Educar no es poner balones fáciles al alcance de los hijos, sino el arte de colocarlos allí donde, para llegar, tengan que esforzarse
Educar no es poner balones fáciles al alcance de los hijos, sino el arte de colocarlos allí donde, para llegar, tengan que esforzarse
En medios futbolísticos se suele decir que un córner es medio gol. La experiencia nos demuestra que esta máxima no es matemáticamente cierta; sin embargo, es verdad que cada saque de esquina, si se convierte en gol, es un gol a medias (hecho entre dos). En el fondo, toda jugada que culmina con éxito, es resultado de la colaboración de varios jugadores. Pero es en el saque desde el banderín o en una jugada a balón parado (“de estrategia”, se dice también) donde se muestra con claridad esa cooperación imprescindible.
En esa jugada, estudiada y ensayada muchas veces, tan importante es el jugador que saca el córner como el rematador (sin olvidar todos los demás compañeros que se mueven y forcejean con el fin de convertir el área rival en un auténtico campo de batalla). El primero (que suele ser el más bajito y con un buen toque de balón) debe tener la habilidad de alojar la pelota no donde se encuentran sus compañeros, sino donde previsiblemente puedan llegar a estar para ejecutar un buen remate. Su cometido no es sencillo: un buen balón no es el que va directo a la cabeza del jugador, sino el que le obliga a luchar y a saltar hacia él superando la oposición de los defensas o la salida del portero. Podríamos decir que no se trata de que el lanzador del córner se lo ponga fácil al rematador, sino, más bien, tiene que obligarle a esforzarse al máximo.
Las más de las veces, un saque de esquina no acaba en gol, porque no siempre está bien sacado, porque no llega el rematador o remata mal, porque despeja el balón un defensa o los puños del guardameta. Otras, sin embargo, las líneas geométricas de la pizarra imaginaria se hacen realidad y el balón se aloja con fuerza en las redes de la portería, entonces, el espectáculo resulta para un amante del fútbol sencillamente hermoso. La belleza de un gol tras un saque de esquina radica en su simplicidad, en la facilidad aparente de su ejecución y en la sintonía perfecta entre lanzador y rematador.
En muchos aspectos, nuestra vida se parece a un saque de esquina: el día a día es una lucha continua que vencemos gracias a otros, a los que nos lanzan balones que nos obligan a superarnos a nosotros mismos. Las personas que de verdad nos ayudan no son las que nos ponen balones fáciles o las que golpean la pelota por nosotros, sino las que nos obligan a esforzarnos por llegar cada vez más alto.
En el ámbito educativo, los padres y profesores son quienes sacan el córner; los hijos y alumnos, los rematadores. Educar no es poner balones fáciles al alcance de sus pies o sus cabezas, sino el arte de colocarlos allí donde, para llegar, tengan que esforzarse. Por eso, el maestro no es el que enseña, sino el que hace que sus alumnos aprendan. Por eso, los padres que ponen las cosas demasiado fáciles a sus hijos, no les están ayudando a crecer, no están haciendo un buen saque de esquina.