Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger realizó un trabajo inmenso y oculto, pero también se dio a conocer por la lucidez de sus conferencias, cursos y entrevistas, que desarrollaron su aportación teológica y le situaron en la vida y reflexión de la Iglesia
Fuente: omnesmag.com
Cuando Joseph Ratzinger llegó a Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1982), era un teólogo alemán conocido, con una obra no muy grande, un libro de éxito (Introducción al cristianismo, 1968) y un pequeño manual (Escatología). En alemán tenía bastantes artículos y algún libro. Poco más. Cabía suponer que su trabajo como Prefecto terminaría con su producción. Además, realizó un trabajo intenso y absorbente durante muchos años (1982-2005): veintitrés, tantos como había sido profesor de teología (1954-1977). Pero, afortunadamente, no desapareció como teólogo. Y esto se debe, en primer lugar, a que el cargo le puso ante las grandes cuestiones planteadas en la Iglesia; ante lo que quería hacer Juan Pablo II; ante los problemas doctrinales que llegaban a la Congregación, los trabajos de las comisiones ecuménicas, de la Comisión Teológica Internacional y de la Pontificia Comisión Bíblica, y ante las preocupaciones y consultas del episcopado mundial.
Otro prefecto quizá hubiera transmitido la responsabilidad de estudiar estos asuntos a expertos teólogos, reservándose un juicio prudencial último. Contaba con otros expertos, pero siendo él mismo un “experto teólogo” se veía obligado a tener una mente clara y personal sobre estas cuestiones, y a aumentar su conocimiento y a desarrollar su juicio. Y le tocaba explicarlo en los distintos foros de trabajo en la congregación y en reuniones de obispos. Por ejemplo, en 1982, da un curso al Celam sobre Jesucristo; y en 1990, otro a obispos del Brasil sobre la situación de la catequesis, recogido en La Iglesia, una comunidad siempre en camino (1991). La mayor parte de esas intervenciones, conferencias, cursos y contribuciones a homenajes (Festschrift) las escribía él, a diferencia de lo que es normal en este tipo de cargos. Minuciosamente, a lápiz y con letra menuda. Y las retocaba para publicar. Después, con notable perseverancia, las reunía en libros con cierta unidad temática, retocándolas de nuevo y explicando cuidadosamente el origen de cada texto. De modo que unos hilos argumentales, que vienen desde su época de profesor, van desarrollándose, enriqueciéndose y coordinándose a lo largo de los años. Por eso, su obra no es un conjunto de escritos ocasionales para salir del paso, sino un poderoso cuerpo de mentes sobre los grandes temas.
Es seguro que, dada su personalidad y timidez, no pensó jamás en una estrategia mediática. Sin embargo, se produjo. Lo primero fue un libro entrevista sorpresa, Informe sobre la fe (1985), sobre la aplicación del Concilio, respondiendo al periodista Vittorio Messori. Incómodo, porque todavía era de mal gusto en ambientes eclesiásticos insinuar que algo había salido mal, a pesar de las tremendas estadísticas. Nadie quería dar razones a la reacción tradicionalista. Pero a Joseph Ratzinger no le cuadraba este estúpido esquema de dos bandos. No tenía ninguna duda sobre el valor del Concilio, y, en cambio, tenía reparos sobre las derivas. Después, la nueva revista 30Giorni, de Comunione e Liberazione, que nació en 1988 y cerró en 2012, divulgó sus conferencias y entrevistas en muchas lenguas generando un creciente interés, y recogiéndolas, después, en Ser cristiano en la era neopagana (1995). En 1996, salió el libro entrevista con Peter Seewald, La sal de la tierra; y en 2002, Dios y el mundo, que le permitieron expresarse con franqueza y sencillez. En 1998, cuando ya era una personalidad muy conocida y aumentaban sus conferencias, surgió Zenit, que las tradujo y difundió inmediatamente por internet en muchos idiomas. Esto ayudó a multiplicar las ediciones de sus libros, porque interesaba todo. Y se recuperaron obras menores y predicaciones de su época de profesor y de cuando era obispo de Múnich. En una época difícil para la Iglesia, el cardenal Ratzinger se había convertido en la mente de referencia para muchas cuestiones intelectuales, que acompañaba la obra de renovación de Juan Pablo II. Y esto fue creciendo hasta ser elegido Papa en 2005.
De esta manera, se pasó de unas pocas obras conocidas (sobre todo, Introducción al cristianismo) a un considerable conjunto de libros en muchos idiomas, con cierta dispersión de títulos. Materiales reordenados después, de nuevo, sistemáticamente, para sus Obras Completas (O.C.).
Su trabajo en la Congregación era, en primer lugar, seguir al Papa san Juan Pablo II en sus empeños. Especialmente en las encíclicas de mayor compromiso doctrinal: Donum vitae (1987), sobre la moral de la vida; Veritatis splendor (1993), sobre los fundamentos de la moral católica; y Fides et ratio (1998), además del Catecismo de la Iglesia Católica (1992). Sobre cada uno de estos documentos, hay mucho trabajo previo e importantes comentarios posteriores del entonces cardenal Ratzinger. Sobre las encíclicas y cuestiones morales, por ejemplo, el libro La fe como camino (1988). Todo el movimiento de Juan Pablo II y sus iniciativas sobre el milenio, la purificación de la memoria histórica, los sínodos temáticos, y las relaciones ecuménicas le exigían mucho trabajo. También le correspondían por oficio los aspectos más duros de la Iglesia, los pecados graves de los clérigos, que entonces se reservaban a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Le tocó aclarar y afrontar toda la crisis sobre la pederastia, intervenir en los casos, exigir investigaciones, renovar los protocolos de actuación e impulsar la adecuada expresión canónica. Además, había seis grandes áreas de tensión doctrinal, que requerían mucho discernimiento teológico. Las dividimos en dos grupos: las que tienen que ver con la coherencia de la teología católica, y las que tienen que ver con el diálogo ecuménico y con otras religiones.
1. La cultura moderna producía y produce cuestionamientos en temas doctrinales y morales, con todo lo que resulta incómodo creer (Divinidad y Resurrección de Cristo, presencia eucarística, escatología, ángeles…) o practicar (moral sexual, cuestiones de género, no al aborto y a la eutanasia). Requerían constantes precisiones, como, entre muchas, la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis (1994) sobre la imposibilidad del sacerdocio femenino; y correcciones: Küng, Schillebeeckx (1984), Curran (1986)…, que se trataban con los autores, y se deformaban sin límite en los medios de comunicación.
2. Durante el Concilio se había producido un cierto trasvase de autoridad doctrinal de los obispos a los peritos y teólogos. Esto fomentaba, a veces, un protagonismo desequilibrado. Porque la fe no se sustenta en la especulación teológica, y se expresa mejor en la Liturgia y oración de los fiel s que en los despachos. Así nació la Instrucción Donum veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo (1990). Con sus comentarios y otros escritos, el cardenal compondría Naturaleza y misión de la teología (1993).
3. También afectaba a la interpretación auténtica del Concilio, si debía hacerse desde la “letra” aprobada o desde el “espíritu” del Concilio, encarnado más bien en algunos teólogos, chocante propuesta del historiador Alberigo. Desde otro punto de vista, estaba la crítica de Lefevbre al Concilio, que ocupó mucho al Prefecto, intentando evitar un cisma. Además de Informe sobre la fe, Joseph Ratzinger tenía ya mucho escrito sobre la aportación del Concilio. Todo recogido en el tomo XII de sus obras completas (2 volúmenes en castellano).
4. Por otro lado, la ideología comunista, con puntos de contacto con el alma cristiana (preocupación por los pobres) pero con presupuestos y métodos bien lejanos, empujaba hacia la revolución total, redentora y utópica, y no hacia las ONGs, modestas y transformadoras, que solo resurgirían tras el vendaval ideológico. Además, en la explosiva situación social de algunos países latinoamericanos, había dado vuelo a las Teologías de la Liberación y a compromisos revolucionarios exitosos en derribar gobiernos y desastrosos en gestionar naciones. Era necesario un discernimiento, que se hizo en las Instrucciones Libertatis nuntius (1984) y Libertatis conscientia (1986). Además de corregir la obra de Leonardo Boff (1985), que no lo admitió, y de dialogar con Gustavo Gutiérrez, que nunca tuvo un proceso y evolucionó.
1. Las relaciones ecuménicas obligaban a precisar: primero, con los anglicanos; después, con los ortodoxos, especialmente sobre el sentido de la comunión de las Iglesias particulares en la Iglesia universal y sobre el Primado. Con los protestantes, se logró un acuerdo histórico, con matices, sobre el tema clásico de la justificación (1999), y se trató sobre el sacramento del Orden. La noción de “comunión” (y su ejercicio), muy importante en la teología del siglo XX, es capital para que los ortodoxos puedan entenderse en comunión con la Iglesia católica, aparte de las dificultades históricas y de mentalidad. De ahí la Carta Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (1992). Se relaciona con muchos escritos anteriores y posteriores del cardenal sobre eclesiología y ecumenismo (tomo VIII de sus O. C.).
2. El dinamismo de la vida cristiana, sobre todo en la India pero también en África, exigía una mente sobre el valor de las religiones, el sincretismo religioso y el lugar de Cristo y la Iglesia, también sobre la inculturación litúrgica. La carta Orationis formae (1989) sobre la forma de la oración cristiana, y la notificación sobre los escritos de De Mello (1998) matizaban posibles sincretismos. En cambio, la Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (2000) sentaba los fundamentos teológicos del diálogo de la Iglesia con las religiones del mundo, en el inicio del tercer milenio. El tema fue muy trabajado por el cardenal, antes y después de la Declaración. Destaca sus conferencias en la Sorbona (1999). Con esta y otras publicó Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (2003).
En la mente del prefecto y teólogo había sin embargo tres temas más. El primero es la Liturgia que, en su experiencia creciente, es el alma de la vida de la Iglesia, donde expresa su fe. Recoge las muchas intervenciones sobre temas litúrgicos, relanzadas en su etapa como obispo de Múnich. Además, es capaz de componer un ensayo nuevo, El espíritu de la liturgia. Una introducción (1999) sobre la esencia y forma de la liturgia y el papel del arte. En paralelo, recopila sus predicaciones sobre los tiempos litúrgicos y los santos. Y reafirma que la verdadera teología ha de obtener su experiencia de la santidad. Componen el tomo XIV de sus O.C. Después está su preocupación por la nueva exégesis, de la que ha aprendido mucho, pero le parece que media demasiado entre la Biblia y la Iglesia, y que puede alejar la figura de Cristo.
El documento de la Pontificia Comisión Bíblica sobre La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993) no le entusiasmó. Aprovechó el doctorado honoris causa en la Universidad de Navarra para hablar sobre el lugar de la exégesis en la teología (1998). Y llevaba años dando forma a una “Cristología espiritual” con una exégesis creyente. Había publicado ya Miremos al traspasado (1984) con el curso al Celam sobre Jesucristo (1982) y otros hermosos textos sobre el Corazón de Jesús. Y en el libro Un canto nuevo para el Señor (1999), además de materiales sobre liturgia, recogió dos cursos sobre Cristo y la Iglesia (uno en el Escorial, 1989); también reivindicó la figura viva del Señor en Caminos de Jesucristo (2003). Quiere retirarse para escribir esa “Cristología espiritual”, con un adecuado fondo exegético, pero solo lo podrá hacer, a ratos, cuando sea Papa.
Por último, en conferencias a peticiones concretas, desarrolla un “nuevo pensamiento político” sobre la situación de la Iglesia en el mundo postcristiano. Las recoge en varios libros: en Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista (1993); en Europa, raíces, identidad y misión (2004), donde entre otras cosas está el famoso diálogo con Jürgen Habermas (2004); y en El cristiano en la crisis de Europa (2005), con su última conferencia en Subiaco, a las puertas de la elección papal.
Aparecen temas que se harán famosos: “la dictadura del relativismo”, la necesidad de que exista un fundamento moral prepolítico (“etsi Deus daretur”), la conveniencia de “ampliar la razón” frente a las pretensiones reductivas del método científico, y también que las nuevas ciencias funcionan, de facto, con “otra filosofía primera”.
Juan Luis Lorda
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