Las Provincias, 28-VI-2006
El clima cultural parece dominado por un modo de pensar que se podría resumir como “lo que no son cuentas son cuentos”. Sólo sería conocimiento válido para todos lo cuantificable, lo convertible en dinero. Lo demás, meras creencias más o menos irracionales, cuyo ámbito de sentido se reduciría en todo caso a la propia cultura. De este modo todo verdadero diálogo desaparece, ya que lo que se reconoce como común –el calculo económico, el deseo de enriquecimiento– sólo si...
Las Provincias, 28-VI-2006
El clima cultural parece dominado por un modo de pensar que se podría resumir como “lo que no son cuentas son cuentos”. Sólo sería conocimiento válido para todos lo cuantificable, lo convertible en dinero. Lo demás, meras creencias más o menos irracionales, cuyo ámbito de sentido se reduciría en todo caso a la propia cultura. De este modo todo verdadero diálogo desaparece, ya que lo que se reconoce como común –el calculo económico, el deseo de enriquecimiento– sólo sirve para aislar y enfrentar a unos individuos con otros.
Por eso resulta tan necesario el esfuerzo por recuperar las posibilidades de la razón, capaz de descubrir verdades comunes que transcienden la dimensión del egoísta calculo económico, y del narcisismo colectivo de la propia tribu. Este es precisamente uno de los aspectos más destacables en la trayectoria intelectual de Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI: su defensa decidida de la razón humana, capaz de alcanzar verdades universales, como la que establece la igual dignidad de todos los seres humanos, impidiendo que puedan considerarse lícitas las ampliaciones de “derechos” que se basan en la negación de los derechos de otros, como la salud del adulto mediante la destrucción de embriones.
El tema de la verdad ha sido una de sus constantes esenciales. Así el lema elegido para su pontificado, Cooperatores veritatis (servidores de la verdad), o el título de alguno de sus libros, como Verdad, valores, poder (Madrid, Rialp, 1995), o Fe, verdad, tolerancia (Salamanca, Sígueme, 2005). En su discurso Paz en la verdad subraya que la creencia en la posibilidad de la razón de alcanzar verdades universales nada tiene que ver con el fundamentalismo. El error del fundamentalismo radica en la pretensión de imponer la verdad por la fuerza. El fundamentalismo surge de la confusión entre distinguir el bien del mal, y distinguir entre buenos y malos. La primera distinción es indispensable para la cordura, la segunda conduce precisamente a la insania.
Benedicto XVI atribuye al fundamentalismo la principal responsabilidad en la generación de la violencia, junto con el nihilismo. En ambos casos –afirma– se desfigura la realidad de Dios. “El nihilismo niega su existencia y su presencia providente en la historia, el fundamentalismo fanático desfigura su rostro benevolente y misericordioso, sustituyéndolo con ídolos a su imagen y semejanza”. Su oposición frontal al fundamentalismo la presenta nuevamente en su encíclica Deus caritas est, al subrayar la exigencia de la distinción entre el ámbito de la Iglesia y el ámbito del Estado. La Iglesia se guía por la búsqueda de la caridad, mientras que el Estado debe tener como tarea principal la justicia. “Son dos esferas distintas, pero siempre en relación recíproca”. “La Iglesia no puede ni debe sustituir al Estado pero tampoco puede quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional, esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien, del derecho natural”
“La razón ha de purificarse constantemente porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés (crematístico) y del poder (de la tribu) que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente” (Deus caritas est). “La Iglesia desea contribuir a la purificación de la razón, a partir del reconocimiento de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano” ya que “existe para impedir que la confusión de la confrontación domine a la humanidad. Su cometido es conducir a Dios toda la riqueza del ser humano en todas las lenguas y por ello convertirse en la fuerza de la reconciliación de la humanidad” ( Dios y el mundo ). Esta es la razón por la que niega que el relativismo pueda ser la base de la democracia, ya que es por el contrario el respeto a los derechos humanos fundamentales iguales para todos ( Verdad, valores, poder ).
En su reivindicación constante del papel de la razón, Joseph Ratzinger destaca que de todas las patologías, la más grave es la religiosa, pero esta patología se da también donde se niega la religión. “Donde se niega a Dios, se le priva a la libertad de su fundamento y se distorsiona”. Lo comprobamos en la cultura actual, donde a la tesis de la muerte de Dios ha seguido la de la muerte de hombre, y las distintas propuestas del posthumanismo, que oscilan entre lo peligroso y lo pueril.
La venida de Papa a Valencia es una ocasión, probablemente irrepetible, para que los creyentes reflexionen acerca de sus derechos y obligaciones con la sociedad civil, comenzando por lo que es la primera comunidad, la familia, y para que “los ciudadanos no creyentes reconozcan, con Jürgen Habermas, que no pueden olvidar el potencial de verdad de las concepciones religiosas y negar a sus conciudadanos creyentes el derecho de contribuir a las discusiones públicas también en lenguaje religioso” (Habermas- Ratzinger Ragione e Fede in dialogo ).