El Papa, durante la Audiencia general de este miércoles, concluye la catequesis semanal sobre la familia
Queridos hermanos y hermanas,
En medio de una civilización marcada fuertemente por una sociedad administrada por la tecnología económica, donde la subordinación de la ética a la lógica del beneficio goza de un grande apoyo mediático, se hace cada vez más necesaria una nueva alianza entre el hombre y la mujer, que libere a los pueblos de la colonización del dinero y de las colonizaciones ideológicas, y que oriente la política, la economía y la convivencia civil, para que la tierra sea verdaderamente un lugar habitable, donde se transmita la vida, y se perpetúe el nexo entre la memoria y la esperanza.
La fe nos dice que esta alianza entre el hombre y la mujer ha sido querida por Dios desde la creación, no sólo para velar por los intereses íntimos de la familia: a ellos les ha confiado el mundo y el proyecto de domesticarlo; por lo tanto, lo que ocurre entre el hombre y la mujer repercute en todo lo creado, como vemos en el relato del pecado original. Pero Dios no nos abandona, su misericordiosa protección no mengua, como muestra la especial bendición que Dios da a la mujer para defender a su criatura del maligno. Esta ternura de Dios la vemos sobre todo encarnada en Jesucristo, nacido de una mujer, que murió por nosotros, aun siendo nosotros pecadores.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos a Dios que avive nuestra fe en la promesa que hizo al hombre y a la mujer, y tomando conciencia de la importancia de esta alianza, que todas las familias de la tierra se sientan bendecidas por Dios y protegidas por su ternura y amor. Muchas gracias y que Dios los bendiga.
Esta es nuestra reflexión conclusiva sobre el tema del matrimonio y la familia. Estamos en vísperas de acontecimientos hermosos y comprometedores, que están directamente vinculados a este gran tema: el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia y el Sínodo de Obispos aquí en Roma. Ambos tienen una repercusión mundial, que corresponde a la dimensión universal del cristianismo, pero también al alcance universal de esa comunidad humana fundamental e insustituible que es precisamente la familia.
El paso actual de la civilización parece marcado por los efectos a largo plazo de una sociedad administrada por la tecnocracia económica. La subordinación de la ética a la lógica del beneficio dispone de medios ingentes y de apoyo mediático enorme. En este escenario, una nueva alianza del hombre y de la mujer no solo es necesaria sino incluso estratégica para la emancipación de los pueblos de la colonización del dinero. Esta alianza debe volver a orientar la política, la economía y la convivencia civil. Decide la habitabilidad de la tierra, la trasmisión del sentimiento de la vida, los vínculos de la memoria y de la esperanza.
De esta alianza, la comunidad conyugal-familiar del hombre y de la mujer es el “abc” de la generación, el “nudo de oro”, podemos decir. La fe la logra de la sabiduría de la creación de Dios, que confió a la familia no el cuidado de una intimidad finalizada en sí misma, sino el emocionante proyecto de “domesticar” el mundo. Precisamente la familia está en el principio, en la base de esta cultura mundial que nos salva; nos salva de muchos, tantos ataques, tantas destrucciones, de tantas colonizaciones, como la del dinero o las ideologías que amenazan tanto al mundo. La familia es la base para defenderse.
Precisamente de la Palabra bíblica de la creación hemos tomado nuestra inspiración fundamental, en nuestras breves meditaciones de los miércoles sobre la familia. A esa Palabra podemos y debemos acudir nuevamente con amplitud y profundidad. Es un gran trabajo el que nos espera, pero también muy ilusionante. La creación de Dios no es una simple premisa filosófica: ¡es el horizonte universal de la vida y de la fe! No hay un plan divino distinto para la creación y para su salvación. Es para la salvación de la criatura −de toda criatura− por lo que Dios se hizo hombre: por nosotros los hombres y por nuestra salvación, como dice el Credo. Y Jesús resucitado es primogénito de toda criatura (Col 1,15).
El mundo creado está confiado al hombre y a la mujer: lo que pase entre ellos da impronta a todo. Su rechazo a la bendición de Dios lleva fatalmente a un delirio de omnipotencia que lo arruina todo. Es lo que llamamos “pecado original”. Y todos venimos al mundo con la herencia de esa enfermedad.
A pesar de eso, no estamos malditos, ni abandonados a nuestro destino. El antiguo relato del primer amor de Dios por el hombre y la mujer, ya había escrito páginas con fuego, al respecto. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo (Gn 3,15a). Son las palabras que Dios dirige a la serpiente embustera, embaucadora. Mediante esas palabras Dios marca a la mujer con una barrera protectora contra el mal, a la que ella puede acudir −si quiere− para cada generación. Quiere decir que la mujer lleva una secreta y especial bendición, para defender a su criatura del Maligno. Como la Mujer del Apocalipsis, que corre a esconder al hijo del Dragón. Y Dios la protege (cfr. Ap 12,6).
¡Pensad qué profundidad se abre aquí! Existen muchos lugares comunes, a veces incluso ofensivos, sobre la mujer tentadora que inspira al mal. Sin embargo, ¡tiene que haber sitio para una teología de la mujer que esté a la altura de esta bendición de Dios para ella y para la generación!
La misericordiosa protección de Dios sobre el hombre y la mujer, en todo caso, nunca decae para ambos. ¡No olvidemos esto! El lenguaje simbólico de la Biblia nos dice que antes de expulsarles del jardín del Edén, Dios confeccionó para el hombre y la mujer túnicas de piel y los vistió (cfr. Gn 3, 21). Este gesto de ternura significa que hasta en las dolorosas consecuencias de nuestro pecado, Dios no quiere que nos quedemos desnudos ni abandonados a nuestro destino de pecadores. Esta ternura divina, este cuidado por nosotros, lo vemos encarnado en Jesús de Nazaret, hijo de Dios nacido de mujer (Gal 4,4). Y también san Pablo nos dice: aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Rm 5,8). Cristo, nacido de mujer, de una mujer. Es la caricia de Dios sobre nuestras llagas, sobre nuestros errores, sobre nuestros pecados. Pero Dios nos ama como somos y quiere llevarnos adelante con ese proyecto, y la mujer es la más fuerte que lleva adelante ese proyecto.
La promesa que Dios hace al hombre y a la mujer, en el origen de la historia, incluye a todo los seres humanos, hasta el final de la historia. Si tenemos fe suficiente, las familias de los pueblos de la tierra se reconocerán en esa bendición. En todo caso, quien se deje conmover por esa visión, de cualquier pueblo, nación, religión que pertenezca, que se ponga en camino con nosotros. Será nuestro hermano y nuestra hermana, sin hacer proselitismo, no. Caminemos juntos bajo esta bendición y con esa finalidad de Dios de hacernos a todos hermanos en la vida en un mundo que va adelante y que nace precisamente de la familia, de la unión del hombre y la mujer.
¡Que Dios os bendiga, familias de todos los rincones de la tierra! ¡Que Dios os bendiga a todos!
El sábado que viene saldré de viaje apostólico a Cuba y a Estados Unidos de América, una misión a la que acudo con gran esperanza. El motivo principal del viaje es el VIII Encuentro Mundial de las Familias, que tendrá lugar en Filadelfia. Acudiré también a la sede central de la ONU, en el 70° aniversario de dicha institución. Desde ahora saludo con cariño al pueblo cubano y al estadounidense, que, guiados por sus Pastores, se han preparado espiritualmente. Pido a todos que me acompañéis con la oración, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo y la intercesión de María Santísima, Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba, e Inmaculada Concepción como Patrona de los Estados Unidos de América.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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