Un clásico del cine que, a pesar de su sencillez y los años transcurridos, conserva un mensaje sumamente actual
Un clásico del cine dirigido por Frank Capra que, a pesar de su sencillez y los años transcurridos (es una película de 1946 y en blanco y negro), conserva un mensaje sumamente actual
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“It’s a Wonderful Life” (Qué bello es vivir) se inicia con una escena que desconcierta. Es la víspera de Navidad, y la cámara enfoca diversos lugares de la pequeña ciudad de Bedford Falls −donde transcurrirá toda la película− mientras se escuchan voces de distintas personas, hombres, mujeres y niños, elevándose una tras otra en oración a Dios pidiéndole que ayude a un tal George Bailey. ¿Quién es este personaje que parece tan importante?
En la respuesta a tal pregunta radica lo más hermoso del mensaje de esta película, un clásico del cine dirigido por Frank Capra que, a pesar de su sencillez y los años transcurridos (es una película de 1946 y en blanco y negro), conserva un mensaje sumamente actual.
George Bailey corre el riesgo de dejarse llevar por la desesperación porque, a punto de perder todos sus bienes, siente que su vida ha sido un completo fracaso. Dios escucha las plegarias de quienes bien quieren a George, y envía un ángel para que lo ayude a comprender. ¿Qué debe comprender? Precisamente lo que muchas veces no comprendemos: el gran valor de las pequeñas buenas acciones, de la caridad, del servicio desinteresado, de la amistad y del amor, ninguna de las cuales suele causar admiración u otorgar el éxito del mundo, pero sí hacernos inmensamente ricos a los ojos de Dios.
Si lo medimos con los estándares horizontales, George efectivamente se nos presenta como un fracasado. Nunca −a pesar haberlo soñado desde pequeño− pudo salir del pequeño pueblo de Bedford Falls. No lo logró por falta de ganas o posibilidades, sino porque siempre pensó en los demás por encima de sus propios planes y sueños.
Todos tenemos sueños que debemos buscar realizar, pero quizás el ideal más grande no necesariamente es −como pensaba George− construir grandes puentes o rascacielos o conocer el mundo sino hacerlo mejor, ayudando y no dejando en el aire una mano extendida pidiendo nuestra ayuda.
¿Por qué era tan importante George Bailey? Precisamente porque a lo largo de su vida, en pequeños gestos, en su abnegación, en su cariño y amistad −a pesar de sus problemas y fragilidades− fue creando sin saberlo una comunidad de amigos, estableciendo vínculos profundos, dejando a su paso una estela de bien.
Muchas veces nos miramos con los ojos del mundo y podemos pensar, si las cosas no nos han ido como esperábamos, que hemos fracasado. Una vida maravillosa nos enseña que Dios pesa nuestras acciones con una balanza distinta. El ángel le permitió a Bailey ver cómo habría sido la vida de Bedford Falls sin él, y cómo sus buenas acciones, aquellas que él mismo no valoraba, tenían frutos más allá de los límites del pueblo que lo vio nacer. Si Bailey nunca pudo cruzar sus fronteras, el fruto de sus acciones sí lo hizo, llegando a lugares que él jamás habría imaginado. ¿No le da Dios frutos insospechados, a distancias inimaginables, a nuestras buenas acciones?
La película, desde esta perspectiva, nos cuestiona también con el mensaje contrario: ¿Qué estamos dejando en el mundo, en quienes nos rodean, en nuestro prójimo? «La vida de todo hombre toca muchas otras vidas. Cuando no está, deja un hueco terrible» dice el ángel. En el caso de Bailey su aporte, aunque él no lo vea, es inmensamente positivo, pero cabe la misma pregunta para el nefasto Mr. Potter, acaudalado villano de la historia, cuya desaparición, podemos especular, quizás habría resultado beneficiosa para el pueblo de Bedford Falls. Ciertamente, así como nuestras buenas acciones tienen frutos insospechados para el bien, las malas lo tienen de igual modo para el mal.
George Bailey era importante porque era sumamente rico. No rico en bienes materiales, ni en éxitos para el mundo, sino realmente acaudalado en buenas acciones. «Ningún hombre que tiene amigos es un fracaso», nos dice esta historia. Tampoco el hombre o mujer que ama y se deja amar. Al final de la película, mientras suenan las campanas de la iglesia y se celebra el nacimiento del Señor, quien vino no a buscar su propia gloria sino a realizar el bien y ponerse al servicio de la humanidad, la desesperanza de George se convierte en alegría y cercanía con todos los que lo rodean, y las voces se elevan ya no en una petición de ayuda, sino en gloria a Dios en la forma de un villancico navideño.