Una prueba de la grandiosa ternura de Dios es que se haya dignado pensar en Su criatura pecadora, el hombre. Cuando el ser creado se estableció deliberadamente en oposición a su Creador, ese Creador pudo haberlo destruido, o haberlo abandonado a su propia suerte para que se fraguara su destrucción. Fue la ternura divina la que se fijó en una criatura tan insignificante, comprometida insolentemente en una grave rebelión. Fue también la infinita ternura la que había considerado tan cuidadosamente al hombre, mucho tiempo antes de todo eso, que elaboró un plan para que el hombre caído pudiera ser restaurado.
Ha sido una maravilla de la misericordia que la sabiduría infalible se uniera con el poder todopoderoso para preparar un método mediante el cual el hombre rebelde pudiera ser reconciliado con su Hacedor. Fue el máximo grado posible de ternura que Dios entregara a Su propio Hijo, a Su Unigénito, para que derramara Su sangre y muriera para completar la grandiosa obra de nuestra redención. Ha sido también ternura indescriptible que Dios, además del don de Su Hijo, se compadeciera de tal manera de nuestra debilidad y de nuestra impiedad, que nos envió al Espíritu Santo para conducirnos a aceptar ese "don inefable." Es la ternura divina la que soporta nuestra obstinación cuando rechazamos a Cristo, la divina ternura la que insiste repetidamente mediante reconvenciones e invitaciones encaminadas todas ellas a inducirnos a que tengamos misericordia de nosotros mismos, y aceptemos esa bendición inmensurable que la entrañable misericordia de Dios nos presenta gratuitamente.
Ha sido una maravillosa ternura de parte de Dios, que, cuando pensó en salvar al hombre, no se contentó con restituirlo al lugar que había ocupado antes de haber caído, sino que quiso elevarlo mucho más arriba de su posición original; pues, antes de la Caída, no había ningún hombre que se pudiera llamar en verdad el igual del Eterno; pero ahora, en la persona de Cristo Jesús, la naturaleza humana está unida con la Deidad; y de todas las criaturas que Dios ha hecho, el hombre es el único que ha sido tomado en unión con Él, poniéndolo por encima de todas las obras de Sus manos. Hubo infinita ternura en los primeros pensamientos de amor de Dios hacia nosotros, y ha habido ternura divina en todo momento hasta ahora, y esa misma ternura llevará a nuestras almas al cielo, donde diremos conjuntamente con David, "Tu benignidad me ha engrandecido."
Voy a hablar de la ternura de la misericordia de Dios hacia los pecadores, con la plena esperanza que, tal vez, algunos de ustedes que todavía no han amado nunca a nuestro Dios, puedan ver cuán grande ha sido Su amor hacia ustedes, y así se enamoren de Él y confíen en Su amado Hijo Jesucristo, y confiando sean salvos.
I. Primero, voy a tratar de mostrarles que, en la misericordia de Dios, hay una gran ternura en sus grandiosas provisiones.
Vemos allí a un soldado herido que se está desangrando hasta la muerte en el campo de batalla. Se le acerca un amigo, misericordioso y tierno, y le trae agua fresca y refrescante que le ayudará a recuperar su conciencia, y podrá abrir otra vez sus ojos semi-apagados. Está cubierto de sudor, pero allí tiene agua fría para refrescar su enfebrecido rostro. Sus heridas están muy abiertas, y su vida se escapa de su cuerpo, pero su amigo ha traído consigo el aceite y las vendas con los que restañará sus heridas. ¿Es esto todo lo que ha provisto para el guerrero herido? No, pues allí vemos una camilla, llevada por hombres que caminan con sumo cuidado para evitar que el pobre inválido sea sacudido. ¿Adónde lo van a llevar? El hospital está preparado; la cama, tan suave, perfectamente adecuada para soportar tal cantidad de debilidad y dolor, está lista; y la enfermera lo espera diligentemente para prestarle los servicios que se requieran. El hombre muy pronto duerme un sueño que lo restaurará; y cuando abre sus ojos, ¿qué es lo que ve? Contempla la comida adecuada para sus circunstancias y necesidades; cerca de él se ha colocado un ramo de flores, para que con su belleza y fragancia le sirva de aliento y lo alegre; y un amigo se acerca con suaves pisadas, y le pregunta si tiene una esposa, o una madre, o algún amigo a quienes se les pueda escribir una carta. Antes de pensar en lo que necesita, ya lo tiene allí a su lado; y casi antes de que pueda expresar un deseo, le es concedido. Este es un ejemplo de la ternura del compañerismo humano, pero infinitamente mayor es la ternura de Dios hacia los pecadores culpables. Él ha pensado en todo lo que un pecador necesita, y ha provisto en abundancia todo lo que el alma culpable requiere para conducirla a salvo al propio cielo.
Para cada caso individual, Dios, en el pacto de Su gracia, ha preparado una cosa buena diferente. Para grandes pecadores, cuyas iniquidades son muchas y graves, hay palabras llenas de gracia como éstas: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Si el hombre no ha caído en las grandes profundidades del pecado deliberado, el Señor le dice, como el Salvador de corazón misericordioso le dijo a uno que estaba en esa condición: "Una cosa te falta;" y la gracia de Dios está preparada para suministrar esa cosa precisa.
Hay tantas cosas en la Palabra de Dios para alentar la necesidad de venir a Cristo como las hay para invitar al hombre inmoral a que abandone sus pecados, y acepte "la entrañable misericordia de nuestro Dios." Si hay niños o jóvenes que deseen encontrar al Señor, esta promesa es especial para ellos, "Me hallan los que temprano me buscan." Sí, inclusive para los pequeñitos hay tiernas palabras como estas: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos."
Luego, si el pecador es un anciano, se le recuerda que algunos fueron enviados a trabajar en la viña aun en la hora undécima; y si ya se estuviera muriendo, hay aliento para él en la narración del ladrón moribundo que confió en el Salvador agonizante, quien, al cerrar sus ojos en la tierra, los abrió con Cristo en el paraíso.
Así que repito que, en el pacto de Su gracia, Dios ha respondido al caso peculiar de cada pecador que realmente desea ser salvado. Si estás muy triste y deprimido, decaído y a punto de desmayar, hay promesas y declaraciones divinas que se adecuan exactamente a tu caso. He aquí algunas de ellas: "El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas." "Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia." "No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare."
Todo parece estar establecido con el propósito de que, independientemente de la condición en la que pueda haber caído un hombre por el terrible mal del pecado, Dios venga a él, no con rudeza sino con la mayor ternura, para darle precisamente lo que necesita. Yo me gozo de poder decir que todo lo que el pecador necesita, entre el tiempo y la eternidad, es suministrado por el Evangelio de Cristo; todo lo necesario para el perdón, para la nueva naturaleza, para la preservación, para el perfeccionamiento, y para la glorificación, está atesorado en Cristo Jesús, en Quien agradó al Padre que habitase toda plenitud.
Entonces, antes de proseguir, bendigamos la tierna consideración de Dios, que, previendo lo graves que serían nuestros pecados y nuestras aflicciones, nuestras necesidades y nuestras debilidades, ha dispuesto para nuestras grandes necesidades, una provisión ilimitada de gracia y misericordia.
II. Pero, en segundo lugar, la ternura de Dios es vista en los métodos que él utiliza para atraer a los pecadores.
Las antiguas prácticas de cirugía podrían haber sido útiles en su tiempo, pero en verdad no eran nada tiernas. A bordo de un buque de guerra después de entrar en acción, ¡qué métodos tan ásperos eran adoptados por quienes intentaban salvar las vidas de los heridos! Algunos de los remedios que leemos en los antiguos manuales de medicina, deben haber sido mucho más terribles que las propias enfermedades que pretendían curar, y yo no dudo que muchos de los pacientes murieran precisamente por el uso de esos ásperos remedios. Pero el método de Dios de mostrar misericordia al hombre es siempre divinamente tierno. Es siempre poderoso; pero, aunque es masculino en su fuerza, es femenino en su ternura.
Mi querido lector, considera entonces que Dios te ha enviado el Evangelio; pero ¿cómo te lo ha enviado? Lo pudo haber enviado por medio de un ángel; un serafín luminoso podría haberse parado aquí para comentarte en inflamadas frases acerca de la misericordia de Dios. Pero tú te habrías alarmado si lo hubieras podido ver, y habrías huido de su presencia; habrías estado completamente fuera de condición para la recepción del mensaje angélico. En lugar de haberte enviado un ángel, el Señor te ha enviado el Evangelio por medio de un hombre sujeto a pasiones semejantes a las tuyas; alguien que se puede identificar contigo en tu rebeldía, que afectuosamente tratará de entregarte su mensaje de manera tal que satisfaga tu necesidad.
Algunos de ustedes oyeron por primera vez el Evangelio de labios de su querida madre; ¿quién más podría contar esa historia tan bien como ella lo hacía? O tal vez lo has escuchado de una amiga, que con ojos inundados de lágrimas y pecho jadeante irradiaba la intensidad con que amaba tu alma. Da gracias que Dios no haya proclamado el Evangelio desde el Sinaí en medio de truenos, con sonido de bocina fortísimo y prolongado, haciéndote recordar la pavorosa convocación del último día tremendo; sino que el bendito mensaje de salvación, "Cree y vivirás," llega a ti brotando de la lengua de algún compañero, en tonos enternecedores que imploran ser bien recibidos.
Vean también la ternura de la misericordia de Dios en otro sentido, y es que el Evangelio no es enviado a ustedes en lengua desconocida. No tienen que ir a la escuela para aprender griego, o hebreo, o latín, para poder leer acerca del camino de salvación. Es enviado a ustedes en su sencilla lengua materna. Puedo decir honestamente que no he pretendido las bellezas de la elocuencia ni los refinamientos de la retórica; pero si ha habido una palabra, más tosca y apropiada que pudiera ser usada en lugar de otra, que yo haya considerado que favorecería mi propósito de presentar un claro mensaje del Evangelio, he elegido invariablemente esa palabra. Aunque pudiera haber hablado de otra manera si así me lo hubiera propuesto, he decidido que lo correcto y lo mejor, es, como lo hizo el apóstol Pablo, "usar de mucha franqueza," para que nadie que me escuche pueda decir honestamente, "no pude entender el plan de salvación como fue explicado por mi ministro." Bien, entonces, como has oído el Evangelio predicado tan claramente que no necesitas de un diccionario para entenderlo, considera en esto la entrañable misericordia de Dios, y Su deseo de ganar tu alma para Sí.
Recuerden, también, que el Evangelio llega a los hombres, no solamente por medio de la vía más adecuada de ministerio, y en el más simple estilo de lenguaje, sino que también viene a los hombres tal como son. No importa cuál sea su condición, el Evangelio es adecuado para ustedes. Si han llevado una vida de vicios, el Evangelio viene y les dice: "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados."
Por otra parte, ustedes pueden haber vivido una vida de justicia propia; si es así, el Evangelio les ordena hacer a un lado esa justicia propia, que no tiene ningún valor, que no es sino un montón de harapos inmundos, y les ordena que se pongan el vestido sin mancha de la justicia de Cristo. Ustedes pueden ser de corazón tierno, o ser todo lo contrario; sus lágrimas pueden fluir con facilidad, o pueden ser tan duros como una solera de un molino; pero, en cualquier caso, el Evangelio de Dios es exactamente el que ustedes necesitan. Sí, bendito sea el nombre del Señor, porque aunque un pecador esté exactamente a las puertas del infierno, el Evangelio se adapta a su desesperada condición, e inclusive puede levantarlo desde las profundidades de la desesperación.
Quiero que observen en especial otra cosa más, y es que la misericordia de Dios es muy tierna porque viene a ustedes ahora. Si ustedes pudieran remediar de inmediato el dolor de una persona que sufre, y sin embargo, lo hicieran esperar, su tratamiento sería a la vez, cruel y tardío. Pero el Evangelio de Dios dice: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación." Si un pecador está parado fuera de la puerta de la misericordia, aunque sea por sólo media hora, debe culparse únicamente a sí mismo por esa exclusión; pues, si solamente obedeciera el mensaje del Evangelio, y confiara en la obra consumada de Cristo, la puerta se abriría de inmediato. Las demoras no son demoras de Dios, sino nuestras; y si nosotros posponemos nuestra aceptación de Su misericordia, somos los únicos culpables.
III. Ahora paso a observar, en tercer lugar, la ternura de la misericordia de dios en los requerimientos del evangelio.
¿Qué es lo que nos pide el Evangelio? Ciertamente no nos pide nada sino únicamente lo que nos da. No pide nunca de ningún hombre una suma de dinero para que pueda redimir su alma con oro. Los más pobres son bienvenidos de todo corazón de la misma manera que los más ricos; y el mendigo que podría contar todo su dinero con los dedos de su mano, es recibido con la misma alegría que el millonario que posee inversiones y acciones y tierras y barcos. Los pobres son invitados a venir a Jesús "sin dinero y sin precio."
Tampoco nos pide el Señor que hagamos severas penitencias o que nos castiguemos para hacernos aceptables a Él. Él no requiere que sometan sus cuerpos a la tortura, o que sufran una larga serie de mortificaciones externas y visibles de la carne. Ustedes pueden confiar en Cristo estando sentados aquí, en su banca de la iglesia; y si así lo hacen, serán perdonados y aceptados de inmediato.
No se pide profundidad de conocimientos como una condición de salvación. Para ser cristiano, uno no necesita ser un filósofo. ¿Te reconoces como un pecador: culpable, perdido, condenado, y reconoces que Cristo es un Salvador? ¿Confías en que Cristo es tu Salvador? Entonces eres salvo, sin importar cuán ignorante puedas ser acerca de otros asuntos.
Tampoco se pide una grandiosa medida de depresión espiritual como requisito para venir a Cristo. Yo sé que algunos predicadores enseñan que no debes venir a Cristo hasta que no hayas ido primero con el diablo; quiero decir, que no debes creer que Cristo puede y quiere salvarte hasta tanto no hayas llegado, por decirlo así, hasta las meras puertas del infierno, en terror de conciencia y horrorosa depresión de espíritu. Jesucristo no les pide nada parecido a eso; pero si ustedes verdaderamente se arrepienten y abandonan sus pecados, renuncian a los males que los están destruyendo, y ponen su confianza en las aflicciones y en los dolores que Él soportó en la cruz, ustedes son salvos.
El Evangelio ni siquiera les exige una gran cantidad de fe. Para ser salvos, no se requiere la fe de Abraham, ni la fe de Pablo ni de Pedro. Se requiere una fe igualmente preciosa; una fe similar en sustancia y en esencia, pero no en grado. Con sólo que Él te deje tocar el borde de Su manto, quedarás sano. Aunque tu mirada sea una pobre contemplación tan temblorosa que tengas la impresión que escasamente lo has visto, sin embargo, esa mirada será el medio de salvación para ti. Si tan sólo puedes creer, todas las cosas son posibles para el que cree; y aunque tu fe sea sólo como un grano de mostaza, asegurará tu entrada al cielo.
¡Cuán precioso Salvador es Cristo! Si tú tienes una sincera confianza en Él, aunque sea débil y lánguida, serás aceptado. Si de corazón le puedes decir a Cristo: "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino," pronto tendrás Su confirmación llena de gracia: "De cierto te digo que estarás conmigo en el paraíso." No te engañes a ti mismo con la idea que tienes que hacer mucho y sentir mucho para poder estar preparado para venir a Cristo. Toda esa aptitud no es sino ineptitud. Todo lo que debes hacer para estar listo para que Cristo te salve es hacerte más inepto. La condición adecuada para lavarse es estar sucio; la condición adecuada para recibir ayuda es ser pobre y necesitado; la condición adecuada para ser sanado es estar enfermo; y la condición adecuada para ser perdonado es ser un pecador.
Si tú eres un pecador, y yo te aseguro que lo eres, contamos con la inspirada declaración apostólica: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores;" y podemos agregar a esa declaración, las propias palabras de nuestro Señor: "El que en él cree, no es condenado;" "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." ¡Oh, que el Señor les conceda a todos ustedes la gracia de recibir este Evangelio inmerecido, cuyos requerimientos son tan entrañable y misericordiosamente llevados hasta su condición de abatimiento!
IV. El cuarto punto que ilustra la entrañable misericordia es este: hay gran ternura en todos los argumentos del evangelio.
¿Qué les dice el Evangelio a los hombres? Les habla, primero que nada, acerca del amor del Padre. Nunca podrán olvidar, si la han leído alguna vez, la historia del hijo pródigo, que desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Ustedes recordarán lo que dijo cuando estaba alimentando a los cerdos: "Me levantaré e iré a mi padre." Ese fue un toque divino, y manifestó la mano maestra del Salvador cuando insertó ese comentario, y también cuando agregó esta conmovedora descripción: "Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó."
Pecador, esa es la manera en la que Dios sale a tu encuentro. Si quieres encontrarlo, Él conoce ese vibrante deseo y ese tembloroso anhelo que hay en ti, y saldrá y correrá más de la mitad del camino para encontrarte; ay, es porque Él recorre todo el camino que tú puedes avanzar en algún tramo de ese camino.
¿De qué otra cosa les habla el Evangelio a los hombres? Bien, les habla del grandioso amor del Pastor. Él perdió una oveja de su rebaño, y dejó a las noventa y nueve en el desierto mientras fue en busca de la que se había perdido; y cuando la hubo encontrado, la puso sobre sus hombros, gozándose, y cuando llegó a casa, reunió a sus amigos y vecinos, diciéndoles: "Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido." Esa oveja perdida es el tipo de un pecador inconverso, y ese Pastor es el Salvador sangrante que vino a buscar y salvar lo que se había perdido.
¿Acaso no deberían convencerlos estos argumentos? Cuando el Evangelio busca ganar el corazón de un pecador, su argumento dominante brota del corazón, de la sangre, de las heridas y de la muerte del Dios encarnado, Jesucristo, el Salvador compasivo. Los truenos del Sinaí podrían alejarte de Dios, pero los gemidos del Calvario deberían acercarte a Él. La entrañable misericordia de Dios apela inclusive al propio interés del hombre, diciéndole: "¿Por qué habrías de morir? Tus pecados te matarán, ¿por qué te aferras a ellos?" Le dice: "Las penas del infierno son terribles;" y únicamente las menciona en amor, para que el pecador no tenga que experimentarlas nunca, sino que más bien escape de ellas.
La misericordia también agrega: "la gracia de Dios es sin límites, para que tu pecado pueda ser perdonado; el cielo de Dios es ancho y largo, así que allí hay lugar para ti." La misericordia argumenta así con el pecador: "Dios será glorificado en tu salvación, porque se deleita en misericordia, y Él dijo que, vive Él, no quiere la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva."
No puedo extenderme sobre este punto. Debo contentarme con decir que toda la Escritura comprueba el amor de Dios a los pecadores. Casi cada página de la Escritura te habla, pecador, con un mensaje de amor; y aun cuando Dios habla a veces con un terrible lenguaje, advirtiendo a los hombres que huyan de la ira venidera, siempre hay en ello este propósito lleno de gracia, que los hombres sean persuadidos para que no vayan a su ruina, sino que acepten, por medio de la abundante misericordia de Dios, el don inmerecido de la vida eterna, en vez de elegir deliberadamente la paga del pecado que con toda certeza será la muerte.
¡Oh, mis queridos lectores, cuando pienso en algunos de ustedes, que son inconversos, difícilmente puedo decirles cuán triste me siento cuando veo contra qué ternura han pecado ustedes! Dios ha sido muy bueno con muchos de ustedes. Han sido protegidos de las profundidades de la pobreza, e inclusive algunos han sido mecidos sobre las rodillas de la prosperidad; sin embargo, ustedes han olvidado a Dios. Otros han recibido muchas ayudas providenciales al pelear la batalla de la vida; a menudo han sido divinamente atendidos cuando estaban enfermos, o cuando su pobre esposa y sus hijos tenían verdadera necesidad.
Dios intervino con Su gracia para suplir sus necesidades, mas ahora ustedes comentan con sus amigos acerca de cuán "afortunados" han sido, cuando la verdad es que Dios ha sido entrañablemente misericordioso con ustedes. Sin embargo, ni siquiera han reconocido Su mano en su prosperidad, y, en lugar de dar a Dios la gloria por ello, la han atribuido a esa diosa pagana, "la Suerte." Dios ha sido paciente y tierno con ustedes como una niñera podría serlo con un niño rebelde; sin embargo, lo ignoran por completo, o se alejan de Él.
Ustedes estuvieron enfermos hace muy poco tiempo; y Dios les restauró nuevamente su salud y su fortaleza; ¿por qué no vuelven sus corazones hacia Dios? Yo pido a Dios que Su gracia obre en ustedes el cambio que ningún argumento mío podría producir jamás, y que puedan decir: "Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado." Si hacen esa confesión honestamente a su Padre Celestial, Él los perdonará, y les dará la bienvenida, tan inmerecidamente, como el padre de la parábola recibió al hijo pródigo que retornaba.
V. El último punto de la entrañable misericordia de Dios del que puedo hablar ahora es este: la ternura de sus aplicaciones y de sus logros.
¿Qué hace Dios por los pecadores? Pues, cuando ellos confían en Jesús, Él perdona todos sus pecados, sin reproches ni limitaciones. He pensado algunas veces que si yo hubiera sido el padre de ese hijo pródigo, podría haberlo perdonado al regresar a casa, y creo que lo hubiera hecho sin mediar merecimientos; pero no creo que lo hubiera vuelto a tratar exactamente de la misma manera que hubiera tratado a su hermano mayor. Quiero decir esto, que los habría sentado a la misma mesa, y les habría dado el mismo alimento; pero pienso que al llegar el día de hacer las compras, le habría dicho a mi hijo menor: "no te confiaré mi dinero; debo enviar a tu hermano mayor al mercado con ese dinero, pues tú podrías desparecer con él." Tal vez no iría tan lejos como para decir eso, pero creo que lo sentiría, pues de un hijo como ése, uno tendría sospechas durante mucho tiempo.
Sin embargo, vean de qué manera tan diferente Dios trata con nosotros. A pesar de que algunos hemos sido grandes pecadores, y Él nos ha perdonado, nos confía el Evangelio, y nos ordena que vayamos y lo prediquemos a nuestros compañeros pecadores. Miren a Juan Bunyan, un individuo que era un blasfemo, un borracho libertino, dedicado al juego los domingos; sin embargo, cuando el Señor lo hubo perdonado, no le dijo: "Ahora, amigo Juan, tú tendrás que ocupar una posición inferior durante el resto de tu vida. Irás al cielo y yo te daré un lugar allí; pero no puedo usarte como podría usar a alguien que no haya cometido esos pecados que tú has cometido." ¡Oh, no!, él es colocado en la primera fila de los siervos del Señor; le fue dada la pluma de un ángel para que pudiera escribir El Progreso del Peregrino, y se le concedió el alto honor de permanecer en prisión durante casi trece años por causa de la verdad; y entre todos los santos, escasamente hay uno que sea más grande que Juan Bunyan. Miren también al apóstol Pablo. Él se llamaba a sí mismo el primero de los pecadores, y sin embargo, su Dios y Señor lo volvió, después de su conversión, un siervo de Cristo tan eminente, que pudo escribir con toda verdad: "en nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy."
Es una prueba de gran ternura, de parte de Dios, que Él dé con liberalidad y no lo eche en cara. No solamente perdona, sino que también olvida. Él dice: "Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones;" y aunque hayamos sido lo más vil de lo vil, Él no hace rebajas por eso. Yo conozco a un padre que le ha dicho a su hijo, declarado en banca rota: "ahora, tú, joven irresponsable, te restableceré en el mundo de los negocios otra vez, pero he perdido ya tanto dinero por tu culpa, que tendré que establecer una diferencia en mi testamento, pues no puedo darte todo esto, y luego tratarte como trato a tu hermano." Pero, bendito sea Dios, no estableció ninguna diferencia en su testamento. Él no ha dicho que dará los primeros asientos del cielo a quienes han pecado menos que otros, y que pondrá a los peores pecadores al fondo. ¡Oh, no! Todos ellos estarán con Jesús donde Él está, y contemplarán y participarán de Su gloria. No hay un cielo para los peores pecadores, y otro cielo para los que han pecado menos; sino que es un mismo cielo para quienes han sido los peores pecadores, pero que se han arrepentido y han confiado en Jesús, como para quienes han sido preservados de caer en los excesos del desenfreno.
Admiremos la maravillosa ternura de la gracia divina en sus tratos con los peores pecadores. Cuando Dios comienza a limpiar a un pecador, no lo lava parcialmente, sino que lo llena de misericordia y le da todo lo que ese corazón pueda desear. ¡Oh, que los pecadores sean persuadidos de venir a Él para obtener su total perdón inmerecido!
Posiblemente algún lector diga: "si Dios es tan tierno en misericordia hacia quienes vienen a Él a través de Cristo, me gustaría poder explicar por qué Su misericordia no se ha extendido a mí. He estado buscando al Señor durante meses; voy a Su casa cuantas veces puedo; me deleito cuando se predica el Evangelio, y anhelo que ese Evangelio sea bendecido para mí; he estado leyendo las Escrituras, y he estado investigando para encontrar promesas preciosas que se apliquen a mi caso, pero no puedo encontrarlas. He estado orando durante mucho tiempo, pero mis oraciones permanecen todavía sin ninguna respuesta. No puedo obtener la paz; quisiera encontrarla. He estado tratando de creer, pero no puedo hacerlo."
Bien, amigo mío, déjame contarte una historia que escuché el otro día; no puedo garantizar que sea verdadera, pero en este momento me servirá de ejemplo: se trata de dos marineros borrachos, que querían atravesar un estrecho estero escocés. Se subieron a un bote y comenzaron a remar, completamente borrachos, pero no podían avanzar. La otra orilla no se encontraba lejos, de tal forma que debían alcanzarla en quince minutos, pero ya había pasado una hora y no llegaban, y ni siquiera lo hicieron en varias horas. Uno de ellos dijo: "yo creo que el bote está embrujado;" el otro comentó que él creía que los embrujados eran ellos, y yo supongo que en efecto lo estaban por todo el licor que habían ingerido. Al fin, apareció la luz de la mañana; y uno de ellos, que había recuperado la sobriedad para ese momento, miró por sobre un costado del bote, y le gritó a su amigo: "¡caramba, Sandy, nunca levaste el ancla!" Ellos habían estado remando durante toda la noche, pero no habían levado el ancla.
Ustedes se ríen por su insensatez, y no lamento que lo hagan, pues ahora pueden captar el significado de lo que estoy diciendo. Hay muchas personas que, por decirlo así, están remando con sus oraciones, y con su lectura de la Biblia, y con su asistencia a la capilla, y con sus intentos de creer; pero, como esos marineros borrachos, no han levado el ancla. Es decir, están aferrados ya sea a su supuesta justicia propia, o se están colgando del algún viejo pecado que no pueden renunciar. ¡Ah, mi querido amigo! Debes levar el ancla que te liga a tus pecados o a tu justicia propia. El ancla, todavía hundida en el fondo y fuera de tu vista, es la única responsable de todo tu trabajo perdido y de tu ansiedad infructuosa. Levanta el ancla, y pronto habrá una solución feliz para todos tus problemas, y encontrarás que Dios está lleno de entrañable misericordia y abundante gracia inclusive para ti.
¡Que así sea por nuestro Señor Jesucristo! Amén.
Charles Haddon Spurgeon en dialnet.unirioja.es/
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