Me refiero a un asunto en el que había un satisfactorio consenso social: no levantar el “velo” de la ilusión y dejar ese momento al criterio de los padres de las criaturas
Los Reyes son los padres. Y punto.
Esto no es algo que solo puedan decir la princesa Leonor y su hermana.
Se trata, por el contrario, de una realidad que debemos interiorizar muy claramente tú y yo.
Te lo digo porque estos días, y en esta materia, algunos hemos asistido entre incrédulos y atónitos a una nueva y necia imposición de alguna Administración municipal. De esas que se inmiscuyen en todo, que en todo quieren imponer y sobre todo pretenden decidir.
Me refiero a un asunto −el de las Cabalgatas− en el que había un satisfactorio consenso social: no levantar el “velo” de la ilusión y dejar ese momento al criterio de los padres de las criaturas.
Esta Navidad ha habido quienes han decidido transmutar a tres Reyes Magos con sus capas, vestimentas, joyas, ropajes y coronas y convertirlos en tres pésimos modelos que portaban extravagantes camisones de un quieroynopuedo estilo Ruizdelaprada. Disculpa, Ágatha. Para sí lo quisieran.
Se trataba de lo que en mi pueblo llamarían jorobar la manta. De robar ilusiones. De despertar inocencias. De castigar a padres con una patada en el culo de sus hijos de tierna edad. De decidir por nosotros el cuándo y el cómo.
Y hasta ahí podíamos llegar.
Tres presuntos hipsters (con perdón de los hipsters) o tres payasos (con perdón de semejantes profesionales) o tres brujas (también con perdón), comandados por alcaldías, se nos quieren meter en la casa y hasta en la cama -por la ventana, por la chimenea o por donde puedan- para decidir por nosotros cuestiones que solo a nosotros nos competen.
Porque han olvidado una cosa elemental: los reyes no son ellos. Los reyes son −somos− los padres.
Así que, por favor, dejen en paz (y en libertad) las ilusiones de nuestros hijos pequeños y, si quieren hacer magia, desaparezcan.
El pueblo soberano sabrá llevar conforme a una tradición pacífica e indiscutida y a nuestras raíces, una cabalgata en la que no se atropelle, con premeditación y alevosía, la ilusión y la inocencia de nuestros pequeños.
Es verdad que es mejor sufrir una injusticia −la que han perpetrado ellos− que cometerla. Recuérdenlo. Y es también mejor ser inocente (como nuestros pequeños) que culpable (como algunos desgarramantas), pero… intentemos no crear conflicto donde no lo había. Porque se trata de solucionar problemas, no de montarlos.
Repito y no lo olviden: los reyes somos los padres. Y por cierto, no sólo el 5 o el 6 de enero. Que también.
Disfruten del carbón, que seguro les ha sobrado pues los niños se han portado genial. Imagino que, además, hace mucho frío por la calle en camisón…
No sé si alguna madre finalmente les perdonará eso que es bastante peor que una broma de muy mal gusto. Creo que sí. Pero sepan que el Niño de Belén (Ese que no fueron a adorar) está totalmente dispuesto a perdonarles. Lo recordaba recientemente en un tuit el papa Francisco: la misericordia de Dios siempre será más grande que cualquier tropelía humana.
Así que no jueguen a hacerse los malotes. Ya no son niños. Y, además, hasta en eso tienen todas las de perder. A ustedes, como a nosotros, como a mí, nos tapan el mal con abundancia de bien.
Por eso en las noches oscuras… siguen brillando las estrellas. Las del amor con el que tantos padres y madres hacen de Magos. Y, cómo no, la de Belén.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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