Muchos malentendidos proceden de la confusión entre ciencia y fe, entre creencia y conocimientos, entre cultura y religión
Sin un mínimo conocimiento de los hechos religiosos, se hará cada vez menos comprensible la realidad de la historia y del arte de la mayor parte de los países de Europa
Ha pasado algún tiempo de la noticia que deseo comentar. Otros temas se adelantaron por razones bien lógicas. Pero anoté en su día, para hablar de esto en cuanto tuviera oportunidad.
La información procede de Francia, donde raro es el día sin noticias de laicidad: por ejemplo, ahora está reabierto el debate sobre la instalación de belenes tradicionales en lugares públicos. Se ha cumplido con creces el centenario de la ley de 1905, pero laicidad no es sinónimo de cuestión pacífica, menos aún desde el incremento de la población musulmana en el país vecino.
Por eso, me pareció importante −el pasado 12 de noviembre− la aprobación por la Comisión de leyes del Senado de un informe sobre la lucha contra las discriminaciones. Fue redactado conjuntamente por la senadora ecologista Esther Benbassa y su colega de UMP Jean-René Lecerf. No sin sorpresa y después de una amplia discusión, incluye la propuesta de reforzar la enseñanza del hecho religioso en la escuela, después de una viva discusión entre los senadores.
En los programas escolares vigentes desde 2008 la religión aparece de modo transversal en diversas materias. Así, en capítulos dedicados a la cultura humanista, se menciona la apertura del espíritu de los alumnos “a la diversidad y a la evolución de las civilizaciones, las sociedades, los territorios, los hechos religiosos y las artes”. De modo análogo, en historia, dentro de la Edad Media, se invita a abordar "el papel de la Iglesia", "las cruzadas" o "el descubrimiento de una civilización distinta, el Islam".
El diario La Croix publicó una entrevista con una profesora, Stephanie Vansay, que ha trabajado muchos años en establecimientos educativos de “zep” (zonas de educación prioritaria, situadas generalmente en barriadas extremas de grandes ciudades, con no exiguos problemas de disciplina y fracaso escolar). Su experiencia es positiva. Sin interferir directamente en las creencias de cada alumno, “si alguno plantea el tema religioso, no se puede soslayar, con un ‘no se habla de eso en clase’. Al contrario, no se debe tener miedo a esas cuestiones, también para no reducir la información de los estudiantes a lo que escuchan de religión en la esfera familiar”.
Muchos malentendidos proceden de la confusión entre ciencia y fe, entre creencia y conocimientos, entre cultura y religión. Si los temas se explican adecuadamente, no tienen por qué surgir problemas, aunque a juicio de Stephanie Vansay, actualmente se producen a veces más tensiones en asuntos relacionados con la religión que en los relativos al sexo (ciertamente, tampoco pacíficos actualmente en el sistema educativo del país vecino).
A juicio de esos senadores, sería necesario dedicar una atención directa al hecho religioso en los programas, más allá de las actuales soluciones transversales. El problema práctico, aparte cuestiones de laicidad, radica en la falta real de profesores con cualificación académica para desarrollar posibles temarios. Pero, como advierte no sin ironía el historiador Benoît Falaize en una entrevista aparecida a comienzos de diciembre en La Lettre de l’éducation, “se da una continuidad intelectual en redefinir sin descanso el lugar de la religión en la enseñanza”.
La cuestión surgió en el siglo XIX, y se reabrió de modo intenso al final de los años 1980, impulsada por asociaciones de profesores. Luego, en 1990, el rector Philippe Joutard envió un informe al ministerio de educación. El filósofo Régis Debray elaboraría otro en 2002, muy difundido y comentado, aunque apenas encontraría eco fáctico, por la prioridad del rapport Stasi sobre laicidad, a impulso de Chirac: éste sí llevaría a decisiones oficiales, como la prohibición del velo islámico en los centros educativos.
Se produce así una paradoja típica de la cultura postmoderna plena de laicidad: el pluralismo de la sociedad exige respetar todas las convicciones, sin apenas crítica o análisis; pero justamente la existencia de esa pluralidad aviva periódicamente el debate sobre el lugar de la religión en la convivencia democrática. No se ve cómo la presencia real en la sociedad de la diversidad de creencias y cultos sea compatible con su ausencia en un sistema educativo al servicio de todos, sin discriminaciones.
Por lo demás, sin un mínimo conocimiento de los hechos religiosos, se hará cada vez menos comprensible la realidad de la historia y del arte de la mayor parte de los países de Europa. Como en tantos otros aspectos de la enseñanza contemporánea, será preciso mejorar la formación del profesorado: con tacto y respeto, sin provocar tensiones, no pueden dejar de hablar y enseñar sobre las grandes cuestiones del pasado y del presente, que tanto interesan de hecho a la mayor parte de los alumnos.