Hoy, justamente, Domingo de Resurrección, es el día del renacimiento por excelencia, el minuto cero que justifica todas las demás resurrecciones, y que sostendrá la nuestra auténtica, cuando toque
Nadie podrá negar a la fe y a la liturgia católica las ocasiones de recomenzar que brinda. El calendario laico tampoco es manco, pues nos ofrece Año Nuevo y el principio de cada curso escolar, por lo menos, y se le agradece; pero la Navidad y el Domingo de Resurrección no se los salta un pagano. En lo íntimo, lo laico ofrece el cumpleaños, fecha para la recapacitación y los buenos propósitos, y la Iglesia, a su vez, nos regala la confesión sacramental.
De ella escribió Chesterton: "Cuando un católico sale de la confesión, salta de nuevo al amanecer de su propio comienzo […] En esa esquina oscura, y en ese breve ritual, Dios realmente le ha rehecho a su propia imagen. Es ahora un nuevo experimento del Creador. Tan nuevo como cuando tenía cinco años de edad. […] Puede ser canoso y gotoso, pero tiene cinco minutos de edad".
Juntando todas esas ocasiones, no dejo de sorprenderme cuando computo, ay, mi edad oficial, que no me la creo; y me creo aún menos −paradójicamente− los años que han pasado desde que acabé la carrera o, incluso, los que llevo casado. Parecen mentira. Yo me considero un adolescente y no sólo por cuanto adolesco, sino por esta vertiginosa sensación de recomienzo constante. En una entrevista de ayer, en ABC, Rafael Sánchez Ferlosio decía: "Del pasado no tengo más que vergüenza, de toda mi vida, hasta ayer". Entiendo a la perfección el sentimiento, aunque no lo comparto, por suerte, por los pelos, porque he nacido hoy.
Hoy, justamente, Domingo de Resurrección, es el día del renacimiento por excelencia, el minuto cero que justifica todas las demás resurrecciones, y que sostendrá la nuestra auténtica, cuando toque. No diría que los otros constantes recomienzos son simulacros para cuando llegue la hora de la verdad, porque son ciertos, pero sí son entrenamientos para que la gran ocasión nos coja preparados y dispuestos para el gran salto. Será un salto de alegría, definitivo, al modo del de Cristo.
Esto, que tiene una lectura biográfica, la tiene geopolítica, me consuelo a menudo. Se suele dar por muerta a la vieja Europa. Yo escucho datos y argumentos y reconozco que sí, pero recuerdo sus raíces cristianas y me digo que, si cristianas, lo suyo será resucitar. Ya ven que hasta mis esperanzas políticas son teológicas. No es lo más acorde con este mundo cínico y escéptico, resabiado, pero qué le voy a hacer, si no tengo más que cinco minutos de edad.