Al Padre le espera un intenso trabajo. La Obra ha sido bendecida y aprobada por el Obispo de Madrid, pero ha llegado el momento de ir a Roma para pedir al Papa que la apruebe para todo el mundo. Eso es lo que Dios quiere.
Hace unos meses que don álvaro se ha ido a Roma para cumplir este encargo. Cierto día escribe una carta al Padre diciéndole que es necesaria también su presencia. Le ha dolido enviarla porque sabe que está bastante enfermo; pero el Padre no piensa en su salud. Sólo quiere el bien de la Obra y hacer la voluntad de Dios. No se hace esperar y sale de Madrid inmediatamente.
Como tantas veces, se pone bajo la protección de la Virgen. El trayecto hasta Barcelona lo aprovecha para hacer romerías e implorar la ayuda de la Madre del Cielo.
A primeras horas de la tarde del viernes, el Padre sube al viejo barco correo J. J. Sister, con uno de sus hijos. Hacia la medianoche del sábado, llegan al fin al puerto de Génova, en Italia, donde le espera don álvaro del Portillo.
Al día siguiente, domingo, tras celebrar la Santa Misa, salen para Roma en un coche alquilado. Cuando ven la cúpula se San Pedro rezan un Credo.
Una vez en el pequeño apartamento, el Padre mira la Basílica de San Pedro desde una pequeña terraza.
A pesar del cansancio, comienza a rezar por la Iglesia y por el Papa. Hacia medianoche, se le acerca don álvaro.
—Padre, son más de las doce. Necesita descansar un poco.Todo es inútil. Agarrado a la barandilla de la terraza, sigue rezando hasta el amanecer.
Poco después de su llegada, tendrá la alegría de que el Papa Pío XII le reciba personalmente. Es ésta la primera visita, que recordará siempre con gran emoción. Tras un breve espacio de tiempo, el Papa reconoce que la Obra viene de Dios y la aprueba y bendice para que pueda desarrollarse por todo el mundo.
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