Una profunda reflexión sobre la situación actual de la Iglesia y el rol que cada uno puede jugar en ella
“Y dijo a los discípulos: Sentaos aquí mientras voy más allá y hago oración.
Y llevándose consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo entonces: Mi alma está triste hasta la muerte.
Aguardad aquí y velad conmigo.” (Mt 26, 36-38; Mc 14, 32-34)
La última obra escrita por Tomás Moro se conoce con el nombre De Tristitia Christi porque fue inspirada por la imagen de Cristo en oración, abrumado por la pena, el dolor, el miedo y la fatiga[1]. En espera de su propio juicio y ejecución, Moro escribe sobre “el hecho histórico −aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del Hombre era entregado−”[2] Sorprendentemente, Moro afirma que esta escena de los Evangelios es una “misteriosa imagen de lo que ocurriría en el futuro”[3]. Justifica esta lectura figurativa y hasta profética de la traición a Cristo en una razón: creía que Cristo estaba siendo “entregado en manos de los pecadores” mientras un “peligro inminente” amenazaba el “Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo”[4]. En consecuencia, Moro desea ofrecer a sus lectores un mensaje universal y perenne, aplicable a toda época.
De la incisiva afirmación de Moro surgen varias interrogantes. Si ella es correcta, ¿deberíamos entender que la actual crisis de la Iglesia es un peligro inminente?; en los términos de la consideración antropológica de Moro, ¿estaremos ante una reactualización de la agonía de Cristo? O, haciendo un paralelo histórico, ¿es la situación actual un terreno abonado para otro cisma como el que Moro enfrentó? Finalmente, en términos más personales, si Cristo está en agonía una vez más, ¿qué parte nos compete asumir en esta historia? Esta última es la cuestión que me gustaría abordar aquí.
Moro aplica la historia de los apóstoles dormidos a la Iglesia de Inglaterra. En la Tristitia Christi compara los somnolientos Pedro, Santiago y Juan con el bien despierto Judas. Moro pregunta a sus lectores: “¿No es este contraste entre el traidor y los Apóstoles como una imagen especular, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ha ocurrido a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días?”[5]
Formula una segunda pregunta: “¿Por qué no contemplan los obispos en esta escena su propia somnolencia?”[6] Moro desea que “¡ojalá reprodujeran sus virtudes con la misma gana y deseo con que abrazan su autoridad!” y que “¡ojalá les imitaran en lo otro con la fidelidad con que imitan su somnolencia!”[7]. El sueño, por tanto, deviene en metáfora que simboliza la fe en peligro. Son muchos los obispos que se duermen en la tarea de sembrar virtudes entre la gente y mantener la verdadera doctrina, mientras que los enemigos de Cristo, con objeto de sembrar el vicio y desarraigar la fe (en la medida en que pueden prender de nuevo a Cristo y crucificarlo otra vez), se mantienen bien despiertos. Con razón dice Cristo que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz[8].
Los hijos de las tinieblas son más sagaces porque ponen toda su fuerza, astucia y audacia en sus ataques a la Iglesia, mientras que los hijos de la luz, los representantes de Cristo por la sucesión apostólica, permanecen desalentados, perplejos y timoratos.
El reproche de Moro a los obispos ingleses nos debería hacer comprender que la agonía de Cristo también subyace a la crisis actual de la Iglesia. Los abusadores tienen la energía y las argucias de los “hijos de la tinieblas”, y los que son indulgentes con la cultura de corrupción corresponden bien a lo que Moro señala de los apóstoles dormidos. Sabemos que algunos de nuestros pastores fallaron al no ver la presencia de Cristo en las víctimas de abuso y en los dolores de su trauma. Moro reconocería la ironía.
Pero los obispos no son los únicos inclinados a dormir en tiempos de crisis. Moro advierte que los fieles cristianos también pueden estar “a veces tan dormidos” en los vicios que “ni las llamadas y sacudidas de la misericordia divina” les impelen a “regresar a la práctica de las virtudes”[9]. Otros están tan perdidos en sus mundanos placeres que duermen “contemplando las visiones y ensueños de Mandrágora”[10]. Y los que rezan, los mejores del grupo, suelen ir con la cabeza “ocupada en algo muy ajeno a la oración”[11] lejos del Dios al que se dirigen. A diferencia de estas almas errantes, Moro quiere identificarse con la imagen de ese Cristo, postrado en tierra, en “actitud de súplica”[12].
Para Moro las sensaciones de cansancio, temor y tristeza constituyen tentaciones para los que luchan por ser buenos y estar unidos a Cristo en tiempos de crisis. Todo aquel que se “preocupa (como debe ser) por su alma”, reconoce Moro, “tiene suficientes motivos para temer que se cansará tanto bajo tal peso que acabará sucumbiendo”[13]. Así el punto de Moro sobre el autoconocimiento vuelve al tema central de la Tristitia: ¡no sucumbir al sueño durante los tiempos de tentación!
El mensaje de Moro sobre la tristeza contiene una lección para nosotros. Algunos pueden sentirse abrumados por la crisis y prefieren el «sueño dopado» de la negación, de la ignorancia o de la avalancha de preocupaciones y actividades diarias. Otros reconocerán el problema, pero las sensaciones de tristeza, conmoción e indignación los adormecerán para mantenerse a distancia de la Iglesia. Moro, por el contrario, nos instará a dolernos pero sin caer en la desesperación ni en el descuido de nuestros deberes religiosos.
Moro, de hecho, fue testigo de una crisis tan grave como la que enfrentamos. Recordemos que el cisma inglés y la reforma no eran solo asuntos de disputa teológica, sino también de faltas graves en la conducta de los clérigos. Además de la herejía, Moro tuvo que lidiar con falsos milagros, peregrinaciones supersticiosas y comportamientos licenciosos, y fue conocido por condenar esas corrupciones del clero.
Aun así, Moro y Erasmo creían que la reforma debía provenir de la propia Iglesia, y no de denuncias como las de Martín Lutero contra los «papistas del anticristo» o «los papistas, las más viles escorias de hombres”. Lutero alabó a los que estaban “destruyendo por completo las abominaciones y los escándalos de la pestilencia romana» y afirmó que Cristo lo había llamado “para atormentar a los monstruos papistas”[14]. La campaña de Lutero fue lo suficientemente exitosa en Inglaterra como para que, a pesar de la oposición de Enrique[15], el propio yerno de Moro, William Roper, abandonara la Iglesia y defendiera las enseñanzas luteranas.
Roper estaba indignado, y con razón, por los casos de corrupción del clero, pero Moro le previno contra la creencia herética de que la Iglesia excluye a pecadores. En vez de una iglesia pura, Moro presenta una iglesia sarnosa, con miembros «algunos enfermos, algunos íntegros, pero todos débiles», a los que nuestro Señor llevó en su cuerpo místico. La Iglesia de Cristo contiene “por el momento, buen grano y maleza, lo que se purificará en el día del juicio, en que la maleza se arrojará fuera y se conservará el buen grano” (Mt 13: 24-30). Cristo mismo dice a sus apóstoles: “ahora están limpios, pero no todos” (Jn 13:10), y también: “¿No elegí a doce de ustedes?, y uno de ustedes es un demonio” (Jn 6:70).
El punto de Moro es elemental pero los críticos de la Iglesia no lo entendieron en ese momento. Judas Iscariote era parte de la Iglesia, aunque nuestro Señor lo llamó demonio, y la Iglesia creció así con el mal en su interior. La Iglesia nunca consistió en “buenas personas en tanto sean buenas”: Pedro fue parte de la Iglesia, y hasta su cabeza, a pesar de que negó a Cristo.
Moro predijo que la Iglesia siempre será así: “más sarnosa de lo que fue Job”[16]; pero la esperanza se mantendrá, dado que Cristo, “su esposo amante, no la abandona y con diferentes medicinas, unas suaves otras amargas, unas fáciles de tomar, otras difíciles, unas agradables y otras penosas, la va curando”. La idea de Moro de que la Iglesia se cura a través de la purificación es paradójica. Para él, la purificación es un signo, no de ruptura entre la Iglesia y su Salvador, sino de esperanza en su curación y de su cuidado por ella.
Una imagen de esta Iglesia “sarnosa” emerge de muchas de las últimas noticias: el informe del Gran Jurado de Pennsylvania ha enumerado más de 300 “sacerdotes depredadores” en los últimos 70 años[17], y habrá más informes como este en un futuro próximo. El punto de Moro de que el mal existe en la Iglesia, parece hoy evidente. Aun así, esperamos que estos informes representen lo que Moro llama “amarga medicina”[18], un medio de purificación para la Iglesia y un desafío para todos nosotros.
El mismo Moro no dejó los problemas de la Iglesia de su tiempo al clero. Aunque siempre decía que había que rezar antes que actuar y destacó su propia necesidad de luchar por vivir santamente, trabajó por la purificación de la Iglesia. De 1523 a 1533 los libros de Moro sobre la Iglesia y otros asuntos relacionados, configuraron una campaña de opinión pública que abordaba tanto las cuestiones doctrinales como las disputas entre la Iglesia y la Corona. Su ejemplo ilustra el poder y el potencial de bien que pueden tener las voces de laicos informados, piadosos y leales.
Con respeto y estudio, muchos de nosotros podríamos discernir el camino hacia una genuina reforma, comenzando con una recuperación de una sólida doctrina basada en las Escrituras y en las obras de los Padres y Doctores de la Iglesia. Como Moro podríamos hacer nuestra propia campaña difundiendo la buena doctrina de acuerdo a nuestro estado y vocación. Como Moro podríamos animar a los que nos rodean a crecer en su fe y a comprender cómo Cristo los llama a través de su Iglesia a pesar de las culpas de sus miembros. Podríamos compartir nuestras inquietudes e invitar a actuar al Santo Padre, a los obispos y a los párrocos locales.
La tristeza y el miedo son, después de todo, respuestas naturales a las crisis, pero no deben inducir a la somnolencia. Según Moro, el mismo Cristo “eligió experimentar no solo el dolor de la tortura en su cuerpo, sino también los más amargos sentimientos de tristeza, miedo y cansancio en su mente”. Como toda persona de bien, el Hijo del Hombre experimentó el combate de las emociones. Dado que Cristo “no era menos verdadero hombre que era verdaderamente Dios”, resumía Moro, “no veo razón para sorprendernos de que, al ser hombre de verdad, participara de los afectos y pasiones naturales de los hombres”[19]. En efecto, “Él mismo dispuso de modo admirable que su divinidad moderara el influjo en su humanidad de tal modo que pudiera admitir las pasiones de nuestra frágil naturaleza humana, y padecerlas con la intensidad que Él quisiera”[20]. Lo hizo así para asegurarnos que la gracia estará disponible para nosotros en los momentos de ansiedad, temor y tristeza.
El ejemplo de Cristo nos regresa a la cuestión con la que comenzamos: qué parte o rol estamos jugando ahora mismo en la historia de “aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del Hombre era entregado”[21]. Aunque Moro se sabía él mismo tentado por el sueño, urgió a sus lectores a que tomaran el papel de Cristo. No solamente debemos estar despiertos y rezar con nuestro Señor, sino que debemos sufrir con él, aprendiendo de su tristeza y miedo a cómo tratar y transformar los nuestros.
Adquiriremos ese “genuino coraje”, nos dice Moro, al contemplar los sentimientos del tormento interior de Cristo. Nos asegura que si “le rogamos con urgencia”, así como “cuando Él oraba, un ángel fue a llevarle consuelo, también cada uno de nuestros ángeles nos traerán ese consuelo del Espíritu que nos dará fuerza para perseverar en las obras que nos llevan al cielo”[22]. Con la oración viene la consolación.
Tal como Moro en espera de su juicio y de su inevitable resultado, encontró consolación en la “misteriosa imagen” de la agonía de Cristo. Sin duda se preguntó qué parte jugaría en la historia “de aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del Hombre era entregado”[23]. En la respuesta, Moro vio a Cristo hablando a discípulos temerosos como él, y a los temerosos discípulos del futuro como nosotros. El mensaje de Cristo fue este:
Ten valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes... Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento... Tú, temeroso y enfermizo, tómame a Mí como modelo. Desconfiando de ti, espera en Mí. Mira cómo marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores[24].
Travis Curtright
Fuente: humanitas.cl
Traducción de Hernán Corral
El texto fue publicado originalmente en el sitio web Crisis Magazine y más tarde traducido al francés en Gazette Thomas More, editada por la Association Amici Thomae Mori, Nº 38, pp. 6-10. Esta traducción al español se publica con la autorización del autor.
[1] Nota del traductor: Se trata de la última obra que escribió Tomás Moro estando prisionero en la Torre de Londres entre 1534 y 1535, y que es un comentario a la oración de Cristo en el huerto de los olivos antes de su prendimiento. Se trata de un borrador inconcluso, escrito en latín, y que se le ha dado el título De Tristitia Christi por su primer epígrafe: “De tristitia, taedio, pavore et oratione Christi ante captationem eius” (así aparece en The Complete Works of St. Thomas More, New Haven and London, Yale University Press, 1976, t. 14). Existe una versión en castellano con el título La agonía de Cristo, Rialp, Madrid, varias ediciones a partir de 1979, cuya traducción es de autoría de Álvaro Silva. Hemos recogido la traducción de Silva al español, tomando la 3ª edición de 1989. Las pocas citas que no pertenecen a De Tristitia van indicadas por sus fuentes en inglés, ante la inexistencia de traducciones al castellano. Para profundizar en esta obra de Moro, recomendamos del mismo autor el trabajo “From Thomas More’s Workshop: De Tristitia Christi and the Catena aurea” en Logos. A Journal of Catholic Thought and Culture 18 (2015) 4, pp. 100-126.
[2] Agonía… cit., pp. 96-97.
[3] Agonía… cit., p. 97.
[4] Agonía… cit., p. 98.
[5] Agonía… cit., p. 73.
[6] Agonía… cit., p. 73.
[7] Agonía… cit., p. 73.
[8] Agonía… cit., pp. 73-74.
[9] Agonía… cit., p. 58.
[10] Agonía… cit., p. 87. La alusión a la mandrágora se debe a que dentro de las funciones medicinales que se atribuían a esta planta en la antigüedad, estaba la de ser un narcótico o anestésico.
[11] Agonía... cit., p. 33.
[12] Agonía… cit., p. 30.
[13] Agonía… cit., p. 60.
[14] Esta cita y las dos anteriores están tomadas de otra obra de Moro en polémica con Lutero: Responsio Ad Lutherum, en The Complete Works of St. Thomas More. Yale University Press, New Haven and London, 1969, t. 5, parte I, p. 35.
[15] Nota del traductor: el autor se refiere al rey Enrique VIII, que al menos en un comienzo combatió fuertemente las ideas de la reforma luterana, e incluso llegó a escribir un libro contra Lutero, por lo que recibió del Papa el título de Defensor de la Fe.
[16] Nota del traductor: Moro se refiere a la úlcera maligna con la que Satanás hirió a Job desde la planta de los pies hasta la cabeza: cfr. Job 2, 7.
[17] Nota del traductor: el autor se refiere al informe sobre abuso sexual de menores en seis diócesis católicas de Pennsylvania realizada por una especie de comisión de ciudadanos llamada Grand Jury liderada por el Attorney General del Estado, que se dio a conocer públicamente el 14 de agosto de 2018.
[18] Esta y las cuatro citas anteriores están tomadas de la obra de Moro, Dialogue concerning Heresies, vertida en inglés moderno por Mary Gottschalk, Scepter Publishers, New York, 2006, pp. 237-238. En el inglés de la época de Moro puede encontrarse en Dialogue concerning Heresies, en The Complete Works of St. Thomas More. Yale University Press, New Haven and London, 1981, t. 6, parte I, pp. 205-206.
[19] Agonía… cit., p. 14.
[20] Agonía… cit., p. 23.
[21] Agonía… cit., pp. 96-97.
[22] Agonía… cit., p. 72.
[23] Agonía… cit., pp. 96-97.
[24] Agonía… cit., p. 27.
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