El Papa es consciente de lo profunda que es la pérdida del sentido del pecado en muchas personas, también entre los creyentes, dentro de la Iglesia; por eso, invita a todos a contemplar la Misericordia de Dios
“Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona” (n.3).
Con estas palabras de la Bula Misericordiae vultus, el Papa Francisco manifiesta el sentido profundo de este Año Jubilar Extraordinario que ha convocado, y que comenzará el próximo 8 de Diciembre, fiesta la Inmaculada Concepción, cuando la Iglesia celebre el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, al que el Papa se refiere como: “Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre”. (n.4).
En el deseo de seguir la “hermenéutica de la reforma en la continuidad” que señaló Benedicto XVI, el Papa Francisco invita a todos los creyentes a vivir esa “responsabilidad de transmitir el amor de Dios al mundo”, responsabilidad que han vivido todas las generaciones de cristianos que han dado testimonio, con su palabra, con su vida, de la Resurrección de Cristo.
Se harán, y haremos, muchos comentarios a las páginas de la Bula Misericordiae Vultus, con la que convoca a toda la Iglesia a vivir este jubileo. Hoy me quedo en dos detalles que me sugieren el n. 11, que transcribo:
“No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia… Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios».
El Papa Francisco hace suyas estas palabras de san Juan Pablo II que, en su día, además de causar cierta sorpresa, se olvidaron pronto. ¿Por qué? El hombre rechaza, en muchas ocasiones, la misericordia de Dios; la misericordia de cualquier otro ser humano.
Bien, porque no reconoce haberse equivocado jamás. ¡Cuántas veces oímos a más de uno declarar: “Yo no tengo nada de que arrepentirme”; “Yo no tengo que pedir perdón de nada a nadie”! Gente que ni siquiera pediría perdón a su propia madre, a su esposo, a su esposa, a sus hijos. Bien porque considera una ofensa personal, una “humillación”, contraria a su “dignidad”, el ser perdonado.
El Papa es consciente de lo profunda que es la pérdida del sentido del pecado en muchas personas, también entre los creyentes, dentro de la Iglesia. Por eso, invita a todos a contemplar la Misericordia de Dios:
“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición de nuestra salvación (…) Misericordia es la vida que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante el límite de nuestro pecado” (n. 2).
Pecado y Misericordia van unidos. Si el hombre no reconoce su pecado, no acudirá jamás a la misericordia, y le seguirá diciendo a Cristo, a la Iglesia: “No vengas a salvarme. Déjame en paz”. Si el hombre se rebela contra sí mismo por su pecado, tampoco acudirá a la misericordia del perdón de Dios. Judas es un ejemplo patente. El Señor se acercó a él con misericordia y le llamó Amigo, y Judas lo rechazó y se ahorcó.
El Papa Francisco anuncia este Año Jubilar con la esperanza de que los hombres de hoy nos demos cuenta de que: “La misericordia será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”.
Límite, nadie puede poner. Rechazar el Amor, la Misericordia, sí está en las manos de cualquier ser humano. Ese es quizá el gran pecado de muchos hombres y mujeres del “viejo Occidente cristiano”: después de haber arrancado de su alma la conciencia del pecado: han arrancado en el orgullo de su espíritu, la conciencia de la Misericordia de Dios: ellos no necesitan nada de nadie, se valen por sí mismos. Es otro modo de suicidarse. El Papa anhela que esto no ocurra.