Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua de Resurrección 2015, desde el balcón central de la basílica de San Pedro
Después de presidir la celebración de la Santa Misa de Pascua, en una plaza de San Pedro repleta de peregrinos y decorada para la ocasión con flores procedentes de Holanda, el Pontífice recorrió la plaza en papamóvil, prodigando saludos, sonrisas y bendiciones a los numerosos presentes, llegados a la plaza no obstante la lluvia.
Palabras del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! ¡Jesucristo ha resucitado! ¡El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha expulsado las tinieblas! Jesucristo, por amor nuestro, se despojó de su gloria divina; se anonadó a sí mismo, asumiendo la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y lo hizo Señor del universo (cfr. Flp 2,8-9). ¡Jesús es Señor!
Con su muerte y resurrección, Jesús nos indica a todos el camino de la vida y de la felicidad: ese camino es la humildad, que comporta la humillación. Esa es la senda que conduce a la gloria. Solo quien se humilla puede aspirar a las cosas de arriba, a Dios (cfr. Col 3,1-4). El orgulloso mira de arriba abajo, el humilde mira de abajo arriba.
La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces se acercaron y se inclinaron para entrar en el sepulcro. Para entrar en el misterio hay que inclinarse, abajarse. Solo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo por su camino.
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la que procuramos vivir al servicio los unos de los otros, no ser arrogantes sino disponibles y respetuosos.
¡Eso no es debilidad, sino verdadera fuerza! Quien lleva dentro de sí la fuerza de Dios, su amor y su justicia, no necesita usar la violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.
Del Señor resucitado imploramos hoy la gracia de no ceder al orgullo que alimenta la violencia y las guerras, sino de tener el valor humilde del perdón y de la paz. A Jesús victorioso le pedimos que alivie los sufrimientos de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y de las violencias en curso. ¡Han tantas!
Pedimos paz en primer lugar para la amada Siria y para Irak, para que cese el fragor de las armas y se restablezca la buena convivencia entre los diversos grupos que componen esos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria en esos países y el drama de los numerosos refugiados.
Imploramos paz para todos los habitantes de Tierra Santa. Que pueda crecer entre judíos y palestinos la cultura del encuentro y retomar el proceso de paz para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.
Paz pedimos para Libia, para que se detenga el absurdo derramamiento de sangre y toda bárbara violencia, y cuántos se preocupan por la suerte del país se comprometan a favorecer la reconciliación y para edificar una sociedad fraterna que respete la dignidad de la persona. También para Yemen esperamos que prevalezca una común voluntad de pacificación por el bien de toda la población.
Al mismo tiempo, con esperanza confiamos al Señor, que es tan misericordioso, el acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.
Del Señor Resucitado imploramos el dono de la paz para Nigeria, para Sudán del Sur y para varias regiones de Sudán y de la República Democrática del Congo. Que una oración incesante suba desde todos los hombres de buena voluntad por los que han perdido la vida −pienso en particular en los jóvenes asesinados el jueves pasado en la universidad de Garissa, en Kenya−, por cuántos han sido secuestrados, por quienes han tenido que abandonar su casa y sus seres queridos.
Que la Resurrección del Señor lleve luz a la amada Ucrania, sobre todo a cuántos han padecido las violencias del conflicto de los últimos meses. Que el país pueda volver a encontrar paz y esperanza gracias al compromiso de todas las partes interesadas.
Paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y viejas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, tantas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. Y paz pedimos para este mundo sometido a los traficantes de armas, que ganan con la sangre de los hombres y de las mujeres.
A los marginados, encarcelados, pobres e inmigrantes que tan frecuentemente son rechazados, maltratados y descartados; a los enfermos y a los que sufren; a los niños, especialmente a los que padecen violencia; a cuántos están hoy de luto; a todos los hombres y mujeres de buena voluntad llegue la consoladora y sanadora voz del Señor Jesús: ¡Paz a vosotros! ¡No temáis, he resucitado y estaré siempre con vosotros! (cfr. Misal Romano, Antífona de entrada en el día de Pascua).
Después de la bendición
Queridos hermanos y hermanas, deseo dirigir mis felicitaciones de Pascua a todos los que habéis venido a esta Plaza desde diversos países, así come a cuántos nos siguen por los medios de comunicación social. Llevad a vuestras casas y a quienes encontréis el gozoso anuncio de que ha resucitado el Señor de la vida, trayendo consigo amor, justicia, respeto y perdón.
Gracias por vuestra presencia, por vuestra oración y por el entusiasmo de vuestra fe en un día tan hermoso, pero también tan feo por la lluvia. Un pensamiento especial y agradecido por el regalo de las flores, que también este año provienen de los Países Bajos. ¡Os deseos una Feliz Pascua a todos! ¡Rezad por mí!
(Traducción de Luis Montoya)
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