Las cuestiones planteadas desde el Debate «De parvo Catechismo»
Vid. en "Anuario de Historia de la Iglesia" 15 (2006) 89-110.
Sumario
Introducción.- 1. El esquema "De Parvo Catechismo" en el Concilio Vaticano I.- 2. El Catecismo y la catequesis después del Vaticano I.- 3. El impulso a la catequesis desde el Concilio Vaticano II.- 4. El Sínodo de 1985 y el Catecismo Universal.- 5. Del Catecismo de la Iglesia Católica (1992-1997) a su Compendio (2005).-
The background of this paper is the relation between the unity in the transmission of faith and the inculturation of the faith on one side, and on the other side the role of catechisms. The research begins from the petition of a "Little catechism" ("parvo catechismo") for the Universal Church, as was formulated during Vatican Council I. The paper goes on to examine the situation of catechesis until the Vatican Council II, and the petition of a "Universal Catechism" during the postconcilium, especially in the Extraordinary Synod of 1985. The publication of the Catechism of the Catholic Church, and, recently, of its Compendium, lead us to rethink the necessity of mediations in catechesis.
Introducción
El tema de fondo de este trabajo es la relación entre la unidad en la transmisión de la fe y la inculturación de la fe, por una parte, y el papel de los catecismos por otra. El estudio arranca desde la petición de un "Catecismo pequeño" ("parvo catechismo") para la Iglesia universal, tal como fue formulada durante el Concilio Vaticano I. Posteriormente expone la situación de la catequesis hasta llegar al Concilio Vaticano II y la petición de un "Catecismo universal" durante el posconcilio, especialmente en el Sínodo extraordinario de 1985. La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, y, recientemente, de su Compendio, replantea la necesidad de las mediaciones en la catequesis.
A lo largo de su historia, la Iglesia ha ido elaborando instrumentos para promover en los cristianos su madurez y fidelidad. La transmisión catequética de la fe vivida, de la fe una y única, está condicionada por las coordenadas de lugar y tiempo, por la cultura en la que esa transmisión se realiza. La fe es una, pero los catecismos se suceden. En esa tensión se inscribe la cuestión de un catecismo para la Iglesia universal [1]. Una cuestión que emergió en la época de la Reforma protestante.
La crisis que entonces se percibía entre los católicos ha sido descrita por Pedro Rodríguez –director del equipo que culminó la edición crítica del Catecismo Romano– en 1989 como "una crisis de identidad del ser cristiano, experimentado en su interna y profunda dimensión eclesial. (–) ¿Dónde está la Iglesia? (–) Era la forma que adquiría en muchos la pregunta por la identidad del Evangelio y de la fe. En otros –bastantes de ellos clérigos–, lo que había era sencillamente una ignorancia espantosa de la fe católica, que impedía todo discernimiento" [2]. El Concilio de Trento quiso responder declarativamente a la crisis de fe en sus decretos dogmáticos. Pero comprendió que se requería también una respuesta inmediatamente operativa en manos de los pastores. Así surgió la idea y la decisión de elaborar un catecismo para la Iglesia universal [3].
Pues bien, si se deja al margen el contexto histórico y doctrinal de aquella época, esta situación se repitió a finales del siglo XX, por lo que respecta tanto a la crisis de identidad que ponía en peligro la unidad de la fe católica, como a la ignorancia extendida en los diversos estratos del Pueblo de Dios. Tales fueron las motivaciones principales para la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992, ed. típica 1997).
Con motivo de los trabajos preparatorios del Catecismo de la Iglesia Católica [4] (citado en adelante CCE), se hizo también notar que "la Iglesia, que siempre ha exigido unidad en la profesión de la fe, nunca –ni siquiera al publicar el Catecismo de Trento– ha impuesto un catecismo –único– para toda la Iglesia. La razón está sin duda en la conciencia clara de que la fe única debe transmitirse dentro de variadas dimensiones culturales, que corresponde discernir a los pastores" [5].
Hay que decir que esta cuestión no fue bien entendida por los que se oponían al CCE durante los trabajos de su preparación, y que algunos tampoco acabaron de aceptarla después de su publicación. La polémica se aminoró a medida que se comprendió ese carácter de "punto de referencia", que queda de manifiesto al tratarse de una obra que se situaba en el género del "Catecismo Mayor", y no de un Catecismo "menor" o popular.
En nuestros días, con la publicación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, cabría la pregunta de si ahora no se querrá establecer universalmente un único Catecismo popular, cosa que se solicitó –sin resultado final en el debate "De Parvo Catechismo"–, durante el Concilio Vaticano I. Comencemos por estudiar ese debate.
1. El esquema "De Parvo Catechismo" en el Concilio Vaticano I
El denominado Schema De Parvo Catechismo [6] fue presentado por Pío IX atendiendo al deseo de muchos obispos y al suyo propio, y solicitaba un pequeño catecismo conciliar para toda la Iglesia. Vale la pena analizar someramente los motivos que aducían unos u otros para defenderlo o impugnarlo.
Las primeras cuestiones que se planteó la comisión disciplinar del Conciio Vaticano I, cuando afrontó ester proyecto eran tres: la mayoría de los miembros de la comisión pidió un pequeño catecismo en latín, para asegurar la unidad de las formulaciones (sin prestar atención a los destinatarios, quizá por entender que de ellos debería ocuparse más bien quien fuera responsable de la traducción para cada lugar y los catequistas); también la mayoría pensaba que debía proponerse para todos los fieles; asimismo la mayor parte opina que debía prescribirse a los obispos la adopción del pequeño catecismo universal [7].
El debate tuvo dos partes: una primera, durante seis Congregaciones generales, del 10 al 22 de febrero, y una segunda, del 29 de abril al 4 de mayo.
Durante la primera parte, la discusión entre la mayoría de Padres conciliares que apoyaba el esquema y la minoría que se opuso, se movió en tres planos:
a) Plano catequético: los defensores del catecismo sostenían sobre todo el motivo de la defensa de la ortodoxia frente a los errores del pasado; la adaptación según edades, costumbres, etc., es un asunto de metodología y debe intervenir en el contenido. Los que se oponían afirmaban que la unidad de la doctrina queda garantizada en los catecismos con las tradicionales piezas catequéticas (Credo, oración, mandamientos y sacramentos); pero esto no exige la unidad de las formulaciones [8].
b) Plano histórico: los partidarios del catecismo aducen el deseo del Concilio de Trento y también de muchos concilios provinciales y varios Pontífices (Benedicto XIV, Clemente XIII y Pío IX) de unificar la catequesis. Los oponentes recuerdan que siempre ha existido diversidad de catecismos, y siempre los Pontífices y los concilios provinciales han alabado la publicación de buenos catecismos por parte de los obispos, sin exigir nunca un catecismo único y universal.
c) Plano eclesiológico (bajo ropaje jurídico): a algunos les parecía que reservar al Papa la publicación de un Catecismo sería atribuirle un poder excesivo, pues es preciso atender a los "derechos de los obispos" [9]. Los defensores del catecismo único argumentaron que así como el Catecismo Romano no fue una cortapisa para los derechos de los obispos, tampoco el catecismo único lo sería; al contrario, facilitaría la misión de los obispos y sobre todo la unidad de la Iglesia a nivel espiritual, compatible con la diversidad de culturas.
Como resultado de la primera tanda de debates, el texto fue revisado y se introdujeron, además de un prólogo, algunas variaciones importantes y otros pequeños cambios. El 25 de abril se distribuyó el nuevo texto del proyecto.
En el prólogo se hace referencia la solicitud de la Iglesia por dar doctrina a los niños. El deseo del Concilio de dar "alguna regla y método" para instruir al pueblo cristiano" [10], de modo que "sea una la regla común y la norma de enseñar la fe" [11], es interpretado aquí en el sentido de usar el mismo método de enseñar y aprender la Doctrina cristiana, en la práctica, siguiendo el texto de Belarmino [12]. Figuraban en el cuerpo del texto tres variaciones principales: que juntamente con el de Belarmino se mencionaran otros catecismos de gran difusión; que en lugar de traducción literal se dijera "versión fiel"; que finalmente, salvando el catecismo para la primera instrucción de los fieles, se permitiera explicar o ampliar algunas zonas del catecismo, pero de modo que las adiciones se distinguieran claramente del texto fundamental.
La segunda parte del debate comenzó el 29 de abril y terminó el 4 de mayo, fecha en que se votó y aprobó, con algunas variaciones, el esquema Pia mater ecclesia, que se había presentado el 25 de abril.
El prólogo sufrió modificaciones importantes: ya no se refería a todos los fieles, sino a los niños; la conveniencia de publicar el catecismo se apoya no ya en la Escritura (como hacía el primer esquema), sino en motivos históricos, por fidelidad al espíritu de Trento y de los Papas; desaparece la mención que se hacía de la enseñanza en las parroquias, y la alusión a los domingos y fiestas.
En el primer párrafo, el esquema argumentaba que la diversidad de métodos es fuente de inconvenientes; en cambio ahora se dice que esos incovenientes se dan en las situaciones particulares de las diócesis. Se mantiene la proposición de un catecismo único y el catecismo de Belarmino aparece cualificado entre otros.
El párrafo segundo, cuya redacción primera se refería a la memoria, a la traducción literal y al catecismo como programa de fe y prenda de la eterna bienaventuranza, quedó muy reducido: no se nombra ninguna de esas cuestiones, excepto la traducción fiel a la lengua vulgar.
El tercer párrafo sufrió modificaciones importantes: de destinarse a todos los fieles, el catecismo pasaba a ser para los niños [13]; los obispos sólo podían publicar complementos, separados del catecismo.
El cuarto párrafo apenas fue modificado: al final, más que la memoria, se acentúa la explicación según la capacidad de los niños. Y mantiene la recomendación, siempre presente, de usar el Catecismo Romano como referencia para la catequesis.
Aunque el proyecto "De Parvo Catechismo" fue interrumpido sine die, por terminar de modo imprevisto el Concilio, el debate no fue inútil, pues sirvió para perfilar mejor el esquema primitivo.
2. El Catecismo y la catequesis después del Vaticano I
Los sucesores de Pío IX siguieron animando al clero a emplear el Catecismo Romano en el ejercicio de su ministerio. León XIII encareció su uso en una carta al clero de Francia (1899). S. Pío X, en la encíclica Acerbo nimis (1905) lo recomendaba a los párrocos para una catequesis completa, añadiendo los mandamientos de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico de 1917 lo estableció como obligatorio. Pío XI quiso que se completara la catequesis respecto a los consejos evangélicos, la gracia y las virtudes, los pecados y los fines últimos. Juan XXIII recomendó de nuevo el Catecismo de Trento con ocasión del sínodo romano de 1960. Con todo, parece que predominó el uso de los pequeños catecismos que muchos fieles conocían desde su infancia, y el recurso, para la explicación de la catequesis, a antiguos manuales o libros de sermones.
En cuanto al "pequeño catecismo", el futuro Pío X, con ocasión del primer Congreso catequístico italiano en 1889, pidió al entonces Papa, León XIII, la publicación de un catecismo popular para toda la Iglesia. El mismo Pío X –que manifestó en la Acerbo nimis su interés por mejorar la catequesis– publicó el mismo año 1905 un Compendio de la Doctrina Cristiana para la diócesis de Roma, y lo recomendó para Italia. En 1912 editó el Catecismo de la Doctrina Cristiana, que sería luego conocido como el "Catecismo de San Pío X", igualmente para la diócesis romana y recomendado también para toda Italia.
Benedicto XV constituyó, bajo la presidencia del Cardenal Gasparri, una comisión de teólogos y catequetas con vistas a preparar un proyecto de catecismo único. Posteriormente, Pío XI creó en 1923 un organismo –la Oficina Catequética Central– con el fin de "dirigir y promover la acción catequística de toda la Iglesia". En 1935 emanó el decreto Provido sane, considerado como la carta magna de la enseñanza catequética hasta ese momento. Aunque no se encuentran ahí referencias al proyecto de un catecismo universal, el Cardenal Gasparri –Secretario de Estado– venía promoviendo con ese el fin el Catechismus catholicus de 1929. El Papa aceptó que la Congregación del Concilio lo examinase, aunque la revisión tuvo lugar ya en el pontificado de Pío XII. Cuando Juan XXIII convocó el Vaticano II, hizo saber que correspondería al Concilio manifestarse sobre la oportunidad de elaborar un catecismo universal.
Conviene recordar, aunque sea brevemente, la evolución de la catequesis en esa época. En los tiempos del Vaticano I se entendía como memorización de preguntas y respuestas del pequeño catecismo, seguida de explicación y aplicación a la vida concreta. Desde finales del siglo XIX hasta el Vaticano II se asiste a una profunda y compleja renovación catequética. Además del impulso de los Pontífices y las continuas iniciativas de los obispos, la catequesis se enriquece con aportaciones de nuevas corrientes teológicas, litúrgicas y pedagógicas, y, sobre todo en Alemania y Francia, se critica la manera con que solía realizarse entonces.
Destaca un primer periodo, en que la catequesis aparece dominada por la preocupación del método de enseñanza, bajo la influencia de las nuevas ideas pedagógicas y psicológicas. A finales de la segunda guerra mundial comienza un segundo periodo, más pastoral, que se caracteriza por el énfasis en el mensaje (kerygma) que hay que transmitir. Se redescubre el caracter central de ciertas dimensiones de la catequesis: el cristocentrismo, la historia de la salvación, el lugar de la Biblia y de la liturgia en el mensaje cristiano, el marco de la educación de la fe. Representantes de esta renovación son, en Francia, Joseph Colomb, y, en Alemania, el Catecismo de los obispos de 1955.
3. El impulso a la catequesis desde el Concilio Vaticano II
A diferencia del Concilio de Trento, el Vaticano II no se convocó para afrontar una crisis de la fe dentro de la Iglesia. Aunque algunas crisis de este tipo le habían precedido –sobre todo el modernismo–, con sus desafíos intelectuales que todavía interpelan a la Iglesia, y con su carácter de símbolo del ataque de la modernidad, Juan XXIII lo convocó sobre la base de la solidez doctrinal adquirida en los Concilios anteriores. Pero no para discutir artículos doctrinales, sino para hacer el "depósito de la fe" más accesible a todos los hombres.
En palabras de P. Rodríguez, lo que principalmente aconteció en el Concilio fue una gran "experiencia de catolicidad": una toma de conciencia de la Iglesia acerca de su propia pluralidad –en las expresiones de la doctrina, en las espiritualidades y en los ritos en la unidad, que es don del Espíritu–, y también de la polifacética variedad y pluralidad del "mundo de los hombres". La Iglesia se sentía, en consecuencia, movida a dirigirse a ese mundo de razas, culturas y lenguas diversas, desde la fidelidad a la doctrina de Cristo, y al mismo tiempo, como decía Juan XXIII en la apertura del Concilio, "con la expresión literaria que exigen los métodos actuales", pues "una cosa es la sustancia del depositum fidei", es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa" [14].
Por eso el Concilio no tomó la decisión de elaborar un Catecismo universal. No le pareció ni necesario ni posible, pues los planteamientos que iban apareciendo en los documentos y decretos necesitarían de una experimentación en el plano teológico y antes de pasar a un catecismo. Lo que era necesario, aunque entonces no se planteara esa terminología, era acometer la "inculturación de la fe". Pero esa tarea pedía a la vez el trabajo de la teología en el ámbito de la relación con las culturas, y, por otra parte, una variedad de catecismos regionales que fueran expresando el depósito de la fe en la coyuntura particular y concreta de cada pueblo. Esta inculturación concreta correspondía a las Iglesias locales y a las Conferencias Episcopales.
Es evidente que el Concilio reflexionó sobre las adquisiciones del movimiento catequético, pero sin dedicar a la catequesis un documento específico [15]. Por eso la búsqueda de la idea de catequesis propia del Vaticano II debe hacerse en el conjunto de sus documentos y en continuidad con el movimiento posconciliar. En palabras de Pablo VI, el Concilio Vaticano II viene a ser "el gran Catecismo de nuestros tiempos" [16]. Así, en sus documentos pueden encontrarse tanto indicaciones generales acerca de la naturaleza de la catequesis [17] y el papel de la comunidad cristiana sobre todo de los laicos; indicaciones precisas, destinadas a los obispos, en el decreto Christus Dominus [18]; y finalmente, detalles tan concretos como la sugerente recristianización del catecumenado en Ad gentes [19]. Todo ello sobre el transfondo de Dei Verbum, pues la catequesis es un servicio a la Revelación, entendida ésta como comunicación de Dios que sale al encuentro del hombre.
Para asegurar el servicio a la unidad de la fe, el Concilio ordenó que se confeccionase un "directorio sobre la instrucción catequética del pueblo cristiano, en que se trate de los principios fundamentales de dicha enseñanza y de su organización, y de la elaboración de los libros que a ello se destinen" [20]. Era lo posible y lo prudente en ese momento. El documento, elaborado por la Congregación para el Clero, fue publicado en 1971, como punto de llegada de los debates conciliares en materia catequética, y como punto de partida para la reflexión y la acción pastoral queridas por el Concilio [21]. Emanado después de la consulta a las Conferencias episcopales, el Directorio integró algunas orientaciones conciliares para la catequesis. La enfoca sobre todo como una de las formas del ministerio de la palabra, no reservada a la jerarquía, y muestra la recepción de importantes adquisiciones del movimiento catequético moderno: la atención a la condición de las personas, y más preocupación por la progresividad y la creatividad en los métodos. En íntima ligazón con el Vaticano II, considera el aspecto doctrinal como núcleo de la catequesis y se constituye en instrumento de mediación para los nuevos catecismos que las Conferencias episcopales habrían de elaborar [22].
El período de 1965 a 1985 contiene una historia catequética compleja, de la que no podemos aquí sino recordar algunos hechos significativos. En el posconcilio se insistió en la insuficiencia de una presentación meramente "doctrinal" de la fe: la catequesis debía ir acompañada del testimonio de la vida y la caridad, y centrarse en el conocimiento explícito de Cristo, pues sólo así se puede alcanzar la dimensión existencial de la verdad. Paradójicamente, el Directorio no siempre encontró eco en las importantes revistas catequéticas, ya que, en apreciación de Maurice Simón, algunos parecían resistirse a admitir que la "fe adulta" pase necesariamente por el discurso teológico-especulativo. No faltó el caso de alguna revista que señalaba la distancia de planteamientos entre catequetas y teólogos e incluso entre catequetas y jerarquía, como motivo para omitir la transcripción del documento [23].
Volviendo a la cuestión del Catecismo universal, poco después de la publicación del Catecismo holandés, la comisión de cardenales que lo examinó replanteó la conveniencia de la redacción de un catecismo universal. Esta propuesta volvió a surgir en el primer Sínodo de los obispos de 1967, por parte de los delegados de las conferencias episcopales de Australia, España y Sudán, y cinco Padres sinodales que deseaban bien una puesta al día del Catecismo de Trento o un nuevo catecismo del Vaticano II. La publicación del Directorio en 1971 sólo había supuesto un compás de espera, pues se volvió a solicitar el catecismo universal en los sínodos de 1974 y 1977, dedicados respectivamente a la evangelización y a la catequesis.
El Sínodo de 1977 –bajo Pablo VI– supuso un hito para la catequesis. Un estudio detenido de ese Sínodo y –ya de la mano de Juan Pablo II– de la exhortación correspondiente, Catechesi tradendae, mostraría hasta qué punto la Iglesia recibió las mejores adquisiciones de la renovación catequética posconciliar, a la vez que percibió en ella algunos problemas de notable calado. Para comprender bien lo que estaba en juego, son esclarecedoras las conferencias del Cardenal Ratzinger en Paris (1981) [24] y, por supuesto, los textos del Sínodo de 1985, en que se renovó formalmente la petición de un Catecismo universal, ya desde las respuestas al Instrumentum laboris.
4. El Sínodo de 1985 y el Catecismo Universal
El Sínodo de 1985 afrontó formalmante la valoración del postconcilio. Distinguió entre "pluriformidad" –verdadera riqueza que lleva consigo la plenitud, y por tanto se sitúa en consonancia con la "experiencia de catolicidad" del Vaticano II y el "mero pluralismo" o "pluralismo de las oposiciones radicalmente opuestas, (que) lleva a la disolución y destrucción y a la pérdida de la identidad" [25].
Esa (segunda) equivocada forma de comprender el pluralismo era el resultado, entre otros factores, de una posición agnóstica ante la Revelación y escéptica, más aún, enemiga de los dogmas en la catequesis [26]. De esta manera, si en la época del Vaticano II la propuesta de un Catecismo universal, tal como se había manifestado mayoritariamente en el Vaticano I, pudo parecer uniformadora, en el posconcilio del Vaticano II era ya la idea misma de un catecismo –de cualquier catecismo– la que a algunos parecía uniformante en contraste con la pluralidad de la Iglesia, de la teología y de la creatividad metodológica de la catequesis.
En medio de una fuerte preocupación por la catequesis como rara vez se había dado anteriormente, todo esto condujo a una crisis de la unidad de la fe, que amenazaba con acabar con el proyecto conciliar de una Iglesia vuelta al mundo en misión. Y es en esta crisis donde se puede encontrar una peculiar semejanza –siendo diversos los contextos– con la época que precedió a Trento y al proyecto común de un Catecismo universal.
Es interesante recordar que la idea del Catecismo, como señaló Walter Kasper saliendo al paso de algunas críticas, "no surgió – en el Sínodo de 1985– de un pensamiento centralista. Vino, en primer lugar, de la periferia, de Iglesias del Tercer Mundo, y después fue ciertamente hecha suya por Obispos europeos y norteamericanos" [27].
El hecho es que Juan Pablo II acogió el deseo del Catecismo manifestado por parte del Sínodo de 1985, entendiendo que "responde plenamente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares" [28]. El Catecismo que se pedía estaba, por eso, llamado a ser referencia para la catequesis mundial y ayuda para la inculturacion de la fe. Frente a quienes mantenían al final de los años ochenta, en ciertos ambientes europeos [29], que no hay una dimensión universal de la cultura sino sólo "bolsas culturales" de tipo local o regional y por tanto no cabe interpenetración de las culturas, el Catecismo mostraría que cabe una inculturación en la dimensión universal de la cultura, al servicio de los catecismos que deberían plantearse después, en un segundo nivel de inculturación, local o regional [30].
Así se comprenden las palabras de Juan Pablo II a la Comisión redactora [31] cuando les decía que el CEE "no quiere ser un instrumento de aplanante –uniformidad–, sino una importante ayuda para garantizar la –unidad de la fe–, teniendo además como constante punto de referencia las enseñanzas del Concilio Vaticano II" [32].
Es como si el Papa, sin decirlo expresamente, hubiera señalado que el CCE es el "Catecismo del Concilio Vaticano II": no porque se pidiera en el Concilio, sino por mediación del Sínodo que lo conmemoraba, por la fidelidad de los contenidos y por inscribirse entre los documentos de aplicación del Vaticano II. La bula de promulgación del CCE se titula: "Constitución Apostólica Fidei Depositum para la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II".
Con razón se ha dicho que el CCE es la forma que ha tomado la parte III del Directorio General de Catequesis de 1971 ("el mensaje cristiano") a la vista de la experiencia posconciliar, redactada como un Catecismo mayor [33]. El CCE se sitúa, en efecto, en la misma línea que el Directorio, es decir, como ayuda y criterio para los Obispos y los responsables de la catequesis en orden al mejor ejercicio de su función.
5. Del Catecismo de la Iglesia Católica (1992-1997) a su Compendio (2005)
El CCE fue publicado en 1992, año en que se celebraba el V centenario del comienzo de la predicación del Evangelio en el Nuevo Mundo. Con motivo de la edición típica del CCE, tuvo lugar en Roma un congreso catequístico internacional (14-17.X.1997) El Cardenal Ratzinger impartió una conferencia que se centró precisamente en la idea de que el Catecismo es un "intrumento de unidad en la verdad" [34]. En un mundo de conflictos –explicaba los cristianos buscamos la unidad. A la vez, se ha temido la uniformidad. Aunque humanamente el resultado del Catecismo era imprevisible, la Iglesia ha llegado a la conclusión de que "es importante que los cristianos se puedan encontrar más allá de los continentes y de la cultura en un lenguaje fundamental de la fe, y experimenten así su concreta unidad como único Pueblo de Dios" [35]. Sólo así la fe puede hacerse "riqueza común" en la "pluralidad de formas vividas".
a) El Catecismo de la Iglesia Católica ante la pluralidad de las culturas
Destacaba el Cardenal sobre todo la "estructura interior" del CCE, que es el "vínculo interno vital y orgánico en el que todo está recíprocamente relacionado" [36]. A este propósito cabe haciendo un paréntesis en el itinerario del CCE subrayar que tanto los redactores como los estudiosos del CCE han llamado la atención sobre el locus de los sacramentos en la estructura del CCE. Puede observarse que las razones que llevaron al Catecismo Romano a su distribución cuatripartita, y a situar los sacramentos inmediatamente después del Símbolo de la fe, llevaron también a los redactores del CCE a la misma estructura. A saber: la tradición catequética que reservaba un lugar para los sacramentos; la voluntad de exponer detenidamente los sacramentos en un momento de confusión doctrinal; el deseo de respetar la unidad entre Símbolo y sacramentos en su conexión eclesiológica, marcada por Santo Tomás cuando unía estrechamente "la fe y los sacramentos de la fe"; el hecho, por último, de que el Decálogo sólo puede entenderse y vivirse cristianamente a partir de la doctrina y la realidad santificadora y vitalizadora de los sacramentos [37].
Sin entrar en pormenores teológicos, baste recordar que el "hilo" del CCE es la economía divina de la salvación, puesta en marcha por designio y acción de la Trinidad, y expuesta en el texto siguiendo el "nexo de los misterios" de la fe, en torno al centro constituido por Cristo. Su "fuerza interior" es la tradición viva de la Iglesia. Su finalidad no es sólo el conocimiento de la fe y de la vida cristiana sino el impulso para acometer existencialmente ese proyecto.
Desde su publicación –ahora hace catorce años– el CCE viene sirviendo como referencia para la educación en la fe en todo el mundo, también entre cristianos no católicos, e incluso personas no creyentes. Es lógico que esa formación se beneficie de la ayuda de catequistas y teólogos. Como se preveía desde el principio, el CEE necesita de catecismos locales de varios tipos y niveles, para llegar sobre todo a los niños y a las culturas distantes de la occidental [38].
Volviendo al asunto del lenguaje, sobre el que llamó la atención el Cardenal Ratzinger, se habla cada vez más, y con razón, de la globalización de las relaciones gracias a las modernas tecnologías. Vivimos en una época "transcultural". Es posible entenderse fácil y rápidamente entre países lejanos, porque asistimos a la universalización de muchos valores (sobre todo de mercado) y la técnica pone a nuestro servicio todo tipo de conexiones. La diversidad de lenguas y de culturas no parecen constituir grandes obstáculos, porque el lenguaje de los valores humanos se impone. Ójala sea así.
En el fondo de la cuestión no está tanto la necesidad del diálogo intelectual y de la inculturación –que nadie niega–, ni los aspectos inmediatamente prácticos-pastorales. La pregunta es por qué en ese contexto se niega la capacidad de compartir un mismo lenguaje de la fe [39], siquiera entre países cercanos, geográfica y culturalmente. Si no se quiere, con una visión superficial, reducir la moderna civilización tecnológica a un conjunto de comunicaciones irrelevantes –en el fondo condenadas a la fragmentariedad– o amenazadoras –porque a menudo no buscan el bien y el servicio, sino cada vez más "beneficios"– se ve necesario confiar de nuevo en el hombre y en su capacidad de alcanzar la verdad–, entrar en comunión con ella y expresarla en formulaciones dotadas de validez universal [40]. En este sentido hay que decir que el CCE se sitúa no sólo al servicio de la catequesis sino del hombre, en el horizonte del servicio ("diaconía") a la verdad, que es propio del mensaje cristiano [41].
Prosigamos con los "hitos biográficos" del CCE. Con motivo del décimo aniversario de su publicación, tuvo lugar en Roma otro Congreso catequístico internacional (8-11.X.2002), en el que intervino de nuevo el Cardenal Ratzinger [42]. Esta vez señaló los valores y límites del CCE: no es un libro de teología, sino un texto que presenta la formulación doctrinal de la fe; su forma literaria no es la discusión teológica sino más bien el testimonio y anuncio que surge de la certeza de la fe; en este caso, por proceder de las intuiciones del Concilio Vaticano II, ofrece también sugerencias para el trabajo teológico. Al dirigirse a la universalidad de continentes y situaciones culturales muy diferentes, "es evidente que no puede constituir la última etapa de un camino de mediaciones, sino que debe contar con ulteriores mediaciones más cercanas a las diversas situaciones".
En el Congreso intervino también el Cardenal Schönborn, quien en un momento de su disertación señaló: "Se podría objetar que el Catecismo de la Iglesia Católica es demasiado voluminoso para ser la guía sencilla a la fe que necesitan los fieles. Estoy totalmente de acuerdo con esta objección y mantengo como muy urgente para nosotros un catecismo breve, un pequeño catecismo basado sobre el Catecismo de la Iglesia Católica; pero tendremos necesidad del genio y de la santidad de un San Pedro Canisio, de un San Roberto Belarmino o de un Santo Toribio de Mogrovejo. Después de diez años de esta "carrera de gigante" del Catecismo de la Iglesia Católica, ahora es necesario un pequeño catecismo correspondiente" [43].
Ante el riesgo de perder el lenguaje de la fe común en el panorama catequético del momento, junto con el oscurecimiento del sensus fidei del pueblo cristiano en las antiguas Iglesias occidentales y su repercusión en las Iglesias más recientes (Africa y Asia), todo ello complicado por las cuestiones de la inculturación, el Cardenal de Viena proponía evidentemente un catecismo "minor", en la línea del "parvo catechismo" que muchos pidieron en el Concilio Vaticano I. No fue esa, sin embargo, la fórmula por la que se optó, sino que se escogió otra más lógica y viable, probablemente por la conciencia de que la unidad de la fe no debe mantenerse a costa de la diversidad de las culturas.
b) La necesidad de un "Compendio breve" del Catecismo
El 2 de febrero de 2003 Juan Pablo II dirigió una carta al Cardenal Ratzinger recogiendo la necesidad de "un compendio breve, que contenga todos los elementos fundamentales de la fe y de la moral católica, formulados de manera sencilla y clara". Aducía que según la experiencia, "no es fácil, en estas síntesis, salvaguardar siempre y plenamente la totalidad y la integridad del contenido de la fe católica" [44]. Haciéndose eco del Congreso catequístico de 2002, insistía el Papa en la urgencia de "disponer de un catecismo breve para todos los fieles", y añadía que "muchos han solicitado la redacción de esta síntesis autorizada, segura y completa" [45]. Encargaba al Cardenal que constituyera una comisión especial para preparar un "compendio de la Iglesia Católica" a modo de "vademécum, que permita a las personas, creyentes y no creyentes, abarcar, con una mirada de conjunto, todo el panorama de la fe católica". Y señalaba la deseada relación que el Compendio había de tener con el CCE: el Compendio "tendrá como fuente, modelo y punto de referencia constante el actual Catecismo de la Iglesia Católica, que, manteniendo intacta su autoridad e importancia, podrá encontrar, en esa síntesis, un estímulo para una mayor profundización y, más en general, un ulterior instrumento de educación en la fe" [46].
Dos años más tarde, en el motu propio para la aprobación y publicación del Compendio del CCE, de 28 de junio de 2005, Benedicto XVI confirmaba que su realización ha querido obedecer fielmente a las indicaciones y deseos de Juan Pablo II. El nuevo Papa confiaba el Compendio a toda la Iglesia y a cada cristiano en particular con el fin de que "pueda encontrar, en este tercer milenio, nuevo impulso para renovar el compromiso de evangelización y de educación de la fe"; pero también, por su brevedad, claridad e integridad –añadía–, el Compendio se dirige a "toda persona que viviendo en un mundo dispersivo y lleno de los más variados mensajes, quiera conocer el Camino de la Vida y la Verdad, entregado por Dios a la Iglesia de su Hijo".
Ese mismo día, durante la presentación del Compendio, el Obispo de Roma se refirió a los diversos intentos "más o menos logrados", en varios países y lenguas, de sintetizar el CCE. Recordó que esas síntesis "han planteado varios problemas no sólo con respecto a la fidelidad y al respeto de su estructura y de sus contenidos, sino también con respecto a la totalidad y la integridad de la doctrina católica". De ahí deducía la necesidad de un texto definitivo que estuviera en plena armonía con el CCE. Conservando la estructura cuatripartita, la forma de diálogo –un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo– favorecía "la asimilación y la eventual memorización de los contenidos". Las imágenes insertadas en el Compendio "proclaman el mismo mensaje que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra, y ayudan a despertar y alimentar la fe de los creyentes", como señala el propio Compendio (n. 240). El texto incluye en apéndice algunas oraciones frecuentes para la Iglesia universal y algunas fórmulas catequísticas de la fe católica, con lo cual "invita a encontrar en la Iglesia un modo común de rezar, no sólo personalmente, sino también en comunidad" [47].
c) La "resistencia" al catecismo y la necesaria contextualización de la catequesis
A propósito del diálogo, cabe reproducir un texto de la entrevista que el Cardenal Ratzinger concedió a Gianni Cardinale, y que fue publicada en "Avvenire" el 27 de abril de 2003. El periodista le preguntaba al Cardenal, en su calidad de presidente de la comisión para el Compendio, acerca del rechazo de la idea misma de un catecismo. He aquí la respuesta de Ratzinger:
"Es verdad que hay una cierta aversión hacia todo intento de –cristalizar– en palabras una doctrina, en nombre de una flexibilidad, y hay un cierto antidogmatismo que está vivo en muchos corazones; es sobre todo el movimiento catequético posconciliar el que ha acentuado el aspecto antropológico de la cuestión y ha creído que un catecismo, por ser demasiado doctrinal, sería un impedimento para el necesario diálogo con el hombre de hoy. Nosotros estamos convencidos de lo contrario. Para dialogar bien es necesario saber de qué debemos hablar. Es necesario conocer la sustancia de nuestra fe. Por eso hoy más que nunca es necesario un catecismo". No será sin más –advierte Ratzinger– un Compendio de la fe católica, sino el Compendio del Catecismo de 1992, al que deberá ser fiel. Señala también que "el texto será normativo por lo que respecta a los contenidos doctrinales, que son los del Catecismo de 1992. Y añadía: "Al mismo tiempo ofrecerá sugerencias respecto al método, ya que en este campo debe dejarse gran libertad, porque los contextos sociales y culturales en el orbe católico son muy diversos entre ellos. Salvando los contenidos esenciales de la fe, una cierta flexibilidad metodológica es siempre necesaria en la catequesis".
El 25 de julio de 2005 Benedicto XVI dirigió un discurso a los sacerdotes del valle de Aosta, reunidos en la iglesia parroquial de Introd. Constituye un testimonio insólito y autorizado que entra de lleno en el tema de nuestro estudio [48]. Por vez primera, el Compendio del CCE salió a relucir, en el contexto de la educación en la fe y de la catequesis. Ante la embestida del Iluminismo y del "Segundo iluminismo" de 1968, el Papa señalaba que una de las intenciones fundamentales del CCE y de su Compendio se sitúa en la línea de una "afirmación intelectual en la que se comprende también la belleza y la estructura orgánica de la fe".
Por otra parte, al hablar del clima de racionalismo, subjetivismo y relativismo característico de la cultura occidental actual, decía el Papa que la catequesis necesita ser continuamente contextualizada, para preparar el camino a la maduración de la fe. Una parte necesaria de esa contextualización va haciéndose en los Catecismos de las Conferencias episcopales, y con ese fin han surgido nuevos instrumentos de catequesis [49]; pero al mismo tiempo se requieren respuestas claras para señalar la esencia de la fe de un modo simple y que ayude a comprender.
"Así –explicaba el Obispo de Roma– ha nacido un nuevo –conflicto– dentro del mundo catequístico, entre catecismo en sentido clásico y los nuevos instrumentos de catequesis. Por un lado ahora hablo sólo de la experiencia alemana , es verdad que muchos de estos libros no han llegado hasta la meta: siempre han preparado el terreno, pero estaban tan dedicados a preparar el terreno para el camino por el que avanza la persona, que al final no han llegado a la respuesta que se debía dar. Por otro, los catecismos clásicos resultaban tan cerrados en sí mismos, que la respuesta verdadera ya no tocaba la mente del catecúmeno de hoy".
A renglón seguido el texto transcrito del discurso aborda la relación del CCE con la inculturación de la catequesis: "Por fin, hemos llevado a cabo este compromiso pluridimensional: hemos elaborado el Catecismo de la Iglesia Católica que, por una parte, da las necesarias [50] contextualizaciones culturales, pero también da respuestas precisas. Lo hemos escrito conscientes de que desde ese Catecismo hasta la catequesis concreta hay un trecho no fácil de recorrer. Pero también hemos comprendido que las situaciones, tanto lingüísticas como culturales y sociales, son tan diversas en los diferentes países e incluso, dentro de los mismos países, en los diferentes estratos sociales, que allí corresponde al obispo o a la Conferencia episcopal, y al catequista mismo, recorrer ese último trecho y, por eso, nuestra posición fue: este es el punto de referencia para todos; aquí se ve lo que cree la Iglesia. Luego, las Conferencias episcopales deben crear los instrumentos para aplicarlo a la situación cultural y deben recorrer el trecho que aún falta. Y, por último, el catequista mismo debe dar los últimos pasos; tal vez también para estos últimos pasos se ofrecen instrumentos adecuados".
Benedicto XVI continúa relatando cómo se planteó a Juan Pablo II la necesidad de "una síntesis del Catecismo grande". Y prosigue: "Al inicio, en la redacción del Compendio queríamos ser aún más breves, pero al final comprendimos que para decir realmente, en nuestro tiempo, lo esencial, el material que necesitaba cada catequista era lo que habíamos dicho. También añadimos oraciones. Y creo que es un libro realmente muy útil; en él se recoge la –suma– de todo lo que se contiene en el gran Catecismo y, en este sentido, me parece que puede corresponder hoy al Catecismo de san Pío X.
Cierra el discurso apelando a la contribución responsable de los obispos en el empleo del CCE y su Compendio: "Los obispos individualmente y las Conferencias episcopales tienen siempre el deber de ayudar a los sacerdotes y a todos los catequistas en el trabajo con este libro, y de servir de puente a un grupo determinado, porque el modo de hablar, de pensar y de entender es muy diferente en Italia, en Francia, en Alemania, en África...; incluso dentro de un mismo país es recibido de modo muy diverso. Por tanto, el Catecismo de la Iglesia católica y el Compendio, con lo esencial del Catecismo, siguen siendo instrumentos para la Iglesia universal. Además, también necesitamos siempre la colaboración de los obispos, los cuales, en contacto con los sacerdotes y los catequistas, ayudan a encontrar todos los instrumentos necesarios para poder trabajar bien en esta siembra de la Palabra".
Hasta aquí las palabras de Benedicto XVI en Aosta. Por nuestra parte, cabe terminar con una alusión a nuestro país. Durante la presentación del Compendio del CCE en España (13.X.2005), Mons. José Manuel Estepa –que fue miembro de la comisión redactora del CCE manifestó que en estos últimos años no estaba claro si se quería una síntesis del CCE o un –catecismo minor–. En todo caso –añadió se llegó a la conclusión de que lo prioritario era la receptio: la acogida y la implantación del Catecismo de la Iglesia Católica [51]. En la misma presentación, Mons. Javier Salinas presidente de la Subcomisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española explicaba que también en los años previos a la redacción del Compendio se había planteado en España una revisión, a la luz del CCE, de los catecismos existentes. Pero se decidió dar tiempo a la recepción del CCE y estudiar mientras tanto qué tipos de catecismos se requerían, de modo que no se perdiera lo esencial de la fe, y quedaran abiertas otras cuestiones [52].
Conclusión
En definitiva, ante la pregunta: ¿"es el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica la respuesta a la petición surgida en el debate De Parvo Catechismo"–, habría que contestar: desde el punto de vista formal no lo es, puesto que, entre otras cosas, no se trata de un catecismo pequeño o popular, un "catecismo minor" para niños, y ni siquiera de un catecismo "medio" para adolescentes, sino de un libro para adultos con suficiente formación teológica.
Dicho lo anterior, cabría añadir que, desde el punto de vista histórico, el Compendio que nos ocupa se inscribe en la línea de respuesta a las cuestiones de fondo planteadas durante el debate celebrado durante el Concilio Vaticano I. En esa línea de respuesta estaba su referente natural, el Catecismo de la Iglesia Católica desde su publicación en 1992, de acuerdo con las necesidades de los cristianos en el mundo de hoy.
Al mismo tiempo, la continuidad de esa respuesta sigue pidiendo la inculturación concreta de la fe, que ha de realizarse ante todo por medio de textos o catecismos "locales" que, manteniendo igualmente lo sustancial de la fe, podrán presentar acercamientos metodológicos bien distintos entre sí, con vistas a hacer más significativa la fe. En segundo lugar, mediante la catequesis como tarea de la comunidad cristiana, que se beneficiará de este nuevo instrumento (el Compendio) destinado a facilitar un lenguaje común para la fe, y a la vez una aproximación, en forma dialógica, a la catequesis concreta con la ayuda sobre todo del simbolismo propio del arte cristiano. La responsabilidad inmediata de la catequesis es de los catequistas, y en cierto sentido previo, de los padres y madres de familia, y más ampliamente de los educadores de la fe. De un modo más amplio todavía, la inculturación de la fe necesita del testimonio de la vida de los cristianos en cada tiempo y lugar.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, síntesis abarcante del mismo Catecismo, pide, pues, mediaciones, no sólo en la catequesis para los niños sino también para adultos de diversas culturas y niveles de formación.
Notas
[1] Vid. A. Amato, Il Catechismo nella Storia della Chiesa. Un sintetico sguardo storico, en R. Fisichella (ed.), Commento teologico al Catechismo della Chiesa Cattolica, Casale Monferrato 1993, pp. 543-563; J.M. Giménez, Un Catecismo para la Iglesia universal. Historia de la iniciativa desde su origen hasta el Sínodo Extraordinario de 1985, Pamplona 1987; P. Rodríguez, El Catecismo de la Iglesia Católica: interpretación histórico-teológica, Pamplona 1994; L. Scheffczyk, Der "Katechismus der katholischen Kirche" unter theologisch-zeitgeschichtlichchem Aspekt, "Forum Katholische Theologie" 9 (1993) 81-96; M. Simon, Un catéchisme Universel pour l–Église Catholique. Du Concile de Trente à nos jours, Louvain 1992; Vid. También A. García Suárez, Algunas reflexiones sobre el sentido y la evolución histórica de los catecismos en la Iglesia, en "Actualidad Catequética" 76 (1976) 159-164.
[2] P. Rodríguez, o.c., p. 14. El trabajo de este autor nos ha sido de mucha utilidad.
[3] El Catecismo Romano mejoró la situación y la unidad de la catequesis, tal como había pedido el Concilio de Trento. (Sin embargo, la restauración catequética deseada no se pudo completar, en parte porque los pequeños catecismos que se redactaron posteriormente –elaborados por hombres estimados por su doctrina y santidad, y que hicieron mucho bien a generaciones enteras de cristianos–, no supieron situarse en la línea teológica del Catecismo Romano; también por falta de una asimilación y transmisión pedagógica adecuada a la diversidad de personas y culturas). Desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XIX hay una cierta calma al respecto. Pero a mediados del siglo XIX se asiste a un clamor mayoritario del episcopado, pidiendo una mayor unidad en la tarea catequética. Entre 1849 y 1869 más de veinte concilios provinciales, repartidos por todo el mundo católico, establecen un catecismo único, bien adaptando alguno de los existentes, habitualmente el de Belarmino o el Canisio, o piden que se redacte uno nuevo, a partir de los citados o del Catecismo Romano (cfr. J.Gimenez, o.c., p. 78). En ese contexto se plantea el debate "De Parvo Catechismo" dentro del Concilio Vaticano I.
[4] Entre la abundante bibliografía sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, seleccionamos algunos estudios históricos y de conjunto.
a) En primer lugar algunos textos del Cardenal J. Ratzinger: Transmisión de la fe y fuentes de la fe, en "Scripta Theologica" 15 (1983) 9-30; Evangelio, catequesis, catecismo, Valencia 1996; El Catecismo, instrumento de unidad en la verdad, "Ecclesia" n. 2868 (22. Nov. 1997) pp. 32-36; Actualidad doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica, en "Actualidad Catequética", 195-196 (2002) 369-383; y el comentario autorizado de J. Ratzinger-Ch. Schönborn, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid 1994.
b) Otros volúmenes de varios autores: J.M. Estepa y otros, Estudios sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid 1996; A. Amato- E. dal Covolo- A.M.Triacca (eds.), La Catechesi al traguardo. Studi sul Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma 1997; Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Introducción a la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, Pamplona 1993; R. Fisichella (ed.), Commento teologico al Catechismo della Chiesa Cattolica, Casale Monferrato 1993; O. González de Cardedal- J. A. Martínez Camino (eds.), El Catecismo postconciliar. Contexto y contenidos, Madrid 1993;
c) Otros textos de interés histórico-teológico: A. Domínguez, Fe y catequesis; a propósito del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, "Isidorianum" 5 (1994) 7-30; J. Estepa, El nuevo Catecismo es el Catecismo del Concilio Vaticano II, Madrid 1992; A. Nichols, The splendour of doctrine: the Catechism of the Catholic Church on Christian believing, Edinburgh 1995; R. Pellitero, Evangelizzare nel 2000. Il servizio del Catechismo, "Studi Cattolici" 471 (2000) 324-330; P. Poupard, Il Catechismo della Chiesa Cattolica: origine, struttura, dinamica contenutistica e significato, "Euntes Docete" 46 (1993) 175-191; M. Simon, Le catéchisme de Jean-Paul II: genèse et évaluation de son commentaire du Symbole des Apôtres, Leuven 2000; Le cathéchisme de Jean-Paul II: une élaboration de douze années, "Revue théologique de Louvain" 33 (2002) 211-238; L. Scheffczyk, Der Katechismus der Katholischen Kirche unter theologischzeitgeschichtlichem Aspekt, "Forum katholische Theologie" 9 (1993) 81-96.
[5] P. Rodríguez, en el Prólogo a J.M. Giménez, Un Catecismo para la Iglesia Universal. o.c., p. 13.
[6] De las 89 Congregaciones generales que celebró el Concilio, consagró diez de ellas a este esquema. La discusión se abrió en la Congregación 24, celebrada el 10 de febrero de 1870. Intervinieron más de cincuenta Padres. En la Congregación 49 (4 de mayo) se verificó la votación sobre el dictamen, de unas seis páginas impresas. Votaron 591 Padres y fue aprobado el catecismo por inmensa mayoría (492). Algunos obispos votaron placet juxta modum (43) y sólo 56 dijeron non placet (Cfr. Collectio lacencis. Acta et Decreta sacrorum conciliorum recentiorum, Herder, Freiburg 1870 ss., VII, 742).
Sobre el Esquema De Parvo Catechismo, vid., además de la referida por los estudios citados en la nota 1, S. Maggiolini, Il decreto "De confectione et usu unius parvi catechismi pro universa ecclesia" al Concilio Vaticano I, in G. Colombo, A. Rimoldi (eds.), Venegono inferiore 1964, 353.380; E. Kevane, Vatican I, St. Pius X and the Universal Catechism, en "Divinitas" 31 (1987) 291-300; V.G.Moran, The Universal Catechism at Vatican I, en "Pacifica" 1 (1988) 44-67.
[7] Estas ideas figuraban en el primer Esquema distribuido a los Padres conciliares, el 14 de enero de 1870.
[8] Los que se oponían a un Parvus Catechismus universal aducían la necesidad de respetar la variedad de los catecismos para los sencillos, variedad que siempre se ha dado en la Iglesia según las diferentes culturas de los destinatarios. Es paradigmática, en este sentido, la posición del cardenal J.O. Rauscher, arzobispo de Viena: "Nuestros vigilantes enemigos exclamarían: ¡he aquí que determinan (los católicos) uno y el mismo Catecismo para los alemanes y para los indios: ¡oh supina ignorancia de la pedagogía!" (Mansi 50, col. 709 B).
[9] Afirmaciones que deben entenderse en el contexto histórico-teológico del Concilio Vaticano I (es decir, en la eclesiología jurídica que quería contrarrestar el galicanismo, el regalismo ilustrado o josefinismo, el febronianismo, las ideas de J.V. Eybel, P.Temburini, C. Passaglia, etc.). Vid. J.R.Villar, El Colegio episcopal, Madrid 2004, pp. 67 ss.
[10] Cfr. Catecismo Romano, Prefacio, n. 7.
[11] Ibid. n. 8, in fine.
[12] "Deseando responder más plenamente a las intenciones de los Padres Tridentinos, que eran que se siguiese en todas partes el mismo método de enseñar y aprender la Doctrina cristiana, aprobó esta Santa Sede el pequeño Catecismo que ella mandó componer al Ven. Cardenal Belarmino, y lo recomendó muy encarecidamente a los Ordinarios, párrocos y demás a quien corresponde esta enseñanza" (Texto original en Collectio lacencis. Acta et Decreta sacrorum conciliorum recentiorum, Herder, Freiburg 1870 ss, VII, 664-665); traducción de J.M. Giménez, o.c., pp. 90s). Además el Catecismo Romano dice expresamente que en cuanto al método u ordo para enseñar, el párroco "empleará el que se considere acomodado a las personas y al tiempo" (Prefacio, n 13, in fine).
[13] El representante de la Comisión disciplinar del Concilio, que era la responsable del esquema, había defendido entre otras cosas que un primer catecismo para niños de 6-9 años se publicara sin ninguna adición, puesto que ahí no se trataba de diversidad de culturas y por tanto el catecismo podía ser uniforme en las formulaciones; en consecuencia, proseguía, el catecismo podía mandarse y no sólo recomendarse; claro que, si algunos no lo vieran adecuado a sus circunstancias, el Papa podría hacer excepciones.
[14] Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11.X.1962, n. 14; P. Rodríguez, o.c., pp. 31ss.
[15] Entre los setenta esquemas preparados para el concilio había dos referidos a la catequesis: De catechismo institutione y De catechetica populi christiana institutione, preparados respectivamente por la comisión para las Iglesias orientales y la de la disciplina del clero. Los redactores de este segundo esquema sugirieron que, dadas las condiciones culturales tan diversas en las zonas eclesiales, no convenía redactar un catecismo universal, sino únicamente un directorio para la elaboración de catecismos nacionales. Entre 1966 y 1991 se publicaron en Europa occidental seis catecismos para adultos, elaborados por conferencias episcopales: De nieuwe katechismus [El nuevo Catecismo Holandés], de 1966, con las adiciones y precisiones que, en 1969, la Santa Sede juzgó convenientes; Signore da chi anderemo? (1981); Katholischer Erwachsenen-Katechismus. Das Glaubens-bekenntnis der Kirche (1985); Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia (1986); Livre de la Foi, en Bélgica (1987) y Catéchisme pour adultes. L'Alliance de Dieu avec les hommes, en Francia (1991). En 1995 la Conferencia episcopal italiana publicó su catecismo para adultos La verità vi farà liberi.
[16] Pablo VI, Insegnamenti, vol. 4 (1967) p. 304.
[17] Concretamente, respecto al sujeto de la catequesis (la comunidad eclesial y en ella los diversos fieles según su condición), los objetivos, destinatarios, contenido, método y dimensiones (entre ellas la dimensión psicopedagógica). Cfr. M. Van Caster, La catéchèse selon l'esprit de Vatican II, en "Lumen Vitae" 21 (1966) 11-28; J. Colomb, Les grandes orientations du mouvement catéchétique francais au regard de Vatican II, en "Catéchèse" 7 (1967) 421-439; M. Simon, Vatican II et le mouvement catéchétique, en "Revue Théologique de Louvain" 9 (1978) 59-82; L. Meddi, Dal Concilio Vaticano II al Direttorio Catechistico Generale, al Catechismo della Chiesa Cattolica, en T. Stenico (ed), Un dono per oggi. Il Catechismo della Chiesa Cattolica. Riflessioni per l'accoglienza, Edizioni Paoline, Milano 1992, pp. 71-93; P. Rodríguez, El Catecismo de la Iglesia Católica–, 1974, o.c., 31 ss.
[18] Cfr. Decr. Christus Dominus, nn 11-14.
[19] Cfr. Decr. Ad gentes, 14.
[20] Cfr. Decr. Christus Dominus, n. 44.
[21] Cfr. M. Simon, Un Catechisme?, p. 307.
[22] Una segunda edición muy reelaborada del Directorio apareció en 1997. Vid. el documento de la Congregación para el Clero, El Directorio General para la Catequesis: motivos y criterios de la revisión (14-X-1997), en la Web de la Santa Sede (www.vatican.va). Vid. también D. Castrillón Hoyos, El Directorio General para la Catequesis y los Directorios locales, en "Ecclesia" (México) 1 (2003) 15-28.
[23] Cfr. M. Simon, Vatican II et le mouvement catéchétique?, o.c., p. 79.
[24] Se publicaron en castellano en "Scripta Theologica", vid. supra nota 1.
[25] Relatio finalis, II, c. 2.
[26] Cfr. P. Rodríguez, o.c., pp. 37ss.
[27] W. Kasper, Zukunft aus der Kraft des Konzils. Die Ausserordentliche Bischofssynode'85, Herder, Freiburg 1986, p. 83. En efecto, la idea (que luego retomó el Cardenal B. F. Law, Arzobispo de Boston) partió de la Conferencia episcopal de Senegal-Mauritania, en cuyo nombre habló su presidente el Cardenal J. Thiandoum, Arzobispo de Dakar. Junto con esa conferencia episcopal lo pidieron también la de Burundi y la de los latinos de los países árabes.
[28] Juan Pablo II, Alocución en la clausura del Sínodo extraordinario de los obispos (7.XII.1985) n. 6., en AAS 78 (1986) 431-438. Vid. posteriormente Discurso a la Curia Romana, 29.VI.1986, en "La Documentation Catholique" 83 (1986) 768; Y de nuevo en el Discurso a la Comisión del Catecismo universal: "También para el momento presente la Iglesia siente la necesidad y la urgencia de una exposición sintética y clara de los contenidos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católica, exposición que ha de realizarse en la línea del Concilio Vaticano II, que es "el gran Catecismo de nuestros tiempos" (7. II, 89, n. 2, en AAS 81 [1087] 944-946. La frase final, ya citada supra, es de Pablo VI).
[29] Vid. J.B.Metz y E. Schillebeeckx, ¿Catecismo universal o inculturación?, "Concilium" 224 (1989). Vid. sobre el tema J.L.Illanes, El CEC en el contexto cultural contemporáneo, en "Scripta Theologica" 25 (1993) 439-443¸ reproducido en Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Introducción a la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, Pamplona 1993, pp. 27-41.
[30] Esta es la clave de la argumentación de P. Rodríguez, o.c., pp. 41 ss. El alcance universal del Catecismo queda testimoniado por el hecho de que refleja la "naturaleza colegial del Episcopado", al ser ser fruto de esa misma colegialidad. (Const.Ap. Fidei depositum, n. 2). De las diez etapas de la redacción, fue la cuarta, el denominado "proyecto revisado", el que se envió para consulta al episcopado católico de todo el mundo, a las conferencias episcopales y a las principales instituciones universitarias católicas (1889-1990) (vid. R. Martinelli, Le fasi di elaborazione del catechismo, en AA. VV., Il Catechismo del Vaticano II, Cinisello Balsamo 1993, 17-34).
[31] Constituida el 10 de julio de 1986, y presidida por el Cardenal J. Ratzinger, la comisión responsable del Catecismo estaba compuesta además por los cardenales W.W. Baum, B.F. Law, S.D. Lourdusamy, J. Tomko, A. Innocenti, J. Sánchez y los obispos J.P.Schotte, J. Stroba, F.S. Benítez Avalos, G.P. Noujeim, I. De Souza y H.S. D'Souza. A ella se añadió un equipo de redacción, compuesto por siete obispos diocesanos: J.E. Estepa Llaurens, J. Honoré, A. Maggiolini, J. Medina Estévez, D. Konstant, E.E. Karlic, W. Levada, y los responsables de la secretaría: A. Bovone, C. Von Schönborn, R. Martinelli y Ana Fernández.
[32] Juan Pablo II, Alocución a los miembros de la Comisión del Catecismo Universal (15.XI.1986), n. 2 (texto en AAS 79, 1987, 1050-1053). En el acto de presentación del Catecismo insistió en el tema, subrayando que la "unidad en la verdad (?) no se puede lograr sin la identidad de la fe" ("L'Osservatore Romano", 7-8.XII.1992, n. 6). En la alocución citada (15. XI. 1986) explicitaba el Papa que el CCE está concebido "no para sustituir a los Catecismos nacionales o diocesanos, sino con el fin de ser para ellos –punto de referencia–", dos palabras que de por sí resumen la finalidad del CCE; vid. al respecto también su Discurso de aprobación del CEC, del 25.VI.1992, en "Il Regno-documenti" 15/1992, p. 450; y sobre el tema, L. Chiarinelli, Il Catechismo della Chiesa Cattolica punto di riferimento per i catechismi nazionali e regionali, en Un dono per oggi, o.c, pp. 111-125.
[33] Cfr. C. Sepe, Catechesi e nuova evangelizzazione verso il terzo millennio, en Un dono per oggi, o.c., p. 26.
[34] Card. J. Ratzinger, L–Editio Typica: Strumento di Unità "nella veritá", pronunciada el 14.X.1997, texto castellano en "Ecclesia" 2868 (22.11.1997) 32-3.
[35] Ibid., n. 36.
[36] Ibid., n. 4.
[37] Sobre la "savia teológica" del Catecismo y el significado de su estructura, vid. P. Rodríguez, El Catecismo de la Iglesia Católica, o.c., pp. 49 ss. Los catecismos posteriores al Catecismo Romano no siguieron –excepto muy pocos– el orden de su estructura. Ya en la época contemporánea la armonía de la fe católica se ha perdido en la catequesis, al buscar lo que parecía humanamente más interesante según las orientaciones culturales del momento. El resultado –entendía el Cardenal Ratzinger en 1985– ha sido la disgregación del sensus fidei en las nuevas generaciones, a menudo incapaces de una visión de conjunto de su religión" (J. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1985, pp. 80-81).
[38] Son, en efecto los Catecismos locales (nacionales, regionales, diocesanos, etc.) los que tienen como tarea "conjugar, con la ayuda del Espíritu Santo, la maravillosa unidad del misterio cristiano con la multiplicidad de las exigencias y de las situaciones de los destinatarios" (Juan Pablo II, Laetamur magnopere, 15.VIII.97), con la ayuda del Directorio General para la Catequesis (2ª ed. 1997). Vid. al respecto, J.T. Sánchez, Il Catecismo Della Chiesa Cattolica e la sua inculturazione nei catechismi locali, en "L'Osservatore Romano" 20.I.1993. Ese criterio se observa también en la exposición que el CCE hace sobre la liturgia y los sacramentos, que evita tomar como base un rito determinado (vid. G.P. Noujeim, Il Catecismo Della Chiesa Católica e le tradizione orientale, en "L'Osservatore Romano", 25.II.1993). En cuanto a los catecismos "locales", a ellos corresponde al mismo tiempo hacer más inteligibles los contenidos catequéticos, respetando el carácter orgánico de las verdades cristianas; profundizar y aplicar las temáticas enunciadas en el Catecismo; expresarlas con un lenguaje adecuado tanto a los tiempos como a las necesidades de los destinatarios (diferentes culturas, edades, etapas de la vida espiritual, situaciones sociales y eclesiales, etc.), y a la vez siempre fiel y próximo a la riqueza integral de la fe (vid. CCE, Prólogo, n. 24).
[39] Cabe, desde luego, distinguir entre el "lenguaje fundamental de la fe" en unión con los "lenguajes complementarios de la fe" (bíblico, litúrgico, patrístico, magisterial, testimonial) –tal como se reflejan en el CCE–, y los numerosos métodos y lenguajes catequéticos, que los catecismos locales y los catequistas mismos están llamados a emplear al servicio del "lenguaje (fundamental) de la fe" (cfr. J. Ratzinger, El Catecismo, instrumento de unidad en la verdad, conferencia en el Congreso Catequístico Internacional de Roma [14-17. X. 97], "Ecclesia" n. 2868, pp. 32-36).
[40] Por eso, la inculturación de la fe no puede realizarse reduciendo la catequesis a un núcleo esencial, necesariamente esquemático y desencarnado: "reclama, más bien, una proposición de la figura concreta del mensaje y de la praxis cristiana, con toda la riqueza que ha ido siendo puesta de relieve a lo largo del acontecer histórico" (J.L. Illanes, a.c., p. 33). El Catecismo entiende la "jerarquía de las verdades" no como criterio de supresión de ciertas verdades, "sino de la organicidad, de la –sinfonía– de la verdad en la cual el centro de referencia es Cristo Jesús. La estructura cuatripartita del catecismo es ella misma ya una articulación orgánica de la verdad de la fe [Cfr. Card. J. Ratzinger, Catecismo para la Iglesia universal, en "Actualidad Catequética" 148 (1990) 20-21].
[41] Cfr. Enc. Fides et ratio (1998), n. 99. Esa encíclica pone el dedo en la llaga quizá más grave de la civilización contemporánea: la tendencia al relativismo y al nihilismo, que se refleja en el problema de la pérdida del sentido. En diálogo con el mundo y el hombre contemporáneo se situaba la Gaudium et spes. Con ese mismo espíritu, diversos catecismos aparecidos en años posteriores (citados supra, nota 15), iniciaban también su exposición con introducciones de carácter antropológico.
[42] Cfr. J. Ratzinger, Actualidad doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica, texto citado supra, nota 4.
[43] Ch.Schönborn, Il concetto teologico del Catechismo della Chiesa Cattolica, 9.X.2002; versión castellana del texto en "Actualidad Catequética", 195-196 (2002) 419-430.
[44] Juan Pablo II, Carta para la preparación de un Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 2.II.2003. La Congregación para la Doctrina de la Fe y la Congregación para el clero enviaron a los Presidentes de las Conferencias Episcopales una Carta denominada Orientaciones acerca de las "obras de síntesis" del Catecismo de la Iglesia Católica (20.XII.1994). Entre otras cosas decía: "Las obras de síntesis del CCE pueden, erróneamente, ser entendidas como sustitutivas de los Catecismos locales, al punto de desalentar de hecho la preparación de éstos, mientras carecen, por su parte, de las adaptaciones a las particulares situaciones de los destinatarios, que requiere la catequesis" (n. 4. Texto citado en el Directorio General para la catequesis, Ciudad del Vaticano 1997, n. 135 en nota 52). La Carta puede leerse íntegramente en "Ecclesia" nn. 2.750-51 (19 y 26 de agosto 1995) pp. 30-32.
[45] Como explicaría Benedicto XVI en el motu proprio para la aprobación y la publicación del Compendio, éste es en efecto "una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia Católica", y "contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia" (texto incorporado en el Compendio mismo, ed. española 2005, pp. 7s).
[46] Carta para la preparación de un Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 2.II.2003.
[47] Benedicto XVI, Presentación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 28.VI.2005, nn. 2, 6-8. Vid. la Introducción del Compendio, n. 4.
[48] La versión oficial del texto en varios idiomas puede encontrarse en la Web oficial de la Santa Sede ( HIPERVÍNCULO http://www.vatican.va) www.vatican.va), entre los discursos de Benedicto XVI.
[49] Se refiere a los denominados "libros de adaptación" para la catequesis en distintos niveles de edad, lengua situaciones sociales y culturales diversas, etc.
[50] Por "necesarias" debe entenderse aquí, a nuestro juicio, imprescindibles. Esto queda claro en el conjunto del discurso sobre todo teniendo en cuenta lo que sigue en el texto: la "aplicación" concreta del Compendio a las distintas situaciones corresponde a los obispos y a los catequistas.
[51] Sobre la redacción del Catecismo y del Compendio, ver la entrevista con Mons. Estepa publicada más adelante, en este mismo volumen (R. Pellitero-E. Borda, Conversación con José Manuel Estepa en Madrid) y entre otros escritos suyos, J.M. Estepa, El Catecismo Universal: historia de un proyecto. Informe para la LI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, en "Ecclesia", 2466 (10.3.1990) 6-8; El nuevo Catecismo es el Catecismo del Concilio Vaticano II, Servicio de Información y documentación de la Iglesia en España, 3.12.1992; La misión profética de la Iglesia: Evangelización, Catequesis y el Catecismo de la Iglesia Católica, en "Actualidad Catequética", 176 (1997) 617-639; Presentación de la edición definitiva del Catecismo de la Iglesia Católica, en "Actualidad Catequética", 184 (1999) 587-597; El Catecismo de la Iglesia Católica y el nuevo milenio de la Iglesia en España, en "Actualidad Catequética", 195-196 (2002) 524-535.
[52] Hemos escuchado la presentación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica en: www.conferenciaepiscopal.es/RuedadePrensa/2005/CompendioCatecismo/default.htm.
Vid. también J. Salinas, El Compendio del Catecismo, expresión diálogica e icónica del lenguaje común y universal de la fe (entrevista de J.H.M.), en "Ecclesia", 3.286 (26.11.2005) 20-22.
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