Entrevista a Mons. Fernando Ocáriz, a propósito de su nuevo cargo institucional, Vicario auxiliar del Opus Dei, y del libro “Sobre Dios, la Iglesia y el mundo”, una extensa entrevista de Rafael Serrano, filósofo y periodista, donde se afrontan con profundidad algunas de las ideas que ayudan a comprender mejor nuestra época
Mons. Fernando Ocáriz nació en París en 1944. Es consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1986 y de otros dicasterios de la Curia romana. En 2014 fue nombrado Vicario auxiliar del Opus Dei.
Recientemente se ha publicado el libro-entrevista Sobre Dios, la Iglesia y el mundo (en italiano, La Chiesa, mondo riconciliato), en la que este físico y teólogo, autor de numerosos estudios teológicos, aborda temas como el trabajo, la libertad, la evangelización, la fe y la razón, el papel de la teología, etc.
ZENIT le ha preguntado sobre su reciente libro y sobre el nombramiento como Vicario auxiliar de la prelatura del Opus Dei.
El pasado 12 diciembre Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, le nombró vicario auxiliar con plenas competencias de gobierno. ¿Qué implica esta figura?
Los estatutos que la Iglesia ha dado al Opus Dei (promulgados por san Juan Pablo II con la Constitución Apostólica Ut sit) establecen que el oficio de prelado es vitalicio. La misma norma prevé la figura del vicario auxiliar, como ayuda para el gobierno de la prelatura cuando las circunstancias lo aconsejen. Mons. Echevarría ha considerado que ha llegado el momento de poner en práctica esta posibilidad, ya prevista por el fundador en los primeros estatutos que se presentaron a la Santa Sede. Después de escuchar a los órganos que le ayudan en el gobierno pastoral, decidió nombrarme vicario auxiliar para que compartiera la misma potestad ejecutiva que el derecho reserva al prelado.
Gracias a Dios en los últimos años ha crecido el número de circunscripciones de la prelatura que dependen de modo más directo del prelado. Todo eso comporta un notable aumento del trabajo de gobierno. El vicario general auxiliar −y el nuevo vicario general− podremos, con la gracia de Dios, aportar nuestra ayuda para seguir esa tarea de modo directo, y mantener la cercanía con las personas y las instituciones sociales y educativas que reciben la asistencia pastoral del Opus Dei.
¿Cómo se están coordinando en su trabajo diario con el prelado?
Nos coordinamos con un gobierno colegial, trabajando cada uno en diversos asuntos; este modo colegial de proceder lo estableció san Josemaría desde el principio del Opus Dei. Por mi parte, pido todos los días al Espíritu Santo que me ayude a ser un fiel colaborador de Mons. Echevarría, que transmite tanto optimismo y deseos de fidelidad a Cristo en la Iglesia.
Los fieles y cooperadores del Opus Dei suelen llamar “Padre” al prelado, ¿qué significa esto?
En muchos países se llama “padre” a los sacerdotes e incluso, en algunos lugares, a los obispos. San Josemaría encarnó de modo intenso ese sentido de paternidad espiritual. Esa vivencia se transmite a los sucesores como un legado valioso, con el soplo del Espíritu Santo. Pienso en la espléndida fidelidad en la continuidad del beato Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría. La paternidad del prelado hace que los fieles de la prelatura puedan experimentar ese rasgo “familiar” −la Iglesia es familia− tan presente en la fisonomía espiritual del Opus Dei.
Los estatutos de la prelatura se refieren a la función del prelado con las palabras "maestro y padre". Eso resalta que la tarea que la Iglesia encomienda al prelado −al igual que a todo pastor que está al frente de una circunscripción eclesiástica: diócesis, prelatura, etc., no se agota en el ejercicio de la potestad de gobierno, sino que comprende esta dimensión importantísima de paternidad hacia todos los fieles −sacerdotes y laicos− que le están confiados.
¿Cuáles son los desafíos específicos del Opus Dei durante el pontificado del Papa Francisco?
El Santo Padre invita a cada uno a salir de sí mismo para llevar a Cristo a las periferias no solo geográficas sino también existenciales: las del pecado (sabiendo que todos somos pecadores), del dolor, de la injusticia, de la ignorancia. Esa invitación nos interpela: ¿cuáles son mis periferias?
Las personas del Opus Dei, como tantos fieles de la Iglesia, testimonian su fe en la vida ordinaria: en el hogar, en el trabajo, en las relaciones sociales. San Josemaría decía que “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir”. También en las periferias de la vida personal, se encuentra ese algo santo: cuando aliviamos el dolor de quien está a nuestro lado, combatimos la injusticia social con nuestro trabajo bien hecho, eliminamos la miseria con el servicio, o reparamos en alguna medida con la oración el mal causado por el pecado. Además de esos desafíos de la vida ordinaria, en el Opus Dei deseamos secundar el ejemplo y las iniciativas del Santo Padre.
¿Por ejemplo?
En el Opus Dei deseamos secundar el ejemplo y las iniciativas del Santo Padre: el saber dar a cada persona el tiempo que necesita, rezar por los cristianos perseguidos, hacer amar más el sacramento de la Penitencia, preocuparse por los inmigrantes que se dejan la vida en el Mediterráneo, dialogar con quienes no piensan como nosotros o no comparten nuestra fe...
¿Por qué Mons. Echevarría ha establecido un año mariano para los fieles y cooperadores del Opus Dei?
Este año nace en plena sintonía con la devoción mariana del Santo Padre y su deseo de cercanía con las familias. Se trata de poner en las manos de la Virgen las necesidades de la Iglesia y de la humanidad, y especialmente de las familias. La felicidad de los hombres se plasma en la familia. Así Mons. Echevarría invita a rezar juntos a la Madre de Dios en el hogar, cuando sea posible: por ejemplo el Rosario y el Ángelus. Nuestra Madre, Santa María, nos une con ternura a Dios y a los demás.
En su libro Sobre Dios, la Iglesia y el mundo aparecen con frecuencia los conceptos de libertad, tolerancia y convicciones personales. ¿Cómo puede articular un cristiano de hoy estos valores?
Cuando predomina un clima relativista, es lógica la sospecha de intolerancia hacia quienes tienen convicciones firmes. El relativismo manifiesta −en buena parte en la cultura occidental− la crisis de la razón, que reniega de su propia esencia: tratar de conocer la verdad y el sentido de la existencia. Desemboca fácilmente en un actuar egoísta.
Por otra parte, la noción de tolerancia se emplea con frecuencia como equivalente al respeto por las opiniones y actuaciones distintas de las propias. En el contexto relativista, es sinónimo de indiferencia: concuerda entonces con una idea de libertad entendida también como indiferencia. En cambio, el sentido original del verbo “tolerar” es el de no impedir un mal, que se conoce como tal y que se podría impedir, con el fin de evitar un mal mayor. La armonía entre libertad, tolerancia y convicciones personales requiere la atención al bien común. La cultura individualista tiende a ignorarlo. Pienso que es necesario poner el concepto de bien común en el centro del debate público.
Hoy se habla poco de esperanza cristiana, uno de los temas que trata en su libro. ¿Por qué le parece interesante hablar de esta virtud?
Porque la esperanza cristiana no es un simple consuelo, como una anestesia. Ciertamente remite a nuestro destino último; sabemos que no tenemos en la tierra una morada permanente. San Pablo pone la esperanza en lo que nos está reservado en los cielos. Al mismo tiempo, nuestra esperanza se refiere a la vida presente; es la pequeña esperanza, la de cada día, que se fortifica con la oración y los sacramentos, esas huellas de Jesucristo, como decía san Josemaría, en un camino que conduce a la felicidad eterna.
¿Y qué papel juega la esperanza ante situaciones complejas como la falta de trabajo, la crisis de fe y de cultura?
La esperanza cristiana ilumina los distintos aspectos de la vida personal y social, también las dificultades a las que usted se refiere: esa luz es la verdad de las cosas y su sentido, no asegura resultados económicos, conversiones o cambios culturales, sino que impulsa a hacer lo posible para resolver los problemas. Nace en el calor de la caridad. Somos bien conscientes de que la historia no puede alcanzar un término definitivo de plenitud inmanente. El hombre es libre, y siempre está en una indeterminación abierta tanto al progreso como al fracaso. Es la fuerza del amor de Jesucristo, no la nuestra, la que salvará al mundo.
Ud. da bastante atención en el libro al papel de la mujer en el mundo. ¿Cuál es la contribución que aporta el Opus Dei a la promoción de la mujer en la sociedad?
El mensaje de san Josemaría anima a la mujer a desarrollar una presencia activa en la ciencia, el arte, el periodismo, la empresa, la política, la acción social: en todos los ámbitos que configuran el espacio público. Las mujeres del Opus Dei reciben la misma intensidad de formación espiritual y teológica que los varones; por eso, para el gobierno pastoral de la prelatura, el prelado y sus vicarios cuentan con dos organismos que les asesoran, uno de mujeres y otro de varones.
Por lo que se refiere a la promoción de la mujer en general, hay numerosas iniciativas en el mundo entero: escuelas, colegios, universidades, centros de capacitación en zonas socialmente deprimidas, etc.
¿Y en el hogar?
La belleza del mensaje sobre la santificación de la vida ordinaria ha conllevado también una revalorización de las profesiones relacionadas con la atención del hogar y el servicio a la persona. Es bonito, pues se podría decir que “la casa”, el hogar, es el lugar en que cada mujer y cada hombre se rehace. Cada cristiano es casa de Dios, templo vivo. La Iglesia es una casa, nos protegen las manos de Dios, son como un techo que al mismo tiempo nos abre el Cielo.
En la prelatura, algunas mujeres quieren libremente tener como trabajo profesional la administración doméstica de los centros. Son un punto de referencia para cada persona que se acerca a los apostolados del Opus Dei: su ejemplo y su dedicación humanizan nuestras vidas, nos muestran cómo santificar lo de cada día: enseñan a amar, como solo una madre puede hacerlo. A esas mujeres se les podría aplicar una expresión de san Juan Pablo II: con un corazón que ve, son auténticas “centinelas de lo invisible”.
(*) Entrevista de H. Sergio Mora.
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