El mejor éxito es intentar ser buena persona e intentar hacer felices a los demás a toda costa
Leopoldo Abadía tiene 80 años y se siente orgulloso de pertenecer al colectivo de «la tercera edad, ancianos, abuelos o viejos» y poder sentirse en el mejor momento de su vida. Este ingeniero industrial que ha tenido una exitosa carrea como autor, acaba de publicar su último libro, Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón.
¿Por qué da por sentado que hacerse mayor le convierte a uno en un gruñón?
No es que lo de por sentado, es que en esta sociedad tenemos establecida la idea de que llega un momento en la vida en que nos hacemos mayores para hacer imposible la vida a los demás. Es decir, parece que los mayores solo refunfuñamos por lo mal que están las cosas, lo imprudente de los jóvenes, el cambio social, el «en mi época no pasaba...». Y, eso, no puede ser. Los mayores, y los no tan mayores, tenemos que descubrir que ésta es también nuestra época y que podemos ser felices haciendo la vida más feliz a los demás.
¿Está el mundo preparado para enfrentarse a la generación de los abuelos más avanzada de la historia?
Pues no sé... Lo que sí que sé es que los abuelos están preparados para protagonizar este mundo actual. Sólo hay que querer y animarse. A mí me parece una lástima que haya mayores que dicen aquello de «yo no quiero saber nada del ordenador». No se puede uno bajar del mundo a la primera dificultad que aparezca..., a no ser que queramos estar aislados. Hay que subirse al tren de la modernidad, estar al día... Debemos dejar patente y demostrar que las generaciones más jóvenes no pueden hacer nada sin nosotros.
¿Cómo disfrutar de la edad a los 80 años?
Echándole gracia a la vida, luchando por ayudar a la gente, intentando hacer más feliz a los demás, dejándose ayudar y asumiendo las limitaciones. Y, sobre todo, entendiendo que los 80 no son los 20 y que hay cosas que ya no se pueden hacer a una edad avanzada... o, que hacerlas, a veces roza el ridículo.
¿Qué implica ser mayor? ¿Qué es lo mejor y lo peor?
Implica entender que en muchas cosas se necesita ayuda. Y, eso, a veces no gusta. Me encanta lo de «para servir, servir». A esta frase yo le añado «y dejarse servir». Todavía tenemos muchísima capacidad para trasmitir nuestra experiencia e iluminar a mucho joven que hoy se quiere comer la vida a bocados. A veces no te da tiempo −el futuro es corto− y uno se cansa más..., pero hay que ser optimista y hacer lo que se pueda ahora mismo. Hay que saber estar en lo que le toca a cada uno a su edad.
Usted fue hijo único. Actualmente tiene 12 hijos y hasta 45 nietos. ¿Qué valor tiene para usted la familia?
La familia es lo único que realmente te queda en la vida. Es también el primer negocio. El más importante. El que hay que cuidar por encima de cualquier cosa que nos rodea. La familia es nuestro mayor activo. De hecho, es nuestro mayor éxito. Una familia descompuesta es un fracaso, aunque pueda ser reversible.
En las páginas de su último libro habla de conciliación, ¿cree que hoy es más difícil conciliar que antes?
Siempre ha sido muy difícil. Lo que ocurre es que el modelo social actual en el que el hombre y la mujer trabajan −lo que es excelente−, implica asumir una serie de roles distintos. Hay que compartir las tareas familiares. Y digo «compartir» y no «colaborar». Cuando yo estaba en activo, conciliaba todo lo que podía. Me salía a cuenta volver de mis viajes cada noche en lugar de enlazar ciudades y no ver a mi familia. Y eso que mi mujer trabajaba en casa. Hay una cosa común a cómo se conciliaba entonces y ahora: cuesta mucho esfuerzo. Y es muy cansado. Pero la recompensa es sensacional.
¿Cómo se prepara una persona mayor, si es que es posible prepararse, para la hora final?
Hay que trabajar siempre para irse por la puerta grande. Humildad, respeto y serenidad... Como dice el Papa Francisco «no se ha visto que tras un coche fúnebre vaya un camión de mudanzas». Pues eso. El mejor éxito es intentar ser buena persona e intentar hacer felices a los demás a toda costa.
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