Deseamos poner a disposición de quienes estén interesados en el conocimiento de las virtudes, ensayos, artículos y estudios que puedan servir como material de trabajo y reflexión, y abrir un marco de colaboración para todos aquellos que deseen participar en un diálogo interdisciplinar sobre una cuestión de tanta trascendencia para la vida moral de la persona y de la sociedad. Coordina: Tomás Trigo, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Contacto Tomás Trigo
Primero, el Padre se refugió en casa de doña Dolores. Aunque parece un sitio tranquilo, una mañana subió el portero:
—Ha habido una denuncia. Alguien ha avisado a los milicianos de que en estos piso hay refugiados. Están registrando las casas vecinas y aquí pueden entrar en cualquier momento.
El lugar ya no es seguro. El Padre es conocido como sacerdote y debe marcharse cuanto antes.
En la calle camina de un lugar para otro. Hay días en que no sabe dónde pasará la noche. También sus hijos tienen dificultades. Pero el Padre está seguro de que Dios tampoco le abandonará en esta ocasión. Sabe que la Obra es de Dios y el Cielo está empeñado en que se realice.
Doña Dolores no sabía dónde estaba su hijo. Un día unas personas le dijeron:
—Hemos visto a Josemaría colgado de un árbol.
Doña Dolores vivió unos días muy tristes. Rezó mucho y aceptó la Voluntad de Dios. Poco después, sin embargo, supo que estaba a salvo en casa de unos amigos que exponen su vida por él.
ElPadre rezó por él en la Misa toda su vida.
A finales de agosto suena el timbre de la casa donde está refugiado. Aparece un grupo de milicianos armados que van a registrar la casa. Todos huyen deprisa por la escalera de servicio hasta la buhardilla, un trastero debajo del tejado, donde esperan tumbados en el suelo. Con un calor asfixiante, viven horas de inquietud y de angustia. El Padre les dice que es Sacerdote y les pregunta si quieren confesarse y recibir la absolución.
Hacia las nueve de la noche, parece que ha pasado el peligro. El Padre y sus dos acompañantes están sedientos. Desde la mañana no han podido comer ni beber nada. Bajan los tres a la casa de una vecina que les da de beber y de comer. Mientras comen, el Padre levanta la mano en la que tiene un vaso de agua y exclama agradecido:
—Hasta hoy no he sabido lo que vale un vaso de agua.
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