I. Los orígenes del rosario [1]
Los orígenes remotos del Rosario se pueden descubrir en la costumbre de recitar el saludo del Angel a la Virgen popularizado durante los siglos XI y XII en Occidente por influjo oriental. Ya era conocido desde mucho antes, pues se registra desde el siglo VII como antífona del ofertorio del IV domingo de Adviento; sin embargo, en forma litánica no se registra hasta el siglo XII. Esta recitación respondía a la necesidad de que los legos, que no sabían leer, se unieran a la plegaria del Oficio Divino cotidiano que los monjes cantaban en los monasterios. Y, de ahí que no resulte extraño el número de ciento cincuenta avemarías que finalmente se fijó para el Rosario completo, atendiendo al número de salmos que conforman el Salterio. No obstante, hasta llegar a dicho número, existen abundantes ejemplos de fieles que rezan diferente número de padrenuestros y/o avemarías [2].
Para llevar la cuenta surgió un instrumento muy sencillo consistente en una cuerda con nudos o con todo tipo de pequeños frutos o semillas ensertados, que más tarde fueron adquiriendo mayor riqueza de materiales. Posteriormente se unió por sus extremos rematándose con una cruz o medalla. También era frecuente que el rezo estuviera acompañado de genuflexiones. En cuanto a su denominación, el término que alcanzó mayor popularidad, y luego carácter oficial, fue el de rosarium o salterio mariano; otros nombres primitivos fueron guirnalda, corona y paternoster de la Virgen.
A la hora de realizar la historia de esta oración vocal es imprescindible atender a la influencia que en sus orígenes ejercieron la Orden Cisterciense y la Cartuja. En relación con la primera, en su seno se fraguó la división del salterio mariano en tres cincuentenas; más concretamente en Colonia donde ya lo practicaba el monje César de Heisterbach a mediados del siglo XIII. Por lo que se refiere a la influencia de la Cartuja hay que señalar varios aspectos: En primer lugar, también a mediados del siglo XIII, Hugo de Balma recomendaba rezar «cuarenta o cincuenta veces el Ave María, dividiendo estas plegarias al llegar a un determinado número, si parece bien hacerlo de este modo o de otra manera parecida, y esto se ofrecerá diariamente a la Virgen como tributo, en señal de amor y espiritual homenaje». Un poco después, hacia 1366, Enrique Egher de Kalkar difundió desde la Cartuja de Colonia la costumbre de intercalar el rezo de un padrenuestro al comienzo de cada decena de avemarías que, atendiendo a las circunstancias, podían quedar reducidas a tan sólo cincuenta.
Pero, el elemento más característico aportado por los cartujos es la inclusión de una cláusula tras el nombre de Jesús al final de la salutación angélica (todavía no se había añadido la segunda parte, de carácter deprecatorio, cuya introducción data de finales del siglo XV). En cada decena se añadían unas palabras referentes al misterio contemplado, y así, por ejemplo, se decía: Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, que en ti se encarnó, que murió en la cruz, que resucitó con gloria, etc.
Destacan de forma eminente los cartujos Adolfo de Essen (+1439) y Domingo de Prusia (+1460), quien concibió la idea de dividir las ciento cincuenta avemarías en tres secciones correspondientes a la infancia, a la vida pública y a la pasión del Señor. Se trata del llamado rosario de las fórmulas: para cada avemaría compuso su correspondiente cláusula [3].
II. La vinculación con la Orden de Predicadores
Antes que nada es preciso señalar que no resulta del todo certero afirmar que santo Domingo de Guzmán fundara propiamente el Rosario. Este asunto fue motivo de gran polémica a comienzos del siglo XX. Por un lado, siguiendo la primera postura asumida por los bolandistas (luego rectificada), Thurston [4] y Boudinhon [5] negaron tal posibilidad. Esta postura crítica frente a la tradición más consolidada fue rebatida con ardor por varios dominicos, entre ellos los padres Lescher [6], Esser [7], Etcheverry [8] y Mezard [9], que defendían tal honor para su fundador. A ellos se podrían unir otros, como Mortier [10] o Alonso Getino [11], que apostaban por una conciliación a partir de la transformación paulatina de la devoción.
El origen de la atribución del rosario a santo Domingo de Guzmán se encuentra en la predicación del beato Alano de Rupe (h.1428-1475), que destacó por su labor de popularización del Psalterium Mariae Virginis, especialmente a través de la Cofradía de la Virgen y Santo Domingo que estableció en la ciudad holandesa de Douai alrededor de 1470. Fue él quien en sus fervorosas predicaciones narró cómo en una visión había contemplado a la Virgen entregando el rosario a santo Domingo mientras le mandaba propagarlo por todo el mundo. Parece ser que el relato, que gozó inmediatamente de gran prestigio, se difundió con toda rapidez hasta hacerse creencia común ratificada por el Magisterio en reiteradas ocasiones. Esta creencia pasó a la literatura devocional y también a la iconografía [12], hasta el punto de constituir el rosario uno de los atributos característicos de santo Domingo de Guzmán [13]. Finalmente se introdujo en la liturgia durante el pontificado de Benedicto XIII, el dominico Vicente Orsini, quien tomó del Oficio propio de la Orden de Predicadores las lecturas históricas del segundo nocturno de la fiesta del Rosario y las extendió a toda la Iglesia en 1726.
Casi todos los autores se muestran favorables a la atribución del origen de los quince misterios a fray Alano, a quien se debe también la iniciativa de crear cofradías que fomentaran el rezo del avemaría, precedente inmediato de las primeras cofradías del Rosario. Con toda seguridad, «el mérito del beato Alano consistió en organizar o coordinar y unificar los diversos elementos del Rosario, dándole forma definitiva. Con santo Domingo y con Dom Enrique de Kalkar mantuvo el número de ciento cincuenta avemarías; igual que este último, dividió las decenas por medio del Pater; con Domingo de Treveris, añadió la meditación de los misterios; pero iniciativa suya (probablemente) fue el reducirlos a quince» [14]. Al limitarse el número ya era bastante más fácil retener las cláusulas en la memoria; de ahí que el método se extendiera y popularizara muy rápidamente.
a) El origen de las cofradías del Rosario
Desde los comienzos de la Orden de Predicadores, en sus conventos se instituyeron cofradías de fieles bajo el título de Santa María; es sabido que uno de sus impulsores fue san Pedro de Verona. Gracias a la labor ingente del P. Gilles Gerard Meersseman hoy es posible conocer al detalle la historia de las antiguas cofradías dominicanas desde el siglo XIII, especialmente las italianas [15], y particularmente el papel fundamental desempeñado por fray Alano de Rupe para la institución de las cofradías del Rosario [16].
El precedente inmediato está constituido por la fundada por fray Alano en la ciudad holandesa de Douai en 1470 con el título de Cofradía de la Virgen y santo Domingo, cuyos hermanos tenían la obligación cotidiana del rezo del salterio mariano; podían formar parte de ella tanto hombres como mujeres, y todos participaban de los bienes espirituales de la Congregación de Holanda de la Orden Dominicana por concesión de su Vicario General, Juan Excuria, fechada el 15 de mayo de 1470.
Fray Alano falleció en Zwolle, en la víspera de la institución de la primera Cofradía del Rosario, con este título propiamente y aprobación pontificia, acaecida en Colonia el 8 de septiembre de 1475 por iniciativa del prior del convento dominico Jacobo Sprenger. Sus miembros adquirían la obligación principal de rezar el rosario y ofrecerlo por las necesidades de los demás hermanos. Pronto comenzaron a ingresar en la cofradía personalidades de alto rango, como el emperador Federico III con su esposa e hijo en 1476, o el legado pontificio Alejandro Nanni Malatesta, que concedió numerosas indulgencias.
En 1478 Sprenger recibía del papa Sixto IV la bula Pastor Aeterni a favor de la cofradía de Colonia, gracias a la que alcanzaba una gran popularidad y comenzaba su rápida expansión, siempre bajo la tutela de los dominicos, por toda Europa. En Roma se estableció en la iglesia de Santa María sopra Minerva en 1481 la que luego llegaría a convertirse en Archicofradía de la que dependerían todas las demás.
Por lo que respecta a España, podemos decir que también se conoce la devoción del salterio mariano desde la segunda mitad del siglo XIV; concretamente en los territorios de la Corona de Aragón proliferaron los gozos o goigs del Roser [17], atribuidos tanto a san Vicente Ferrer como a su hermano Dom Bonifacio, General de los Cartujos de la obediencia de Avignon. Estos gozos se difundieron muy tempranamente en el ámbito catalán y valenciano; los más antiguos que se conservan datan de finales del siglo XV y, entre ellos, destaca el titulado La Virgen María y los misterios del Rosario, datado en 1488 y obra del dominico catalán fray Francisco Domenech [18].
Otros religiosos como fray Juan Amat en Valencia o el beato Juan Agustí en Lérida destacaron por su labor de promoción del rosario, extendiéndola éste último por territorios de Aragón, Castilla y Andalucía [19].
Respecto a la fundación de cofradías, la tradición afirma la venerable antigüedad de algunas como las de Barcelona, Orihuela, Murcia o Salamanca, aunque no se aportan datos precisos; las de Valladolid y Sevilla existían ya a finales del siglo XV, lo mismo que otras muchas a lo largo y ancho del territorio peninsular, comenzando por Cataluña donde esta devoción se extendió muy tempranamente y de donde pasó a las Islas Baleares.
Sin duda alguna, influyó de modo notable en esta rápida expansión de la devoción y cofradía del Rosario el apoyo explícito que recibió de los Sumos Pontífices. Sixto IV en 1479 aprobaba el rezo del salterio mariano para toda la Iglesia universal; durante este pontificado comenzó la concesión a los dominicos del privilegio de predicar e instituir en exclusiva las cofradías del Rosario. En estas concesiones se menciona también la participación en las gracias concedidas a la Orden para todos los miembros de las confraternidades del Rosario; Inocencio VIII en 1485 confirmaba y ampliaba por la bula Sacer Praedicatorum Ordo las indulgencias concedidas al rezo del Rosario.
III. El auge del siglo XVI
En los comienzos de la Edad Moderna la práctica devocional del rosario y su cofradía estaban bien integradas en la piedad popular del pueblo cristiano europeo; de aquí pasarían al resto del mundo, muy especialmente a América, gracias a la labor evangelizadora de los misioneros que, como san Francisco Javier, llevaban la cruz y el rosario como signos distintivos de la verdadera fe que proclamaban.
En cualquier caso, será la victoria de las tropas cristianas sobre los turcos en la batalla de Lepanto en 1571, el hecho que contribuya de forma más notoria a extender y popularizar el rezo del santo Rosario, hasta el punto de convertirse en devoción casi obligada para todo buen católico en siglos posteriores.
El Rosario comenzó a rezarse en los conventos y en las iglesias, donde se tenía en forma de coros como el Oficio Divino, pero, sobre todo, en las casas; era la familia el lugar donde se transmitía la devoción como atestigua la propia santa Teresa de Jesús en su autobiografía: «Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo» [20].
Gracias a la imprenta pudieron difundirse numerosas obras de espiritualidad ya desde finales del siglo XV, muchas de las cuales sirvieron para afianzar el rezo del Rosario mediante su explicación. Entre estas se encuentran el libro del cartujo belga Santiago de Gruitroedes titulada Rosarium Jesu et Mariae, publicada en 1470 [21] o las obras del beato Alano, especialmente su De psalterio B. Virginis Mariae, publicado en 1484. Con posterioridad sus seguidores fueron reeditando sus obras en numerosas ocasiones con títulos diversos, destacando la edición preparada por el dominico Jean-André Coppenstein y publicada en Friburgo en 1619 bajo el título de Beatus Alanus de Rupe redivivus, de Psalterio seu Rosario Christi ac Mariae [22].
En España, la primera obra sobre el rosario que se conoce es la titulada Contemplaciones sobre el Rosario de Nuestra Señora, historiadas con forma de institución del Salterio, escrita por Dom Gaspar Gorricio de Novara, un cartujo de origen italiano, y publicada en Sevilla en 1495 con dos añadidos, el Tratado de la Institución o Cofradía del sobredicho Rosario de Nuestra Señora fecha y ordenada en Colonia y las Coplas del Psalterio syquier Rosal de la gloriosa Virgen Maria para contemplar quince misterios de su Sagrada Vida [23]. Una de las obras que alcanzó mayor difusión en catalán es el Llibre dels Miracles del Roseri del modo de dirlo rosari, obra del dominico Jerónimo Taix publicada en 1540 y luego traducida al castellano [24]. También en América comenzaron a difundirse este tipo de publicaciones, en general, reediciones de obras publicadas previamente en España; no obstante también aparecieron obras originales; Francisco Vindel defiende que el primer libro impreso en América estuvo dedicado al Rosario llevando por título La manera que se ha de tener en rezar los quince misterios del rosario [25]. En Italia son numerosas las obras impresas durante el siglo XVI, destacando la labor de promoción que llevó adelante el dominico Alberto Castellano, se publicaba en 1521 su Rosario de la Gloriosa Virgen María, enriquecido con numerosas xilografías.
a) La implantación de las cofradías del Rosario
Mucha literatura devota está relacionada directamente con el establecimiento de la cofradía del Rosario. Si durante los últimos años del siglo anterior se habían ido fundando cofradías en diversos lugares, en el XVI se produce una auténtica floración de cofradías ya no sólo en Europa, sino también en América y otros territorios de misión, a donde los dominicos trasplantan con gran éxito la devoción.
En España aparece documentalmente constatada la cofradía en multitud de localidades, comenzando por aquellas donde los frailes de santo Domingo tenían abierto convento. Existían abundantes cofradías ya el siglo XVI, especialmente en Cataluña y en el País Vasco. Hay constancia documental de la existencia de la cofradía en Santiago de Compostela, Estella, Pamplona, Logroño, Vitoria, Oviedo, Ocaña, Ibiza, Badajoz, Lorca y Cartagena, entre otras. En algunos casos, como en Córdoba, el obispo dominico fray Martín de Córdoba y Mendoza mandaba en 1579 instaurar la cofradía del Rosario en todas las parroquias del Obispado. En Cádiz existía también en el siglo XVI una cofradía de esclavos negros, conocida popularmente como «de los morenos», que rendía culto a la Virgen del Rosario; pasados los siglos fue declarada patrona de la ciudad.
También continuó imparable la implantación de la cofradía en tierras europeas, especialmente francesas [26] e italianas; pero el fenómeno más interesante fue su erección en América, el continente recién descubierto, que estaba siendo evangelizado por los frailes españoles y portugueses.
b) El Rosario en América
Como ha estudiado Alejandra González Leyva [27], la devoción del Rosario llegó a Nueva España de la mano de los dominicos, si bien en sus comienzos sólo era practicada por los frailes, que con gran sentido catequético y apologético se presentaban ante los indígenas con el rosario al cuello. El rosario se convirtió así en uno de los símbolos de la evangelización de América; los historiadores de la provincia dominica de México refieren que el rosario es el instrumento celestial que la Virgen les ha dado, como en su día a santo Domingo, para alcanzar la conversión de los indios.
La costumbre de llevar el rosario al cuello pasó de los frailes a los miembros de las cofradías del Rosario y devotos en general, siendo así que «apenas se hallaba entre los indios quien dejase de traer el rosario de Nuestra Señora al cuello». El rezo alcanzó tal popularidad que, por ejemplo, en Juxthalamuca «todos han abrazado la devoción del Santísimo rosario con grande fervor, rezando sus misterios a coro en su lengua los niños y niñas, que es muy para dar gracias a Nuestro Señor» [28].
En 1538 se fundó la cofradía de México en el convento de Santo Domingo gracias a la labor de fray Juan del Rosario; y poco después las de Oaxaca y Puebla de los Angeles, ésta en 1553. En Perú los dominicos la instituyeron en sus conventos; concretamente en el de Lima se erigió en 1554, estableciéndose la costumbre en este Virreinato de que las cofradías de negros estuvieran bajo la advocación de la Virgen del Rosario, al igual que en numerosos lugares del Brasil. En Colombia se comprueba una temprana extensión de la devoción del Rosario; concretamente en Bogotá se fundaba la cofradía en el convento de Santo Domingo en 1558. Guatemala tiene por patrona a la Virgen del Rosario, cuya primitiva cofradía se fundó en 1559 impulsada por el obispo D. Francisco Marroquín. La cofradía del Rosario de Quito se fundaba en 1563 sólo para españoles, pero en 1580 se crearon otras dos secciones para indígenas y negros. Por lo que se refiere a la de Santiago de Chile se erigía igualmente en el convento dominicano de dicha ciudad en 1574 mientras que la de Buenos Aires lo hacía en 1586.
En cualquier caso, la cofradía se fundaba también en las parroquias con una mayor o menor dependencia de los dominicos, según las circunstancias; así, por ejemplo, tenemos abundantes casos como el de la parroquia de Barquisimeto, en Venezuela, donde estaba fundada desde antes de 1596 o el del penal de San Agustín de la Florida donde existía desde 1628.
La devoción del rosario se extendió de tal manera que a mediados del siglo XVII el jesuita Ruiz de Montoya afirmaba que los indígenas de Uruguay y Paraguay lo llevaban al cuello como signo de esclavitud mariana señalando también que «muchas veces los hemos visto por los caminos, por los ríos habiendo remado todo el día, ponerse debajo de los árboles de rodillas rezando el Rosario, y aún a media noche los hemos cogido en este santo ejercicio» [29].
IV. Lepanto y la fiesta del Santo Rosario
El 7 de octubre de 1571, la Liga Santa, es decir, las fuerzas navales de España, Venecia y los Estados Pontificios, al mando de don Juan de Austria, a pesar de su notoria inferioridad, derrotaban a la armada turca en el golfo de Lepanto; de esta forma se conjuraba la temible amenaza que suponía su imparable avance hacia la Europa occidental. Esta batalla, con el tiempo, fue haciéndose memorable e, incluso, legendaria.
El enfrentamiento decisivo tuvo lugar el primer domingo de octubre, día en el que san Pío V había ordenado que en toda la Cristiandad se implorara a Dios la victoria en tan decisiva batalla. Las cofradías del Rosario, como era su costumbre todos los primeros domingos de mes, realizaron también su procesión rezando fervientemente por el triunfo de la fe cristiana. Parece ser que el triunfo fue debido a un cambio en la dirección del viento, que favoreció decisivamente a las escuadras cristianas; no obstante, en él se vio la mano de la Virgen que una vez más se manifestaba como auxilio de los cristianos. De hecho, en lo más alto de la vela de la nao capitana se llevaba izado un estandarte de la Virgen que, luego, fue regalado por don Juan de Austria a la cofradía del Rosario de Barcelona. Evidentemente, la noticia de esta victoria llenó de alegría a toda la Cristiandad. Pero los biógrafos de san Pío V incluyeron un pasaje relativo a esta memorable jornada que venía a corroborar el carácter sacro de la batalla; relataron que en el mismo momento en que ésta se produjo, el Papa, que se encontraba participando en la procesión que en Roma se había organizado para implorar la victoria, misteriosamente tuvo conocimiento de ella y la proclamó de forma pública, dando gracias a Dios por tan señalado favor.
En cualquier caso, resulta más comprensible esta relación del triunfo con el rosario si tenemos en cuenta que ya con anterioridad se había establecido una íntima relación entre la Armada española y la cofradía del Rosario. En efecto, el general don Luis de Requesens, lugarteniente de don Juan de Austria, en 1562 conseguía del papa san Pío V la licencia necesaria para instituir una cofradía del Rosario con todos los individuos de la Armada española, según ya existía en el Hospital de Galeras de San Juan de Letrán en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María, en cuya iglesia residía desde 1514, por bula de León X, la jurisdicción privativa de la Armada [30].
Continuación de esta devoción fue, sin duda, el patronato ejercido por la Virgen del Rosario sobre los galeones que hacían la Carrera de Indias, al frente de los que iba siempre una imagen de la Virgen, conocida popularmente como la Galeona, que se trasladaba de forma solemne al galeón principal desde el convento dominico de Cádiz.
La victoria de Lepanto no fue, con todo, ni la primera ni la única ocasión en que se atribuyó al rosario el triunfo en situaciones especialmente dramáticas. Al poco de fundarse la cofradía de Colonia en 1475 se relacionó con el rezo del rosario la súbita liberación del castillo de Neuss según señalaba Miguel François en su Determinatio quodlibetalis. Más tarde, en 1589 la ciudad de La Coruña entendía que había sido la Virgen del Rosario quien había ayudado a sus habitantes a liberarse del ataque de los piratas ingleses al mando de sir Francis Drake, por lo que hacía voto anual de celebrar su fiesta declarándola su Patrona. Posteriormente, también se atribuirían al Rosario la liberación de Viena en 1683 y el triunfo del príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Peterwaradin el 5 de agosto de 1716 y luego en Belgrado, así como la derrota del sultán Agmet III ante la plaza de Corfu el 22 de agosto de ese mismo año.
a) La celebración de la fiesta
Fue precisamente el triunfo en Lepanto, acaecido el primer domingo de octubre, lo que movió a san Pío V a fijar la fiesta en dicho día bajo el título de Nuestra Señora de las Victorias, en principio sólo para las iglesias donde estaba establecida la cofradía del Rosario. Estas cofradías venían celebrando su fiesta principal en diversas fechas a lo largo del año; así, por ejemplo, en Venecia, México y otros muchos lugares se celebraba el 25 de marzo, fecha muy apropiada de acuerdo con el origen del rosario en el anuncio del Angel a la Virgen; en Sicilia se celebraba el domingo in albis y en Cataluña el segundo domingo de mayo.
La diversidad fue disminuyendo conforme la Santa Sede daba mayor rango a la fiesta del Santo Rosario concentrándose en el primer domingo de octubre, como ya comunicaba san Pío V a la cofradía del Rosario de Martorell (Barcelona) en una concesión de indulgencias otorgada el 5 de marzo de 1572 a petición de D. Luis de Requesens. Pocos días después, el 17 de marzo, en Consistorio el Papa anunciaba la decisión de celebrar la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias en dicho día. Fue su sucesor, Gregorio XIII, quien el 1 de abril de 1573, por la bula Monet Apostolus, establecía propiamente dicha la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el primer domingo de octubre, «para conservar el recuerdo de tan gran victoria» en la que «la armada turca, en número muy superior, y ufana por pasadas victorias, fuese totalmente vencida» [31].
Esta concesión sólo tenía efecto para las iglesias donde estaba erigida la cofradía pero, poco a poco, la celebración de la fiesta fue siendo concedida a diversas regiones y familias religiosas, especialmente con motivo del primer centenario de la batalla de Lepanto, ocasión que aprovechó la reina regente de España, doña Mariana de Austria, en nombre de su hijo el rey Carlos II, para solicitar al Papa la celebración de la fiesta en todos los territorios de la Corona de España. Clemente XI la extendió a la Iglesia universal en 1716, a raíz también de los triunfos obtenidos en ese año sobre los turcos.
V. La devoción en la época del Barroco
El rosario a lo largo de los siglos XVII y XVIII se convirtió en la principal de las devociones marianas. Su promoción no sólo se debía a la labor de los dominicos sino que los propios obispos e, incluso, las autoridades civiles se implicaron en dicha tarea. Esto no resulta novedad en el caso español puesto que, a partir del triunfo de Lepanto, el rosario adquirió un prestigio inigualable estando presente en todos los órdenes de la vida española durante el Siglo de Oro. Felipe IV ordenó en 1645 que se rezara al anochecer en los cuarteles, medida reiterada por Carlos III y Fernando VII, y vigente todavía en 1854 [32].
En sus curiosas memorias, la condesa D´Aulnoy señalaba en 1679 que «en todas las casas, a horas fijas, el servicio femenino acompaña a la señora a la capilla, donde rezan el rosario en alta voz. (...) Es de ver el uso constante que aquí se hace del rosario» [33]. Por su parte, Juan Francisco Peyron en 1773 refería que «los hombres no dejan de llevar uno colgado al cuello. En las comedias, si encadenan al diablo es con un rosario» [34].
En Francia hacia 1700 el cura de Sennely señalaba que «toda la devoción de la gente humilde que no sabe leer se reduce al rezo del rosario» [35]. San Francisco de Sales creía que el Rosario era la mejor devoción para el pueblo cristiano y así lo recomendaba en su famosa obra Introducción a la vida devota explicando cómo rezarlo bien [36]. En esta misma línea, san Alfonso Mª de Ligorio proclamaba que «al presente no hay devoción más practicada por los fieles que ésta del sacratísimo Rosario» [37].
No es necesario indicar que el rosario era práctica común para clérigos y miembros de la vida consagrada, tanto varones como mujeres. En los conventos se rezaba al menos una parte y no era infrecuente que se rezara completo. De forma muy clara san Vicente de Paul, que llevaba siempre su rosario colgado a la cintura, decía a las Hijas de la Caridad que «vuestro rosario... es vuestro breviario».
No faltaban tampoco predicadores fervorosos que difundían las excelencias del rosario con el fin de inculcar en los fieles esta devoción. Por especial privilegio, todos los dominicos eran propagadores del Rosario pero no sólo ellos predicaban las excelencias de esta devoción; se puede decir que los religiosos de todas las Ordenes y los miembros del clero secular contribuían de forma unánime a la extensión del rosario.
Entre los grandes promotores del rosario hay que destacar por méritos propios a san Luis Mª Grignion de Monfort (1676-1816) quien en los últimos años de su vida, llevado por su amor al rosario, pidió ser admitido en la Tercera Orden de Santo Domingo solicitando al Maestro General en 1712 la gracia «de predicar, dondequiera que le llamen, el santísimo rosario y admitir a su cofradía a quienes lo soliciten». Escribió dos opúsculos titulados El secreto admirable del Santísimo Rosario y Métodos para rezar el rosario.
Se cuentan por decenas e, incluso por centenas, las obras que fueron apareciendo a lo largo de los siglos XVII y XVIII referidas al Rosario con el fin de fomentar la devoción e impulsar la implantación de la cofradía; en ellas se referían los muchos privilegios e indulgencias que comportaba así como la multitud de milagros obtenidos de Dios por medio del Rosario. Junto a obras eruditas aparecieron también sencillos opúsculos para fomentar la vida de piedad de los devotos y la popularidad alcanzada se manifestó también en la literatura culta y popular.
Entre la ingente cantidad de obras publicadas podemos destacar la Historia y anales de la devoción y milagros del Rosario (Madrid 1613) de Alfonso Fernández, numerosas veces reeditada así como su Memoria de la devoción y Exercicios del Rosario de N. Señora (Madrid 1626) o el también numerosas veces reeditado De los exercicios y indulgencias del Rosario de N. Señora y del Nombre de Jesús (Madrid 1618) de Alfonso de Ribera. En América siguieron publicándose este tipo de obras dirigidas principalmente a extender la devoción entre los diversos pueblos indígenas [38]. En francés también son abundantísimos los libros referidos al Rosario que se publican durante los siglos XVII y XVIII, según refiere el P. Duval, lo mismo que las publicaciones en italiano y portugués [39].
a) La consolidación de las cofradías
El apoyo de los papas y la infatigable labor de los dominicos hicieron que la cofradía del Rosario se estableciera con profusión a lo largo y ancho de los países católicos, incluidas las tierras de misión. En España hay pruebas de sobra para afirmar que la cofradía del Rosario durante este periodo alcanzó su momento de máximo apogeo, situándose entre las más difundidas. Nazario Pérez refiere que en los siglos XVII y XVIII se fundaron doscientas dieciocho cofradías, de las cuales ochenta y cuatro se erigieron en Cataluña [40].
Era la cofradía mariana más extendida, como se ha puesto de manifiesto en los casos concretos de La Rioja, Navarra, Cantabria o Galicia. Lo mismo ocurría en el sur de la Península: en la diócesis de Granada la mayor parte fueron fundadas en la segunda mitad del siglo XVII; de forma similar sucedía en la vecina diócesis de Almería, donde se propagaron con mayor rapidez ya en el siglo XVIII.
Otro tanto ocurría en Latinoamérica y en otros lugares de misión como Filipinas, donde la provincia de los dominicos era puesta bajo la advocación de la Virgen del Rosario, debido a la gran devoción concitada por la imagen titular del convento de Manila. En China, Vietnam y Japón arraigó con tal profundidad que, según narran las crónicas, los mártires que en 1622 y años sucesivos regaron con su sangre aquellas tierras murieron alzando el rosario como señal de victoria, siendo así que la mayor parte de ellos formaba parte de la cofradía del Santo Rosario, según narraba el padre Francisco Carrero en su Triunfo del Santo Rosario [41].
En general, todas las cofradías promovieron la creación de obras artísticas: iglesias, ermitas, capillas, altares, imágenes, ornamentos y estandartes, coronas y valiosos rosarios de filigrana. Ya nos hemos referido a las suntuosas capillas construidas por las cofradías del Rosario de Puebla, Oaxaca o Quito; en España son memorables las del convento de Santo Domingo de Antequera (Málaga) o Granada. En cuanto a imágenes, podríamos decir que los mejores escultores del barroco nos han legado preciosas tallas de la Virgen del Rosario; desde Martínez Montañés hasta Salzillo o Salvador Carmona; la iconografía varía poco, mostrando a la Virgen con el Niño, sentada o de pie, o en algunos casos, entregando el rosario a santo Domingo.
Existen cuadros magníficos cuyo motivo central es la Virgen del Rosario o, también, el triunfo del Rosario, un tema iconográfico nuevo muy difundido a raíz de la batalla de Lepanto. Desde Durero a Zurbarán o Murillo la evolución es evidente si bien los motivos no varían apenas, a no ser por la introducción de un nuevo modelo iconográfico debido a Sassoferrato que plasmó en su famoso cuadro de la Virgen del Rosario de la iglesia de Santa Sabina de Roma; por primera vez, junto a la Virgen que entrega el rosario a santo Domingo aparece santa Catalina de Siena, en el lado opuesto, recibiéndolo, a su vez, del Niño Jesús. Este modelo pronto gozó de un gran éxito y se difundió ampliamente por todos los países católicos, con la lógica variación en los detalles, como puede apreciarse, por ejemplo, en el que pintó Van Dyck para el Oratorio del Rosario de Palermo [42].
b) El Rosario de la Aurora
Procesiones en las que se iba rezando el rosario habían sido habituales desde que se fundaron las primeras cofradías a finales del siglo XV. Sin embargo, en España se institucionalizó esta costumbre a finales del siglo XVII por iniciativa del dominico gallego fray Pedro de Santa María y Ulloa. Esta nueva costumbre nació en Sevilla iniciada, según ha estudiado Romero Mensaque [43], en 1690 por la Hermandad de Nuestra Señora de la Alegría de la parroquia de San Bartolomé. Alcanzaron tal auge los rosarios públicos que pueden considerarse la principal manifestación sevillana de piedad del siglo XVIII; en 1758 se contaban, nada más y nada menos, que 81 rosarios públicos de hombres y 47 de mujeres que todos los días recorrían las calles de la ciudad alabando a la Virgen, existiendo también desde 1735 uno exclusivo para niños en el colegio de San Alberto [44].
En un paso posterior surgió ya propiamente el llamado Rosario de la Aurora, que es aquel que se reza o canta en forma de procesión por las calles al alba y que generalmente cuenta con unas coplas propias de gran sabor popular que se interpretan acompañadas por instrumentos musicales. Esta nueva modalidad fue introducida por un renombrado misionero, el P. Antonio Garcés, en la segunda mitad del siglo XVIII. Gracias a la labor de predicadores tan renombrados como fray Pablo de Cádiz o fray Isidoro de Sevilla estos rosarios de la aurora se mantuvieron florecientes, habiendo llegado algunos hasta nuestros días no sin altibajos.
Desde Sevilla esta nueva forma de rezar el rosario se extendió con rapidez, en primer lugar, como es natural, por Andalucía. Conocemos bien el caso de Priego de Córdoba [45]. En otros lugares de la provincia de Córdoba, incluida su capital, surgieron cofradías con la finalidad de rezar el rosario por las calles en determinadas fechas [46].
En otras regiones como Murcia, Navarra y Aragón también se hicieron muy populares los rosarios callejeros, destacando el rosario de la aurora de la Basílica del Pilar de Zaragoza iniciado al amanecer del 3 de julio de 1756 por una humilde mujer, de nombre Mariana Velilla, acompañada de otros siete devotos más; fue tal el éxito que a finales del mismo mes hubo días en que se contaron más de mil personas. También en Hispanoamérica arraigó con fuerza esta práctica. El arzobispo de Lima Liñán y Cisneros la recomendó vivamente en 1692 y, pocos años después, en la capital del Virreinato eran quince los Rosarios que salían de diferentes templos. En Quito salían todas las tardes de las diversas iglesias y conventos, participando en ocasiones los obispos y presidentes de la Audiencia [47].
c) El Rosario Perpetuo
En 1629, el dominico Timoteo Ricci, fundaba en Bolonia la llamada Bussola della ora perpetua del Rosario con el fin de asegurar que se rezara permanentemente. El origen de esta iniciativa se enmarca en una epidemia de peste que asolaba la comarca; el fraile, deseoso de que el rezo del Rosario fuera constante para alcanzar el fin de la epidemia, preparó 8.760 tarjetas, es decir, tantas como horas tiene el año, que distribuyó por sorteo entre quienes estaban dispuestos a dedicar una hora al año a rezar los quince misterios del Rosario. El éxito fue tal que rápidamente se agotaron las tarjetas y fue preciso repetir la operación hasta seis veces más. La práctica se difundió, primero por toda Italia, destacando Roma donde se inscribieron sesenta mil personas, entre ellas varios cardenales y el propio Urbano VIII.
El movimiento, también llamado Guardia de Honor de María, relanzado de nuevo por el padre Petronio Martín, pronto se extendió a Alemania y Francia. Algo debió decaer esta práctica porque a mediados del siglo XIX fue necesaria la intervención del notable predicador francés Agustín Chardón para reanimarla; con este fin incluyó algunas novedades siendo la principal el hacer la hora mensual en lugar de anual; además precisó que las intenciones eran tres: la conversión de los pecadores, la buena muerte de los agonizantes y el eterno descanso de las benditas ánimas del Purgatorio. Esta renovación tuvo lugar en el convento dominico de Lyon en 1858 y pronto se propagó por Francia, Italia y España.
VI. El Rosario en el siglo XIX
En el siglo XIX el rosario formaba parte de la vida cotidiana de cualquier católico. Desde la infancia el rosario se aprendía a recitar en familia y luego, con frecuencia, constituía un recurso sencillo de oración en las más diversas circunstancias, incluso en momentos de persecución como la desatada en Francia a raíz de la Revolución de 1789.
El último tercio del siglo XVIII deparó graves dificultades para las numerosas cofradías existentes en Europa y América, incluidas por supuesto las del Rosario. En España la desamortización de Mendizábal de 1835 dio al traste con buen número de cofradías y provocó la exclaustración de gran cantidad de frailes que continuaron su labor apostólica como sacerdotes seculares; muchos de ellos habían sido fervorosos dominicos y, por ello, siguieron predicando con entusiasmo la devoción del Rosario formando parte de la legión de predicadores que recorrían los caminos de todo el país animando a los fieles a ser buenos católicos, lo que suponía necesariamente ser devotos de la Virgen y esto no se entendía sin el rezo del Rosario.
Entre los más afamados predicadores españoles del siglo XIX hay que citar a san Antonio María Claret, gran devoto del Rosario, que lo propagó primero por Cataluña y luego por Canarias y Cuba. Según refirió el fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, en más de una ocasión se le había aparecido la Virgen incitándole a propagar la devoción del Rosario. Otro de los más eminentes predicadores del momento, ferviente devoto de la Virgen y extraordinario propagador del rosario, fue el capuchino fray Diego José de Cádiz, también beatificado. Recorrió no sólo Andalucía sino España entera predicando. Otros muchos nombres podríamos añadir a éstos dentro y fuera de España como Lacordaire y Chardon en Francia.
En el último tercio del siglo XIX comienzan a aparecer también las primeras publicaciones periódicas destinadas a la promoción del rosario; así en Inglaterra fundaba el padre Mackey en 1872 la revista The Rosary Magazine; en Alemania el padre Thomas-Maria Leiker comenzaba la publicación del Marien Psalter en 1878; en Italia en 1883 aparecía la revista Il Rosario. Memorie Domenicane, publicada por los dominicos de Florencia. Por lo que se refiere a España, en febrero de 1886 aparecía la revista El Santísimo Rosario en Palencia [48].
En otro orden de cosas, el dominico español exclaustrado José Peralta y Marqués, rector de la iglesia del antiguo convento dominico de Ecija (Sevilla) se propuso doblar la eficacia pastoral del mes de mayo y para ello decidió celebrar un mes del Rosario en octubre. Solicitó del dominico fray José Mª Morán que redactara una sencilla hoja preparatoria pero, éste, más allá de la demanda, escribió un tratado titulado Mes del Rosario o mes de Octubre, cuya primera edición es de 1866, que mandó a todos los obispos de España con el fin de que contribuyeran a introducir en sus diócesis esta costumbre. La iniciativa tuvo una favorable acogida y, años después, en 1883 fue extendida a toda la Iglesia por el papa León XIII.
A pesar de las leyes liberales, en España y buena parte de Hispanoamérica durante el siglo XIX se siguieron manteniendo las prácticas devocionales públicas, en muchos casos todavía a cargo de las cofradías del Rosario que consiguieron mantenerse más o menos florecientes llegando, incluso, a aumentar su número en diócesis como la de Tuy, donde en una encuesta realizada a mediados de siglo se pudo constatar que estaba presente en la mitad de las parroquias [49]. En conjunto se erigieron en España durante este siglo ochenta y nueve cofradías, con lo que su presencia alcanzaba ya a todas las poblaciones de alguna importancia [50].
Por último, hay que señalar la labor desarrollada por el beato Bartolomé Longo para promover la devoción del Rosario en torno al famoso santuario de Nuestra Señora de Pompeya cerca de Nápoles comenzada hacia 1874 cuando el abogado Longo, miembro de la Tercera Orden Dominicana, preocupado por la instrucción religiosa de los habitantes de Pompeya se decidió a rezar el rosario con algunos de ellos; viendo que necesitaban un lugar de oración acudió al dominico Alberto Radente quien le regaló un cuadro de la Virgen del Rosario con santo Domingo y santa Catalina de Siena para que presidiera la capilla que Longo pretendía construir. Las obras comenzaron el 8 de mayo de 1876 y al poco tiempo, debido a los prodigios allí obrados, esta modesta iglesita se convirtió en lugar de peregrinación, difundiéndose la devoción a la ya conocida como Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. Su promotor escribió en 1877 Los quince sábados, dos años después la Novena para alcanzar de la Virgen las gracias en los casos más desesperados, gracias a la cual él mismo sanó de una mortal dolencia, y en 1883 la famosa Supplica alla Madonna di Pompei. Desde el año siguiente publicó la revista Il Rosario e la Nueva Pompei. Hoy se cuenta este santuario entre los principales de Italia.
a) El Rosario Viviente
Sin duda, una de las iniciativas más felices del XIX en lo que se refiere al rezo del rosario fue la que tuvo la joven Paulina Jericot (1799-1862), a quien se debe el relanzamiento de esta devoción en Francia mediante la asociación del Rosario viviente. Está constituida por grupos de quince personas que se comprometen a rezar diariamente un misterio del Rosario, que se les señala cada mes; de esta forma, entre los quince rezan todos los días el rosario completo. Parece ser que la fórmula la había puesto en práctica con anterioridad el dominico Juan Martínez del Prado en San Sebastián ya en 1664 [51]. La iniciativa de la señorita Jaricot, obtuvo una magnífica respuesta; en 1832, sobrepasaba ya el millón de asociados tan sólo en Francia; extendiéndose a otros países europeos.
b) Lourdes
El 11 de febrero de 1858 Bernardette Soubirous recibía la primera aparición de la Virgen en la gruta de Masabielle; hasta el 18 de julio recibirá diecisiete visitas más, cuya autenticidad ha reconocido la Iglesia. Las apariciones de Lourdes muestran por primera vez a la Virgen con el rosario en la mano; la Virgen manda rezar el rosario a Bernardette y así lo hace durante todos los días de su vida; en Lourdes sólo treinta años después se construye una imponente basílica titulada del Rosario en la que se colocan quince mosaicos con los misterios. Lourdes es un centro que irradia permanentemente la devoción del rosario; cada año los dominicos organizan la mayor concentración de peregrinos del santuario en la primera semana de octubre, es la gran peregrinación del Rosario [52].
a) León XIII, el papa del Rosario
León XIII ha sido llamado, con razón, «el Papa del Rosario»; lo recomendó vivamente en un total de dieciséis documentos, entre ellos doce encíclicas, la primera de las cuales fue la Supremi Apostolatus del 1 de septiembre de 1883 [53]. Prácticamente cada año este Pontífice escribió un documento referido al Rosario, animando a rezarlo individualmente, estableciendo que se rece de forma pública en las iglesias durante el mes de octubre, fomentando sus cofradías y ampliando las gracias e indulgencias que sus predecesores le habían ido concediendo. León XIII confiaba en el Rosario como el medio más eficaz para la conservación de la fe y para atajar los males de la sociedad de su tiempo. Ya hemos indicado que extendió a toda la Iglesia la celebración del mes del Rosario en octubre; de igual modo, a petición del General de los dominicos, en 1883 añadió a las letanías la invocación Regina Sacratisimi Rosarii.
VII. El Rosario en el siglo XX
a) La Virgen del Rosario de Fátima
El 13 de mayo de 1917 la Virgen María se aparecía en Cova de Iria (Portugal) a tres pastorcitos, Lucía, Jacinta y Francisco; previamente habían recibido varias visitas de un Angel que, entre otras cosas, les enseñó a rezar el rosario. Hasta el 13 de octubre de dicho año la Virgen se mostró a los tres niños revelándoles varios «secretos» y declarándoles que Ella era la Virgen del Rosario. Les encomendó, además, que rezaran e hicieran rezar el rosario por la paz del mundo. El mensaje de Fátima, una apremiante llamada a la oración, especialmente del Rosario, y a la penitencia, ha sido reconocido por la Iglesia y hasta aquel lugar han peregrinado Pablo VI y Juan Pablo II, quien manifestó que había sido la Virgen la que le salvó del terrible atentado que sufrió, precisamente, el 13 de mayo de 1981; allí renovó la consagración del mundo al inmaculado Corazón de María [54].
b) Panorama devocional
El siglo XX, en lo que se refiere a la vida de piedad de los fieles, manifiesta dos partes claramente diferenciadas que vienen determinadas por el Concilio Vaticano II. En este epígrafe nos referimos exclusivamente a la situación previa a su celebración.
A comienzos de siglo los movimientos relacionados con el rezo del rosario se hallaban muy florecientes si hemos de atender a los datos aportados con motivo de la celebración del Congreso Mariano Internacional de Zaragoza en 1908.
Refiriéndonos concretamente a España, podemos decir que el culto parroquial mantenía vigente la práctica del rezo cotidiano del rosario, contando la mayor parte de las parroquias de España con una imagen de la Virgen del Rosario a la que se honraba de modo particular en el mes de octubre. Por lo que respecta a la Asociación del Rosario Perpetuo, en 1908 estaba establecida en numerosos lugares de España, como Ocaña, Oviedo, Salamanca o Segovia; abriéndose paso con rapidez por las provincias de Zamora, Cuenca y Albacete. En conjunto se calculaba que habría en torno a ciento sesenta y seis mil socios en todo el país.
En Italia la cofradía del Rosario existía en prácticamente todas las poblaciones; en Bélgica, ocurría otro tanto, tras su restablecimiento en 1835 y, así, su número pasaba de las mil trescientas, existiendo diócesis como la de Brujas en que estaba establecida en todas sus parroquias. En Polonia también estaba muy extendida la cofradía del Rosario; por ejemplo, en la diócesis de Cracovia estaba establecida en ciento treinta de las ciento ochenta y seis parroquias existentes. En el Imperio Austro-Húngaro se habían erigido entre 1888 y 1908 trescientas quince cofradías de la Virgen del Rosario. La cofradía existía incluso en Constantinopla erigida en la iglesia del convento dominicano, contando con dos mil quinientos cofrades, «que celebran todos los años su fiesta con una solemnidad inverosímil en una ciudad infiel»; también existía otra en Esmirna. En Jerusalén la cofradía del Rosario estaba establecida en la basílica de San Esteban, con cerca de cinco mil miembros, reseñándose que, en este caso, «a su fervor y aumento contribuye sobremanera la presencia de los lugares donde se verificaron los misterios de que el mismo Rosario se compone» [55].
En América las cofradías y la misma devoción del Rosario se mantenían pujantes, como certificaban las Actas del Concilio Plenario Latinoamericano, mientras que en Filipinas a comienzos de siglo se contaban ciento cincuenta y cinco cofradías y trescientos veintisiete centros del Rosario Perpetuo [56].
Por lo que se refiere a publicaciones periódicas, las europeas se mantenían en general con buenas tiradas y magnífica acogida. También en América habían surgido iniciativas editoriales semejantes alentadas por los dominicos. La más antigua de ellas es la revista mensual El Mensajero del Rosario, publicada en Chile desde 1886. En los Estados Unidos se publicaban varias, entre ellas, Dominicane a Montly Magazine en San Francisco y The Rosary Magazine en New York.
Todos estos datos manifiestan lo difundida que estaba la devoción del rosario y la pujanza de las cofradías y asociaciones que lo fomentan. En las décadas siguientes se mantuvieron dentro de esta misma tónica salvo en aquellos lugares que fueron abatidos por guerras y persecuciones religiosas, circunstancias en las que el Rosario fue apoyo indudable para la fe de los perseguidos como es el caso, por poner tan sólo uno, de los mártires claretianos de Barbastro durante la Guerra Civil española, aunque los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.
No sólo los frailes de santo Domingo promovieron esta devoción; las grandes figuras de la Iglesia del siglo XX lo han fomentado de forma incansable. ¿Cómo no recordar, a este propósito, la devoción personal y la labor de difusión que realizó san Josemaría Escrivá de Balaguer, muy especialmente a través de su librito Santo Rosario, traducido a numerosos idiomas? [57].
c) Iniciativas nuevas en torno al Rosario
Diversas fueron las iniciativas que en este siglo tuvieron al Rosario como centro; entre ellas cabe destacar dos: la Cruzada del Rosario y los equipos del Rosario.
La Cruzada del Rosario, que tomaba igual nombre que otro movimiento precedente, tuvo su origen en Bélgica durante la II Guerra Mundial. Su finalidad era difundir el rezo del rosario por todos los medios posibles: predicación, misiones populares, medios de comunicación, etc. Dirigido por los dominicos, pronto se extendió por toda Europa y América; concretamente en los Estados Unidos destacó la campaña Cruzada del Rosario en Familia desarrollada por el padre Peyton (famoso también por sus películas sobre los misterios del Rosario) bajo el conocido lema de «familia que reza unida permanece unida». Otra iniciativa más reciente son los equipos del rosario, fundados por el dominico francés Marie-Bertrand Eyquem [58].
Tras la celebración del Concilio Vaticano II el rezo del Rosario ha continuado entre las prácticas de piedad más habituales para el pueblo cristiano. Debido a las circunstancias sociales y también eclesiales muchas de las instituciones fundadas tiempo atrás para su promoción fueron desapareciendo, entre ellas muchas cofradías y asociaciones; sin embargo no decayó la devoción aún cuando atravesara momentos críticos en los que una defectuosa comprensión del mensaje conciliar impulsó a un alocado desmantelamiento de las prácticas devocionales más tradicionales, alentadas y amparadas desde siempre por la Iglesia.
Para remediar esta situación, en lo que se refiere a la piedad mariana, escribió Pablo VI la Marialis cultus, en donde dejaba bien patente la actualidad y conveniencia del Rosario y otras devociones señeras, aunque fuera preciso renovarlas para devolverles su auténtico brillo. En el caso concreto del Rosario, destacaba sus muchos valores y animaba a su celebración comunitaria, especialmente en familia.
El papa Juan Pablo II ha venido haciendo a lo largo de todo su pontificado una gran promoción del rosario, mediante su rezo en los principales santuarios marianos y el sencillo gesto de regalar uno a todo aquel que tiene la fortuna de acercársele. Destaca el rezo del Rosario que tuvo lugar durante el Año Santo Mariano de 1988 y fue retransmitido por televisión a todo el mundo; el propio Pontífice lo dirigió desde la basílica romana de Santa María la Mayor y en los cinco misterios se unieron a él los fieles reunidos en cinco de los principales santuarios marianos. Posteriormente ha presidido también el Rosario en forma semejante conectando con jóvenes congregados en universidades católicas de todo el mundo.
Por el momento, el Magisterio de Juan Pablo II sobre el Rosario ha ofrecido la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, firmada el 16 de octubre de 2002, por la que inauguraba un Año Santo del Rosario hasta la misma fecha del 2003 con el fin de dar gracias a Dios por los incontables beneficios obtenidos en el gran Jubileo del Año 2000 y para comenzar la celebración de sus veinticinco años como sucesor de san Pedro.
Buena muestra del empuje de esta devoción son los congresos y encuentros que se han celebrado para reflexionar sobre su historia y su papel actual en el contexto de la Nueva Evangelización [59]. Podemos destacar, a este propósito, los congresos celebrados en España y Portugal en la última década del siglo XX.
Otro cauce importantísimo para la promoción del Rosario en los últimos años han sido los medios de comunicación; desde el rezo cotidiano por las ondas de la radio hasta la edición de cassetes y cedés, de los que se han vendido millones de copias [60].
En fin, señalar, siquiera de forma sumaria, las obras que en el siglo XX se han dedicado al Rosario sería tarea poco menos que imposible. Simplemente apuntaremos que han sido varios los documentos emanados de las instituciones jerárquicas católicas que han alentado la práctica del Rosario, tanto en el ámbito más cercano a la Liturgia como en el de la piedad popular [61].
Fermín Labarga, en revistas.unav.edu/
Notas:
1. A. DUVAL, Rosaire, en «Dictionnaire de Spiritualité Ascétique et Mystique» 52 (1988) 937-980. Seguimos este artículo, especialmente los primeros epígrafes.
2. Pueden verse abundantes ejemplos en L.G. ALONSO GETINO, Origen del Rosario y Leyendas Castellanas del siglo XIII sobre Santo Domingo de Guzmán, Vergara 1925, pp. 5-7, 16-17, 28-35. También en R.P. THURSTON, Chapelet, en «Dictionnaire d´Archéologie Crétienne et de Liturgie» 3/1 (1913) 406.
3. J. IBÁÑEZ-F. MENDOZA, El culto mariano en la Orden Cartujana. El Rosario, «Estudios Marianos» XLIV (1979) 203-261.
4. H. THURSTON, o.c. en nota 2, 399-406; Rosary, en «The Catholic Encyclopedia» 12 (1913) 18ss.
5. P. BOUDINHON, Le Rosaire en «Revue du Clergé Français» 169 (1902).
6. W. LESHER, S. Dominic and the Rosary (A reply to the articles in The Month), Leicester 1901.
7. T. ESSER, Unserer lieben frauen Rosenkranz, Padenborn 1889, traducida al francés por Mons. Curé bajo el título Notre Dame du Rosaire.
8. P. ETCHEVERRY, Couronne de Marie, 1912; Le Saint Rosaire et la nouvelle critique, Marsella s.d.
9. D. MEZARD, Ètude sur les origines du Rosaire. Réponse aux articles du P. Thurston parus dans «The Month» 1900 et 1901, Trevoux 1912; La question du Rosaire, Paris 1913; Saint Dominique et le Rosaire, Paris 1914.
10. A.D. MORTIER, Historie des Maîtres Généraux de l´Ordre des Fréres Précheurs, I, IV, V y VII, Paris 1903, 1909, 1911 y 1915.
11. L. ALONSO GETINO, o.c. en nota 2, pp. 1-98.
12. M. TRENS, María. Iconografía de la Virgen en el arte español, Madrid 1947, pp. 282-330; D. ITURGAIZ, Museografía Iconográfica de Santo Domingo en la pintura española: Estilo Renacentista en «Archivo Dominicano» 20 (1999) 47-109, especialmente el epígrafe titulado «Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo» (pp. 54-79).
13. D. ITURGAIZ, Iconografía de Santo Domingo de Guzmán en «Archivo Dominicano» 12 (1991) 5-125, especialmente 117-122.
14. J. IBÁÑEZ-F. MENDOZA, o.c. en nota 3, p. 245.
15. G.G. MEERSSEMAN, Ordo Fraternitatis. Confraternite e pietá dei laici nel Medioevo, Roma 1977, 3 vol.
16. IDEM, t. III, pp. 1144-1169.
17. J. CARRERES, Guía para visitar los santuarios marianos de Cataluña, Madrid 1988, pp. 34-36.
18. J. AINAUD, Grabado en Ars Hispaniae. Historia universal del arte hispánico, XVIII, Madrid 1958, pp. 246-251; ITURGAIZ, o.c. en nota 12, pp. 60-64.
19. J.M. COLL, Apóstoles de la devoción rosariana, en «Analecta Sacra Tarraconensia» XXVIII (1955), 250-251.
20. SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, 1, 6.
21. J. IBÁÑEZ-F. MENDOZA, o.c. en nota 3, pp. 221-223.
24. J.M. COLL, o.c. en nota 19, 253ss.
25. F. VINDEL, El primer libro impreso en América fue para el rezo del santo Rosario (México 1532-34), Madrid 1954, pp. 36-39. García Icazbalzeta no conoce ediciones anteriores a la de 1559.
26. Véase la abundante bibliografía que ofrece el DSp 52(1988) col. 962-963.
27. A. GONZÁLEZ LEYVA, La devoción del Rosario en Nueva España, en «Archivo Dominicano» XVII (1996) 251-319 y XVIII(1997) 53-149.
28. IDEM, loc. cit., pp. 280 y 282.
29. A. RUIZ DE MONTOYA, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las Provincias del Paraguay, Uruguay y Tape, Rosario 1989, p. 208.
30. N. PÉREZ, Historia Mariana de España, Toledo 1993, I, pp. 849-850; II, Toledo 1993, pp. 257-258.
31. H. MARÍN, Doctrina Pontificia, IV: Documentos Marianos, Madrid 1954, pp. 87-89.
32. N. PÉREZ, o.c. en nota 30, II, pp. 152, 253 y 629.
33. CONDESA D’AULNOY, Viaje por España en 1679, Barcelona 2000, p. 195.
34. J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal, III: Siglo XVIII, Madrid 1962, p. 880.
35. F. LEBRUN, Las Reformas: devociones comunitarias y piedad personal en P. ARIES-G. DUBY, Historia de la vida privada, 3: Del Renacimiento a la Ilustración, 1991, p. 104.
36. SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, Madrid 1882, pp. 517ss.
37. SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Obras ascéticas, I, Madrid 1952, p. 936.
38. E. ARROYO, Los dominicos forjadores de la civilización oaxaqueña, I: Los misioneros, Oaxaca 1957, pp. 66-68; E. DE LA TORRE VILLAR, La cultura colonial en Oaxaca, México 1985, pp. 114, 122 y 127.
40. N. PÉREZ, o.c. en nota 30, II, pp. 270 y 482.
41. F. CARRERO, Triunfo del Santo Rosario, J. DELGADO GARCÍA (ed.), Madrid 1993, pp. 16-19.
42. E. MALE, El Barroco. El arte religioso del siglo XVII, Madrid 1985, pp. 384 y 408.
43. C.J. ROMERO MENSAQUE, El Rosario en Sevilla. Religiosidad popular y Hermandades de Gloria, Sevilla 1990; El fenómeno rosariano como expresión de religiosidad popular en la Sevilla del Barroco en C. ÁLVAREZ SANTALO-M.J. BUXO-S. RODRÍGUEZ BECERRA (Coords.), La Religiosidad Popular, II. Vida y muerte: La imaginación religiosa, Barcelona 1989, pp. 540-553; La conformación popular del universo religioso: los rosarios públicos y sus hermandades en Sevilla durante el siglo XVIII en S. RODRÍGUEZ BECERRA (Coord.), Religión y Cultura, I, Sevilla 1999, pp. 427-438.
44. F. AGUILAR PIÑAL, Historia de Sevilla, Sevilla 31989, p. 318.
45. M. PELÁEZ DEL ROSAL-R. JIMÉNEZ PEDRAJAS, Cancionero popular del Rosario de la Aurora. Apuntes para una historia mariana de Andalucía, Priego de Córdoba 1978, p. 110. Este valioso libro, además de una parte histórica, recoge también la letra y música de numerosas auroras de Córdoba, Jaén, Extremadura y Navarra.
46. M. MORENO VALERO, Religiosidad popular en Córdoba en el siglo XVIII: Cofradías del Santo Rosario, en ÁLVAREZ SANTALO et alii, o.c. en nota 43, III, pp. 485-506.
47. N. PÉREZ, o.c. en nota 30, I, pp. 93ss; II, p. 271.
48. M. VEAMURGUÍA, Revistas marianas de la Orden de Predicadores en P. POSTIUS (coord.), Actas del Cuarto Congreso Mariano Internacional celebrado en Zaragoza en 1908, Madrid 1909, pp. 609-617.
49. O. REY CASTELAO, La diócesis de Tuy en la época moderna en J. GARCÍA ORO, Historia de las Diócesis españolas, 14, Santiago de Compostela, Tuy-Vigo, Madrid 2002, p. 660. VIDE D.L. GONZÁLEZ LOPO, Las advocaciones marianas en el obispado de Tuy a mediados del siglo XIX. Cambios y permanencias de un culto tradicional en «Tuy, Museo y Archivo Diocesano» VIII (1998) 103ss.
50. N. PÉREZ, o.c. en nota 30, II, p. 638.
51. J.M. LÓPEZ, El Rosario Viviente en el Convento de Dominicas de San Sebastián, en «El Santísimo Rosario» 166 (1899) 627-632.
52. R. LAURENTIN, Lourdes en «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 21998, pp. 1154-1166.
53. H. MARÍN, o.c. en nota 31, pp. 206-362.
54. J.M. ALONSO y S. DE FIORES en «Nuevo Diccionario de Mariología», o.c. en nota 52, pp. 790-802.
55. Memorias de la Orden de Predicadores sobre el Santísimo Rosario en POSTIUS, o.c. en nota 48, pp. 753-764.
57. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, Madrid 1934. Se han publicado hasta la fecha 128 ediciones en 25 idiomas.
58. V. FORCADA COMINS, El Rosario en la Iglesia, en Actas del III Congreso del Rosario, Burjassot 1997, p. 49.
59. L. GALMES, Visión y panorama actual del Rosario en Congreso del Rosario. España-Portugal, Valencia 1991, pp. 27-35; F. APORTA GARCÍA, El Rosario para el hombre de hoy, vigencia y actitud orante, en IDEM, pp. 37-60.
60. J.A. MARTÍNEZ PUCHE, El Año Mariano, Madrid 2002, pp. 651-653.
61. SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA-CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Orientaciones y celebraciones para el Año Mariano, Madrid 1987, pp. 43-45 y 65-80; SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Liturgia y piedad popular. Directorio Litúrgico-Pastoral, Madrid 1989, pp. 59-62; CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones, Madrid 2002, pp. 145-148.
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