En la mente de todos los “pastores” es común hoy la exigencia de una actualización pedagógica en la misión que la Iglesia confía a los formadores de los futuros presbíteros
Incluimos el texto de la conferencia de Mons. Ángel Javier Pérez Pueyo, Obispo de Barbastro-Monzón, el pasado 13 de mayo de 2015, durante las jornadas de la 17ª edición de Diálogos de Teología Almudí que bajo el título “Vaticano II y Sacerdocio. 50 años de la ‘Presbiterorum ordinis’. En memoria del Beato Álvaro del Portillo”, se han celebrado en Valencia los días 17 de abril, 5 y 13 de mayo, organizadas por la Biblioteca sacerdotal Almudí y la Facultad de Teología de Valencia.
Esquema
1. ¿Cómo armonizar la propuesta de la meta con la atención al viandante?
a) La propuesta clara de la meta
b) El viandante («el seminarista 3.0»)
▪ En cuanto ser humano concreto
▪ En cuanto llamado a vivir su vocación cristiana como presbítero
c) Nuevo paradigma: la «razón simbólica» del ministerio presbiteral
▪ Más que «gestor», el hombre que reúne, preside, crea comunión y cohesión en la propia comunidad
▪ Más que «portavoz», se sabe «testigo» que narra la memoria de Jesús.
▪ Tiene cuidado (cura) de cada persona y ejerce «la paternidad» en este mundo que se siente huérfano de padre.
▪ Más que «administrador» de servicios religiosos, celebra con las personas los momentos más significativos de su vida y los bendice.
2. El «Seminario pastoral»
a) Una renovación que le cuesta cuajar
b) ¿Cómo modular hoy el «seminario pastoral»?
▪ Resignificar la antropología
▪ Lograr que el seminario sea un verdadero «cenáculo»
▪ La personalización
▪ Deslindar la preparación académica y la capacitación pastoral.
▪ La comunidad cristiana en su conjunto como «promotora y formadora» de los llamados (PDV 65).
▪ El itinerario formativo promueva y fomente la cercanía con los más desfavorecidos
Motivación
«Predisponer al candidato a la GRACIA» sigue siendo, como acuñó certeramente Juan de Castro[1], la misión −ardua y delicada− que la Iglesia confía en todo tiempo y lugar a los formadores de los futuros presbíteros.
El Vaticano II removió profundamente las bases de la teología del sacerdocio al proponer un nuevo tipo de Iglesia, que necesariamente iba a exigir un modo nuevo de ser y ejercer el ministerio presbiteral. Esta búsqueda, todavía no concluida y que tan elevado coste humano ha supuesto en estos años, se torna, pese a todo, en verdadero acontecimiento de GRACIA y en OPORTUNIDAD ÚNICA para afrontar con serenidad y altura de miras la «crisis»[2] en la que se halla sumida no sólo la Iglesia sino toda la humanidad.
Nos encontramos por tanto ante una búsqueda que no ha terminado y que nos abre paso a una nueva actitud antropológico-teológica que, sin duda, aunque intentos no falten, no se va a limitar a «restaurar» planteamientos del pasado.
Durante estos años la Iglesia, a tientas pero en fidelidad al espíritu del Vaticano II, ha ido afrontando en muchas ocasiones la problemática sobre la vida, la formación y el ejercicio del ministerio ordenado (PDV 3). La atención, a mi entender, ya no se centra hoy en la identidad del sacerdote sino en los problemas relacionados con el itinerario formativo y con el estilo de vida de los presbíteros (PDV 3).
Esto nos obliga, en honestidad con los candidatos, a conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere alcanzar con el camino a recorrer, teniendo en cuenta la atención a la persona, a su ritmo de crecimiento y a su andadura (PDV 61).
En la mente de todos los «pastores» es común hoy la exigencia de una actualización pedagógica en los formadores. No basta una sólida formación teológica y espiritual, maduro equilibrio psicológico, emocional y afectivo, un fuerte espíritu de fe, una viva conciencia sacerdotal y pastoral, solidez en la propia vocación... (cfr. Directrices, 24) sino que es preciso promover también una pedagogía más dinámica, creativa, viva, abierta a la realidad de la vida; saber acompañar los procesos formativos con una presencia asidua y atenta a las necesidades de la comunidad y de las personas; ser capaces de vivir y trabajar en equipo, bien compenetrados entre sí, colaborando fraternalmente (cfr. Directrices, 10-11); capacitar a los seminaristas para que lleguen a ser los «sacerdotes 3.0» que la humanidad necesita en este momento para impulsar la nueva evangelización.
Doy por supuesto los rasgos antropológico-teológicos de la identidad sacerdotal que emergen del Vaticano II[3] al igual que la problemática que se vivió y la repercusión educativa[4] que tuvo, expuesta más ampliamente en un artículo que escribí hace un par de años en la Revista Seminarios[5] y cuyos frutos ha esbozado magistralmente Don Santiago Bohigues Fernández, Director del Secretariado de la Comisión Episcopal del Clero de la CEE.
Esta era la pregunta fatídica a la que los rectores y formadores han tenido que enfrentarse durante estos cincuenta años: ¿cómo armonizar el ideal al que hay que tender con el ritmo y crecimiento peculiar de cada candidato? (PDV 61).
El camino, como hemos visto, no ha sido fácil ni el precio pagado despreciable. El proceso de integración de los valores evangélicos destacados por el Concilio y la reflexión posterior del Magisterio, más allá de los riesgos que se hayan podido correr o de su distorsión en la aplicación, nos ha permitido recuperar lo verdaderamente nuclear del presbítero y mostrar su originalidad y significatividad incuestionable.
Su singularidad, ser «transparencia», «epifanía», «imagen», «icono»[6] de Cristo, Cabeza y Pastor, lo identifica más por su «significar» que por su «hacer». Y el símbolo, «pastor», refleja su nuevo paradigma teológico, la «pastoreitas»[7].
Gracias a la consagración obrada por el Espíritu Santo a través del sacramento del Orden, la vida y misión del sacerdote queda sellada, marcada, caracterizada por los mismos sentimientos, actitudes y comportamientos de Jesucristo, Cabeza y Pastor, que se compendian en la caridad pastoral (PDV 21), «alma del ministerio presbiteral» y núcleo vertebrador de la formación de todo presbítero (PDV 57b).
La caridad pastoral define la actitud existencial de Jesús, el Buen Pastor, cuyos sentimientos, actitudes y comportamientos se sintetizan en[8]:
▪ La gratuidad: vivir la vocación presbiteral como un verdadero don y como una gracia;
▪ La donación de sí: vivir la vocación presbiteral como entrega sacrificial, igual que el Siervo de Yahvé que da la vida;
▪ El pastoreo: vivir la vocación presbiteral con solicitud amorosa por el rebaño que le ha sido confiado;
▪ La fraternidad: vivir la vocación presbiteral como comunión corresponsable del propio ministerio (colegialidad).
Son los valores que adornan a cuantos se sienten llamados por el Señor al ministerio presbiteral, cuya meta última no es otra que la de «conformar su corazón con el de Jesucristo, el Buen Pastor».
Valores de los que se desprenden actitudes, virtudes y conductas singulares que configuran la identidad del presbítero:
De forma gráfica, a modo de ejemplo, ofrezco en este cuadro un posible Proyecto educativo del seminario (un «GPS[9]» manual) donde se visibilizan los valores y actitudes que los candidatos deben interiorizar:
“Llamado a conformar tu corazón con el de Jesucristo, el Buen Pastor”
La Gratuidad
Vivir la vocación como don y como gracia
Lc 5, 1-11; Rom 1,5; 1 Cor 15, 9-10; Gal 1, 15-16; 1 Tim 4, 14; relatos de vocación: Gn 12,1-9; Ex 3, 1-10; Jue 6, 11-24; 1 Sm 3,1-4,1; Mt 4,18-22; 9,9-13; Act. 1,12-26; Gal 1,11-2,5.
posibles actitudes que se desprenden:
▪ La sorpresa
▪ La seducción (fascinación, admiración, etc.)
▪ La apertura
▪ La relación interpersonal
▪ La confianza
▪ La seguridad
▪ La aceptación
▪ La obediencia
▪ La donación oblativa
▪ La entrega total y radical
▪ La desposesión (expropiación)
▪ Etc.
El servicio
Vivir la vocación presbiteral como entrega sacrificial, igual que el Siervo de Yahvé que da la vida.
Is 49, 1-13; 52, 53, 12; Mc 10, 35-45 (o Lc 4, 14-22); Lc 22, 24-30 (o Lc 4, 14-22); Filp 2, 1-11; Jn 13, 1-17.
posibles actitudes que se desprenden:
▪ La sensibilidad
▪ La relación oblativa (no posesiva) entre los sexos (virginidad-castidad)
▪ La proximidad (compasiva y misericordiosa) con los pobres y excluidos
▪ La pobreza
▪ La escucha
▪ El don compartido
▪ El servicio
▪ Etc.
El Pastoreo
Vivir la vocación presbiteral con solicitud amorosa por el rebaño que nos ha sido confiado.
Jer 3, 14-18; 23, 1-4; 31, 10-14; Ez 34, 1-31; Zac 11, 4-17;13, 7-9; Mt 9, 10, 4; Lc 15, 1-7; Jn 10, 1-18; Act 20, 17-38.
posibles actitudes que se desprenden:
▪ La cercanía
▪ La misericordia
▪ La solicitud pastoral
▪ La disponibilidad
▪ La fidelidad
▪ El testimonio
▪ Etc.
La Fraternidad
Vivir la vocación como comunión corresponsable del propio ministerio (colegialidad).
Lc 10; Mt 10; Jn 11, 52; Act. 20,17; Rom 12, 3-21; 1 Cor 4, 15;14; 1 Pe 1, 23.
posibles actitudes que se desprenden:
▪ El diálogo
▪ La solidaridad
▪ La colaboración
▪ La corresponsabilidad
▪ La vivencia comunitaria de la fe
▪ El trabajo y vida en común con los presbíteros ya en ejercicio
En este otro cuadro, también a modo de ejemplo, ofrezco algunas de las actitudes que se desprenden al desentrañar cada uno de los cuatro valores evangélicos propuestos en PDV. Las presento, por razones didácticas, de forma secuencial y progresiva teniendo en cuenta las distintas etapas del proceso formativo y cada una de las dimensiones. Ni es un «mapa estándar» que contenga todas las actitudes ni debe seguirse esta misma secuencia. Lo sorprendente es que del «fragmento» (del «cultivo» de una actitud concreta) se llega a la «totalidad» (a la interiorización de las demás):
PAST. VOCACIONAL |
SEM. MENOR |
PROPEDÉUTICO |
ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS |
ETAPA DE PASTORAL |
FORM. PERMANENTE |
|
HUMANA COMUNITARIA |
Sencillez |
Alegría |
Acogida |
Diálogo |
Responsabilidad |
Aceptación de sí mismo |
ESPIRITUAL |
Apertura |
Sensibilidad |
Gratitud |
Dependencia Filial |
Corresponsabilidad |
Abandono |
INTELECTUAL |
Asombro |
Discer-nimiento |
Confianza |
Humildad |
Obediencia de amor |
Desapropiación / desposesión |
PASTORAL |
Solidaridad / servicio |
Colaboración |
Valentía |
Compromiso |
Entrega incondicional |
Contemplación en la acción |
El camino a recorrer para alcanzar la meta nos exige ahora centrar necesariamente la atención en el candidato, descubrir sus fortalezas y fisuras, el contexto en el que se desenvuelve, los valores que le mueven...
El estilo educativo[10] que el seminario debe imprimir emergerá necesariamente del respeto y de la fidelidad a la propia identidad del seminarista de hoy:
▪ En cuanto ser humano concreto
Las notas que definen la identidad humana del candidato, su ser unitario, en continuo crecimiento, único e irrepetible, en relación con otros hombres, situado en un contexto espacio-temporal, abierto a la trascendencia… marcarán ineludiblemente su estilo educativo:
• En cuanto ser UNITARIO, la formación tendrá que ser INTEGRAL, es decir, que garantice la armonía y la unidad entre las dimensiones humana, comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral.
• En cuanto que es un ser EN CONTINUO CRECIMIENTO (in fieri), la formación tendrá que ser PROCESUAL, respetando las diferentes etapas de crecimiento: propedéutico, institucional, pastoral, permanente.
• En cuanto que es un ser ÚNICO e IRREPETIBLE, la formación tendrá que ser PERSONALIZADA, es decir, potenciará las virtualidades que posea, respetará sus propias peculiaridades y su ritmo de maduración.
• En cuanto que es un SER EN RELACIÓN CON OTROS HOMBRES, la formación será COMUNITARIA, esto es, favorecerá la comunicación, la convivencia, la cooperación, la participación, la solidaridad…
• En cuanto que es un ser situado en un CONTEXTO ESPACIO-TEMPORAL, la formación tendrá que ser INCULTURADA, teniendo en cuenta su propia geografía, cultura, tradiciones…
• En cuanto que es un ser abierto a la TRASCENDENCIA, la formación será CREYENTE, es decir, tendrá a Dios como centro que da sentido y unidad a la totalidad de la persona.
▪ En cuanto llamado a vivir su vocación cristiana como presbítero
De los rasgos identificadores que definen la vocación cristiana del presbítero se derivarán los siguientes criterios pedagógicos para la formación:
1. Como vocación cristiana es:
▪ Don de Dios: misterio de gracia. La formación por lo tanto habrá de entenderse como acogida agradecida del don −no como conquista− y como esfuerzo generoso por formarse;
▪ Consagración que configura a la persona y le da identidad. La formación habrá de orientarse a lo definitivo y no a lo transitorio; primordialmente al ser y secundariamente a las tareas;
▪ Misión, envío del Señor a través de la Iglesia. La formación habrá de preparar para ser enviado, para ser administrador de los dones de Dios y para ser servidor de los hermanos.
2. Como vocación cristiana específica
▪ Por medio de la consagración sacramental, su vida queda definida por las actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo y que se compendian en su caridad pastoral. En consecuencia, toda la formación habrá de ser pastoral.
▪ El sacramento del Orden incorpora a éste a la comunión del presbiterio presidido por el obispo. La formación, por tanto, deberá estar orientada hacia la vivencia de la fraternidad presbiteral y hacia la capacitación para el ejercicio corresponsable del ministerio.
3. Como vocación cristiana específica en la Iglesia
El sacerdote se sitúa en la Iglesia y al frente de ella (PDV 12b):
▪ Como servidor de la Iglesia misterio (PDV 16e), la formación le ayudará a tomar conciencia de que el crecimiento de la Iglesia es obra gratuita del Espíritu y de que su servicio es el servicio evangélico del siervo inútil (PDV 59b).
▪ Como servidor de la Iglesia comunión −unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio− (PDV 16e), la formación favorecerá «el conocimiento y la estima de los diversos dones y carismas, de las diversas vocaciones y responsabilidades que el Espíritu ofrece y confía a los miembros del cuerpo de Cristo» (PDV 59c) y promoverá «la colaboración cordial con los diversos agentes eclesiales» (PDV 59c).
▪ Como servidor de la Iglesia misionera (PDV 16e), la formación «ayudará al candidato al sacerdocio a amar y vivir la dimensión misionera esencial de la Iglesia» (PDV 59d) y fomentará la abertura, la disponibilidad y la universalidad para el anuncio del Evangelio (PDV 59d).
4. Como vocación cristiana específica en la Iglesia para la vida del mundo
La Iglesia tiene una auténtica dimensión secular (ChL 15). Si hay un servicio que exija la inmersión en el mundo de quien lo ejerce éste es, sin duda, el del ministerio presbiteral. De ahí que la educación de los candidatos habrá de favorecer el espíritu de apertura e inserción en nuestro mundo que garantice el conocimiento del hombre al que se ha de evangelizar (PO3, RFIS 58).
Esta nueva comprensión del ministerio presbiteral, que pone el acento evangelizador en la «razón simbólica», no sólo nos libera de la presión del número, de la edad o de la relevancia social, sino que modula una singular forma de ser y actuar como «hombre y sacerdote»:
▪ El sacerdote, más que «gestor», reúne, preside, crea comunión y cohesión en la propia comunidad:
El sacerdote «prae-sedere», es decir, se sienta al frente de la comunidad. Lo hace en nombre y en lugar de Dios, verdadero dueño del rebaño. Esta presidencia comporta el servicio de la unidad, de la comunión. Es un carisma especial al servicio de los carismas. La presidencia por ser simbólica y sacramental no le autoriza a actuar en lugar de la comunidad. No se le pide que gestione la comunidad sino que estimule y provoque la corresponsabilidad de todos para la edificación de la comunidad. Supone acompañar todas las vocaciones y carismas, especialmente a los laicos. No es el hombre «orquesta» que lo hace todo y solo, sino que suscita, sostiene, forma cristianos responsables. Será el verdadero lazo de unión entre los diversos evangelizadores. Tendrá cuidado de proporcionarles: el gusto por la Palabra de Dios, por la oración, el amor a la Eucaristía… la fidelidad a las enseñanzas y a las directrices de la Iglesia.
▪ El sacerdote, más que «portavoz», se sabe «testigo» que narra la memoria de Jesús:
El presbítero no es dueño de la Palabra sino su servidor y oyente humilde (PDV 26). Su palabra lo que hace es alimentar la fe de la comunidad y alimenta su compromiso en la vida y en el mundo. Al mismo tiempo, pone a cada hombre, especialmente al no creyente, en «crisis», en discernimiento para aceptar o rechazar la salvación que Cristo le ofrece. Es antes que nada narrador del Evangelio. Conoce bien por dentro y desde dentro esa historia y la siente como fuego en sus entrañas. Ha de ser experto en comunicación. El hombre de Dios no es el científico o el filósofo ni el místico de la interioridad (gurú) sino el apóstol que testifica su presencia creadora y salvadora sobre el mundo. Su tono no es el solemne de la elocuencia, no es el retórico del sermón, no es el elaborado del discurso, no es el arrebatado del predicador sino el coloquial de la conversación, el entusiasta del testigo. Toda narración supone y exige «contar lo que el Señor ha hecho contigo» (Mc 5, 19), es decir, hablar desde el corazón, desde dentro, desde lo que uno ha experimentado.
▪ El sacerdote tiene cuidado (cura) de cada persona y ejerce la «paternidad» en este mundo que se siente huérfano de padre:
Hoy todos hablan que la única evangelización posible es «boca a boca». Esto exige cercanía, escucha, diálogo, comprensión, empatía… Supone, además, primar la calidad de nuestra atención a la cantidad. Las energías de un presbítero habrán de encaminarse a crear «microclimas» de comunión, ámbitos de fraternidad y de reconciliación entre los diferentes miembros de la comunidad. Su campo de actuación será, tantas veces, sanar los corazones heridos o deshabitados… que, como fruto del pecado, debilitan o rompen la comunión y la fraternidad. Otro campo de actuación será la animación y la promoción de la cultura de la solidaridad que nos conduzca a la «civilización del amor», dedicando sus mejores energías a los más desfavorecidos.
▪ El sacerdote, más que «administrador» de servicios religiosos, celebra con las personas los momentos más significativos de su vida y los bendice:
El presbítero del futuro ha de ser signo viviente de la bendición de Dios. Celebra la fiesta de la vida. El mundo no se pierde sólo por ignorancia (falta de conocimiento) ni por injusticia (lucha mutua) se pierde, sobre todo, porque falta la fiesta entre los hombres. Es poco intensa la celebración del misterio. La bendición del presbítero aportará al mundo la fecundidad, bondad y paz. Culmina con la eucaristía, la alabanza de la gracia salvadora, presente y actuante en el memorial de la cena de Jesús, de la manifestación de la gloria de Dios en favor de los hombres. Fomentar una cultura que devuelva al hombre el gesto de la bendición, el abrazo del Padre, que erradica la carga de «condena» y «maldición» que se ha ido gestando.
Cuando todo el mundo creía que se había tocado fondo en la sequía vocacional y que se había logrado atajar los problemas disciplinares gracias a los reajustes que la Iglesia había ido haciendo durante estos años en la formación sacerdotal se constata ahora con preocupación el progresivo envejecimiento del clero, su irrelevancia social, el descenso paulatino todavía de vocaciones[13], el goteo continuo de secularizaciones, la fragmentación de los presbiterios con sensibilidades (espiritualidades) incompatibles, escándalos inauditos… que está provocando, en no pocos, un gran desencanto y malestar latente.
El hedonismo individualista en el que todos nos hallamos sumidos se constituye en un verdadero caldo de cultivo para la acedía (apatía) que hiere profundamente el corazón del pastor haciendo que el mayor riesgo que tiene hoy el sacerdote es su modo de vivir y ejercer el ministerio, sin pasión, ni celo apostólico…
Aunque los criterios expuestos por el Magisterio han sido claros y suficientes[14], todavía no se han hecho realmente operativos ni se está equipando adecuadamente a los nuevos evangelizadores presbíteros para el cambio de época y de paradigma que auguró el Concilio.
El P. Víctor Fernández, Rector de la Universidad Católica de Buenos Aires, consciente de que la pastoral sigue siendo la «cenicienta» en la formación sacerdotal, invitó a los formadores de Argentina, en el Encuentro anual de febrero de 2008, a hacer un cheking particular de su propio seminario y analizar si la «pastoreitas» (que va más allá de las simples actividades pastorales) unifica y ordena realmente toda la vida del seminario.
Reformulo en ítems las cuestiones que con tanta lucidez, realismo y practicidad, les propuso por si alguno se anima a hacer este mismo análisis de su propio seminario:
1) ¿Está incorporada la orientación pastoral en el Proyecto educativo de vuestro seminario? ¿Cómo se visibiliza?
2) ¿Tiene suficientes indicadores específicamente pastorales? Reseña los más significativos.
3) ¿Cómo se acompaña a cada seminarista en sus proyectos y evaluaciones pastorales personales?[15]
4) ¿Qué está suponiendo de exigencia y/o de riqueza interior al candidato la tarea pastoral que realiza? ¿Con quién la revisa?
5) ¿Tiene cada seminarista integrada la pastoral en su Proyecto personal de vida? ¿Cómo se concreta?
6) ¿Se visibiliza la dimensión pastoral en el Proyecto comunitario? Reseña lo más significativo.
7) ¿Cómo se afrontan y resuelven durante los años de formación las perturbaciones humanas y psicológicas que surgen en las actividades apostólicas?
8) ¿Cómo se insertan los seminaristas en la pastoral orgánica, en concreto, en el plan diocesano de pastoral?, ¿Y los formadores?
9) ¿Qué tareas pastorales se realizan en equipo?
10) ¿Cómo se visibiliza en el seminario que la formación espiritual se halla impregnada por una espiritualidad pastoral, propia de un cura diocesano?
11) ¿Conectan los seminaristas lo que estudian con la vida pastoral?
12) ¿Se garantiza una formación pastoral práctica, es decir, una capacitación básica para el ejercicio del ministerio?[16]
13) ¿Qué inconsistencias (fragilidades) pastorales suelen aparecer poco después de la ordenación? ¿Qué reajustes se han establecido para afrontarlas y reconducirlas?
14) ¿Quién se encarga de coordinar la dimensión pastoral en el seminario?
15) ¿Quién evalúa en el seminario al final de cada curso la formación pastoral impartida?
Este será ahora nuestro verdadero desafío. Ofrezco algunos elementos:
▪ Resignificar la antropología.
La antropología que subyace en las nuevas generaciones[18] −de la que se hallan imbuidos los propios seminaristas−, no siempre coincide con la antropología cristiana ni se halla sostenida desde la «transparencia» que asegure la superación de los «fueros» o la dinámica motivacional.
Durante su proceso formativo tendrán que descubrir e interiorizar otra propuesta de realización y felicidad humana que les ayude a sentir, pensar y actuar en cristiano. Manifestar, sin miramientos, que el Evangelio les abre a un tipo de vida excelente aunque para muchos ni sea obvia ni normal. Y que se caracteriza por:
• La comunión: Somos inseparablemente seres singulares y sociales-comunitarios (personas). Nuestra humanidad se realiza en la comunión interpersonal y social con los demás y con Dios. Buscar cada uno el interés de los demás es lo que nos humaniza. No somos individuos aislados.
• El servicio: Colaborar para que todos puedan tener una vida (existencia) digna. El camino de felicidad no es el consumismo sino el poner la vida al servicio de los demás para que también vivan. No estamos para competir.
• La dignidad humana y nuestra libertad: Sí existen valores universales, una “verdad” sobre el ser humano. Nuestra libertad no consiste en poder elegir, disfrutar y cambiar, sino en buscar juntos, desde la diversidad, la verdad y conformar nuestra vida desde ella. Los otros son el criterio fundamental de moralidad personal y social: los más pobres en todos los ámbitos.
• Hijos y hermanos: Formamos parte de un proyecto común que podemos construir juntos desde nuestra libertad. Somos una sola familia humana. Vivir reconociendo esta realidad es lo que nos humaniza.
Este modo de ser y de actuar que da sentido pleno a la vida se sustenta en dos claves irrenunciables, la primera, que lo propio del ser humano es la vocación a la comunión en el amor y la libertad. La segunda, que vivir es «ser para que los otros vivan». Los demás no pueden ser los competidores de mi propia realización y felicidad, sino más bien los que la hacen posible.
Y, al mismo tiempo, va modelando el alma del sacerdote como hombre recio, creyente firme y pastor santo:
* Hombre recio, de buen carácter, cercano, abierto, acogedor, comunicativo, transparente, de espíritu alegre y ánimo firme, solidario y corresponsable en la tarea proyectada y realizada en común…;
* Creyente firme, que vive una espiritualidad propia del clero diocesano: recia e integradora que centra todo su ser y actuar (el ejercicio del ministerio como fuente de santificación) , enraizada en la eucaristía (espiritualidad eucarística) y en la caridad pastoral (celo apostólico ardiente), que descubre, valora y potencia todos los carismas eclesiales…;
* Pastor santo, libre de toda ambición de cargos y honores, de seguridades y comodidades, al que se le encuentra para todo, con un celo apostólico ardiente y una total disponibilidad… De buena y sólida formación intelectual y capacitación práctica para el ejercicio del ministerio presbiteral. Que vive y ejerce el ministerio presbiteral fraternamente.
▪ Lograr que el seminario sea un verdadero “cenáculo”
El Seminario debe ser una «comunidad de vida» en camino (PDV 60) y no preferentemente un ámbito de «discernimiento». El Beato Manuel Domingo y Sol, «santo apóstol de las vocaciones sacerdotales», recordaba a los sacerdotes operarios que la primera y mejor labor en el campo vocacional era impedir que «entrasen algunos lobos en el santuario»[19]. De ordinario todavía se suele gastar más energías en “seleccionar” −ver si realmente hay vocación o que no se pierda cuando la hay− que en «formar».
Pero, ¿qué entendemos realmente por formar?, ¿qué queremos expresar cuando utilizamos este constructo complejo y saturado de significación?: ¿moldear la personalidad?, ¿forjar una identidad?, ¿desentrañar los valores que uno lleva dentro?, ¿adquirir competencias técnicas para desempeñar un oficio?... Todos estos términos y más, conforman su extensión semántica. Hoy, constatamos sorprendidos, cómo la mayoría de los proyectos educativos de nuestros seminarios se han quedado obsoletos porque abarcaban únicamente la franja de edad comprendida en la etapa institucional (formación inicial) y no la etapa ministerial que contempla la vivencia personal y el ejercicio del ministerio (formación permanente).
Realmente sólo hay formación cuando se tiene clara la meta y se ha decidido caminar libremente hacia ella, poniendo las energías en buscar, acoger y aprovechar los medios que a ella pueden llevar. Y no aquellos «candidatos que se postulan» o «candidatos que van mendigando de seminario en seminario, de país en país hasta ser admitidos». La renovación pasa siempre por la calidad y la exigencia[20].
▪ La personalización
La personalización supone ofrecer el protagonismo del individuo («viandante») en su propia formación. Hoy el proceso formativo es cada vez más interactivo. Por eso utilizo, de forma analógica, la expresión «seminarista 3.0». La educación es auto-formación o no será (PDV 69). Supone la «docibilitas», es decir, estar decidido a aprender en todo y de todo, toda la vida es condición indispensable de la verdadera formación permanente (PDV 70). Y como parte de esa auto-responsabilización, el descubrimiento y la aceptación de «dejarse acompañar». De aquí la trascendencia que vuelve a tener el director espiritual.
Esto conlleva que la estructura del itinerario tendrá que ser cada vez más «elástica», más personal, menos «institucionalizada». Cada día son más frecuentes los episodios de «burn-out» entre sacerdotes. El agotamiento de la energía motivacional, la ausencia de ilusión, la sobrecarga de trabajo, la «especialización» litúrgica (reduciendo al sacerdote como «administrador de servicios» donde es imprescindible su presencia). El sentimiento de pertenencia a una comunidad concreta se desvanece en beneficio del «servicio» a cuatro o cinco comunidades a las que tiene que atender. La funcionarización del sacerdocio aboca a una doble vida. Si la labor del sacerdote se reduce a lo cultual, si se desvanecen las relaciones pastorales, si no existe el vínculo concreto con grupos humanos, si el cometido del sacerdote no es más que el de administrar los sacramentos, entonces la misión se deforma y se tergiversa, la psiqué del sacerdote se funcionariza.
▪ Deslindar la preparación académica y la capacitación pastoral.
Hasta ahora la formación ha girado en torno al ámbito académico. Es un problema hondamente sentido por los formadores y vivido un poco dramáticamente por los alumnos: el identificar la formación para el ministerio presbiteral con superar y seguir un curriculum académico. No hay tiempo ni siquiera para lo que PDV señala como objetivo fundamental de la formación intelectual: desarrollo de la capacidad, crítica, prepararse para responder a las preguntas que los hombres se hacen hoy, reflexión madura, aplicación práctica de lo estudiado.
El segundo aspecto es conseguir la “pastoralización” de los estudios, convicción general y formulada oficialmente pero que apenas acontece: descubrir eso que S. Buenaventura formula y recoge PDV: «nadie crea que le baste la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin el asombro, la observación sin el júbilo, la actividad sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría de la inspiración sobrenatural» (PDV 53).
Esto supondría una revisión profunda de las materias a impartir de acuerdo con la necesidad y situación del propio territorio. Exigiría también un cambio de método en la enseñanza, pasar de los métodos discursivos a otros métodos más participativos (interactivos). Y conllevaría contar con «maestros» más que «doctores», y «testigos» más que «maestros».
▪ La comunidad cristiana en su conjunto como “promotora y formadora” de los llamados (PDV 65).
Supone potenciar la «vocacionalización» de toda la Diócesis. Especialmente significativo deberá ser en el futuro lo que ya está emergiendo entre los «nuevos movimientos», constituidos por verdaderas comunidades mixtas en donde se cristalizan diferentes modos de consagración que necesariamente conllevará equipos formadores mixtos (PDV 66).
La Iglesia comunión entraña una vivencia de la comunitariedad amplia y profunda (PDV 59) que complemente y corrija el acentuado individualismo que al parecer traen hoy las nuevas vocaciones. O los particularismos de sus grupos de origen.
▪ El itinerario formativo promueva y fomente la cercanía con los más desfavorecidos
El itinerario formativo debe contemplar un ambiente que posibilite, promueva y fomente la cercanía y el contacto con los más desfavorecidos, con la humanidad doliente… Será el medio necesario entre nosotros especialmente cuando los candidatos vienen de ambientes de comodidad y consumismo acentuados, para cultivar la sensibilidad del corazón (PDV 58). Esto servirá para superar el «aburguesamiento» o la tendencia a la comodidad que caracteriza también a la nueva generación de candidatos.
* * *
No es tiempo para lamentos ni recriminaciones estériles. Menos aún para el desánimo ni el pesimismo. Quejarse porque estamos atravesando un tiempo de invierno eclesial supone no reconocer −como diría Olegario Gonzalez de Cardedal− que los tiempos los da Dios. La única cuestión es acoger con gozo, como tiempo propio, el divino tiempo que Dios nos da.
Tal vez el mejor servicio que la Revista Seminarios y la propia Hermandad han podido prestar a la Iglesia, durante estos años, haya sido desvelar nuestra propia vulnerabilidad; ayudarnos a ser más proclives a la GRACIA, de donde nos viene la fuerza y de donde emergerá un nuevo «resto» (cfr. Jue 7, 1-7); urgirnos a vivir sin miedos ni complejos, conscientes de que el Evangelio no queda anclado en el pasado sino que nos abre a un tipo de vida excelente aunque ahora no sea ni tan obvia, ni normal; invitarnos a releer la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, en clave vocacional[21], que nos ofrezca un nuevo paradigma. Pero este cambio, como hemos expuesto, pasa por la santidad del clero, por su renovación interior, y llegue a ser realmente el alma y motor de la «vocacionalización» de cada una de las comunidades cristianas, de los grupos y movimientos apostólicos.
Este esfuerzo, por arduo o lento que se nos antoje, jamás resultará estéril porque la educación −como decía Henry Adams− afecta a la eternidad, nunca se sabe dónde termina su influencia.
Mons. Ángel Javier Pérez, Obispo de Barbastro-Monzón
[1] 1er Curso para Formadores de Sacerdotes organizado por la Hermandad de Sacerdotes Operarios en Buenos Aires (Argentina) durante los meses de enero y febrero de 1993. Realmente formarse como presbítero es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ¿Me amas? (PDV 42).
[2] Entiendo CRISIS, en su justo sentido etimológico, del griego «crinein» [separar, juzgar, decidir], como el momento en que se produce un cambio (mutación grave) muy marcado que desencadena una oportunidad (desafío) de relanzamiento y de vida o, por el contrario, de empeoramiento y muerte. O bien, tomando el término CRITERIO, que proviene de la misma raíz, y supone la capacidad para juzgar, seleccionar o apreciar ciertas cosas, escogiendo las que nos conduzcan a un cambio significativo. A un nuevo paradigma: Cfr. María de Molina, Diccionario del uso del español, Gredos, Madrid 1986; J. Corominas, Diccionario crítico etimológico, Gredos, Madrid 1976.
[3] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis, Editrice Vaticana, 1992; Congregación para la Educación Católica, Nuevas Vocaciones para una nueva Europa, Edice, Madrid 1998; Comisión Episcopal de Seminarios, Pastoral de las Vocaciones Sacerdotales: El Papel central del presbítero en la promoción vocacional, Mons. Juan María Uriarte, en el Encuentro Anual de Delegados de Pastoral Vocacional del 18 al 20 de septiembre de 1998, Edice, Madrid 1998; Luis Rubio Morán, Nuevas vocaciones para un mundo nuevo, Ed. Sígueme, Salamanca 2002. En el capítulo 5º dedicado a los cristianos presbíteros, en la nota 2ª se recogen las obras más relevantes sobre el ministerio ordenado, pág. 243; Román Sánchez Chamoso, Ministros de la Nueva Alianza. Teología del sacerdocio ministerial, CELAM, Bogotá 1993 (MNA); Varios, Diccionario de Pastoral Vocacional, Sígueme, Salamanca 2005; Comisión Episcopal de Seminarios, Decid con la vida: «Aquí estoy», Jornadas Nacionales sobre Pastoral Vocacional del 16 al 18 de noviembre de 2007, Ed. Edice, Madrid 2008; Varios, Diccionario del Sacerdocio, Ed. BAC, Madrid 2008; Antonio Bravo, Seguir a Cristo. De la Vocación a las vocaciones, Ed. Sígueme, Salamanca 2009; Mons. José Ángel Saiz Meneses, La alegría del sacerdocio, Carta pastoral adviento 2009; Antonio María Rouco Varela, Discurso inaugural de la XCIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, 23 de noviembre de 2009; Comisión Episcopal de Seminarios, Claves para la formación sacerdotal hoy. Jornadas de formación permanente para los educadores de los seminarios mayores, Ed. Edice, Madrid 2011; Manuel Sánchez Monge, Una pastoral vocacional entusiasmada, Carta Pastoral, Mondoñedo-Ferrol, 2011; Emilio Lavaniegos, Los Itinerarios formativos en el seminario diocesano, Animación Vocacional Sol, México 2012; Adolfo González, Carta pastoral a los sacerdotes sobre algunas cuestiones relativas a la vida espiritual y ministerio pastoral, Almería 2012; Conferencia Episcopal Española, Vocaciones Sacerdotales para el siglo XXI. Hacia una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales, EDICE, Madrid 2013 (en preparación).
[4] José Luis Moreno Martínez, Seminario: Caminos recorridos en el postconcilio. Ponencia en el Encuentro de Formadores de Seminarios, Beja (Portugal), del 1 al 4 de septiembre de 2003; Luis Rubio Morán, Cien Años de Seminarios en España, en Estudios, seminarios y pastoral en un siglo de historia de la Iglesia en España (1892-1992), Pontificio Colegio Español de San José de Roma, 1992, Primer centenario, pp. 45-156.
[5] Cfr. Ángel Javier Pérez Pueyo; Revista Seminarios sobre los ministerios en la Iglesia, núms. 204-205, Madrid, 2012.
[6] Cfr. PDV 15.22.24.43.49.72.
[7] El modelo teológico que identificó durante tanto tiempo al sacerdote, la regálitas (el poder regio para legislar, dirigir, mandar y gobernar la sociedad), la magisterialitas (amparado en la dimensión profética, pretende tener los secretos del saber, de la ciencia, y de la cultura) y la sacerdotalitas (el hombre del templo, del culto, de lo sagrado no tiene fuerza evangelizadora en un contexto cada vez más secular) resulta insuficiente y necesita resituarse para poder mostrar lo más indiscutible y significativo del carisma original del ministerio de los pastores. Cfr. S. Dianich, Teología del ministerio ordenado. Una interpretación eclesiológica, pág. 326.
[8] Cf. Ángel Pérez Pueyo, Cómo elaborar el Proyecto Educativo del Seminario, Curso para Formadores de Sacerdotes organizado por la Hermandad de Sacerdotes Operarios, Seminario de Trujillo (Perú) febrero 2007.
[9] Dios es mi «GPS», Campaña del Día del Seminario 2011, Comisión Episcopal de Seminarios de la CEE, EDICE, Madrid 2011.
[10] Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, Plan de Formación para los candidatos al ministerio presbiteral en la Hermandad, Roma, 16 de diciembre de 1994.
[11] Luis Rubio Morán, o.c. pp. 291-306; Cfr. Conferencia Episcopal Española, te prometo una vida apasionante, vídeo viral de la Campaña del Día del Seminario 2012.
[12] Víctor Manuel Fernández, Una renovación que no llega: la formación pastoral en los seminarios y la finalidad pastoral de toda la formación, Semana de Formación de Seminarios realizada en Argentina en febrero de 2008, OSLAM, núm. 52, Santa Fe (Bogotá) 2008.
[13] Durante la década de 2002 a 2012 ha sido menor el descenso de vocaciones en España, aunque todavía es de un 24,78%, habiendo pasado de 1.699 seminaristas mayores a 1.278 en la actualidad.
[14] «Toda formación de los candidatos al sacerdocio está orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo Buen Pastor. Por tanto esta formación en sus diversos aspectos debe tener un carácter esencialmente pastoral» (PDV 57a). Además, se indica que la formación pastoral «asegura a la formación humana, espiritual e intelectual, contenidos y características concretas, a la vez que unifica y determina toda formación de los futuros sacerdotes» (PDV 57b).
[15] Cf. Víctor M. Fernández, o.c.: Muchas veces los seminaristas organizan la pastoral a su gusto sin ningún tipo de planificación, sin ningún tipo de orden... Eso no forma pastoralmente. Si no adquieren el hábito de una planificación pastoral de las tareas no lo harán después como curas. Él mismo expone cuáles son elementos mínimos que se requieren para elaborar un Proyecto pastoral.
[16] Cfr. Víctor M. Fernández, o.c.: Muy interesante resulta detallar los elementos que el P. Víctor ofrece para equipar a los seminaristas en una pastoral práctica.
[17] Luis Rubio, o.c.; Encuentro de formación permanente al presbiterio de Cáceres 2005; Juan Francisco Comendador, Algunas consideraciones sobre la formación presbiteral, Roma 2011.
[18] Francisco Porcar Rebollar, Formación permanente al clero de la Diócesis de Coria-Cáceres, el 23 de febrero de 2009, evocando a Benedicto XVI refleja cómo la matriz cultural de la sociedad actual ofrece un proyecto de realización personal y de felicidad humana cuyos rasgos fundamentales son:
Cf. José Ignacio Munilla, La evangelización de los jóvenes ante la ‘emergencia afectiva’, Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, Valencia 2012.
[19] Beato Manuel Domingo y Sol, Escritos I, 5º, 41.
[20] Ángel Pérez Pueyo, «Los Colegios de San José, una visión providente», Mesa redonda con motivo del Centenario de la muerte de Mosén Sol, Tortosa 27 de enero de 2009.
[21] Cfr. Memoria sexenio 2002-2008 de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, Tortosa 2008, págs. 85-86. El Bienio teológico de licenciatura en pastoral vocacional, aunque con significativas variantes, ante la inviabilidad de llevar a cabo el proyecto original, se ha podido encuadrar dentro de la Sección de Espiritualidad de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de México, manteniendo claramente el sello formativo de las diferentes vocaciones. D. José Luis Ferré Martí ha sido el alma mater de este Proyecto Educativo-Pastoral. Fue nombrado por la Universidad Coordinador del mismo y ha prestado un significativo servicio en la puesta en marcha y desarrollo del mismo.
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