De la admiración literaria a la amistad espiritual: una conversación sobre Dios
Este trabajo tiene como objeto estudiar la correspondencia entre las escritoras Elena Fortún (Encarnación Aragoneses) y Carmen Laforet, que tuvo lugar entre 1947 y 1952 y mostrar cómo a través de las cartas que se dirigieron por admiración literaria, alcanzaron una profunda amistad espiritual, en la que se comunicaron sus preocupaciones y búsquedas, particularmente la búsqueda de Dios y del sentido de sus vidas. En las cartas también se narra con detalle el proceso de conversión interior de Carmen Laforet, que influyó en su obra, especialmente en su novela La mujer nueva.
Abordamos este estudio en seis apartados:
1. Una visión general del epistolario.
2. Breve reseña vital y literaria de Encarnación Aragoneses (Elena Fortún).
3. Breve apunte sobre la vida, obra y religiosidad de Carmen Laforet como contexto.
4. Un resumen de las primeras veinte cartas del epistolario.
5.Una conversación sobre Dios, que son las veintiséis cartas restantes del epistolario.
6. Las conclusiones del trabajo.
1. Una visión general del epistolario
La Fundación Banco de Santander en su colección Cuadernos de obra fundamental acaba de publicar el epistolario de estas dos grandes escritoras que fueron Carmen Laforet y Elena Fortún, seudónimo literario de Encarnación Aragoneses. Lo ha titulado Carmen Laforet & Elena Fortún. De corazón y alma (1947-1952). Va precedido de unos breves prólogos de dos de las hijas de Laforet, Cristina y Silvia Cerezales Laforet, y de Nuria Capdevilla-Argüelles; de la selección de la correspondencia se ha ocupado Cristina Cerezales Laforet.
Este epistolario ilumina de un modo muy elocuente algunos aspectos de los últimos cinco años de vida de Elena Fortún, la última parte ingresada en el sanatorio Puig de Olena, de Centellas (Barcelona) por el cáncer de pulmón y tuberculosis que padeció. Y también esos cruciales años de la vida de Carmen Laforet, en los que experimentó una conversión religiosa, que más tarde trasladaría a su novela La mujer nueva.
Son cuarenta y seis las cartas seleccionadas y el arco de tiempo que abarcan es desde el 1 de febrero de 1947 al 25 de enero de 1952, cinco años. Catorce de ellas proceden de la pluma de Elena Fortún y treinta y dos de Carmen Laforet. Algunas son muy breves, de apenas unos pocos párrafos, y otras son más largas.
Su contenido refleja la amistad que unió a estas dos escritoras, que se vieron muy pocas veces personalmente, pero que llegaron a una gran admiración y afecto humano y espiritual. En sus cartas, Carmen Laforet manifiesta cómo creció leyendo los inolvidables relatos de Celia y los demás personajes creados por Elena Fortún, y cómo le ayudaron a comprenderse a sí misma y al mundo que le rodeaba. Su amor por estos relatos lo trasmitió a sus hijos:
Solía mi madre leernos capítulos sueltos de Celia […]. Recuerdo lo mucho que ella disfrutaba –hasta llegar a atragantarse con la risa que le producían algunos episodios– leyéndonos las ocurrencias de aquellos niños, que ya considerábamos de ‘la familia’ […] Trasportaban a mi madre a ese lugar del interior de cada uno donde la infancia permanece para siempre. Y era entonces, y por ellos, cuando se producía el más profundo y verdadero encuentro con nosotros, sus hijos (CEREZALES LAFORET, Silvia: 2017, 15).
En la introducción de Cristina Cerezales Laforet cuenta el hallazgo, primero de las cartas que Elena Fortún dirigió a su madre y luego, de las vicisitudes –verdadera investigación que se sigue como un relato de búsqueda del tesoro– hasta que consiguieron las cartas de su madre:
Las leí con embeleso, y puedo asegurar que la segunda parte del tesoro superó mis expectativas y me enriqueció como persona y como hija. En ellas volvía a hallar, igual que en la correspondencia con Ramón J. Sender, una amistad elevadísima, nacida y alimentada por ambas partes de lo que destila la literatura del otro. En ambos casos el encuentro personal entre los autores había sido escaso. Sin embargo, habían podido captar a través de la lectura la esencia que el autor había dejado en ella, creando en este intercambio un amor puro y libre de confusiones (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2017, 14).
Esta correspondencia comienza cuando Encarnación Aragoneses tenía cincuenta y nueve años y Carmen Laforet veintiséis y se prolonga hasta los sesenta y cuatro de la primera y treinta y uno de la segunda. Las dos escritoras pertenecían a dos épocas distintas, pero manifiestan una especial comunión de espíritus entre ellas. Salen en el epistolario:
Julia Manguillón, Josefina Carabias, Paquita Mesa, María Martos de Baeza, Lilí Álvarez, Carolina Regidor, Fernanda Monasterio, Carmen Conde, Matilde Ras… […]. Carmen Laforet vio en Elena Fortún una reconfortante figura maternal a la que querer y con la que vincularse, el origen de su voz, una madre literaria (CAPDEVILLA-ARGÜELLES: 2017, 23 y 24).
Vamos a tratar de modo resumido de su recorrido personal y luego volveremos al epistolario.
2. Breve reseña vital y literaria sobre Encarnación Aragoneses
Encarnación Aragoneses de Urquijo, conocida por su seudónimo literario, Elena Fortún, nació en Madrid el 17 de noviembre de 1886 y falleció el 8 de mayo de 1952 en Madrid. Hija de Manuela de Urquijo, de nobleza vasca, y de Leocadio Aragoneses, alabardero de la Guardia Real, de origen segoviano. Estudió Filosofía y Letras en Madrid. Se casó con Eusebio de Gorbea, su primo, militar y escritor, que llegó a ganar el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua por su obra Los que no perdonan; participó en la vida literaria y teatral y tuvo cierto trato con Valle-Inclán, Ricardo Baroja y Cipriano Rivas Cherif. Después de la guerra civil, se exilió a Argentina; con tendencias depresivas, se suicidó en Buenos Aires a finales de 1948, cuando su mujer, Encarnación, se encontraba en España ocupada en realizar gestiones para que pudiera regresar, pues había sido militar republicano. El matrimonio tuvo dos hijos, de los que murió el menor, Bolín, en 1920, hecho que produjo, lógicamente, un gran dolor a sus padres. Vivieron en Madrid, pero también en otras ciudades.
Encarnación Aragoneses participó en actividades literarias y culturales para mujeres en el Lyceum Club Femenino, fundado por María de Maeztu, y mantuvo trato y amistad con muchas de ellas: María Lejarra de Martínez Sierra, Pura Maortua Ucelay, Zenobia Camprubí, Matilde Ras y otras muchas que aparecen citadas directa o indirectamente en el epistolario.
Su amiga María Lejarra de Martínez Sierra, le habló de Encarnación Aragoneses a Torcuato Luca de Tena, director de ABC. Y a partir de 1928 comenzó a publicar en las páginas de Gente menuda, del ABC, los relatos de una niña, llamada Celia, y de sus hermanos –dirigidos al público infantil y juvenil–, que contribuyeron a la educación de varias generaciones. Junto a Celia, creó otros populares personajes: Cuchifritín, Matonkiki, Mila, Lita y Lito, La Madrina… Estos relatos llamaron la atención de Aguilar, que comenzó a editarlos en forma de libro. La mayor parte de las narraciones iban acompañadas de excelentes dibujos a cargo de Regidor. Luego se encargaron de ellos Molina Gallent y, más tarde, Serry. En su escritura se advierte una profunda comprensión del modo de pensar y sentir de las niñas y niños. Son personajes reales, que se encuentran en las calles, parques y casas de nuestras ciudades, que juegan y se divierten, a los que les suceden los avatares que suelen acontecer a los niños y que reaccionan como ellos. Suscitan una profunda corriente de simpatía y enseñan a crecer, sin dejar de ser niños y de hacer trastadas y chiquilladas, divertidas o no tanto para sus padres, como corresponde a la edad que tienen.
Mujer de convicciones republicanas, en la mayor parte de sus relatos no aparecen sus ideas políticas, y busca más hacer literatura, y con frecuencia, gran literatura, en la que está presente la vida con todas sus manifestaciones de humanidad, belleza, amistad, familia, trato entre padres e hijos, estudios, ideales… más que transmitir una ideología concreta. Su fondo es un sentido común natural, y también está presente una visión cristiana de la vida, no manifestada explícitamente, salvo en algunos relatos como El cuaderno de Celia, con las oraciones para la Primera Comunión, que es citado en el epistolario que analizaremos más tarde y en Celia y la revolución, en el que Celia, adolescente con quince años, ante tanto dolor y desastre de la guerra civil, se abre explícitamente a un horizonte esperanzado en las manos de Dios:
Me quedo sola en la ancha acera bajo los árboles, aún desnudos de hojas… ¡Sola! Todos, uno tras otro, han ido dejándome sola antes de que me fuera…
- ¡No, no estoy sola! –me repito para darme ánimos–.
¡Estoy en las manos de Dios! (FORTÚN: 2016, 344).
Sus principales obras son: la colección de Celia: Celia, lo que dice (1929), el primer libro de la serie, en el que nos la presenta como una niña de siete años, con los ojos claros, la boca grande y el cabello rubio. Celia tiene la edad de la razón: así lo dicen las personas mayores. La autora va introduciendo a su Celia en el mundo de las personas mayores, ‘mundo con unas reglas absurdas e ilógicas que los niños se resisten a cumplir’ y va evolucionando, entre asombro y asombro y la vemos adaptarse poco a poco a ese mundo extraño, y a veces hostil, hasta convertirse ella misma en una persona mayor (DORAO: 2016, 21-22).
Después vienen Celia en el colegio (1932), Celia novelista (1934), Celia en el mundo (1934), Celia y sus amigos (1935), Celia madrecita (1939), Celia institutriz en América (1944), El cuaderno de Celia (1947), Celia se casa (1950), Los cuentos que Celia cuenta a las niñas (1951), Los cuentos que Celia cuenta a los niños (1952).
“Celia y la revolución”
Su novela Celia y la revolución, inédita hasta hace unos pocos años (1987 y reeditado en 2016), es un relato de gran calidad literaria sobre la guerra civil en Madrid, Albacete, Valencia y Barcelona, vista con los ojos de una adolescente de quince años. Incorpora su experiencia personal en la dura y fratricida guerra civil, pero el sufrimiento, el miedo, los asesinatos y represalias, los bombardeos, el hambre, aparecen matizados por la mirada juvenil. Este libro, en opinión de Andrés Trapiello es una de las grandes novelas de la guerra civil española, junto a Sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales, La revolución española vista por una republicana, de Clara Campoamor, España sufre, diarios de guerra de Morla Lynch. Todos ellos constituyen lo que hemos venido en llamar la tercera España, en los que habría que incluir también Democracias destronadas, de José Castillejo […]. La característica común de estos cinco libros es que fueron escritos durante la guerra civil o al poco de ella […]. A la novela de Elena Fortún le sucede lo mismo que a la de Chaves: puede considerarse una crónica autobiográfica […]. En ningún otro libro están mejor contadas las sacas, checas y paseos en el Madrid revolucionario sin el tremebundismo de unos […] y el escamoteo de otros, con la inocencia, podríamos decir, de una muchacha, Celia, que aquí se presta a encarnar a su autora. No quiere hacer propaganda ni tampoco victimarse. Le ha tocado vivir esa circunstancia, y ella es una escritora de circunstancias, y desde luego, realista. Deja, pues que la mirada de Celia se pasee por todas partes […] Todo será relatado con sobriedad y precisión de relojero (TRAPIELLO: 2016, 7-21).
En esta gran novela, Celia –y su autora, Encarnación Aragoneses–, que vivió los hechos dramáticos de la guerra civil, narra como pocos los terribles asesinatos de las checas de las noches de Madrid en manos anarquistas y comunistas, los bombardeos del otro bando y el efecto de terror que producían en la población civil y el hambre y las colas de racionamiento de la ciudad sitiada:
no juzga: trata de relatarlo todo de la manera más objetiva, sin omitir detalles y sin dejar de preguntarse quién tiene la razón. Ella se limita a contar lo que vivió, a poner en los labios de una niña de quince años un dolorido asombro ante aquella sangrienta y absurda lucha fratricida que fue nuestra guerra civil (DORAO: 2016, 27).
Otros libros de Elena fortún son los que pertenecen a la colección de Cuchifritín: Cuchifritín, el hermano de Celia (1935), Cuchifritín y sus primos (1935), Cuchifritín y Paquito (1936), Cuchifritín en casa de su abuelo (1936), abuelo materno que vive en Segovia,
que aporta el contraste, literariamente interesantísimo, del mundo provinciano frente al de la capital en los albores de la guerra civil. Encarnación Aragoneses conservó toda la vida una encendida nostalgia por la tierra de sus abuelos paternos –dedicados a la agricultura–, y habría querido ser enterrada en Ortigosa del Monte, pueblo cercano a Segovia donde veraneaba de niña (MARTÍN GAITE: 1995, 9).
Otras obras de Elena Fortún son los de la colección de Matonkikí, prima de Celia: Las travesuras de Matonkikí (1936), Matonkikí y sus hermanas (1936).
Por último, también hay que citar la colección de libros sobre Mila, hermana de Celia: La hermana de Celia (Mila y Piolín) (1949), Mila, Piolín y el burro (1949), Patita y Mila, estudiantes (1951).
Escribió, además, otras obras infantiles: Canciones, libro de manualidades, teatro para niños, cuentos, ensayos sobre cómo contar cuentos a los niños, y una novela que dejó sin publicar, Oculto sendero, y un libro de textos conjuntos de Elena Fortún y Matilde Ras, El camino es nuestro; ambos han sido editados recientemente por la Fundación Banco de Santander y Renacimiento.
3. Breve apunte sobre la vida y religiosidad de Carmen Laforet Díaz, como contexto
Nace el 6 de septiembre de 1921 en Barcelona, y fallece el 28 de febrero de 2004 en Majadahonda (Madrid). Hija de un arquitecto de Barcelona y una profesora de Toledo. Vive en Gran Canaria desde los dos años hasta los dieciocho; tuvo otros dos hermanos. Pronto falleció su madre, y su padre se volvió a casar.
Viaja con dieciocho años a Barcelona para estudiar la carrera de Filosofía, y más tarde a Madrid para estudiar Derecho. En 1944 gana el prestigioso Premio Nadal de Novela, que se otorgaba por primera vez, con la novela Nada.
Se casó con el periodista y escritor Manuel Cerezales en 1946, con el que tuvo cinco hijos. Posteriormente publica en 1950 la novela La isla y los demonios, ambientada en Canarias. En el epistolario que vamos a analizar sale con frecuencia el proceso de escritura de esta novela. En 1954 es editado un libro de relatos titulado La llamada.
La publicación de “La mujer nueva”
En 1955 publica La mujer nueva, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. En ella refleja la conversión de la protagonista, Paulina y aparecen manifestaciones autobiográficas de su propia experiencia religiosa. La recepción de esta novela en la crítica, en general, ha tenido diversas fases.
Gerarld Brenan le escribe a Carmen Laforet en una carta fechada el 6.2.1956:
Yo me acordaré siempre de esa noche de lluvia que llena la primera parte de su libro y del viaje de Antonio en su coche y de Paulina en el tren. Usted me dice que escribió esta parte con facilidad. Le aseguro que, como literatura, es magnífica. Luego viene la conversión, la sensación del descubrimiento de Dios, en el tren. Ésta es la cosa mejor del libro. Dudo que haya en castellano unas páginas más maravillosamente poéticas que estas del primer capítulo de la segunda parte (BRENAN. Citado por CEREZALES, Agustín: 1982, 147-148).
En 1962, Santos escribe: “Carmen Laforet volvía a la novela con mejor pulso para la delimitación de sus personajes, de sus protagonistas femeninos, con […] la consagración definitiva, por la altura de su empeño, con La mujer nueva” (SANTOS, Dámaso: 1962, 171).
En opinión de Eugenio de Nora, esta novela es “la más ambiciosa y la menos lograda de sus obras”, pues Carmen Laforet, que en sus novelas acierta a contarnos, con un arte excepcional (perfecto dentro de sus límites) lo que les pasa a sus personajes; consigue incluso que veamos cómo les pasa (exceptuando una parte de La mujer nueva); y que tengamos un vislumbre más o menos intuitivo y fugaz, pero auténtico de quiénes son; pero no parece nunca plantearse el porqué de sus vidas truncadas (DE NORA:1973,106,108)
Precisamente, en La mujer nueva intenta plantearse el porqué de la vida de la protagonista y en mi opinión, lo consigue, logrando escribir una gran novela. Veremos en el epistolario cómo Carmen Laforet decide después de su conversión escribir una novela de estas características y se lo cuenta a Elena Fortún en una carta. Si he entendido bien la crítica de Eugenio de Nora, le parece que no es creíble la evolución de la protagonista, Paulina, hasta abrazar la fe cristiana. Sin embargo, en mi opinión, precisamente es tan creíble la evolución de la protagonista, y está tan magistralmente y bellísimamente expresada su conversión, porque está basada en un suceso experimental de la autora, que vivió en primera persona y con gran hondura y consecuencias en su vida posterior, y sabe convertir esa experiencia vital en literatura: las decisiones posteriores de Paulina son consecuencia natural de su conversión. En resumen: coincido con la primera parte de la opinión de Eugenio de Nora: La mujer nueva es la más ambiciosa de las obras de nuestra escritora, y no coincido con la segunda: al contrario que él me parece una novela muy lograda.
Jordi Gracia y Domingo Ródenas resumen: Laforet volvía a bombear en su literatura sus propios jugos vitales, pero el resultado, no siendo ni estilísticamente ni técnicamente deficiente, fue una novela de contenido retardatario, de una espiritualidad enfermiza y subyugada, del todo acorde con la educación moral represiva que el nacionalcatolicismo reservaba a la mujer. (GRACIA y RÓDENAS: 2011, 165).
Jordi Gracia y Domingo Ródenas resumen:
Laforet volvía a bombear en su literatura sus propios jugos vitales, pero el resultado, no siendo ni estilísticamente ni técnicamente deficiente, fue una novela de contenido retardatario, de una espiritualidad enfermiza y subyugada, del todo acorde con la educación moral represiva que el nacionalcatolicismo reservaba a la mujer. (GRACIA y RÓDENAS: 2011, 165).
Una opinión cercana tienen Pedraza y Rodríguez Cáceres:
se trata aquí de la lucha de una mujer cultivada e independiente por romper con un pasado en el que dominan las pulsiones eróticas, para avanzar por la senda de la purificación y el cumplimiento del deber. La autora se basa en una experiencia propia. La obra cosechó reacciones muy dispares. Están fuera de lugar los elogios y los ataques desmedidos. Coincidimos con JL Alborg y Martínez Cachero en que la primera parte de la novela, la dedicada a las pasiones humanas de Paulina, es un acierto; pero decae considerablemente en el momento en que recibe la llamada de la gracia divina. El proceso es demasiado rápido y resulta poco convincente (PEDRAZA JIMÉNEZ y RODRÍGUEZ CÁCERES: 2012,339).
De acuerdo con Valbuena Prat:
es humanísima en su relativa sencillez, supremamente adivinadora en la conversión en el tren, rica en los casos y personajes que se entrecruzan en el problema de la protagonista. Su sentido católico no es ingenuo ni rutinario, plantea con hondura la situación de Paulina y sus luchas íntimas, desde la llamada de la gracia hasta la única lógica y humana solución. Ni contemporiza ni juega a la extrañeza de un Mauriac. La obra y el caso son profundamente españoles y arrastra vendavales, sangre y muerte de la guerra y la posguerra, Cada personaje está estudiado con verdadero cuidado […]. El pueblo inventado en el paisaje de León, es un acierto, como la voz de la tierra y de la serenidad popular, frente a la prisa desorbitada de la mujer de ciudad, Paulina […] Y allí, al adivinarse, su vida nueva, alcanzará la paz y ceñirá su pequeño hogar (VALBUENA PRAT:1968, 845-846).
Recientemente, Rolón Baradaha señalado que el acierto de esta novela no es tanto la conversión de Paulina, la protagonista, y el aspecto religioso, sino que es
una muestra bien lograda, no sólo en su estructura novelística, sino también en el trasfondo sicológico de sus personajes, en los temas y en la variedad de historias y relatos que le presenta al lector, de un tema de actualidad: el eterno problema de la falta de comunicación, de la búsqueda de equilibrio en las relaciones entre el hombre y la mujer (ROLÓN BARADA: 2003,16).
Obras posteriores: tres pasos fuera del tiempo, artículos y ensayos, colecciones de relatos
En 1963 sale a la luz La insolación, que forma parte de una trilogía en el propósito de la autora, Tres pasos fuera del tiempo, del que se ha llegado a publicar un segundo volumen póstumamente, Al volver la esquina, que ha salido a la luz en 2004. La tercera novela, sobre la que trabajó la escritora y de la que habla en su correspondencia, Jaque Mate, no se ha publicado y al parecer, tampoco se ha encontrado el manuscrito.
En 1970 publica otra colección de relatos titulado La niña y otros relatos. En 1981 aparece Mi primer viaje a USA, ensayo sobre un viaje a Estados Unidos que realizó en 1965. De las amistades que hizo en ese viaje, mantuvo una correspondencia con el escritor Ramón J. Sender, que ha sido publicada en 2003, bajo la guía de su hija Cristina Cerezales Laforet, con el título Puedo contar contigo, que incluye setenta y seis cartas. En esta correspondencia, además de muchos otros temas, aparece la religión como interés de los dos escritores, pues ambos tenían fe en Dios.
Ha publicado también numerosos artículos, recopilados en Artículos literarios (1977), un libro de viajes, Paralelo 35 (1967) y numerosos cuentos y relatos. Sufrió los últimos años de su vida Alzheimer, que le fue inhabilitando para la escritura y para la vida social. Falleció en 2004.
En 2007, ha sido publicada a cargo de Agustín Cerezales Laforet, bajo el título Carta a don Juan. Cuentos completos, la totalidad de sus relatos cortos, incluidos algunos inéditos. Los cuentos de Laforet,
a menudo protagonizados por personas de su misma condición social, las sufridas clases medias, nos transmiten de manera vivida el ambiente de precariedad que éstas también padecieron en los años cuarenta y cincuenta. La autora siente predilección por los personajes desvalidos y de entre éstos, por los femeninos, quizá porque le resulten más fáciles de crear. Le basta con mirarse a sí misma. Tal vez por eso aparecen con frecuencia las mujeres casadas, madres de familia, preocupadas por el bienestar de los suyos, pendientes de la economía doméstica (RIERA: 2007, 13).
Y en 2010 se ha publicado el volumen Siete novelas cortas, también a cargo de Agustín Cerezales.
Estas siete novelas cortas son relatos de la vida dañada. Tanto el tono neorrealista, como lo relatado en ellos, muestran […] lo borroso, confuso y fragmentario. La posguerra es el lugar de estas siete novelas cortas […]. Es interesante ver cómo Laforet trata en estos relatos de hacer salir el bien, la acción luminosa y recta, del núcleo de lo más cotidiano, trivial y ramplón. Es, entre otros, el tema de la bondad verdadera de algunas beatas. La bondad que resplandece débilmente, gradualmente en estas siete novelas, con distinta modulación en cada una de ellas (POMBO: 2010,8-9).
Las escribió entre 1952-1954, en pleno efecto de su conversión religiosa, pues
Carmen Laforet, ingresó por esos años, ‘en la fila de las beatas de aquel tiempo’, en una Iglesia Católica que hasta entonces le había parecido ‘un enorme caparazón vacío, un tinglado cultural y moral sin sentido’. Y en 1970 seguía creyendo que ‘era muy lógico que a un espíritu libre en aquella época la Iglesia que se podía ver desde fuera de la fe le resultara algo anacrónico e inútil’, y al releer sus obras de aquellos días, ve sobre todo, en aquellos esbozos, ‘la admiración por los seres que bien o mal, trataban de ser mejores en momentos de nuestro país muy difíciles. Tiempos de posguerra y de hambre, tiempos de egoísmo y de preocupación de cada cual por la subsistencia de cada día’ […]. Con estos relatos, Carmen Laforet hizo gala una vez más de su valentía y falta de egoísmo, al ‘ingresar en esa fila de beatas’ (CEREZALES, Agustín: 2010, 16-17).
La evolución religiosa de Carmen Laforet desde la mujer nueva
Carmen Laforet era una joven escritora y madre con algo más de treinta años cuando escribió La mujer nueva y falleció casi cincuenta años después: en 2004.
Su hija Cristina Cerezales Laforet ha escrito un bellísimo libro titulado Música Blanca (2009, Barcelona, Destino) en el que recoge recuerdos de su madre y testimonios escritos y orales. Nos limitamos a entresacar algunas referencias a su vida y a la cuestión religiosa, tema de este trabajo.
En 1971 se separa de su marido, pero continúa tratándole a él y por supuesto, a sus hijos. Explica así lo que le sucedía: una angustia insuperable por ellos:
Esperé a que se hicieran grandes (mis hijos) y me fui de casa, pero siempre estuve a su lado con la mano tendida. Yo no era responsable de que un círculo de angustia me rodeara; un círculo de angustia que tiraba de mí, que me arrastraba. Vuelvo a sentirlo. Quiero salir de él y no puedo… […] Rezo por mis hijos, ¿es rezar esto? Si sirviera mi vida por la suya recuperada y plena, ¿la daría? Creo que absolutamente sí. Lo que no quiero es dejarme vencer por este dolor horrible que no es salvador para nadie. Hago entrega de mi vida por su salvación, por la salvación de todos los que quiero y quiero a todos los que me hicieron feliz en algún momento, aunque después tuviera que sufrir por ello. Qué dolor lacerante el de aquel tiempo. […] Estaba a su lado y quería intervenir en sus vidas, evitarles todos los escollos. Pero no era posible, no era posible (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2009, 262-263).
El 11.9.1971 se trasladó para vivir a una casa cercana a la familiar de la Calle O’Donnell; en esa casa-estudio desea que cada uno de sus cinco hijos tuviera un estudio y llaves para ir y verles con frecuencia:
Yo quería proporcionar a mis hijos un rincón de encuentro y libertad, brindarles casa y protección, refugio y amor. [Años después escribe]: Tengo que seguir avanzando con la ayuda del Espíritu Santo hasta que mi cuerpo consiga mantenerse de forma continua en ese estado que vislumbro en los mejores momentos, en una entrega total, un espacio de no-deseo, de sometimiento absoluto a la voluntad suprema. Sigo rogando al Espíritu Santo con una oración constante para que me ayude a soltar todos los lazos hasta alcanzar Su libertad. Y ahora que todos los que se cruzan conmigo me miran con lástima y conmiseración, ahora, en que los que no saben, me juzgan acabada y muda, anclada en una silla de ruedas […] ahora ya siento al fin, libre de los temores que entonces me cercaban, libre de aquel dolor lacerante que me aguijoneaba sin cesar, libre del terror de lo que podía acontecer con las vidas de mis hijos, ahora siento con plenitud de parte de todos ellos el mar de su cariño (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2009, 96).
En carta a Ramón J. Sender le describe los efectos en su vida de aquella iluminación interior en la que se encontró con Dios y describe así su vida:
Para mí la cosa de Dios ha sido tremenda. Primero como algo que vino desde fuera. Luego una búsqueda de siete años en que hice las mayores idioteces y las dejé y me metí por los vericuetos de nuestro catolicismo español en lo que tiene de venero religioso y en lo que tiene de absurdo y enmohecido y todo. Luego una enfermedad física de todas estas contradicciones entre lo que hacía y mi manera de ser. Y luego otros siete años en los que estoy de casi huida, de volver a mi ser, de encauzar mi razón. Pero siempre encuentro a Dios en todas partes. A veces es como una locura tranquila. Si me voy a París, Dios está en París. Si voy a USA, Dios está en USA. Si creo que lo he olvidado, me doy de narices contra Él (LAFORET y SENDER: 2003, 57).
Carmen Laforet, mujer apasionada, muy madre de sus hijos, fue marcada para bien por ese encuentro que dio un giro a su vida y que describe tan bien en el epistolario con Elena Fortún que hemos transcrito, y que trasladó a la literatura con tanta belleza en la conversión de Paulina, la protagonista de La mujer nueva. Pero el encuentro con Dios, no cambia la personalidad y no ahorra dolores y enfermedades: ayuda a encontrarles sentido en el plan de salvación de Dios para cada uno de sus hijos. Mujer de temperamento artístico, emprende frecuentes y largos viajes, a Estados Unidos, a Polonia, a París, Alicante, Gijón, pasa varios años en Roma… Publica frecuentes colaboraciones en revistas y periódicos, pero no encuentra el modo de avanzar en su proyectada trilogía de novelas, de las que sólo publica la primera, y escribe la segunda. Con una insatisfacción permanente sobre su obra literaria, que considera de una calidad inferior a la que realmente tiene, parece “una mujer en fuga”, en expresión de una de sus biógrafas, aunque en realidad, me parece más bien “una mujer en búsqueda” de una paz y alegría interior, que señalaba como su gran anhelo en las cartas a Elena Fortún, y que alcanza al fin de sus días. Esta insatisfacción permanente, con contados remansos de paz, que le hace cambiar a menudo de domicilio y de planes, se vio “agravada por los síntomas depresivos derivados de una enfermedad neurovegetativa que había hecho su aparición tiempo atrás (a principios de los sesenta)” (CABALLÉ y ROLÓN: 2010, 341).
Esto es lo que traslucen algunos de estos textos más recientes. Como este de 1984, cuando visita a su sobrino y ahijado Eduardo, enfermo de leucemia:
Contacto con el muchacho: inteligente, alegre, lleno de vida. He rezado por él y por mí al mismo tiempo, por todos. He seguido rezando para que si tiene que morir, muera dulcemente y sin horror ni dolor. Pero que si vive, lo haga también con esa fe, pureza y alegría contagiosa que posee. Me vuelve la cercanía de este sobrino al saber sus circunstancias y darme cuenta de su ‘fe, esperanza y juventud’, y se produce con él una unión –quizá producida por mi ansiedad dolorosa– pero experimento esa unión (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2009, 274).
Cristina Cerezales Laforet narra también las últimas semanas de su madre. Cómo se reconcilia con su marido:
Aprovechas su mejoría para llevarla a tu casa y reunir en torno a ella a unas cuantas personas queridas, entre ellas, a tu padre. Tienes la impresión de haber sido conducida por ella en esta convocatoria. Le queda algo importante que no quiere demorar […]. Ella hace una parada y recorre con una mirada uno a uno a todos los asistentes para detenerla, finalmente, en tu padre. Le contempla larga y profundamente y se dirige a él. Los demás presenciáis la escena en silencio y veis cómo ella le coge la mano y se la lleva a los labios arropándole en una mirada de amor, de amor completo que recoge lo bueno y lo malo. Le perdona y se perdona en su relación con él. Por fin ha podido cumplir lo que ella tanto deseaba. Después, con paso lento, se dirige hacia el sillón que la está esperando y desconecta de todos vosotros, sus seres queridos, porque ya está muy ligera y ha aumentado su facilidad para elevarse (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2009,260).
Le administra la Unción de los Enfermos y el Sacramento de la Confesión un monje carmelita de Duruelo, pues un nieto de Carmen Laforet recuerda a Cristina que su abuela desearía con seguridad recibir esos sacramentos, como así fue:
Ha llegado el padre Alfonso. Ella inclina la cabeza cuando él hace la señal de la cruz. […] Alfonso le cuenta que él ha vivido una experiencia espiritual similar a la que vivió ella. Le dice que le parece muy bien que ella haya hecho el esfuerzo de contarla en un libro. Él, que había vivido esa experiencia, la reconoció al leerla, y quien no la haya vivido puede acercarse un poco a ella con la imaginación y anhelarla. Él sabe muy bien que es algo inenarrable, pero le parece bueno el intento de describirlo. Le pregunta si quiere confesarse y ella asiente. Sales de la habitación para respetar esa confesión que no puedes imaginar desde su silencio. El sacerdote pasa un rato encerrado con ella, un tiempo que se te antoja muy largo. Él nada explica cuando se reúne contigo y tú nada preguntas (CEREZALES LAFORET, Cristina: 2009, 275).
Fallece rodeada del cariño de los suyos, hijos y nietos, en 2004.
4. Las primeras veinte cartas del epistolario
La primera carta del epistolario seleccionado es de Elena Fortún y está fechada en Buenos Aires el 1.2.1947, en la que Encarnación Aragoneses agradece a Carmen que le diga que aprendió a escribir en los libros de Celia. Y le anima ante su próxima maternidad:
¡Cómo que va a estar usted arrepentida de lo hecho! No. Será usted feliz muchos años y acepte con alegría la responsabilidad de vivir una vida que no estaba destinada a usted. Además, un hijo… Es como si las entrañas manaran miel durante el tiempo que son un rollito de carne…, y luego cuando ya andan, y los primeros sonidos que aún no son palabras…, y la risa que resuena dentro de nosotras haciendo eco… Querida Carmen, tiene usted unos maravillosos años de felicidad por delante. Luego, Dios dirá. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 30).
Le recomienda algunos libros, le cuenta cómo llegaron a Buenos Aires su marido y ella y le describe el proceso de escritura de El cuaderno que olvidó Celia, que me parece relevante para el tema de este artículo, reflejado en el subtítulo: De la amistad literaria a la amistad espiritual: una conversación sobre Dios:
Ahora estoy escribiendo un librito, El cuaderno que olvidó Celia, que son treinta días en el convento, cuando tenía nueve años, para hacer la primera comunión. Parece que una de las cosas que indignan a las monjitas de España es la falta de religiosidad que parecen revelar mis libros. Bueno, ahora verán. Quiero hacer algo místico, pero no ñoño, y hasta con un poquito de gracia conventual, sin asomo de burla. Necesitaré las licencias eclesiásticas. No sé si estos señores encontrarán algo que no esté completamente en el dogma. Es posible… A veces me pongo a escribir, a escribir, y se me va el pensamiento en un arrobo que tal vez está fuera de la Iglesia… ¡Qué difícil! (LAFORET y FORTÚN: 2017, 31).
Dos años más tarde, el 5.6.1949 Elena Fortún le escribe contándole la tragedia del suicidio de su marido y las duras vicisitudes que pasó por la casa y los papeles de la testamentaría. En las cartas aparecen las pequeñas historias y también tratan de literatura, en qué está trabajando cada una en ese momento. Valga como ejemplo esta carta de Carmen Laforet en la que se muestra muy exigente consigo misma y cómo la escritura le sirve de terapia para liberarse de “mis malos fondos revueltos”:
Dentro de unos días volveré a coger la novela, ya para darle los arreglos finales. ¿Por qué escribirá uno? Todas las disculpas que se inventa uno para escribir son falsas. Falta de dinero, afán de hacer algo que esté bien… Todo eso es falso, o por lo menos incompleto. Yo escribo artículos –que no me gusta hacer– para ganar dinero, es exacto. Escribo una novela procurando que dentro de su modesta categoría quede todo lo bien que pueda hacerla…, pero absolutamente convencida de que esta labor mía no da ni quita un ápice de espiritualidad al mundo, de que para nadie es importante; y yo me entrego a ella, a sabiendas de sus muchos defectos, de sus enormes lagunas, de su mezquina talla, me meto en ella con cansancio, con rabia, con todo, y este trabajo, mientras lo hago, para mi es importante porque me libera de otras muchas cosas. Me sirve de huida de mis malos fondos revueltos…, y ya está; por eso escribo, aunque me angustie escribir también (LAFORET y FORTÚN: 2017, 39).
En las siguientes cartas Carmen Laforet continúa hablando a su amiga Elena de cómo va la novela La Isla y los demonios y de pequeñas historias con sus hijas. Elena Fortún le contesta en la Nochebuena de 1950, hablándole de su alegría por la Navidad:
… es Nochebuena y estoy contenta… porque hay miles de niños y de almas ingenuas en el mundo que, vivan en el medio en que vivan, hoy tienen el alma dilatada de felicidad, y yo siento sus vibraciones. Me imagino que es por eso por lo que estoy contenta siempre en estos días (LAFORET y FORTÚN: 2017, 41).
Cita a varias amigas: Carmen Conde, Julia Minguillón, Josefina Carabias… y, como en esa temporada escribía un nuevo libro de Celia, le pregunta cómo cría y educa a sus hijos. Y es la primera carta en la que se despide de un modo elocuente para el objeto de este artículo: “Rezo por ti y por los tuyos todos los días” (LAFORET y FORTÚN: 2017, 47).
En esta conversación epistolar se ve cómo, poco a poco, comienza a arraigar una amistad entre las dos amigas, cada vez más afectuosa y profunda. Carmen escribe a Elena:
… Querida Elena, ¡qué pena me da que no estés en Madrid para hablar contigo algunos ratos! Me gustaría muchísimo que un día cogieras el avión y te pasaras aquí unas vacaciones, aunque fueran cortas… Pero tú odias Madrid tal como es ahora… Quizá nos podríamos encontrar en otra parte… (LAFORET y FORTÚN: 2017, 49).
En carta del 10.2.1951. Elena Fortún, después de hablar de que se ha matriculado en un curso de Filosofía en la Balmesiana, porque “andaba yo un poco descentrada y creí que necesitaba un baño de transcendentalismo”, pero no le había gustado, le cuenta también los libros que está escribiendo y concluye: “¿Sabes? Rezo por ti todos los días. Ya me he acostumbrado a hacerlo y tengo la seguridad del resultado” (LAFORET y FORTÚN: 2017, 53).
En cartas posteriores, Carmen Laforet le cuenta a su amiga Elena los avances en la novela La Isla y los demonios, ambientada en las Islas Canarias:
Ahora siento cierto placer al ver que la novela va saliendo. En ella van muchas cosas que yo miré en mi adolescencia. Piedras y luces y mares… Los seres humanos que intento dibujar son inventados, y las circunstancias, todas. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 57).
Manifiesta su preocupación porque Elena Fortún ha sido hospitalizada. Y expresa cómo su amistad ha ido ahondándose y cómo ve a su amiga, como una madre:
En cierta manera, yo, querida, me siento hija tuya. He pasado muchos años de mi vida hablándote. Quisiera hacer algo por ti […] No pienses nunca que estás sola. Piensa alguna vez en mí, como yo hacía de chiquilla, cuando te hablaba sin haberte visto nunca y te contaba mis pequeñas cosas (LAFORET y FORTÚN: 2017, 58).
En una carta posterior, sin fecha, pero por el contenido, de estos días, insiste:
Me gustaría que de cuando en cuando pensaras: ‘Conozco a una mujer, más joven que yo, que hace una vida casi monástica, trabaja, lee, se ocupa de sus hijos, no frecuenta la sociedad en absoluto y quiere con mucha ternura a su marido…, pero a esta mujer le hace mucha falta hablar conmigo de cuando en cuando. Le hace una falta enorme; hay muchas cosas que me quiere preguntar, otras que quiere explicarme, y solo a mi’. Esta persona, ya lo sabes, soy yo. […] Hazme el favor de curarte (LAFORET y FORTÚN: 2017, 59).
En carta de 24.6.1952 Carmen Laforet le habla a Elena Fortún, como en todas, de sus hijos (también porque su amiga se lo había pedido: le ayudaba a rezar por su familia y a escribir), y del sufrimiento al escribir su novela, como a todo artista:
Yo estoy sumergida en cuartillas, desesperada porque todo va despacio, y más desesperada todavía porque todo esto me parece inútil. ¿A quién la van a importar las aventuras de Marta Camino? Yo creo que a nadie. Y a mí, al fin, me está aburriendo. Sin embargo, no puedo dejar de hacer el libro lo mejor que yo sepa, y por eso, lo cuido contra toda mi impaciencia, y contra todo mi desaliento. […]. [Y después de hablar de sus hijas, concluye]: Yo no quisiera de ninguna manera que salieran artistas; que no tengan esa terrible carga de crear, aunque sepan que no vale nada lo que hacen… Esta manía espantosa que a mí me amarga la vida (LAFORET y FORTÚN: 2017, 61).
La siguiente carta de Elena Fortún a Carmen Laforet es ya desde el Sanatorio Puig de Olena, en Centellas (Barcelona), y está fechada el 4.7.1951. Cuenta que estuvo a punto de morir y cómo la sacó adelante Carolina Regidor, una amiga, enfermera, que fue novia de su hijo, y a la que había confiado sus últimas voluntades y qué hacer con sus pertenencias y papeles. Relata una mala experiencia con el buen sacerdote que le fue a administrar los últimos sacramentos; desde luego, si fue así, el consejo que le da refleja poca empatía y misericordia, a la que llama la Iglesia Católica, y ahora el Papa Francisco a todos los sacerdotes, en especial en el trato con los enfermos y con los que se acercan al sacramento de la confesión: que expresen lo que significa: un encuentro lleno de ternura con Jesucristo, un abrazo misericordioso de Dios Padre. Y respecto al consejo médico que le da, es completamente inoportuno: a un enfermo se le ha de aliviar el dolor con todos los remedios médicos adecuados: viene a cuento aquí el cristiano consejo de san Josemaría Escrivá de Balaguer: “El dolor físico, cuando se puede quitar, se quita; ¡bastantes sufrimientos hay en la vida; y cuando no se puede quitar, se ofrece” (Cita en HERRANZ,1976: 153). Se ha criticado la visión cristiana del dolor y el sufrimiento, como si fuera querido y buscado en sí mismo, cuando no es cierto: la visión cristiana defiende la lucha del hombre de todas las épocas por avanzar en las terapias para curar, y si no se puede, aliviar el dolor en todas sus formas. La Iglesia Católica goza de una larga experiencia en la creación de hospitales, de santos que fundaron instituciones dedicadas a la salud, esfuerzo sostenido hasta la actualidad. A la vez, con realismo y sabiduría, sabe que el hombre nunca podrá erradicar del todo el dolor y el sufrimiento y busca darle un sentido al que no puede evitarse (Una síntesis muy elocuente y significativa sobre esta materia en San JUAN PABLO II. Carta Salvifici doloris: 1984).La carta dice:
El día 11 del pasado creí morirme. Las señoras de la casa donde vivía en Barcelona se asustaron mucho y llamaron a un sacerdote de la parroquia. […] El primero que llegó fue el sacerdote. Le pregunté si creía que me iba a morir enseguida y me dijo que sí. Luego le pedí que rezara para que Dios me diera una muerte fácil porque estaba sufriendo mucho, y a eso me dijo que no lo haría porque los sufrimientos de la muerte me evitarían algunos en el Purgatorio. Si es verdad, me parece horrible, y si no es verdad me parece horrible también. Luego me dio la comunión, a la que asistieron todos los de la casa y las señoras con velas encendidas (LAFORET y FORTÚN: 2017, 63).
Le contesta en seguida Carmen Laforet manifestando su pena y afirmando:
No, querida, no te vas a morir, por fortuna, cuando uno sufre tanto y se da cuenta de ello como tú, eso no es la muerte. Yo creo que Dios es más piadoso que los hombres y que la mayoría de los curas (LAFORET y FORTÚN: 2017, 65).
En esta y en cartas anteriores, Carmen Laforet habla de los avances y retrocesos en la escritura de la novela y en sus estados de ánimo sobre ella:
Ahora escribo muy deprisa. Dentro de unos días todo habrá terminado (este maldito trabajo). No creas que tengo miedo a la crítica, sino a la mía propia. Me salía todo horrible, no sé por qué… Ahora ya parece que va mejor, pero el libro apenas será pasable. Yo lo he hecho todo lo bien que he podido, y nada más… Tampoco creo que mi literatura tenga nada de particular para las gentes. Solo que para mí misma es un trabajo que me arrastra, me desespera, y me causa alegrías. Es como un enamoramiento, ¿sabes?...Esto no es malo (LAFORET y FORTÚN: 2017, 71-72).
En la contestación a esta carta, Elena Fortún manifiesta el 1.11.1951 lo mal que está de salud y la gran escritora que es. Véase el párrafo con el que se despide:
Hoy está nublado. Aquí las nubes no vienen de arriba, sino que brotan del bosque y van separándose de los pinos con esfuerzo, como si se arrancaran. De pronto, todo el bosque se exalta, como si brotara de él su alma, y una masa blanca se adelanta hacia mi ventana, dejándome dentro de una nube. Ocurre casi todos los días y a veces, varias veces. Al fin, sale el sol, y todo se hace oro (LAFORET y FORTÚN: 2017, 74).
José Ignacio Peláez Albendea en dialnet.unirioja.es/
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