Homilía del Papa Francisco en la Conmemoración de los fieles difuntos
Catacumbas de Priscila en la Vía Salaria
La celebración de la fiesta de todos los difuntos en una catacumba –para mí es la primera vez en la vida que entro en una catacumba, es una sorpresa– nos dice tantas cosas. Podemos pensar en la vida de aquella gente, que debía esconderse, que tenía esa cultura de sepultar a los muertos y celebrar la Eucaristía aquí dentro… Es un mal momento de la historia, pero que no se ha superado: también hoy los hay. Hay muchos. Muchas catacumbas en otros países, donde hasta deben simular fiestas o un cumpleaños para celebrar la Eucaristía, porque en aquel sitio está prohibido hacerlo. También hoy hay cristianos perseguidos, más que en los primeros siglos, más. Esto –las catacumbas, la persecución, los cristianos– y estas Lecturas me hacen pensar en tres palabras: la identidad, el lugar y la esperanza.
La identidad de esa gente que se reunía aquí para celebrar la Eucaristía y para alabar al Señor, es la misma de nuestros hermanos de hoy en tantos, tantos países donde ser cristiano es un crimen, está prohibido, no tienen derechos. La misma. La identidad es la que hemos oído: son las Bienaventuranzas. La identidad del cristiano es esa: las Bienaventuranzas. No hay otra. Si haces eso, si vives así, eres cristiano. “No, pero mira, yo pertenezco a tal asociación, a tal otra…, soy de este movimiento…”. Sí, sí, todas cosas bonitas; pero eso son fantasías ante esta realidad. Tu carnet de identidad es ésta [señala el Evangelio], y si no tienes esta, no sirven para nada los movimientos o las otras pertenencias. O vives así, o no eres cristiano. Simplemente. Lo dijo el Señor. “Sí, pero no es fácil, no sé cómo vivir así…”. Hay otro texto del Evangelio que nos ayuda a entender mejor esto, y ese pasaje del Evangelio será también el “gran protocolo” según el cual seremos juzgados. Es Mateo 25. Con estos dos pasajes del Evangelio, las Bienaventuranzas y el gran protocolo, mostraremos, viviendo esto, nuestra identidad de cristianos. Sin esto no hay identidad. Existe la ficción de ser cristianos, pero no la identidad.
Esa es la identidad del cristiano. La segunda palabra: el lugar. Aquella gente que venía aquí para esconderse, para estar seguros, también para sepultar a los muertos; y esa gente que celebra la Eucaristía hoy a escondidas, en esos países donde está prohibido… Pienso en aquella monja en Albania que estaba en un campo de reeducación, en tiempos comunistas, y estaba prohibido a los sacerdotes dar sacramentos, y esa monja, allí, bautizaba a escondidas. La gente, los cristianos sabían que esa monja bautizaba y las madres se acercaban con el niño; pero no tenía ni un vaso, nada para echar el agua… Lo hacía con los zapatos: cogía del río el agua y bautizaba con los zapatos. El lugar del cristiano está en todas partes, no tenemos un lugar privilegiado en la vida. Algunos quieren tenerlo, son cristianos “cualificados”. Pero esos corren el riesgo de permanecer como “cualificados” y dejar caer lo “cristiano”. Los cristianos, ¿cuál es su lugar? «Las almas de los justos están en las manos de Dios» (Sb 3,1): El lugar del cristiano está en las manos de Dios, donde Él quiere. Las manos de Dios, que están llagadas, que son las manos de su Hijo que quiso llevar consigo las llagas para enseñárselas al Padre e interceder por nosotros. El lugar del cristiano está en la intercesión de Jesús ante el Padre. En las manos de Dios. Y ahí estamos seguros, pase lo que pase, incluso la cruz. Nuestra identidad [señala el Evangelio] dice que seremos bienaventurados si nos persiguen, si dicen cualquier cosa contra nosotros; pero si estamos en las manos de Dios llagadas de amor, estamos seguros. Ese es nuestro lugar. Y hoy podemos preguntarnos: y yo, ¿dónde me siento más seguro? ¿En las manos de Dios o con otras cosas, con otras seguridades que “alquilamos” pero que al final caerán, que no tienen consistencia?
Esos cristianos, con ese carnet de identidad, que vivían y viven en las manos de Dios, son hombres y mujeres de esperanza. Y esa es la tercera palabra que me viene hoy: esperanza. La hemos escuchado en la segunda Lectura: la visión final donde todo es re-hecho, donde todo es re-creado, esa Patria adonde todos iremos. Y para entrar allá no hacen falta cosas raras, no hacen falta actitudes un poco sofisticadas: solo hace falta enseñar el carnet de identidad: “Está en orden, adelante”. Nuestra esperanza está en el Cielo, nuestra esperanza está anclada allí y nosotros, con la cuerda en la mano, nos sostenemos mirando la orilla del río que debemos atravesar.
Identidad: Bienaventuranzas y Mateo 25. Lugar: el lugar más seguro, en las manos de Dios, llagadas de amor. Esperanza, futuro: el ancla, allí, en la otra orilla, pero yo bien agarrado a la cuerda. Eso es importante, ¡siempre agarrados a la cuerda! Muchas veces solo veremos la cuerda, ni siquiera el ancla, ni la otra orilla; pero tú, agárrate a la cuerda que llegarás seguro.