La aportación de la mujer, hermana, amiga, compañera, esposa, cónyuge, pero sobre todo la mujer madre, y su modo de ver el mundo y de trabajar en él, es imprescindible para que el varón pueda también ser hermano, amigo, compañero, esposo, cónyuge y padre
Tras una tradición secular de tratados antropológicos abstractos, el momento actual reclama una contestación concreta a la pregunta ¿quién es la mujer?, paralela a la de ¿quién es el varón? Ambos son ante todo personas, es decir un quién. Puede parecer sorprendente, pero la diferencia entre varón y mujer se ha dado siempre por supuesta y apenas hay reflexión sobre ella: se trata de una evidencia olvidada.
El pensador que más ha avanzado en esta cuestión, con mucha diferencia sobre los demás, ha sido Karol Wojtyla y es el único −que yo conozca−, que tiene propuestas de largo alcance, que habría que desarrollar. Al comienzo de su pontificado ya afirmó que era necesario investigar sobre los fundamentos antropológicos y teológicos del matrimonio y la familia y de las razones por las que Dios creó al hombre varón y mujer, que desarrolló en su Teología del Cuerpo. Otras de las propuestas más importantes del Papa Wojtyla se encuentran en sus textos: la Carta Apostólica Mulieris dignitatem (1988) y la Carta a las mujeres (1995), donde entre otras cosas habla del “genio de la mujer”, expresión suya.
Ciertamente, un estudio abstracto del ser humano puede fundamentar la igualdad esencial entre los sexos, pero no dice nada acerca de esa diferencia, que tantas consecuencias han tenido y tiene en la vida práctica. Esa falta de pensamiento nos ha encontrado indefensos ante las actuales ideologías que invaden y confunden la conciencia social, presentando el género −dimensión cultural del sexo−, como una cuestión arbitraria y susceptible de ser moldeada al gusto de cada cual y con la presentación de la diferencia como algo irrelevante que se pretende manipular al antojo de cada cual. ¿Dónde advertir esa sutil diferencia que nos constituye a las mujeres como diferentes a los varones?
Desde un punto de vista experiencial advertimos que todo hombre está abierto a su propio origen, a los padres, por lo que la filiación vendría a ser una relación constitutiva de la persona: nunca, por mucho que pasen los años, se deja de ser hijo. Pero además, la persona humana es algo más que hijo, tiene una dimensión esponsal que se traduce en la práctica en dos modos de amar: el paternal y el maternal. También quien es padre o madre, nunca deja de serlo respecto a sus propios hijos.
Por su parte, la mujer aporta a la humanidad algo específico que sólo ella puede dar: su peculiar modo de ver y hacer las cosas, incluso de descubrir aspectos de la realidad que sólo ella puede ver. Quizá por eso el papa Francisco decía hace unos días que es importante la palabra de la mujer, que hay que dejarle hablar, también en la iglesia, en la teología.
En el ser humano hay una serie de cualidades complementarias, todas ellas humanas, entre los cuales los varones desarrollan con más facilidad unas y las mujeres otras. Los empresarios afirman que los varones tienen mayor capacidad para hacer proyectos y las mujeres para valorarlos. En general, los hombres analizan mejor; en cambio, las mujeres sintetizan; los varones son más competitivos y las mujeres trabajan bien en la cooperación.
Lo cierto es que un mundo hecho sólo por los varones estaría incompleto, sería demasiado materialista y excesivamente jerarquizado, a la postre, sería inhumano. Algo parecido ocurriría si estuviera hecho solo por mujeres, sería demasiado complicado y reiterativo. Sólo si hay varón y mujer, la humanidad es completa: solo la “unidad de los dos” cuando consiguen vivir uno para el otro en comunión, es fuente de fecundidad en todos los campos. Y no sólo en el actuar externo, sino en el desarrollo de la propia personalidad de cada uno. Hay potencialidades en la mujer que solo pueden desarrollarse gracias a los hombres de su vida: su padre, sus hermanos varones, sus amigos, sus compañeros y colegas… Y hay potencialidades en los varones que sólo pueden florecer gracias a la influencia de las mujeres de su vida, empezando por su madre.
Karol Wojtyla afirmaba que la contribución de la mujer se concreta en su peculiar sensibilidad por las personas, que proviniendo de su dotación para dar vida, podría contribuir a humanizar el mundo. La aportación de la mujer, hermana, amiga, compañera, esposa −a san Juan Pablo II le gustaba decir, novia−, cónyuge, pero sobre todo la mujer madre −ese es su peculiar modo de amar−, y su modo de ver el mundo y de trabajar en él, es imprescindible para que el varón pueda también ser hermano, amigo, compañero, esposo, cónyuge y padre.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España.