¿Qué papel está llamada a jugar la Iglesia en una sociedad cada vez más secularizada? ¿Cuál es el modo más eficaz de presencia cristiana en nuestro tiempo?
Intervención del P. José Granados García, Vicepresidente de la sección central del Pontificio Instituto Juan Pablo II, en el Congreso “La familia cristiana y la escuela católica. Minorías creativas para la renovación de la sociedad”, celebrado en el Obispado de Alcalá de Henares (Madrid) los días 10, 11 y 12 de marzo de 2017.
El artículo examina la propuesta de la “minoría creativa” de Benedicto XVI, situándola en contraste con otras dos opciones: el cristianismo de masas y el cristianismo de gueto.
Se parte del presupuesto de que la fe cristiana está llamada a generar cultura a su alrededor; de otro modo, se reduce a un cristianismo de élites, reservado a un grupo de héroes, como ya indicara Jean Danielou. Se rechaza así la hipótesis de un gueto donde se conserve una fe aislada, pura pero infecunda. Y también la de un conformismo con la cultura actual de masas que busque abrir una esfera postmoderna de lo religioso (cristianismo de “baja intensidad”).
La propuesta positiva es la de una minoría que genere espacios donde se pueda vivir en plenitud de humanidad y de fe, espacios que entren en contacto con todos los ámbitos de la vida y del bien común.
La lógica de los sacramentos −y los espacios simbólicos generativos que en ellos se abren− nos da la clave para entender la arquitectura de la minoría creativa.
* * *
La secularización contemporánea sitúa a la Iglesia cada vez con más fuerza ante la pregunta sobre su modo de presencia en la sociedad. Pues dicha secularización no consiste principalmente en una disminución del culto (en algunos lugares se da incluso un cierto revival del fenómeno religioso), sino de la pérdida de relevancia social de la fe; fe que se considera, además, como una opción accesoria, y no fundante, de la vida personal[1].
Como respuesta a este entorno secularizado, Benedicto XVI propuso la necesidad para la Iglesia de generar “minorías creativas”[2]. Recogía con ello una expresión del historiador británico Toynbee, que la usaba para analizar los grandes cambios de civilización: quienes habían determinado el nuevo paradigma social resultaban ser, no grandes masas, sino pequeñas minorías creativas capaces de intuir y generar un nuevo tejido cultural.
Para entender bien qué se quiere decir con estas minorías creativas, es necesario diferenciarlas de los guetos o comunidades cerradas ante un ambiente opresivo. Creo que la distinción es posible a partir del adjetivo “creativas”: estas minorías son capaces de generar cultura alrededor de ellas. Voy a intentar mostrar que esa cultura es, en el cristianismo, una cultura sacramental, la única capaz de responder al desafío de la secularización contemporánea. Y que la minoría creativa puede definirse como una minoría generada sacramentalmente y generadora de visión y perspectiva sacramental. Nos ayudará empezar por el planteamiento de nuestra cuestión de mano de Jean Danielou, en un tiempo cuando se empezaban ya a sentir las primeras vibraciones del gran cambio.
Jean Danielou se preguntaba en uno de sus escritos si el cristianismo en la época actual debe ser cuestión de minorías, de pequeñas comunidades; o si es necesario, por el contrario, aspirar a edificar un pueblo cristiano, es decir, una civilización cristiana que irradie cultura cristiana[3].
Danielou establece un principio importante, que es difícil rebatir: si el cristianismo quiere llegar a todos los hombres, si pretende que sea posible a fuertes y débiles abrazar una vida cristiana, esto solo puede realizarse construyendo una civilización cristiana. Si falta un tejido cultural generado por el Evangelio, los cristianos que subsistan tendrán que hacerlo contra corriente. Serán, sí, cristianos más curtidos, con mayores convicciones, dispuestos a entregas totales... pero serán también muy pocos. Según Danielou la mayoría de los hombres no pueden vivir “en cristiano” si no les sostiene una red de relaciones que sean cristianas. Renunciar a este empeño significará aspirar solo a un cristianismo de élites, lo que no correspondería con la llamada del Evangelio a todos los hombres.
Aduce Danielou el ejemplo de cómo ha vivido la Iglesia la evangelización de territorios donde no se había predicado la Buena Nueva: tras el anuncio personal se ha pasado a establecer institucionalmente la Iglesia, para crear, acto seguido, una cultura cristiana. En los lugares donde este último paso no se ha dado (por ejemplo, en China), el cristianismo no ha pasado de ser un fenómeno marginal.
La fe, de hecho, nunca se ha transmitido como fe desnuda, como testimonio individual de uno a uno; ejemplo claro es la transmisión de la fe en la familia, unida al difundirse del Bautismo de niños[4]. Cuando los niños son bautizados es porque se entiende el cristianismo como tradición generada en la familia que se recibe de los padres junto al resto de las coordenadas culturales de la vida (como, por ejemplo, la lengua). Todo esto supone, ciertamente, una estructura familiar viva, y una responsabilidad de los padres por los hijos, a los que se transmite, no solo un modo de ganarse la vida, sino un modo de ganar la vida. La fe cristiana se ve, entonces, no como una opción que puede dejarse al hijo para cuando crezca, sino como el fundamento más originario de la existencia, como la base para todo otro esfuerzo educativo de los padres.
Para ilustrar el pensamiento de Danielou podemos recordar la comparación que trae San Agustín entre el cristianismo y la filosofía neoplatónica. Mientras los antiguos sabios griegos habían enseñado la vida de virtud, pensando que era solo para unos pocos, es propio del cristianismo que ahora la gran multitud puede vivir a aquella altura enseñada por Platón:
Pues si volviesen a la vida los maestros de cuyo nombre se precian y hallasen las iglesias llenas y desiertos los templos de los ídolos, y que el género humano ha recibido la vocación y, dejando la codicia de los bienes temporales y pasajeros, corre a la esperanza de la vida eterna y a los bienes espirituales y superiores, exclamarían tal vez así (si es que fueron tan dignos como se dice): “Estas son las cosas que nosotros no nos atrevimos a persuadir a los pueblos, cediendo más bien a sus costumbres que atrayéndolos a nuestra fe y anhelo”[5].
San Agustín confiesa aquí, ciertamente, la nueva fuerza conferida a los cristianos por Dios. Pero está se da para Agustín siempre dentro de la Iglesia como casa estable, como modo concreto de vida en el cuerpo, que permite a esta multitud cultivar aquellas virtudes que los platónicos reservaban a los héroes.
El peligro del cristianismo-gueto
De todo esto concluye Danielou que se debe continuar fomentando, como única vía posible para la Iglesia, no solo pequeñas comunidades de élite, sino un pueblo cristiano. Su argumento parece dirigirse contra la idea de las minorías creativas, es decir, pequeños grupos que, en un momento de crisis de civilización son capaces de determinar cuál será el futuro.
Ahora bien, creo que el argumento de Danielou se alza más bien contra la visión del cristianismo como gueto, y no contra las minorías creativas. La visión del gueto surge cuando se intentan promover minorías cerradas, que preserven en sí la pureza de la fe, sin preocuparse por el resto de la sociedad.
Al utilizar el término “gueto”, enseguida pensamos en grupos fundamentalistas, o en nostálgicos del pasado, que se quedan anclados en sus seguridades. Vienen a la mente tal vez las comunidades donatistas, a las que se opuso San Agustín, y que buscaban la pureza radical de sus miembros. Ahora bien, creo que esta mentalidad del gueto no se aplica solo a sectas cerradas de este modo. Creo que entra en esta descripción, sobre todo, la visión que critica Danielou: la de un cristianismo de “convencidos”, de pequeños grupos que quieren vivir seriamente su fe, pero que han renunciado a generar cultura cristiana y se llaman a sí mismas comunidades “auténticas”[6]. Propio del gueto sería, en este caso, una visión “misticista” de la vida de fe, que intenta transmitir el evangelio testimoniando una experiencia de fervor interno. El problema con este modo de ver es que la Iglesia se entiende como conjunto de individuos que comparten una misma actitud subjetiva, perdiendo su carácter de comunidad encarnada, como enseguida veremos.
La posibilidad de un cristianismo-masa
Es de notar que, este cristianismo de pequeñas comunidades “auténticas”, ha aceptado en realidad la lógica de la sociedad contemporánea, que se centra en la actitud individualista del sujeto. Este cristianismo de minorías sueña, en efecto, con una expansión a todos los hombres que no pase por una transformación cultural, que no afecte al modo en que se ordena exteriormente la vida de los hombres.
Si esto es así, la visión de gueto qhe hemos descrito no se aleja demasiado de otra posible propuesta de presencia cristiana, la del cristianismo-masa. Aunque esta perspectiva de la masa parezca acercarse a la presentada por Danielou, en realidad se diferencia profundamente de ella. Pues este cristianismo-masa se acerca a la multitud, quiere superar una reducción de la fe a las élites, pero lo hace sin pretender transformar la cultura. El cristianismo de masas es posible, rápido, eficaz, en cuanto no propone ningún orden concreto de vida, y se concentra solo en la disposición interior-emotiva del hombre, ante Dios, ante sí, ante los demás.
El sociólogo Bryan S. Turner ha descrito esta opción como cristianismo de baja intensidad, en que se reduce la importancia de las formas objetivas de vida cristiana[7]. Esto se refiere singularmente a una falta de interés por la doctrina, la ley moral, la vida sacramental; o a la reducción de todos estos elementos a expresión de una mirada o de una emoción subjetiva.
Frente a esta visión del cristianismo como masa o gueto se alza la propuesta, radicalmente diferente, de la minoría creativa. Se trata, por una parte de una minoría, no porque se restrinja a unos pocos la buena nueva. La ley de la minoría es necesaria, al contrario, porque el cristianismo se mueve siempre en círculos concéntricos. Es decir, Dios no transmite el Evangelio a cada individuo en forma separada, sino que siempre lo entrega por mediaciones, de persona a persona, de carne a carne. La Biblia desarrolla así la teología del resto de Israel: un resto es, por ejemplo, el arca de Noé, de donde se engendrará un pueblo nuevo; un resto es la Sagrada Familia, donde nace Cristo, origen de este pueblo; un resto es el Siervo de Yahvé, que genera en su muerte y resurrección una comunidad renovada.
En segundo lugar, lo que distingue a esta minoría de un gueto es su capacidad para generar a su alrededor cultura, modos cristianos de vida. La minoría no se contenta con vivir un “cristianismo auténtico”, ni concibe las relaciones como encuentro interior con Dios y los hombres; todo su esfuerzo está dirigido a generar cultura, es decir, modos objetivos de relacionarse en los que puede florecer la existencia cristiana. La minoría creativa transmite la experiencia de la fe, no solo por testimonio de lo que se ha gustado interiormente, sino porque crea un entorno y un ambiente en el que la persona puede ser introducida, y en el que la experiencia se hace concreta y vivible.
Se ha dicho que el cristiano del siglo XXI será místico o no será (K. Rahner)[8]. Según lo que se ha explicado antes, esta frase podría malinterpretarse, como si el cristianismo solo pudiera sobrevivir a partir de una experiencia interior muy fuerte, vista la caída de las estructuras externas que lo sostenían. Pienso, por el contrario, que el cristianismo dependerá siempre, no de un misticismo interior, sino de un modo de generar espacios y tiempos donde pueda germinar y madurar la fe. La clave será la capacidad de seguir transmitiendo este espacio y este tiempo, porque solo él garantiza que pueda encenderse la llama del encuentro con el misterio.
Esta capacidad que tiene el cristianismo de abrir espacios y de generar tiempos está ligada a la estructura sacramental de la fe. Por la palabra “sacramento” entiendo aquí la apertura de un espacio donde es posible un encuentro comunitario, que nos introduce en un camino hacia una comunión madura y plena. La minoría creativa se distingue, desde este punto de vista, por poseer una lógica sacramental, de transmisión del misterio en la carne, opuesta a la lógica mística de la experiencia interna y de su testimonio subjetivo. Por eso habría que decir, mejor, que el cristianismo del siglo XXI será sacramental o no será.
Falta de espacios y de tiempo en la cultura contemporánea
¿Qué quiere decir que la lógica de la minoría creativa es lógica sacramental? Es necesario, para comprenderlo, echar un vistazo a la estructura sociedad contemporánea. Esta estructura está radicada en el individuo, en el sujeto puntual. Podríamos diagnosticar los problemas de la sociedad de hoy en su incapacidad para abrir espacios y para tener tiempo. Se ha hablado, por eso, de una sociedad del “no-lugar”[9]; y de una crisis en la configuración del tiempo.
Es verdad que hoy, tras la crisis de la visión moderna de la Razón, el individuo ya no busca el contacto con la transcendencia en su conciencia subjetiva, sino en redes, en espacios, en narrativas que le ofrezcan más horizontes. Y así, por ejemplo, se tiende a encontrar estos ámbitos en las redes sociales, que resultan, sin embargo, espacios vacíos, juegos de espejos, que no resuelven el problema de la identidad, porque no tocan el único lugar donde es posible abrir espacios y tiempos: la condición encarnada de la persona y su biografía relacional.
La minoría que nace en el sacramento
Frente a esta incapacidad para abrir espacios y para plantear relatos que permitan entender la propia vida, el cristianismo se ha presentado, desde el principio, como la aparición de un nuevo espacio y de un nuevo tiempo, ambos generados por la vida, muerte y resurrección de Jesús. Los sacramentos han sido el lugar donde se generaba este espacio y tiempo en medio del mundo; espacio y tiempos que son propios de la minoría creativa. Este espacio generado en el sacramento es un nuevo orden de relaciones, un nuevo modo de entender y vivir los vínculos interpersonales. Y el nuevo tiempo que se nos entrega en el sacramento es una nueva forma de relatar la propia biografía, en el conjunto de la historia del mundo. Lo que aparece no es, en primer lugar, un individuo nuevo, tocado en su interioridad, sino una comunión nueva en el cuerpo, que hace posible que se genere un sujeto nuevo.
En concreto la Iglesia es desde sus orígenes una comunidad generada a partir de un sacramento, que es la Eucaristía. La Iglesia nace como la comunión de aquellos que pertenecen al cuerpo y sangre de Jesús (nuevo espacio); a su memoria y a la espera de su venida (nuevo tiempo). Lo que surge en la Eucaristía es un ambiente o espacio donde puede nacer y madurar el sujeto nuevo. Se trata de un nuevo cuerpo (nuevo orden dinámico de relaciones) donde se puede derramar en medida nueva el Espíritu.
Por eso la comunidad cristiana empieza siempre con un encuentro corporal que abre un modo concreto de relacionarse (esta comunidad es llamada “Cuerpo”: Ef 1,23 et passim); y con la introducción en una memoria y una esperanza generativa (esta comunidad es llamada “Camino”: Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22). Jesús se comunica a los cristianos, no por medio de una pura experiencia interior, sino a través de esta corporalidad; de esta memoria, promesa y esperanza.
Como ha mostrado D. Bohm, la creatividad científica es posible a partir de la percepción del orden de lo real, un orden que siempre supera nuestra capacidad de expresarlo en fórmulas[10]. La mirada creativa no es la que desdeña el orden, sino la que descubre otro orden mayor que, integrando el anterior, lo supera. Bohm habla, a este respecto, del implicate order: cada orden nuevo no se superpone al antiguo, sino que estaba ya incluido en él, igual que las primeras notas de una sinfonía de Mozart contienen ya en germen todo su desarrollo. Bohm aplica la necesidad de este orden no solo al estudio de la naturaleza, sino también a la vida en sociedad. Y descubre en el fenómeno religioso la constante apertura del hombre hacia un orden integral, que sirve de horizonte a todo impulso creativo.
Pues bien, a partir de aquí podemos decir que el sacramento, concretamente la Eucaristía, comunica este orden que sirve de horizonte a todo el impulso creativo de la Iglesia. Este orden asume en sí la creación entera del mundo (pan y vino), del hombre (cuerpo y sangre) y de la historia (“en memoria mía”), recapitulando todo lo real en la vida de Jesús resucitado y de su Iglesia. La comunidad que nace de la Eucaristía es eminentemente creativa a partir del nuevo orden de espacio y tiempo que se genera en el sacramento.
Todos los demás sacramentos nacen a partir de la Eucaristía, como distintos modos en que el Cuerpo de Cristo toca el cuerpo del cristiano y lo adapta a sí. Se trata de expansiones del espacio y tiempo de Jesús a los espacios y tiempos del mundo. Estos sacramentos son siete, lo que indica ciertamente un número concreto, pero también una cifra simbólica que revela una totalidad. Por eso en los siete sacramentos se han visto simbolizados los remedios contra todos los males que acechan al hombre y también todas las virtudes que le permiten florecer (desde Alejandro de Hales); en los siete sacramentos se han descubierto también las distintas etapas de la vida, desde el nacimiento a la muerte (Santo Tomás de Aquino); y los distintos órganos que son necesarios edificar la Iglesia en su relación con el mundo (San Buenaventura). Por eso los siete sacramentos nos dan la clave de la minoría creativa, no solo en cuanto siete actos de culto, sino en cuanto dimensiones que abrazan la totalidad de la existencia cristiana y humana. En ellos se contiene el orden del espacio y del tiempo propio de la minoría creativa, que le permite ser fecunda en la sociedad.
Lo que estamos diciendo acerca de la minoría encaja con cuanto el Concilio Vaticano II ha expresado sobre la Iglesia como sacramento. La ventaja de este modo de hablar de la Iglesia deriva precisamente de su importancia para la cultura contemporánea, que vive una crisis de espacio y tiempo que puede describirse también como crisis de simbolismo sacramental.
Es verdad que en la cultura digital existen muchos símbolos, pero no son símbolos en el sentido fuerte que les da la Biblia; no son símbolos como los comprende la teología de los sacramentos. Se trata, en realidad, de símbolos vacíos, porque no generan espacios de relación interpersonal ni caminos biográficos que ayuden a florecer a la persona. Podemos ver la diferencia si pensamos en el conocido “emoticón”, donde se reduce el afecto a una comunicación de un estado emotivo de ánimo, eliminando la lógica de la participación y de la connaturalidad, que solo puede darse por implicación corporal en que la persona se pone en juego y está dispuesta a compartir su tiempo.
Frente a esto, hablar de la Iglesia-sacramento es subrayar su capacidad para generar símbolos que ayuden a enlazar relaciones y a narrar biografías, en modo tan necesario para nuestra cultura. El contexto no es una visión abstracta del sacramento, sino la relación directa con la Eucaristía[11]. A partir de este modo de hablar de la Iglesia se insiste en su condición encarnada, en conexión con la imagen del cuerpo de Cristo. De hecho, el concepto paulino de “mysterion”, del que deriva el latín “sacramentum”, está arraigado profundamente en la imagen de la Iglesia-cuerpo. Podríamos decir que toda minoría creativa es sacramento, porque nace y se forma a partir de un nuevo espacio y un nuevo tiempo, que son el espacio y tiempos de la Eucaristía.
Esto nos ayuda a describir la minoría creativa a partir de la lógica de los sacramentos, recorriendo de este modo las etapas de la minoría. Una minoría creativa parte de una experiencia bautismal, no como evento aislado de la vida, sino como coordenada que acompaña su camino en el tiempo. El Bautismo es, en efecto, un modo de pertenecer que sitúa en el centro de la minoría creativa un nacimiento del agua y de la palabra (cf. Ef 5, 26). A esta luz, el agradecimiento y la receptividad aparecen como coordenadas-clave de la minoría creativa, que se sabe convocada y regenerada continuamente a partir de un don originario y compartido. El Bautismo instaura en la minoría creativa la percepción de vivir siempre desde un cuerpo y un amor que se han recibido, y en los que se esconde la promesa de un “más”, de un desarrollo, de una creatividad, que supera siempre las expectativas. Añadamos que el Bautismo es también, para la Iglesia, capacidad de generar (el cuerpo eclesial es seno materno): desde aquí se abre a la minoría la misión generativa, que se desborda en tarea educativa y misionera.
La creatividad de la minoría conoce también el evento de la maduración y crecimiento (Confirmación); del perdón que libera creativamente el pasado para permitirnos renovar la promesa (Penitencia); de la santificación de los momentos de prueba que descubren (en los límites de la realidad encarnada amenazada en último término por la muerte) un horizonte de eternidad (Unción de Enfermos). Esenciales, en esta creatividad de la minoría, son la presencia continua de la paternidad originaria de Jesús (Orden sacerdotal) y el arraigo en las experiencias creaturales y cotidianas, que sitúan la minoría en contacto con la sociedad (Matrimonio).
Es bueno recordar que la lógica de los sacramentos no nos da solo un nuevo espacio sino también un nuevo tiempo. Alasdair MacIntyre ha hablado, a este respecto, de la necesidad, sea de prácticas familiares, sea de tradiciones que transmitan un relato vital[12]. Según MacIntyre existe una virtud que consiste en poseer “sentido de la tradición”. Esta virtud capacita para descubrir en la memoria las semillas de lo nuevo; la fidelidad a la herencia recibida permite desarrollarla y desplegar creativamente sus potencialidades. Entendemos entonces que el tiempo de la minoría creativa es generativo, que produce “más” y que despierta esperanza a partir de la memoria agradecida. Desde este punto de vista puede decirse que el futuro pertenece solo a las minorías creativas.
A partir de aquí, esta lógica sacramental de la minoría está llamada a expandirse en distintas prácticas, generando espacios y tiempos que permitan la maduración de la vida cristiana. De este modo queda claro lo que ya hemos indicado: la minoría no se difunde solo por testimonio de vida; no basta testimoniar experiencias, es preciso crear espacios y tiempos (formas concretas de trabajo, ocio, oración, vida fraterna) en que esas experiencias puedan ser vividas y regeneradas.
¿Cuál es el modo de presencia que está llamada a adoptar la Iglesia en el mundo secularizado? Podemos repasar brevemente las opciones que hemos enumerado, mostrando el contraste con la minoría creativa y su lógica sacramental.
a) Existe, por un lado, una propuesta de cristianismo de masas, que pasa por sintonizar con el modo en que la modernidad ha entendido la cercanía de la transcendencia, a partir de la conciencia subjetiva. Se propone entonces una fe que descubre a Dios en la experiencia personal aislada, y discierne interiormente esta presencia y esta voz. El problema con esta actitud es que se renuncia a crear una cultura cristiana; se alcanza la masa, y tal vez en modo rápido, pero diluyendo en el camino la relevancia de la fe y perdiendo la lógica sacramental. La mirada sacramental de la minoría creativa, por el contrario, entiende que el encuentro con Dios pasa siempre por las relaciones que abren a la persona al mundo y a los hermanos. Frente a un misticismo de tendencia gnóstica, que propone minoría espiritualista, aquí se trata de una minoría creativa que genera espacios e inaugura tiempos.
b) Otro modo de situar el cristianismo descubre en la fe religiosa una función social, pero que se mide siempre a partir de las necesidades de la sociedad. La tentación para la Iglesia consiste en aceptar este papel “funcional”, entendiendo la acción cristiana solo como un elemento que soluciona tensiones y aporta recursos. La visión sacramental, por el contrario, no se mide por parámetros externos, que ponen a la minoría al servicio de la masa, perpetuando así la condición gregaria de la masa. La minoría creativa sabe que es el espacio de comunión generada en el encuentro entre personas el que orienta y define el resto del espacio social, y no al revés. Del mismo modo, los sacramentos no se miden por la utilidad que prestan a la Iglesia; sino que son el origen y la meta de su actividad.
c) Finalmente, rechaza la lógica sacramental la actitud de la minoría-gueto, que se cierra al mundo en actitud defensiva, intentando preservar un modo de vida que ve amenazado. Aquí se pierde la lógica sacramental, porque el sacramento solo se puede comprender como símbolo del todo, como capaz de abarcar en sí una visión completa de la existencia, que no puede ser encerrada en los muros de una minoría angosta. Como señaló el Cardenal Newman, precisamente el vigor del cristianismo se muestra en su capacidad de asimilar en sí lo ajeno, y no de ser asimilado por ello[13].
d) Frente a todo esto existe la propuesta de la minoría creativa, que vive según una lógica sacramental. Esta minoría se distingue, no tanto por la intensidad de la experiencia interna, sino crear espacios de relaciones y modos de relatar las etapas de la vida (con ritos de paso) donde puede crecer y madurar la persona. La vida eucarística se sitúa al centro de la minoría, como lugar donde la minoría nace, y donde aprende un nuevo orden de relaciones, según el amor de Jesús. Los sacramentos inspiran la vida de la minoría, no solo como momentos celebrativos, sino en cuanto se expanden a toda la comunidad y le dan forma, abriéndola a la totalidad del cosmos y de la sociedad.
Al pequeño rebaño se le ha concedido el reino (Lc 12, 32). El futuro del cristianismo pasa por minorías creativas, es decir, minorías que sepan generar espacios en la sociedad del “no-lugar”, espacios donde se pueda vivir la pertenencia al cuerpo de Cristo. Y que sepan generar tiempos en la sociedad del “no-futuro”, donde se pueda vivir la memoria y la esperanza de Jesús. Precisamente porque la minoría está preocupada por generar cultura, es como un árbol que crece y en el cual pueden encontrar cobijo todos los pájaros (Mt 13, 32).
José Granados, D.C.J.M.
Vicepresidente de la sección central del Pontificio Instituto Juan Pablo II
Fuente: jp2madrid.es.
[1] Cf. CH. TAYLOR, A Secular Age (Harvard University Press, Cambridge, MS - London 2007).
[2] L. GRANADOS - I. DE RIBERA (ed.), Minorías creativas: El fermento del cristianismo (Monte Carmelo, Burgos 2012).
[3] Cf. J. DANIELOU, “¿Pequeño rebaño o gran pueblo?”, en J. DANIELOU – C. POZO, Iglesia y secularización (Madrid 1973) 23-41.
[4] Cf. TERTULIANO, De baptismo XIII, 2: la fe, que en el Antiguo Testamento estaba desnuda, ha recibido en Cristo un vestido: el Bautismo. Se trata de un nuevo modo de relacionarse y, por eso, de una nueva corporalidad.
[5] Cf. SAN AGUSTÍN, De vera religione IV 6 (CCL 32, 192).
[6] Se trataría de aplicar a la comunidad lo que dice sobre el individuo CH. TAYLOR, The Ethics of Authenticity (Harvard University Press, Cambridge (Mass); London 1991).
[7] Cf. Cf. B. S. TURNER, Religion and Modern Society: Citizenship, Secularization and the State, Cambridge University Press, Cambridge 2011; L. DIOTALLEVI, “Più piccolo, più religioso, meno rilevante. Com’è cambiato il cattolicesimo italiano negli ultimi 40 anni”, Rivista del Clero Italiano96 (2015) 771-784.
[8] K. RAHNER, “Frömmigkeit heute und morgen” enGeist und Leben 39 (1966) 326-342, p. 335: “der Frommer von morgen wird ein ‘Mystiker’ sein, einer der etwas ‘erfahren’ hat, oder er wird nicht mehr sein”.
[9] Cf. M. AUGÉ, Non-Lieux. Introduction à une anthropologie de la surmodernité (Seuil, Paris 1992); J. GRANADOS, Teología del tiempo: ensayo sobre la memoria, la promesa y la fecundidad (Sígueme, Salamanca 2012).
[10] Cf. D. BOHM -F.D. PEAT, Science, Order, and Creativity, Routledge, New York – London, 2011; D. BOHM, “On Creativity”, Leonardo 1 (1968) 137-149; J. GRANADOS, “Las etapas de la minoría creativa”, en L. GRANADOS - I. DE RIBERA (ed.), Minorías creativas: El fermento del cristianismo (Monte Carmelo, Burgos 2012).
[11] Cf. J. RATZINGER, “Die Kirche als Heilssakrament”, en ID., Theologische Prinzipienlehre: Bausteine zur Fundamentaltheologie (Erich Wewel Verlag, München 1982) 45-56.
[12] A.C. MACINTYRE, After Virtue: AStudy in Moral Theory (University of Notre Dame Press, Notre Dame, IN 2007).
[13] Cf. J.H. NEWMAN, An Essay on the Development of Christian Doctrine (Notre Dame University Press, Notre Dame 1989).
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