El hombre, que nace desnudo y muere consumido, tiene necesidad de la misericordia, a pesar de sus delirios de grandeza
El hombre tiene una profunda nostalgia de Dios, su principio y su fin, aunque algunas veces la plantee buscando sucedáneos que puedan llenar su vacío existencial. Quizás en esa circunstancia se imagine el rostro de Dios como un rostro severo, duro, condenatorio; como el de algunos ídolos paganos que traslucen su paternidad demoníaca. Pero no es así: Dios es Amor, y su amor se manifiesta como misericordia hacia sus criaturas. Además es un Dios cercano, que ha querido hacerse asequible a nosotros. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (Papa Francisco, Bula Misericordiae vultus, n.1).
Hay un largo proceso histórico, a través del cual Dios ha ido revelando paulatinamente sus designios de salvación y misericordia para la humanidad, pasando por alto los desprecios y aun las apostasías de todos los tiempos. “El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34, 6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina” (Papa Francisco, ídem.).
No está lejos de nosotros el rostro de Dios. Él ha querido hacerse tan cercano que algunos, desconcertados, querrían alejarlo de su vida: −no me quieras tanto, déjame en paz, es mi vida triste, pero mía.
Pero su misericordia no le permite la indiferencia. “En la «plenitud del tiempo» (Ga 4, 4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14, 9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Papa Francisco, ídem.).
El hombre, que nace desnudo y muere consumido, tiene necesidad de la misericordia, a pesar de sus delirios de grandeza. “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación” (idem, n. 2).
Dios se nos ha revelado en su misericordia, particularmente en la vida de Jesucristo, en el Evangelio. La montaña del Sinaí, con rayos y truenos, es ya el monte de las Bienaventuranzas, en que se promete felicidad a quien vive de amor. “Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro” (ídem.).
Salimos de nuestra indigencia acogiendo el amor de Dios hacia nosotros, sin rechazarlo con gesto de autosuficiencia. “Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (idem, n. 2).
Sólo así aprendemos a mirar al prójimo sin rencor y sin indiferencia. “Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida” (idem, n. 2).