Prof. de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma)
Sumario
1. Etimología y distintos significados del término contemplación.- 2. Enseñanzas bíblicas.- 3. Enseñanzas de la tradición espiritual cristiana.- 4. Naturaleza filosófica y teológica de la contemplación sobrenatural.- Bibliografía.
1. Etimología y distintos significados del término contemplación
Etimología. El término contemplación proviene del vocablo latino contemplatio, que deriva de contemplum, una plataforma situada delante de los templos paganos, desde la cual los servidores del culto escrutaban el firmamento para conocer los designios de los dioses. De contemplum procede asimismo el término latino contemplari: «mirar lejos». El sustantivo contemplatio, que expresa el resultado de la acción del verbo contemplari, fue utilizado por los primeros escritores cristianos latinos para traducir la palabra griega theoría, «contemplación», ya existente en la filosofía de la Grecia clásica. Un término castellano relacionado con theoría, es el sustantivo «teatro», lugar donde se contempla una representación dramática. Así, pues, estos términos significan la acción y el resultado de mirar algo con atención y admiración, por ejemplo, un espectáculo interesante.
De este modo, el significado original del término «contemplar» encierra un triple contenido:
a) se trata de mirar, pero de un mirar con atención, con interés, que involucra la dimensión afectiva de la persona;
b) dicho interés procede del valor o calidad que posee la realidad contemplada;
c) este mirar comporta una presencia o inmediatez de dicha realidad.
Distintos significados de «contemplación». Del significado original del término se han derivado históricamente otros significados más específicos:
1) Contemplación estética o artística, donde se contempla una realidad por su valor estético o artístico, por ejemplo una espléndida puesta de sol o una magnífica obra de arte.
2) Contemplación filosófica o intelectual, donde lo que se contempla es la verdad. Es famoso el concepto de contemplación intelectual según Santo Tomás de Aquino: «La contemplación pertenece a la simple intuición de la verdad (simplex intuitus veritatis)» (Suma de Teología, II-II, q. 180, a. 3, respuesta a la objeción 1ª).
3) Contemplación religiosa o sobrenatural, donde se contempla a Dios. En ella se percibe o experimenta de algún modo a Dios. En lo sucesivo, nos ocuparemos únicamente de este significado del vocablo «contemplación».
2. Enseñanzas bíblicas
Aunque el término «contemplación» no aparezca en el Antiguo Testamento, sí que está presente el concepto expresado por dicho término. En efecto, la palabra hebrea de?at, «conocer», manifiesta la realidad de un conocimiento penetrante y total, que comporta la posesión del objeto conocido. Por otra parte, la aspiración de «ver» el rostro de Dios es una constante de los grandes contemplativos de Israel: Abrahán, Moisés, Elías, Isaías, etc. Asimismo, los Salmos dan testimonio abundante del anhelo del alma contemplativa, por ejemplo: «De ti piensa mi corazón: "Busca su rostro". Tu rostro, Señor, buscaré» (Sal 27,8); «Acudid al Señor y a su poder, buscad su rostro de continuo» (Sal 105,4).
En el Nuevo Testamento, los sustantivos griegos gnôsis, «conocimiento», y epignôsis, «conocimiento profundo», traducen la palabra hebrea de?at y significan un conocimiento íntimo y vital de Dios, esto es, un conocimiento contemplativo. Para San Pablo, la gnôsis y la epignôsis del cristiano constituyen un conocimiento íntimo de Dios y de su designio salvífico, como consecuencia del desarrollo de la vida espiritual y de la amistad con Jesucristo. Se trata de una sabiduría divina, de una comprensión espiritual: «Por eso también nosotros, desde el día en que nos enteramos, no cesamos de rezar y pedir por vosotros, para que alcancéis un pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría y entendimiento espiritual» (Col 1,9; cfr Ef 1,16-17). Sin embargo resulta claro que, según el Apóstol, dicho conocimiento no constituye aún la visión beatífica: «Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido» (1 Co 13,12; cfr 2 Co 3,18; 1 Tm 6,16).
Por su parte, San Juan habla de la contemplación a partir de su propia experiencia: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida ?pues la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado?, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,1-3). Asimismo, el evangelista enseña que el cristiano puede contemplar a Dios a través de la Santísima Humanidad de Jesucristo: «Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Felipe, le contestó Jesús, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre"» (Jn 14,9). Sin embargo, este conocimiento no es aún la visión beatífica, sino una visión a través de la fe en la divinidad de Cristo: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer» (Jn 1,18; cfr 1 Jn 3,2).
3. Enseñanzas de la tradición espiritual cristiana
A lo largo de la historia de la Iglesia, numerosos maestros espirituales han escrito sobre la contemplación. Presentamos algunos textos significativos, escogidos entre muchos otros.
En la época patrística, Clemente de Alejandría (?215) es el primer pensador cristiano que designa con el sustantivo griego theoría la contemplación de Dios. Había leído esta palabra en Platón, cuya filosofía apreciaba, y le dio un contenido cristiano. Para el Alejandrino, la theoría es el conocimiento supremo de Dios en este mundo, y afirma que la clave para alcanzarlo es la caridad: «Dios es amor y es cognoscible por los que lo aman (...). Hay que entrar en su intimidad por el amor divino para que podamos contemplar al semejante por medio del semejante» (Stromata, 5, 13, 1-2: PG 9, 27).
Orígenes (?254) es el primer autor que describe la perfección cristiana como una comunión del alma con Dios, una unión de amor que engendra un conocimiento afectivo, la contemplación. En este estado, «el intelecto purificado, que ha dejado atrás todas las realidades materiales, para llegar con la máxima certeza posible a la contemplación de Dios, es deificado por aquello que contempla» (Comentarii in Iohannem, 32, 27, 338: SC 385, 333).
Ya en la Edad Media, Ricardo de San Víctor (?1173) ofrece esta definición de contemplación: «La contemplación es un acto del espíritu que penetra libremente en las maravillas que el Señor ha esparcido en los mundos visibles e invisibles, y que permanece suspendido en la admiración» (Benjamin maior, lib. 1, a. 4: PL 196, 67).
Santo Tomás de Aquino resume así la relación entre la caridad como amistad con Dios, y la contemplación: «Es sumamente propio de la amistad entretenerse con los amigos. Pues bien, el entretenerse del hombre con Dios se realiza mediante la contemplación de Él, como el Apóstol decía: "Nuestra patria está en el cielo" (Flp 3,20). Por tanto, puesto que el Espíritu Santo nos hace amadores de Dios, se sigue que por el Espíritu Santo somos hechos contempladores de Dios» (Summa contra Gentiles, lib. 4, c. 22).
San Juan de la Cruz enseña que la contemplación es un acto producido al unísono por la inteligencia y el amor: «La contemplación es ciencia de amor, la cual (...) es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado en grado hasta Dios, su Criador, porque sólo el amor es el que une y junta el alma con Dios» (Noche oscura, II, 18, 5).
Finalmente, San Francisco de Sales ofrece esta definición: «La contemplación es una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas» (Tratado del amor de Dios, 6, 3).
4. Naturaleza filosófica y teológica de la contemplación sobrenatural
A la luz de las enseñanzas escriturísticas y de la tradición espiritual cristiana, se puede afirmar que la contemplación sobrenatural posee dos rasgos esenciales:
a) Es un conocimiento experiencial de Dios al que contribuyen simultáneamente la fe y la caridad.
b) Esta experiencia se produce de modo infuso y pasivo, mediante una iniciativa divina que excede completamente la capacidad de actuación del alma humana. Pasividad no significa aquí inactividad, sino que el alma se siente movida directamente por Dios cuando recibe el don de la contemplación.
Desde un punto de vista filosófico, la contemplación se encuadra dentro de un tipo de conocimiento llamado «conocimiento por connaturalidad», por ejemplo, el conocimiento personal de amistad entre dos seres humanos. Este conocimiento no se produce mediante razonamientos, sino que hay en él un influjo decisivo de la dimensión afectiva de la persona, por lo que se llama también «conocimiento afectivo», a causa del papel esencial que en él juega el amor.
La connaturalidad es una tendencia afectiva derivada de la propia naturaleza de los seres, ya que toda realidad creada tiende instintivamente hacia el propio fin, que reviste para ella el carácter de bien (los animales tienden instintivamente hacia lo que permite su supervivencia: volar, nadar, cazar, etc). En el ámbito de la moralidad humana se produce el mismo hecho, porque toda persona virtuosa tiende como por instinto hacia la virtud. Por ejemplo, la persona prudente emite un juicio prudencial que guía su actuación, impulsada por una especie de instinto espontáneo, por una tendencia connatural de su capacidad afectiva, porque busca y ama la virtud de la prudencia.
El conocimiento por connaturalidad se puede explicar en base a la profunda unidad de la persona humana, en cuanto que sus facultades espirituales están enraizadas en un solo principio vital y operativo: el alma. Aunque es cierto que la inteligencia y la voluntad se distinguen realmente, sin embargo en su actuar concreto hay una mutua dependencia e interacción. Nuestras facultades apetitivas están impregnadas de conocimiento, así como nuestros juicios están profundamente influidos por la afectividad. En la vida real y concreta, la afectividad orienta nuestros conocimientos en el sentido de nuestros amores.
Este tipo de conocimiento alcanza su nivel más profundo en el ámbito de la vida espiritual, en la experiencia contemplativa de Dios. En efecto, al recibir el bautismo, el fiel es connaturalizado con Dios por medio de la gracia, que hace al alma deiforme, divina por participación. La caridad, por su parte, proporciona la unión afectiva que requiere el conocimiento por connaturalidad.
El conocimiento por connaturalidad no es un conocimiento distinto de la fe, sino fruto del desarrollo de ésta: «La fe plena, la fe viva y dinámica, que la caridad impulsa hacia el Maestro amado que enseña y es escuchado, porque es amado, tiende a superar las fórmulas en que se contiene cuanto le es enseñado, pues el Maestro está más allá de su enseñanza. Pero no puede salir de las fórmulas, desembarazarse de ellas, porque no sabría alcanzar al Maestro más que por medio de su enseñanza, mediante las fórmulas. Lo que le añade la connaturalidad, establecida por la caridad, es el poder aferrar en las fórmulas Aquél de quien éstas expresan el misterio para el entendimiento (...). La experiencia, por tanto, no da a conocer algo distinto de lo que dice el enunciado de la fe, sino que lo da a conocer de modo diverso, más "real" (por contacto espiritual) y más penetrante: como quien habiendo leído todo sobre un poema en lengua extranjera, sabiendo de él todo lo que se puede saber, es impactado por su belleza cuando ha aprendido esa lengua y lo ha podido leer directamente. Esta fe que se ha hecho penetrante, capaz de alcanzar su objeto, superando las palabras para abrazar a quien habla, para "tocar" las realidades de que hablan las fórmulas, es una fe contemplativa» (J.H. Nicolas, Contemplation et vie contemplative en christianisme, Friburgo [Suiza]-París 1980, p. 58).
Para que se produzca la contemplación, además de la fe y la caridad, se necesita la intervención del Espíritu Santo mediante algunos de sus dones, principalmente los dos siguientes:
a) El don de entendimiento, que perfecciona el ejercicio de la fe. Sobre él escribe Santo Tomás de Aquino: «También en esta vida consiguen los hombres la misericordia de Dios. E igualmente aquí, purificado el ojo por el don de entendimiento, puede ser Dios visto de algún modo» (Suma de Teología, I-II, c. 69, a. 2, respuesta a la objeción 3ª).
b) El don de sabiduría, que perfecciona el ejercicio de la caridad, hace de la contemplación una sapientia, sapida scientia o ciencia sabrosa, por la que Dios y las realidades divinas no son conocidas abstractamente, sino de modo afectivo o experiencial.
De acuerdo con lo que venimos diciendo, la contemplación sobrenatural se puede definir como un simple juicio intuitivo acerca de Dios y de las realidades divinas, procedente de la fe vivificada por la caridad e ilustrada mediante algunos dones del Espíritu Santo.
5. La oración contemplativa
La experiencia contemplativa de Dios se produce en el contexto de la oración cristiana, concretamente dentro de la oración contemplativa, que es «la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2713). La oración contemplativa es fundamentalmente una mirada: «La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. Yo le miro y él me mira, decía en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a mí. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres» (Ibid., n. 2715).
En esta línea, San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, afirma que en la oración contemplativa «sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas» (Amigos de Dios, Madrid 2004, 30º ed., nn. 306-307).
Por otra parte, es necesario afirmar que la experiencia contemplativa de Dios no se limita a los ratos dedicados exclusivamente a la oración, donde se prescinde de cualquier otra tarea, ya que puede tener lugar asimismo en y mediante las actividades ordinarias del cristiano. Precisamente uno de los rasgos esenciales del mensaje que Dios confió a San Josemaría Escrivá es la plena y abierta proclamación de la contemplación en medio del mundo, por medio de la santificación del trabajo profesional y de los demás deberes de la existencia secular cristiana. En este sentido, escribe San Josemaría: «Donde quiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos ?en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar?, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios. Porque todo ?personas, cosas, tareas? nos ofrece la ocasión y el tema para una continua conversación con el Señor» (Carta 11-III-1940, n. 15, citada en J.L. Illanes, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, Madrid 2001, 10ª ed., p. 123).
Para el Fundador del Opus Dei, el trabajo santificado y santificante, es decir, aquel que reúne las siguientes características: estar bien hecho humanamente, estar elevado al plano de la gracia ?y por tanto realizado en estado de gracia?, llevado a cabo con rectitud de intención y con espíritu de servicio, por amor a Dios y con amor a Dios, se convierte en oración contemplativa. De esta manera, superaba la aparente dicotomía entre vida activa y vida contemplativa en la existencia cristiana: «Nunca compartiré la opinión ?aunque la respeto? de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles. Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura» (Forja, Madrid 2001,11ª ed., n. 738).
Bibliografía: Autores Varios, voz Contemplation, en Dictionnaire de Spiritualité, Ascétique et Mystique, II, París 1953, cols. 1643-2193; M. Belda, «Contemplativos en medio del mundo», en Romana, Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, 14 (1998/2) 326-340; J.L. Illanes, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, Madrid 2001, 10ª ed.; J.H. Nicolas, Contemplation et vie contemplative en christianisme, Friburgo [Suiza]-París 1980.
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