"La lógica de la misericordia de Dios no entiende de premios o castigos, sino de acoger a todo el que necesita de misericordia y perdón, y de que todos vuelvan a ser hermanos”
Queridos hermanos y hermanas:
La parábola del Padre misericordioso nos muestra la lógica de la misericordia de Dios. Esta marca su modo de actuar con los hombres, abre nuestros corazones a la esperanza y nos devuelve la dignidad de hijos de Dios. La lógica de la misericordia usada por el padre es muy distinta a la lógica usada por los dos hijos de la parábola, pues el hijo menor, sumido en la tristeza, pensaba merecer un castigo por los pecados cometidos, mientras que el hijo mayor, presumiendo de estar siempre con el padre, esperaba una recompensa por los servicios prestados.
Tanto el uno como el otro necesitaban experimentar la misericordia, por eso el padre invita a ambos a hacer fiesta, pues la lógica de la misericordia no entiende de premios o castigos, sino de acoger a todo el que necesita de misericordia y perdón, y de que todos vuelvan a ser hermanos. Precisamente en ver a los hijos juntos y reconociéndose como hermanos consiste la alegría del padre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Acojamos con gozo la invitación de Jesús a participar en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad, y abramos nuestro corazón para ser misericordiosos como el Padre. Que Dios los bendiga.
Esta audiencia de hoy se tiene en dos sitios: como había riesgo de lluvia, los enfermos están en el Aula Pablo VI conectados con nosotros con la pantalla gigante; dos sitios pero una sola audiencia. Saludamos a los enfermos que están en el Aula Pablo VI. Hoy queremos reflexionar sobre la parábola del Padre misericordioso. Nos habla de un padre y de sus dos hijos, y nos da a conocer la misericordia infinita de Dios.
Partamos del final, es decir, de la alegría del corazón del Padre, que dice: «Celebremos, porque esto hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (vv. 23-24). Con estas palabras el padre interrumpe al hijo menor en el momento en que estaba confesando su culpa: «Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo…» (v. 19). Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre que, por el contrario, se apresura a restituir al hijo los signos del su dignidad: el vestido bueno, el anillo, las sandalias. Jesús no describe a un padre ofendido ni resentido, un padre que, por ejemplo, dice al hijo: “¡Me las pagarás!”: no, el padre lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, lo único que le preocupa al padre es que este hijo esté ante él sano y salvo, y eso lo hace feliz y hace una fiesta.
La acogida del hijo que vuelve se describe de modo conmovedor: «Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, tuvo compasión, corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo besó» (v. 20). Cuanta ternura; lo vio de lejos: ¿qué significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para vigilar el camino y ver si el hijo volvía; aquel hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. ¡Qué hermosura la ternura del padre! La misericordia del padre es desbordante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes de que el hijo hable.
Ciertamente, el hijo sabe que se equivocó y lo reconoce: «He pecado… trátame como a uno de tus empleados» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen comprender que siempre fue considerado hijo, a pesar de todo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y, por tanto, nadie puede quitárnosla, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad.
Estas palabras de Jesús nos animan a no desesperar nunca. Pienso en las madres y padres preocupados cuando ven a los hijos alejarse por caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Y pienso también en quien se encuentra en la cárcel y le parece que su vida esté acabada; en quienes han tomado decisiones equivocadas y no consiguen mirar al futuro; en todos los que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen no merecerlo… En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que nunca dejaré de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi vuelta. Incluso en la situación más fea de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera.
En la parábola hay otro hijo, el mayor; también él necesita descubrir la misericordia del padre. Siempre se ha quedado en casa, ¡pero es tan distinto de su padre! Sus palabras carecen de ternura: «Yo te siervo desde hace tantos años y nunca he desobedecido a un mandato tuyo… pero ahora que ha vuelto este hijo tuyo…» (vv. 29-30). Vemos el desprecio: nunca dice “padre”, nunca dice “hermano”, piensa solo en sí mismo, se gloría de haber estado siempre junto al padre y de haberle servido; sin embargo, jamás ha vivido con alegría esa cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado nunca un cabrito para hacer una fiesta. ¡Pobre padre! Un hijo se había ido, y el otro nunca estuvo cerca de verdad! El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nos alejamos o porque nos vamos lejos o porque estamos cerca pero sin ser cercanos.
El hijo mayor, también él necesita misericordia. Los justos, los que se creen justos, también ellos necesitan misericordia. Este hijo nos representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se está para tener una compensación, sino porque se tiene la dignidad de hijos corresponsables. No se trata de “regatear” con Dios, sino de seguir a Jesús que se dio a sí mismo en la cruz sin medida.
«Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo, pero había que celebrarlo y alegrarse» (v. 31). Así dice el Padre al hijo mayor. ¡Su lógica es la de la misericordia! El hijo menor pensaba que merecía un castigo a causa de sus pecados, el hijo mayor se esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre sí, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica extraña a Jesús: si haces bien recibes un premio, si haces mal eres castigado; y esa no es la lógica de Jesús, ¡no lo es! Esa lógica es trasformada por las palabras del padre: «Había que celebrarlo y alegrarse porque este hermanos tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado» (v. 31). El padre ha recuperado al hijo perdido, ¡y ahora puede también devolverlo a su hermano! Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un “hermano”. La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan hermanos.
Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarlo. Deben interrogarse sobre sus deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué decidió hacer el hijo mayor. Y eso es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos necesitamos entrar en la casa del Padre y participar en su alegría, en su fiesta de la misericordia y de la fraternidad. ¡Hermanos y hermanas, abramos nuestro corazón, para ser “misericordiosos como el Padre”!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa (…). Mientras se acerca la Solemnidad de Pentecostés, os invito a prepararos, con la oración y con las obras de misericordia, a recibir al Espíritu Santo: que haga de cada uno hijos de Dios reconciliados, acogedores unos de los otros. Que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa (…). En la alegría del Señor Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. Que el Señor os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua alemana. Cuando Dios nos perdona, su misericordia llena nuestro corazón de alegría. El Año Jubilar es una invitación para hacer una buena Confesión, para ser tocados por su divino amor. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española (…). Acojamos con gozo la invitación de Jesús a participar en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad, y abramos nuestro corazón para ser misericordiosos como el Padre. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles brasileños de Araxá. Al saludaros, queridos peregrinos brasileños, mi pensamiento va a vuestra amada nación. En estos días en los que nos preparamos para la fiesta de Pentecostés, pido al Señor que infunda abundantemente los dones de su Espíritu, para que el país, en estos momentos de dificultad, proceda por senderos de armonía y de paz, con la ayuda de la oración y el diálogo. La cercanía de Nuestra Señora de Aparecida, que como una buena Madre nunca abandona a sus hijos, sea defensa y guía en el camino.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Líbano y Siria. La Misericordia de Dios, como demuestra la parábola del Padre Misericordioso, no quiere castigar el hijo pródigo sino curarlo y devolverlo a la filiación que perdemos con el pecado y con la desobediencia. Pidamos a Dios que nos lleve al arrepentimiento, para volver a vivir como hijos de Dios y como hermanos. Que el Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El viernes se celebra la memoria litúrgica de la Virgen de Fátima. En esa aparición, María nos invita una vez más a la oración, a la penitencia y a la conversión. Nos pide que no ofendamos más a Dios. Advierte a la humanidad entera de la necesidad de abandonarse a Dios, fuente de amor y de misericordia. Siguiendo el ejemplo de san Juan Pablo II, gran devoto de la Virgen de Fátima, pongámonos a la atenta escucha de la Madre de Dios y pidamos la paz para el mundo. Sea alabado Jesucristo.
Saludo de todo corazón a los peregrinos eslovacos (…). Hermanos y hermanas, el próximo domingo celebraremos la Solemnidad de Pentecostés. Pidamos a Dios Omnipotente que infunda en nosotros el Espíritu Santo con sus dones, y podamos así convertirnos en testigos valientes de Cristo y de su Evangelio. Con cariño os bendigo a todos.
Saludo a los peregrinos de lengua italiana (…). Espero de todo corazón que vuestra peregrinación jubilar os refuerce en la adhesión a Cristo y en vuestros generosos propósitos de testimonio cristiano.
Saludo a los sacerdotes asiáticos y africanos del Pontificio Colegio Misionero San Pablo Apóstol; al Instituto Antoniano y la Fundación San Gotardo, que celebra los 20 años de su fundación. Os animo a vivir el Jubileo Extraordinario de modo que descubráis la exigencia de las obras de misericordia corporales y espirituales como alimento de nuestra fe.
Un particular recuerdo a los jóvenes, enfermos y recién casados. El próximo domingo celebraremos Pentecostés. Queridos jóvenes, espero que cada uno sepa reconocer, entre tantas voces del mundo, la del Espíritu Santo, que sigue hablando al corazón de quien sabe ponerse a su escucha. Queridos enfermos (…), encomendaos al Espíritu que no dejará que os falte la luz consoladora de su presencia. Y a vosotros, queridos recién casados (…), espero que seáis en el mundo transparencia del amor de Dios con la fidelidad de vuestro amor y la unión de vuestra fe.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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