditación y contemplación profunda de realidades, también afectivas, indispensables para la humanidad de nuestro tiempo.
Al hablar de ternura, de misericordia, de capacidad de escucha, de comprender y curar heridas, no pasa por alto la realidad de las tormentas que oscurecen la vida de los hogares en cualquier parte del mundo. Pero trata de sumar esfuerzos para fortalecer las familias. De ahí su exhortación al claustro del Instituto para examinar con valentía y rigor las implicaciones −complejas− de tantos aspectos de la cultura actual. Reitera el consejo que daba en 2015 a la Universidad Católica Argentina, de superar “la tentación de barnizarlas, de perfumarlas, de ajustarlas un poco y domesticarlas”.
Se impone al creyente la necesidad de volver los ojos al designio creador de Dios, sintéticamente descrito en el libro del Génesis, que “confía el mundo y la historia a la alianza entre el hombre y la mujer”. Frente a tantos rasgos del actual individualismo narcisista, esa alianza “implica cooperación y respeto, entrega generosa y responsabilidad compartida, capacidad de reconocer la diferencia como riqueza y promesa, no como motivo de sumisión y abuso”. De ahí la correlación entre familia y sociedad: si las cosas van bien entre el varón y la mujer, también el mundo y la historia irán bien. En caso contrario, el mundo se hará inhóspito y la historia se cerrará en sí misma. Estos días, las familias cristianas, en sus visitas a los cementerios y en su oración por los difuntos, protagonizan un momento especial de solidaridad entre las generaciones, de espíritu de comunión, aportación grande a la unidad y concordia de la familia humana a través de los tiempos.
La belleza de la experiencia cristiana de la familia es un gran motivo de inspiración para toda la Iglesia, que enseña el amor de Dios por la familia dentro de su misión de amor hacia todas las familias del mundo: “la Iglesia −que se reconoce como pueblo familiar− ve en la familia el icono de la alianza de Dios con toda la familia humana”. Se comprende que san Pablo lo presente a los Efesios como un gran misterio, casi identificado con el de Cristo respecto de su Iglesia.
El proyecto divino sobre la humanidad es un gran tesoro, capaz de fundamentar una audacia renovada al proponerlo hoy a los hombres, aunque no olvidemos que −también con san Pablo a los de Corinto, como recuerda Francisco−, llevamos ese tesoro en vasos de barro. Pero sin resignarse al pecado, porque existe la gracia. De ahí la gran invitación del papa a sostener el diseño creador a toda costa, cada vez con una mayor cercanía a la gente, porque “el vínculo inquebrantable de la Iglesia con sus hijos es el signo más transparente del amor fiel y misericordioso Dios”.